29/Septiembre
Samantha Petes (Nox)
Estando cara a cara con un policía al que debía
distraer y engañar en los siguientes minutos, suponía que debía sentirme
preocupada. Quizá incluso aterrada.
Sabía lo que tenía que hacer. Mientras ella
estuviera en la sala de interrogatorios, yo tenía que hacer que todos los policías
de la habitación que estaban tras el cristal polarizado observando atentamente
el interrogatorio salieran de la habitación y, al mismo tiempo, que las cámaras
y los micrófonos de la habitación se desactivaran. Y, para complicarlo todo,
carecía de la habilidad de estar en dos lugares a la vez.
En una persona normal, esta situación habría
provocado pánico. O, al menos, miedo y una enorme preocupación.
Pero yo nunca había sido una persona demasiado
normal. Por eso, no sentía absolutamente ninguna de esas cosas mientras
charlaba animadamente con el policía al que planeaba convertir en mi títere y
usar para lograr mis objetivos sin ningún remordimiento. Solo me embargaba una
tremenda tranquilidad y seguridad en mí misma, cualidades que siempre portaba
conmigo como un escudo impenetrable.
Me reí ante alguna de las gracias pre-cocinadas y
repetidas hasta la saciedad que soltó el policía, sin molestarme en escuchar
sus palabras. Dejé que el pelo suelto, largo y rubio rojizo me resbalara por el
hombro derecho, llegándome hasta el pecho, para luego volver a colocarme
lentamente el mechón detrás de la oreja, mientras parpadeaba, atrayéndole con
una mirada coqueta.
El policía sonrió como un idiota y acercó su cuerpo
aun más al mío. Y entonces, el idiota cometió el terrible error de mirarme a
los ojos, grandes, verdes, profundos como un pozo en el que no se alcanza a ver
el fondo desde la superficie. Mis ojos eran mi arma secreta y más letal, y, una
vez que la víctima caía hipnotizada del influjo de mi mirada, ya no había nada
que pudiera hacer para salir de allí hasta que yo lo permitía. Se ahogaba en
las profundidades de mis pupilas, incapaz de volver a la superficie para
inspirar hondo una bocanada de realidad.
Mantuve los ojos abiertos, para evitar perder el
contacto visual con mi presa, y ladeé lentamente la cabeza. Solté el aire sobre
su rostro muy despacio, sin perturbar la inconsciencia en la que, poco a poco,
se estaba sumiendo, privado del oxígeno de la realidad y perdido en mis iris
verdes. Inhaló profundamente, cayendo más y más al llenarse los pulmones con mi
aroma.
-
Muy bien, muy bien – susurré. Me pasé la lengua
por los labios y esbocé una sonrisilla traviesa, sabiendo que lo tenía en la
palma de mi mano. – Ahora vas a escuchar muy atentamente, ¿verdad? – Hice una
pausa y contuve una risa cruel, sabiendo que no le quedaba más remedio que
obedecerme; estaba por completo a mi merced. – Verás, necesito que me hagas un
favor, cariño. Necesito que vayas a esa puerta de ahí – señalé a la que me
refería de todas las que había en la sala – y hagas mucho ruido. Aporrea la
puerta, ¿de acuerdo? Y cuando salgan todos, grita que ha habido un tiroteo en
algún lugar y que se necesita que vayan todos los agentes posibles. Oblígalos a
todos a irse, no permitas que nadie se quede dentro.
Me acerqué más a su rostro, impidiendo que sus
sentidos captaran algo que no fuera yo. Nuestras narices quedaron a dos
centímetros escasos. Podría haber ladeado un poco más la cabeza y posar mis
labios sobre los suyos con facilidad, mientras él estaba allí, quieto como un juguete
sin pilas, atento a todas las palabras que salieran de mi boca, con cara de
atontado, de adorador loco. Podría haberle ordenado caminar en línea recta,
abrir de par en par la ventana y saltar hacia la calle desde el cuarto piso en
el que nos encontrábamos, y él hubiera obedecido sin inmutarse siquiera. Era mi
marioneta, deseosa de que jugara con ella, y yo ya estaba moviendo los hilos
para que el plan saliera a la perfección.
Coloqué una mano sobre su rostro, acariciándole con
dulzura la mejilla recién afeitada (quizá esa misma mañana), hasta dejar la
palma en su cuello.
-
¿Me harás ese favor, verdad que sí? – Él asintió
de manera automática y no pude evitar una mueca de satisfacción. – Eso suponía,
cariño. Espera hasta mi señal y hazlo. Confío en ti, ¿eh?
Acerqué nuestros rostros un centímetro escaso más
y, justo cuando nuestros labios estaban a punto de chocar, me separé de él y lo
empujé levemente en el hombro. Él se irguió de inmediato, parpadeó repetidas
veces, como si estuviera volviendo a la realidad después de haber estado
apagado durante algunos segundos, y me miró confuso. Abrió la boca, la volvió a
cerrar, boqueó un par de veces más como un pececillo asustado, y luego se quedó
mirándome fijamente. Sonreí para aliviar su preocupación.
-
Me tengo que ir. Supongo que estarás muy ocupado.
Me di la vuelta y me alejé con rapidez, borrando
aquella estúpida sonrisa coqueta de mi rostro.
Primera parte del plan completada.
Me recogí el
cabello en una coleta, preparándome para la segunda. Extraje unas gafas del
bolso, con montura grande de pasta, color negro y con cristales gruesos. Borré
parte de mi pintalabios hasta que este se convirtió en una leve marca sobre mis
labios, apenas notable, y me abroché un botón más de la blusa para ocultar un
poco mi demasiado pronunciado escote.
Paré de camino para sacar un café ardiente de la
máquina que había en la comisaría, introduciendo unas cuantas monedas a cambio
de la bebida. Mientras lo hacía, intercambié unas pocas palabras con una mujer
cuarentona con exceso de grasa en las caderas y el pelo mal teñido, claramente
una oficinista, a la cual le sonsaque la localización de mi siguiente objetivo.
Segunda parte del plan en marcha.
Me acerqué hasta la sala que la mujer me había
señalado como el punto de vigilancia de aquella planta, donde se encontraban
los monitores que emitían lo que grababan las cámaras, y las cintas de las
grabaciones. Me pasé la lengua por el labio inferior.
Seguía sin sentir ningún tipo de preocupación, ni
esta, por descontado, derivó en miedo. Permanecía en un estado de completa
calma, el mismo tipo de sensación que tienes el segundo antes de quedarte
dormido cuando estás acurrucado en tu cama, sintiéndote abrigado y seguro. Ese
era mi estado de ánimo casi permanente, con muy pocas variaciones, fueran
cuales las circunstancias. Nunca me ponía nerviosa; no rompía a sudar de
ansiedad, no me temblaba la voz. Nunca me preocupaba.
Era mi bendición y mi condena a partes iguales. Un
trastorno que me había atrapado desde mi infancia y del que nunca había podido
escapar.
Toqué en la puerta con los nudillos. Apenas tuve
que esperar cinco segundos hasta que abrió un guardia unos veinte centímetros
más alto que yo y que estaba empezando a quedarse calvo, en su cincuentena. No
era en absoluto atractivo y en su dedo estaba la alianza, signo inequívoco de
su matrimonio, pero aún así me devoró con los ojos nada más verme frente a él.
-
¿Sí?
-
¿Es usted el encargado de la seguridad? –
pregunté con fingida voz tímida. Una de las habilidades que manejaba (tenía un
amplio abanico de ellas) era la capacidad de cambiar los registros de mi voz
dependiendo de cada situación, al igual que fingir cualquier emoción o
sentimiento cuando era necesario. Era una actriz consumada. Pero todas esas tácticas,
así como mi belleza, eran solo las armas superficiales de un depredador que
atrae a su presa. Respecto a eso, no había muchas diferencias entre una planta
carnívora que utiliza sus colores para engatusar a su comida y yo.
-
Sí, preciosa. Soy yo – le dedicó una nueva
mirada lasciva a mis curvas, apartando la vista de mi rostro, por lo que no vio
mi expresión de repulsa y de ira cuando pronunció el adjetivo. Controlé los
impulsos asesinos que me inundaban en oleadas desde dentro y conseguí volver a
colocar la expresión de chica introvertida y poco experimentada, inocente,
antes de que él se diera cuenta.
-
Entonces, creo que lo estaban buscando a usted.
He oído algo de que hay dos chavales haciendo pintadas en un Citroën negro del
aparcamiento o algo así – arrugué la nariz, poniendo una expresión de confusión
inigualable.
El hombre soltó una maldición por lo bajo y salió
corriendo en salvación de su coche. Guardé las gafas en el bolso mientras me
colaba impunemente en la sala de vigilancia, ahora completamente vacía. Tenía
unos cinco o seis minutos antes de que volviera el vigilante (que se
encontraría con un bonito graffiti en su coche nuevo).
Me senté en la silla frente a la mesa repleta de
instrumentos de control, aparte de unos ocho monitores. En el tercero desde la
derecha arriba se reproducía, en blanco y negro, la imagen de una chica de
cabello largo y oscuro, que estaba encogida sobre la silla, con expresión
perdida y aterrorizada.
Sonreí, inevitablemente orgullosa. Qué bien había
aprendido.
Cinco minutos antes de que el detective que iba a
llevar a cabo el interrogatorio entrara en la sala, mi taza de café recién
comprada dejaba caer su contenido sobre el panel de control de las cámaras. Una
lluvia de chispas iluminó la sala, mientras todas las máquinas se empapaban
hasta los circuitos del aún humeante líquido y se estropeaban sin remedio. De
inmediato, los monitores emitieron una imagen gris borrosa.
Extraje las cintas de grabación de la cámara de esa
sala y las destruí una a una, hasta que solo quedó la que se había estado
grabando en ese momento. La guardé en el bolso como recuerdo. Me solté el cabello y me levanté para marcharme.
Justo cuando salía, el vigilante volvía a entrar.
Observó el panel de control, que aun soltaba chispas; las pantallas que habían
dejado de emitir, las cintas destruidas en el suelo. Luego, me miró a mí, que
me había acercado a él en los pocos segundos que habían pasado desde que me
había pillado infraganti.
-
Las cámaras llevan estropeadas todo el día.
Cuando volviste, las cintas ya estaban destruidas y no sabes nada. Y yo nunca
he estado aquí, nunca me has visto – usé toda la influencia de mis ojos, modulé
la voz hasta obtener el tono de voz perfecto para llevarlo al estado de trance.
De inmediato, el velo de la hipnosis se instaló en sus pupilas. Asintió como un
autómata.
Me marché de allí como una sombra invisible, sin
llamar la atención, camuflándome con el gentío que iba y venía.
Cuando pasé al lado del policía con el que había
tratado antes, chasqueé los dedos y el velo volvió a instalarse en sus ojos
mientras se dirigía con movimientos mecánicos hacia la puerta de la sala de
observación del interrogatorio, justo diez segundos después de que el detective, que estaba interrogando al lado, saliera de allí.
Me quedé unos instantes más para asegurarme de que
todos los que estaban en la sala salían corriendo tras oír la alarma del policía
al que yo estaba usando como marioneta, que había cumplido mis órdenes palabra
por palabra.
***
A las diez y media de la mañana siguiente, volvía a
estar en la comisaría. Pero esta vez me limitaba a esperar sentada en los
escalones exteriores, bebiendo café de nuevo, mientras mantenía otra taza
apoyada a mi lado en el suelo.
Una mano pálida recogió la taza y su portadora se
sentó a mi lado.
-
Supongo que todo ha salido bien – dijo a modo de
saludo, tras lo cual tomó un sorbo de la bebida.
-
Perfectamente – alargué la erre de la palabra,
convirtiéndola en un ronroneo, lo que originó una carcajada en mi compañera.
Fuera de la sala de interrogatorios, seguía teniendo
la misma apariencia que cuando la había visto en el monitor, pero ahora ya no
parecía una chica asustada. Había echado por tierra esa máscara falsa y volvía a ser la misma que yo conocía.
-
Sabía que podía contar contigo, Sam.
-
Por supuesto. – Le regalé una sonrisa. Luego, le
limpié una mancha de sangre seca que tenía oculta tras la oreja derecha. – Ya estamos dentro,
pequeña.
Vaya con Sam...parece Totally Spies esto,bueno, no demasiado, pero algo sí.
ResponderEliminarRealmente Sam...es interesante...¿Sabes que vas a tener que explicar muchas cosas,no? Me gusta, me gusta.
Tengo una pequeña duda sobre la parte final del texto, pero te la comentaré mejor mañana. Son 3 las dudas que tengo, a ver si las mantengo en la cabeza hasta mañana...
PD. me he acordado y he usado el Mozilla para leerte :D