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jueves, 30 de mayo de 2013

¿Quieres jugar? Juguemos a colisionar.

13/Noviembre

Samantha Petes (Nox) 




Podía percibir el enfado de Myst como si fuera una mano sobre mi hombro, pues era tan grande que casi parecía algo físico. Sin embargo, no tenía ni idea de a qué venía su rabia, porque yo no tenía la culpa de que el tipo de la discoteca recordara aquella noche. Le había borrado la memoria, con tanta seguridad como que tenía diez dedos en las manos y las uñas pintadas de color turquesa.
Mi presa de la noche de doce días atrás era, viéndola a la luz del día que entraba a raudales por la ventana del apartamento, realmente atractivo. Era bastante más alto que yo, con un cuerpo musculoso, pero sin ser de la forma exagerada de los tíos que se pasan la mitad del día encerrados en el gimnasio. A pesar de que era guapo, él parecía no saberlo, o bien no importarle, porque estaba casi sin peinar y con una actitud tranquila, nada de la chulería propia de los hombres que se creen capaces de seducir a cualquier mujer solo por tener una cara bonita.
Y me miraba a mí.
Durante toda mi vida, a partir de los trece años, cuando los instintos de súcubo (y los atributos físicos a juego) se desarrollaron por completo, los hombres habían empezado a considerarme guapa. Cuando iba por la calle, solía llamar su atención, y allá donde fuera era habitual que atrajera las miradas del sector masculino cercano. Pero, a pesar de mi amplia experiencia en ese campo, nadie me había mirado como lo hacía ahora él. Había una gran intensidad en su mirada, como una promesa dicha sin palabras. No era simplemente que el hechizo que me rodeaba lo cautivara, era más bien como si estuviera viendo la cosa más bella del mundo, lo más impresionante que sus ojos jamás verían… y quisiera poseerla para siempre.
Me pasé la lengua por el labio ante su escrutinio, pero no sonreí.
Sabía que la situación era delicada. Nunca antes un hombre se había librado del poder de persuasión de mis ojos, todos habían caído en la trampa. Pero, de algún modo, esta vez no era así. Él había conseguido eliminar la barrera que mantenía ocultos los recuerdos de la noche de la discoteca y, por si eso fuera poco, había conseguido encontrarme sin saber mi nombre. Así que no podía dejar de preguntarme quién coño era aquel extraño ni qué quería de mí, porque si no, no habría ido en mi busca.
-          ¿Quién eres? – le conferí a mi voz el encanto seductor del súcubo, empezando a tejer la tela de araña que lo haría caer en mis redes.
Por un segundo, sus ojos se desenfocaron y nublaron y a punto estuvo de caer sobre ellos el velo que significaba que estaba bajo mi control total para jugar con él a mi antojo. Pero, antes de que su expresión quedara vacía y él estuviera a mi merced, algo brilló en sus pupilas, algo salvaje. Él gruñó en voz baja y sacudió la cabeza. Cuando volvió a mirarme, el iris se había extendido, hasta que el azul añil casi cubrió por completo el blanco que lo rodeaba. El resultado era similar… a los ojos de algún tipo de animal. Quizá de un perro. Lentamente, sus iris volvieron a adoptar una forma normal.
El proceso me produjo una sensación de inquietud. Un segundo después me di cuenta de que yo, en los momentos en los que perdía el control de mi cuerpo por el hambre, también sufría una transformación similar en mis ojos, solo que los míos se volvían negros por completo, de un modo aún más aterrador que los de él.
-          Me llamo Ian. Ian Howl.
Miré a Myst, esperando que ella reconociera el nombre. Negó con la cabeza imperceptiblemente, dándome a entender que ella tampoco tenía ni idea de quién era. Con una leve seña, me hizo saber que también se había dado cuenta de lo que le había pasado en los ojos a Ian.
Estaba más seria que de costumbre, lo que era indudablemente una mala señal. Decidí no empeorar la situación y esperé  a que ella tomara las riendas de la conversación. Puesto que mi habilidad no funcionaba con el desconocido, ya no podía hacer nada para obtener respuestas de él. Sin embargo, Myst solía ser bastante buena sonsacándole cosas a la gente sin utilizar ningún poder especial, solo engatusarlos poco a poco. Conmigo al menos solía funcionar.
-          ¿Por qué estás aquí? – preguntó ella por fin después de un corto silencio.
Antes de responder, Ian observó brevemente a Myst antes de clavar su mirada de nuevo en mí. Sus ojos estaban cargados de emociones que ni siquiera podía descifrar. Dudó un segundo, como si buscara las palabras correctas y, lentamente, sonrió.
-          Por ella, por supuesto – respondió, mirándome directamente a los ojos. Sentí un escalofrío en la columna vertebral ante el tono grave de su voz y la profundidad de sus palabras, aunque fueran tan aparentemente sencillas. Por un instante, parecía que solo estuviéramos él y yo en la habitación, en todo el mundo incluso, que solo existiera él y su voz, la forma en la que sus ojos miraban directamente en mi alma.
Retrocedí un paso, intimidada por esos sentimientos desconocidos, y salí de la estúpida ensoñación en la que me había metido sin quererlo lo más mínimo.
Rehuí sus ojos en un intento de conseguir no perderme de nuevo en ellos. Aunque no se había movido del sitio, a unos escasos metros de nosotras, casi podía sentirlo a mi lado, porque su presencia impregnaba toda la habitación.
Myst frunció el ceño, analizando lo que ocurría con su mente lógica y racional.
-          ¿Por ella? – me señaló. - ¿Por qué por ella?
Yo también me hacía la misma pregunta. La única respuesta que encontraba era que aquel extraño estaba buscando venganza por haber consumido gran parte de su energía vital, dejándolo débil, y que encima después le borrara los recuerdos. La mayoría de la gente se cabreaba un poco por esa clase de cosas.
Pero, si era por eso, ¿por qué coño seguía mirándome como lo hacía? Puede que yo no entendiera mucho de emociones, pero lo que percibía de Ian no era rencor, o rabia. Más bien todo lo contrario. Parecía incapaz de contener sus ganas de repetir los acontecimientos de nuestro último encuentro. De vez en cuando, un destello chispeaba en su mirada, dando la impresión de que había algo enjaulado tras ellos luchando por escapar.
Por un momento me pregunté si Ian también, al igual que yo, mantenía cautivo un monstruo en su interior que continuamente quería salir a la superficie. Y que si su monstruo sería tan destructivo como el mío. Si ese era el caso, podía entender porque se contenía, aunque eso parecía hacerle sufrir, pues mantenía los puños firmemente cerrados y la mandíbula tensa.
De nuevo antes de contestar, él vaciló. Ladeó la cabeza, sin quitarme los ojos de encima, como lo haría un perro que no entiende las órdenes de su amo. Me recorrió de arriba abajo con los ojos y luego deshizo el camino hasta acabar una vez más en mi rostro. Inspiró despacio, como si estuviera saboreando la bocanada de aire.
-          Porque es ella.
Myst suspiró, frustrada por el sinsentido de su respuesta. La vi apretar los dientes y me imaginé que estaría contando hasta diez para calmarse como a veces hacía. Supe que ese era el momento de que yo interviniera en la conversación.
Me pasé la lengua por el labio inferior antes de hablar.
-          ¿Es por lo que pasó en la discoteca?
Él sonrió, de una forma que iluminó la habitación.
-          La noche en la que por fin te encontré.
-          ¿Acaso me estabas buscando?
-          Llevaba toda mi vida esperándote – afirmó con rotundidad. Entonces avanzó un paso hacia mí, como si ya no fuera capaz de seguir aguantando sus ganas de tocarme. Sentí el extraño (y alocado) impulso de acercarme también a él, pero fui lo suficientemente sensata (por una vez) de suprimirlo.
Extendí las garras, por si acaso intentara hacerme daño. Normalmente, solo podía hacerlo cuando tenía hambre… pero estando tan cerca de Ian, ya no pude seguir conteniendo el recuerdo de la noche que pasamos juntos. Este se desbordó de los muros tras los cual lo había mantenido alejado.
De golpe, mi mente se llenó con el recuerdo de sus manos tocándome, tocándome por todas partes, buceando bajo mi vestido, perdiéndose en mi piel. Sus labios sobre los míos. Nunca nadie me había besado como él. Mis anteriores presas lo habían hecho con pasión, claro. Pero en el beso de Ian había también una gran cantidad de desesperación, como si necesitara con urgencia hacerlo. Era como si toda su vida dependiera de mantenerse pegado a mi cuerpo, de estrecharme cada vez con más fuerza contra él.
Aquella noche, en la que mi control casi había desaparecido ya antes de entrar en la discoteca, él me había hecho perderlo por completo. El súcubo dominó mi mente y tenía hambre, muchísima hambre. Ian era la mejor presa que jamás había probado. Su cuerpo se ajustaba a la perfección al mío, con mis piernas rodeando sus caderas y él enterrado entre ellas.
A partir del momento en que el que entró dentro de mí, lo demás se volvió borroso. Solo recordaba el sabor de su piel, el tacto de sus manos… y su olor. A hombre, con un matiz de algo salvaje, animal. También recordaba que, de vez en cuando, gruñía junto a mi oído de un modo que me pareció terriblemente sensual y me enloqueció aún más.
Aquella noche me alimenté en exceso. Cuando él se desplomó sobre mí después del orgasmo, estaba segura de que había muerto, pues nadie podría haber resistido que tomara tanta energía en una sola noche. Y, sin embargo, estaba vivo, aunque muy débil. Supongo que por eso pude limpiarle la memoria tan fácilmente en ese momento y que, cuando recuperó fuerzas, no tuvo problemas en derrumbar las salvaguardas y acceder de nuevo a sus recuerdos.
No podía evitar que, rememorando lo que había pasado entre nosotros en la discoteca, surgiera dentro de mí la misma hambre voraz que la última vez que nos habíamos visto. Habían pasado ya doce días. Myst había estado demasiado ocupada chocándose contra su pasado como para darse cuenta, pero mis ojos ya empezaban a volverse negros sin que yo pudiera evitarlo. De momento, solo me había ocurrido un par de veces, pero sabía que si seguía conteniendo al súcubo, este acabaría tan desesperado por comer que no tendría fuerza para contenerlo.
Sabía que tenía que alimentarme, pero no tenía ningún deseo de hacerlo. Aprovecharme de hombres desconocidos, cuya cara ni siquiera recordaba después de un breve período de tiempo, me hacía sentir que era igual que mi madre. Ella solo hacía eso, utilizaba a sus víctimas mientras podía y las tiraba a la basura, hechas polvo, cuando se cansaba o cuando estas no tenían energía suficiente para servirle.
Había convivido demasiado tiempo durante mi infancia con sus marionetas como para querer repetir sus monstruosidades.
Pero, aun así, no podía dejar de ser un súcubo. Era mi maldita condena. Bueno, una de ellas.
En ese momento, Myst se aclaró la garganta. Me volví hacia ella, que me miraba enarcando una ceja en silencio. Sacudí la cabeza, desechando todos los pensamientos que me zumbaban en la cabeza junto al recuerdo de Ian en aquella habitación de la discoteca hacia doce días.
-          No lo entiendo – dije por fin. - ¿Por qué yo? ¿por qué me esperabas a mí?
 Ian me evaluó con la mirada. Luego, miró a Myst de reojo.
-          ¿Nos dejas a solas?
-          No – respondimos las dos al mismo tiempo. Sin poder evitarlo, sonreí ante la compenetración de nuestra contestación.
Él gruñó en voz baja, de esa forma ligeramente animal, y acabó encogiéndose de hombros.
-          De acuerdo. Supongo que tendrás que oírlo todo entonces.
Tomó aire profundamente, de un modo que dejó claro que se estaba preparando para narrar una historia larga. Aun seguíamos de pie en medio del recibidor, pero nadie hizo ademán de pasar al salón, donde podríamos sentarnos. Seguíamos sin tener ningún motivo para confiar en el desconocido.
-          Por lo que sé de vosotras… de ti, – me señaló con la cabeza – no me quedan muchas dudas de que también sois Supras.
Hizo una pausa, quizá esperando que dijéramos algo, pero las dos nos mantuvimos calladas. Conociendo a Myst, sabía que ella ya había llegado a esa conclusión, igual que yo. Solo un Supra podía ser capaz de vencer mi habilidad, porque tenía una propia que la contrarrestara.
Al ver que no respondíamos, continuó hablando.
-          Soy un tipo de Supra poco corriente – titubeó un momento. Inspiró hondo antes de decir: - Un licántropo.
-          ¿Un licántropo? – la pregunta se me escapó por la sorpresa. Había oído hablar de esa clase de personas, pero la mayoría de los Supras pensaban que se trataba de un personaje más mitológico que real, como las sirenas (mitad humanas, mitad pez) o los vampiros.
Nunca había conocido a un licántropo. Ni siquiera había conocido a nadie que hubiera conocido a uno, y yo pertenecía a una de las organizaciones de Supras más importantes a nivel mundial, así que nunca había pensado que hubiera muchas posibilidades de su existencia.
-          Pensaba que los licántropos existían solo en los cuentos – contribuyó Myst.
-          Pues ya ves que no.
-          ¿Tenemos que creer que eres un licántropo simplemente porque pareces una persona de confianza? – la sorna de mi voz era imposible de eludir.
Ian entrecerró los ojos, como si le ofendiera que dudásemos de su palabra. Y un segundo después, sonrió, el tipo de sonrisa burlona que augura problemas. Sin decir palabra, se quitó la blusa de un rápido movimiento, dejando a la vista el espléndido cuerpo que no se había borrado de mi memoria.
-          Pero… ¿¡qué haces!? – preguntó Myst escandalizada. Inmediatamente, se sonrojó.
Me reí ante su rubor. A pesar de llevar cuatro años siendo entrenada como asesina, seguía siendo tan ingenua como cuando la conocí.
-          ¿No queréis pruebas? Ya veréis.
Se quitó los pantalones, quedándose en bóxers. Muerta de vergüenza, Myst apartó la vista, clavándola en la pared del salón, lo que le permitía ver posibles movimientos amenazadores, pero dejando fuera de su campo de visión el cuerpo casi completamente desnudo de Ian.
Yo no aparté la vista. Sonreí abiertamente. Ian tampoco dejó de mirarme y, al verme recorrer su torso con los ojos, gruñó en un tono más grave que antes. Aquel gruñido hizo que creyera lo que había dicho, pues sonó exactamente igual que un lobo.
Entonces, Ian se llevó la mano a la parte superior del calzoncillo. Enarcó una ceja, como retándome a mantener la mirada, y yo le respondí con una amplia sonrisa seductora. Pero antes de que pudiera ver lo que había debajo de la prenda, Myst me agarró del brazo y me llevó a rastras al salón.
-          Estás loca – siseó en voz baja cuando entramos. – Podría ser un psicópata.
-          Ah, es verdad – respondí yo, con una gran dosis de sarcasmo. – Soy una niñita indefensa que no sabe defenderse.
-          ¡Sam! Por favor. Sé sensata por una vez.
Bufé ante su tono recriminatorio.
En ese momento, oímos con claridad un sonido bajo que denotaba dolor, similar a un gemido. Me giré hacia el recibidor, esperando ver a Ian tirado en el suelo, pero… él ya no estaba por ninguna parte. En su lugar había un inmenso lobo de pelaje castaño, del mismo tono que el pelo de Ian, y unos ojos almendrados de un color azul añil que sabía muy bien dónde había visto antes.
-          Increíble – susurré.
Myst me apretó la mano, probablemente para asegurarse de que no se trataba de un sueño, lo que me hizo reír de nuevo.
Avancé hacia el lobo, que me observaba fijamente con la cabeza ladeada. Debía medía al menos un metro cincuenta de alto, si no más. Era precioso, salvaje. Sus ojos brillaban con inteligencia humana, lo que delataba la presencia de Ian en su mente.
-          Vale, te creemos – aseveró Myst con voz ahogada de la impresión.
El lobo se quedó quieto un segundo más y luego se ocultó de tal modo en el recibidor que Myst y yo, que seguíamos en el salón, no pudiéramos verlo. Tras unos cuantos ruidos extraños más, y luego el inconfundible sonido humano de una persona vistiéndose, Ian volvió a aparecer como antes de su transformación.
-          Ya os dije que era un licántropo – se mofó, con expresión socarrona.
-          De acuerdo. Eres un licántropo. Genial – Myst seguía un poco sorprendida. Finalmente, se centró en la situación. - ¿Qué tiene eso que ver con tu obsesión con Sam?
-          Los licántropos son animales que siempre van en manada. Por eso se sabe tan poco de nosotros, no solemos relacionarnos con los demás Supras. Solo con el resto de la manada. Se establecen fuertes vínculos dentro de ella, pero ninguno es tan fuerte como el que un lobo establece con su pareja. – Hizo una parada en su explicación para que el instante se impregnara de tensión. Antes de hablar, centró sus ojos en mí, con la misma intensidad que caracterizaba todas sus miradas. – Un lobo solo se enamora una vez. Cuando encuentra a su pareja, nunca se separa de ella. La protege, la cuida más que a su propia vida. Y tú, Sam, eres mi pareja, mi compañera.
En el silencio que siguió a sus palabras casi se podía paladear la sorpresa. Myst me miró con los ojos abiertos de par en par, luego a Ian y después de nuevo a mí. Parecía esperar una explicación que yo no podía darle, pues entendía tan poco de la situación como ella.
-          Pero yo no soy un licántropo – afirmé.
Él se encogió de hombros.
-          Eso no me importa. Sé que eres tú.
-          No. – Tragué saliva. – No – repetí. – Estás equivocado.
-          Estoy completamente seguro – se cruzó de brazos y se apoyó en la pared, mostrando una gran seguridad, que reafirmó con una sonrisilla. – Eres tú.
Negué con la cabeza y le dirigí una sonrisa que pretendía ser conciliadora, pero la situación escapa tanto de mi control que apenas sé que gesto hizo boca.
-          No, escucha. Yo soy un súcubo – pronuncié la palabra con lentitud, al igual que lo haría si fuera en otro idioma. - ¿Sabes lo que somos? – No esperé su respuesta. Estaba… agitada, intranquila o algo similar. Me era difícil definir mis emociones, pero me sentía como si estuviera sumergida bajo el agua y no pudiera salir a la superficie en busca del oxígeno que necesitaba. Nada bueno. – Los súcubos nos alimentamos de la energía de los hombres. Eso fue lo que hice contigo en la discoteca – hablaba muy rápido. – Para atraer a nuestras presas, somos más bellos y tenemos una especie de magnetismo que afecta a los hombres. Eso es lo que sientes. ¿Entiendes? No soy tu pareja. Crees que sí por el encanto del súcubo, pero no lo soy.
Terminé la explicación casi jadeando. Inspiré profundamente, intentando calmar la agitación de mi interior, la cual no entendía en absoluto.
Por el rabillo del ojo, vi que Myst me contemplaba unos segundos, sorprendida, antes de sonreír de pronto. Como tampoco la entendía a ella, decidí ignorarla y punto.
Ian permaneció recostado contra la pared, con una expresión seria que me hizo pensar que estaba meditando mis palabras. Yo estaba bastante segura de haberlo convencido, porque la explicación era lógica y clara. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que tenía que hacerle entender al lobo que no era su pareja o pasaría algo que cambiaría las cosas para siempre.
-          Te equivocas – a pesar de que habló en voz baja, lo hizo con seguridad.
-          ¿Qué?
-          No es porque seas un súcubo. Es porque eres tú. El espíritu del lobo es capaz de reconocer a su compañera, sobre todo después de… intimar con ella – el tono pícaro de su voz clarificó a qué se refería.
-          No. No soy yo.
-          Niégalo cuanto quieras, eso no cambia lo que pasa entre nosotros.
Retrocedí un paso. Una sensación que reconocí como miedo se había instalado desde hacía unos minutos en el fondo de mi estómago y empezaba a crecer. ¿Qué me estaba pasando? Primero, agitación, inquietud, y ahora miedo.
-          Eso es a lo que me refiero, Ian – despojé a mi voz de toda emoción, manteniéndola neutra y fría. – No hay nada entre nosotros.
-          Lo habrá – afirmó con rotundidad. Parecía capaz de cualquier cosa por hacerlo realidad.
Pero yo sabía demasiado bien que entre él y yo nunca podría haber nada más que lo que habíamos tenido.
Como súcubo, estaba destinada a alimentarme de hombres durante toda mi vida. Un ser humano al que le extraía energía demasiadas veces acababa muriendo al poco tiempo, porque sus órganos fallaban de forma espontánea. La única forma de evitar asesinar a mis víctimas era no alimentarme de la misma más de una vez o dos.
Ian quería que fuera suya, en exclusiva, y eso sería como sentenciarlo a muerte en un plazo de tiempo no demasiado largo.
Por otro lado, yo no podía sentir esa clase de sentimientos, ni por él ni por nadie. No sabía qué era eso de lo que había oído a tanta gente hablar, que había visto en películas y oído en la mayor parte de las canciones. Esa emoción que llaman amor y que vuelva a la gente idiota. Había visto sus efectos, pero nunca lo había sentido por mí misma, ni tenía ninguna intención o posibilidad de hacerlo. La ataraxia me mantiene alejada de emociones tan fuertes como las provocadas por él. Y eso era algo que yo consideraba una bendición. El amor destruye a las personas, los vuelve débiles, fáciles de manipular. En un mundo como el mío, esa clase de vulnerabilidad puede matarte.
Además, también estaba el pacto que había hecho con Myst algunos años atrás. Nada de hombres permanentes en nuestras vidas. Después de que ella me contara su historia y de haber despotricado contra el género masculino, habíamos hecho las dos esa promesa. Sinceramente, nunca se me había pasado por la cabeza incumplirla, e Ian no era una excepción.
Así que en ese mismo instante decidí hacer cualquier cosa que fuera necesaria para que él se diera cuenta de la clase de monstruo que era. Uno que no podía amar y que no quería ser amado. Haría lo que fuera para mantenerlo alejado de mí. No le iba a permitir desbaratar mi mundo ordenado ni poner mi realidad patas arriba.
-          Te daré un consejo, lobo – le espeté. – Aléjate de mí. Sal corriendo con el rabo entre las patas. No soy una buena elección.
-          No tengo ninguna elección. Tú eres mi compañera, lo quieras o no – replicó él, entrecerrando los ojos.
-          Pues entonces lamento informarte que te pasarás el resto de tu vida sufriendo por lo que nunca tendrás. Jamás estaremos juntos. Nunca.
Tras sentenciar cualquier futuro que podría haber existido entre nosotros, le hice un claro gesto hacia la puerta invitándolo a marcharse de mi apartamento y de mi vida.
Él continuó mirándome, como había hecho desde que llegó. Sus ojos brillaron y vi furia en ellos, pero también fuerza. No sería fácil que se diera por vencido y, por descontado, aquel primer asalto no iba a desanimarlo en su intento, no cuando se aferraba de ese modo a la idea de que yo fuera su “compañera”.
Finalmente, asintió con la cabeza con brusquedad y se dirigió a la puerta. Pero, antes de salir, se detuvo, dándome la espalda.
-          Una última pregunta. ¿Recuerdas aquella noche, verdad? La noche en la que nos conocimos.
-          Sí.
Me miró por encima del hombro, con una expresión seria.
-          Aquella noche, cuando estuvimos… juntos – se detuvo un momento -, ¿no sentiste nada especial conmigo? ¿Como si fuera diferente a tus otras… “presas”? – pronunció la palabra casi con asco.
No pude responder el automático “no” que tenía en la punta de la lengua.
Al decirlo él en voz alta, los recuerdos me invadieron de nuevo. Sentí la euforia de sus besos. Pero no era su emoción… era mía. Y no una leve traza, un mínimo fragmento de una emoción real, sino un sentimiento completo que hizo que me temblaran las rodillas.
Cuando me llevó al éxtasis, había experimentado por primera vez algo similar a la felicidad.
Ian me había hecho sentir como nunca antes. Completamente viva. Con las emociones a flor de piel, el corazón latiéndome a toda velocidad, la cabeza dando vueltas y los pensamientos inconexos. Entre sus brazos, me había perdido en el mar de mis propias emociones.
Pero él nunca debía saber el efecto que había provocado en mi cuerpo y en mi mente. Porque, de descubrirlo, creería tener razón sobre el extraño vínculo que había creado entre nosotros.
-          No – mentí con convicción. – Nada especial en absoluto.
Era una maestra de la mentira, un arte que había perfeccionado durante toda mi vida y al que apoyaba mi falta de emociones. Sin embargo, Myst había sido capaz de desarrollar la habilidad de detectar mis embutes, por lo que no me sorprendió la mirada de reojo que me echó, con una mezcla de sorpresa y confusión en su rostro.
Mantuve la vista fija en Ian para no dejarle ver que estaba engañándolo.
Para mi total sorpresa, él sonrió abiertamente.
-          ¿Sabes? Los lobos poseemos unos sentidos muchísimo más agudos que los de los humanos. – Empezó a caminar de nuevo hacia la puerta. – Y eso nos permite detectar enseguida las mentiras.
Sin añadir nada más, ni esperar una respuesta, cerró la puerta a su espalda. Oí sus pasos alejándose por el pasillo, mientras yo me quedaba boquiabierta en mi recibidor.
A pesar de que acaba de marcharse de mi casa, estaba segura de que Ian Howl tardaría mucho tiempo en irse de mi vida, quisiera yo o no… si es que llegaba a desaparecer algún día.




1 comentario:

  1. ¿Era necesario poner la definición de sirena? xD
    Jack debería ser como Ian *-* Quitando el nombre, me encanta este personaje, es perfecto.
    Y ya te lo he dicho, pero el título del capítulo es simplemente el mejor.
    No puedo imaginarme el momento en el que Sam admita que le gusta este lobo ^^

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