13/Noviembre
Samantha Petes (Nox)
Podía percibir el enfado de Myst como si fuera una
mano sobre mi hombro, pues era tan grande que casi parecía algo físico. Sin
embargo, no tenía ni idea de a qué venía su rabia, porque yo no tenía la culpa
de que el tipo de la discoteca recordara aquella noche. Le había borrado la
memoria, con tanta seguridad como que tenía diez dedos en las manos y las uñas
pintadas de color turquesa.
Mi presa de la noche de doce días atrás era,
viéndola a la luz del día que entraba a raudales por la ventana del
apartamento, realmente atractivo. Era
bastante más alto que yo, con un cuerpo musculoso, pero sin ser de la forma
exagerada de los tíos que se pasan la mitad del día encerrados en el gimnasio.
A pesar de que era guapo, él parecía no saberlo, o bien no importarle, porque
estaba casi sin peinar y con una actitud tranquila, nada de la chulería propia
de los hombres que se creen capaces de seducir a cualquier mujer solo por tener
una cara bonita.
Y me miraba a mí.
Durante toda mi vida, a partir de los trece años,
cuando los instintos de súcubo (y los atributos físicos a juego) se desarrollaron
por completo, los hombres habían empezado a considerarme guapa. Cuando iba por
la calle, solía llamar su atención, y allá donde fuera era habitual que
atrajera las miradas del sector masculino cercano. Pero, a pesar de mi amplia
experiencia en ese campo, nadie me había mirado como lo hacía ahora él. Había
una gran intensidad en su mirada, como una promesa dicha sin palabras. No era
simplemente que el hechizo que me rodeaba lo cautivara, era más bien como si
estuviera viendo la cosa más bella del mundo, lo más impresionante que sus ojos
jamás verían… y quisiera poseerla para siempre.
Me pasé la lengua por el labio ante su escrutinio,
pero no sonreí.
Sabía que la situación era delicada. Nunca antes un
hombre se había librado del poder de persuasión de mis ojos, todos habían caído
en la trampa. Pero, de algún modo, esta vez no era así. Él había conseguido
eliminar la barrera que mantenía ocultos los recuerdos de la noche de la
discoteca y, por si eso fuera poco, había conseguido encontrarme sin saber mi
nombre. Así que no podía dejar de preguntarme quién coño era aquel extraño ni
qué quería de mí, porque si no, no habría ido en mi busca.
-
¿Quién eres? – le conferí a mi voz el encanto
seductor del súcubo, empezando a tejer la tela de araña que lo haría caer en
mis redes.
Por un segundo, sus ojos se desenfocaron y nublaron
y a punto estuvo de caer sobre ellos el velo que significaba que estaba bajo mi
control total para jugar con él a mi antojo. Pero, antes de que su expresión
quedara vacía y él estuviera a mi merced, algo brilló en sus pupilas, algo
salvaje. Él gruñó en voz baja y sacudió la cabeza. Cuando volvió a mirarme, el
iris se había extendido, hasta que el azul añil casi cubrió por completo el
blanco que lo rodeaba. El resultado era similar… a los ojos de algún tipo de
animal. Quizá de un perro. Lentamente, sus iris volvieron a adoptar una forma
normal.
El proceso me produjo una sensación de inquietud.
Un segundo después me di cuenta de que yo, en los momentos en los que perdía el
control de mi cuerpo por el hambre, también sufría una transformación similar
en mis ojos, solo que los míos se volvían negros por completo, de un modo aún
más aterrador que los de él.
-
Me llamo Ian. Ian Howl.
Miré a Myst, esperando que ella reconociera el
nombre. Negó con la cabeza imperceptiblemente, dándome a entender que ella
tampoco tenía ni idea de quién era. Con una leve seña, me hizo saber que
también se había dado cuenta de lo que le había pasado en los ojos a Ian.
Estaba más seria que de costumbre, lo que era
indudablemente una mala señal. Decidí no empeorar la situación y esperé a que ella tomara las riendas de la
conversación. Puesto que mi habilidad no funcionaba con el desconocido, ya no
podía hacer nada para obtener respuestas de él. Sin embargo, Myst solía ser
bastante buena sonsacándole cosas a la gente sin utilizar ningún poder
especial, solo engatusarlos poco a poco. Conmigo al menos solía funcionar.
-
¿Por qué estás aquí? – preguntó ella por fin
después de un corto silencio.
Antes de responder, Ian observó brevemente a Myst
antes de clavar su mirada de nuevo en mí. Sus ojos estaban cargados de emociones
que ni siquiera podía descifrar. Dudó un segundo, como si buscara las palabras
correctas y, lentamente, sonrió.
-
Por ella, por supuesto – respondió, mirándome
directamente a los ojos. Sentí un escalofrío en la columna vertebral ante el
tono grave de su voz y la profundidad de sus palabras, aunque fueran tan
aparentemente sencillas. Por un instante, parecía que solo estuviéramos él y yo
en la habitación, en todo el mundo incluso, que solo existiera él y su voz, la
forma en la que sus ojos miraban directamente en mi alma.
Retrocedí un paso, intimidada por esos sentimientos
desconocidos, y salí de la estúpida ensoñación en la que me había metido sin
quererlo lo más mínimo.
Rehuí sus ojos en un intento de conseguir no
perderme de nuevo en ellos. Aunque no se había movido del sitio, a unos escasos
metros de nosotras, casi podía sentirlo a mi lado, porque su presencia
impregnaba toda la habitación.
Myst frunció el ceño, analizando lo que ocurría con
su mente lógica y racional.
-
¿Por ella? – me señaló. - ¿Por qué por ella?
Yo también me hacía la misma pregunta. La única
respuesta que encontraba era que aquel extraño estaba buscando venganza por
haber consumido gran parte de su energía vital, dejándolo débil, y que encima
después le borrara los recuerdos. La mayoría de la gente se cabreaba un poco
por esa clase de cosas.
Pero, si era por eso, ¿por qué coño seguía
mirándome como lo hacía? Puede que yo no entendiera mucho de emociones, pero lo
que percibía de Ian no era rencor, o rabia. Más bien todo lo contrario. Parecía
incapaz de contener sus ganas de repetir los acontecimientos de nuestro último
encuentro. De vez en cuando, un destello chispeaba en su mirada, dando la
impresión de que había algo enjaulado tras ellos luchando por escapar.
Por un momento me pregunté si Ian también, al igual
que yo, mantenía cautivo un monstruo en su interior que continuamente quería
salir a la superficie. Y que si su monstruo sería tan destructivo como el mío.
Si ese era el caso, podía entender porque se contenía, aunque eso parecía
hacerle sufrir, pues mantenía los puños firmemente cerrados y la mandíbula
tensa.
De nuevo antes de contestar, él vaciló. Ladeó la
cabeza, sin quitarme los ojos de encima, como lo haría un perro que no entiende
las órdenes de su amo. Me recorrió de arriba abajo con los ojos y luego deshizo
el camino hasta acabar una vez más en mi rostro. Inspiró despacio, como si
estuviera saboreando la bocanada de aire.
-
Porque es ella.
Myst suspiró, frustrada por el sinsentido de su
respuesta. La vi apretar los dientes y me imaginé que estaría contando hasta
diez para calmarse como a veces hacía. Supe que ese era el momento de que yo
interviniera en la conversación.
Me pasé la lengua por el labio inferior antes de
hablar.
-
¿Es por lo que pasó en la discoteca?
Él sonrió, de una forma que iluminó la habitación.
-
La noche en la que por fin te encontré.
-
¿Acaso me estabas buscando?
-
Llevaba toda mi vida esperándote – afirmó con
rotundidad. Entonces avanzó un paso hacia mí, como si ya no fuera capaz de
seguir aguantando sus ganas de tocarme. Sentí el extraño (y alocado) impulso de
acercarme también a él, pero fui lo suficientemente sensata (por una vez) de
suprimirlo.
Extendí las garras, por si acaso intentara hacerme
daño. Normalmente, solo podía hacerlo cuando tenía hambre… pero estando tan
cerca de Ian, ya no pude seguir conteniendo el recuerdo de la noche que pasamos
juntos. Este se desbordó de los muros tras los cual lo había mantenido alejado.
De golpe, mi mente se llenó con el recuerdo de sus
manos tocándome, tocándome por todas partes, buceando bajo mi vestido,
perdiéndose en mi piel. Sus labios sobre los míos. Nunca nadie me había besado
como él. Mis anteriores presas lo habían hecho con pasión, claro. Pero en el
beso de Ian había también una gran cantidad de desesperación, como si necesitara con urgencia hacerlo. Era
como si toda su vida dependiera de mantenerse pegado a mi cuerpo, de
estrecharme cada vez con más fuerza contra él.
Aquella noche, en la que mi control casi había
desaparecido ya antes de entrar en la discoteca, él me había hecho perderlo por
completo. El súcubo dominó mi mente y tenía hambre, muchísima hambre. Ian era
la mejor presa que jamás había probado. Su cuerpo se ajustaba a la perfección
al mío, con mis piernas rodeando sus caderas y él enterrado entre ellas.
A partir del momento en que el que entró dentro de
mí, lo demás se volvió borroso. Solo recordaba el sabor de su piel, el tacto de
sus manos… y su olor. A hombre, con un matiz de algo salvaje, animal. También
recordaba que, de vez en cuando, gruñía junto a mi oído de un modo que me
pareció terriblemente sensual y me enloqueció aún más.
Aquella noche me alimenté en exceso. Cuando él se
desplomó sobre mí después del orgasmo, estaba segura de que había muerto, pues
nadie podría haber resistido que tomara tanta energía en una sola noche. Y, sin
embargo, estaba vivo, aunque muy débil. Supongo que por eso pude limpiarle la
memoria tan fácilmente en ese momento y que, cuando recuperó fuerzas, no tuvo problemas
en derrumbar las salvaguardas y acceder de nuevo a sus recuerdos.
No podía evitar que, rememorando lo que había
pasado entre nosotros en la discoteca, surgiera dentro de mí la misma hambre
voraz que la última vez que nos habíamos visto. Habían pasado ya doce días.
Myst había estado demasiado ocupada chocándose contra su pasado como para darse
cuenta, pero mis ojos ya empezaban a volverse negros sin que yo pudiera
evitarlo. De momento, solo me había ocurrido un par de veces, pero sabía que si
seguía conteniendo al súcubo, este acabaría tan desesperado por comer que no
tendría fuerza para contenerlo.
Sabía que tenía que alimentarme, pero no tenía
ningún deseo de hacerlo. Aprovecharme de hombres desconocidos, cuya cara ni
siquiera recordaba después de un breve período de tiempo, me hacía sentir que
era igual que mi madre. Ella solo hacía eso, utilizaba a sus víctimas mientras
podía y las tiraba a la basura, hechas polvo, cuando se cansaba o cuando estas
no tenían energía suficiente para servirle.
Había convivido demasiado tiempo durante mi
infancia con sus marionetas como para querer repetir sus monstruosidades.
Pero, aun así, no podía dejar de ser un súcubo. Era
mi maldita condena. Bueno, una de ellas.
En ese momento, Myst se aclaró la garganta. Me
volví hacia ella, que me miraba enarcando una ceja en silencio. Sacudí la
cabeza, desechando todos los pensamientos que me zumbaban en la cabeza junto al
recuerdo de Ian en aquella habitación de la discoteca hacia doce días.
-
No lo entiendo – dije por fin. - ¿Por qué yo?
¿por qué me esperabas a mí?
Ian me
evaluó con la mirada. Luego, miró a Myst de reojo.
-
¿Nos dejas a solas?
-
No – respondimos las dos al mismo tiempo. Sin
poder evitarlo, sonreí ante la compenetración de nuestra contestación.
Él gruñó en voz baja, de esa forma ligeramente
animal, y acabó encogiéndose de hombros.
-
De acuerdo. Supongo que tendrás que oírlo todo
entonces.
Tomó aire profundamente, de un modo que dejó claro
que se estaba preparando para narrar una historia larga. Aun seguíamos de pie
en medio del recibidor, pero nadie hizo ademán de pasar al salón, donde
podríamos sentarnos. Seguíamos sin tener ningún motivo para confiar en el
desconocido.
-
Por lo que sé de vosotras… de ti, – me señaló
con la cabeza – no me quedan muchas dudas de que también sois Supras.
Hizo una pausa, quizá esperando que dijéramos algo,
pero las dos nos mantuvimos calladas. Conociendo a Myst, sabía que ella ya
había llegado a esa conclusión, igual que yo. Solo un Supra podía ser capaz de
vencer mi habilidad, porque tenía una propia que la contrarrestara.
Al ver que no respondíamos, continuó hablando.
-
Soy un tipo de Supra poco corriente – titubeó un
momento. Inspiró hondo antes de decir: - Un licántropo.
-
¿Un licántropo? – la pregunta se me escapó por
la sorpresa. Había oído hablar de esa clase de personas, pero la mayoría de los
Supras pensaban que se trataba de un personaje más mitológico que real, como
las sirenas (mitad humanas, mitad pez) o los vampiros.
Nunca había conocido a un licántropo. Ni siquiera
había conocido a nadie que hubiera conocido a uno, y yo pertenecía a una de las
organizaciones de Supras más importantes a nivel mundial, así que nunca había
pensado que hubiera muchas posibilidades de su existencia.
-
Pensaba que los licántropos existían solo en los
cuentos – contribuyó Myst.
-
Pues ya ves que no.
-
¿Tenemos que creer que eres un licántropo
simplemente porque pareces una persona de confianza? – la sorna de mi voz era
imposible de eludir.
Ian entrecerró los ojos, como si le ofendiera que
dudásemos de su palabra. Y un segundo después, sonrió, el tipo de sonrisa
burlona que augura problemas. Sin decir palabra, se quitó la blusa de un rápido
movimiento, dejando a la vista el espléndido cuerpo que no se había borrado de
mi memoria.
-
Pero… ¿¡qué haces!? – preguntó Myst
escandalizada. Inmediatamente, se sonrojó.
Me reí ante su rubor. A pesar de llevar cuatro años
siendo entrenada como asesina, seguía siendo tan ingenua como cuando la conocí.
-
¿No queréis pruebas? Ya veréis.
Se quitó los pantalones, quedándose en bóxers.
Muerta de vergüenza, Myst apartó la vista, clavándola en la pared del salón, lo
que le permitía ver posibles movimientos amenazadores, pero dejando fuera de su
campo de visión el cuerpo casi completamente desnudo de Ian.
Yo no aparté la vista. Sonreí abiertamente. Ian
tampoco dejó de mirarme y, al verme recorrer su torso con los ojos, gruñó en un
tono más grave que antes. Aquel gruñido hizo que creyera lo que había dicho,
pues sonó exactamente igual que un lobo.
Entonces, Ian se llevó la mano a la parte superior
del calzoncillo. Enarcó una ceja, como retándome a mantener la mirada, y yo le
respondí con una amplia sonrisa seductora. Pero antes de que pudiera ver lo que
había debajo de la prenda, Myst me agarró del brazo y me llevó a rastras al
salón.
-
Estás loca – siseó en voz baja cuando entramos.
– Podría ser un psicópata.
-
Ah, es verdad – respondí yo, con una gran dosis
de sarcasmo. – Soy una niñita indefensa que no sabe defenderse.
-
¡Sam! Por favor. Sé sensata por una vez.
Bufé ante su tono recriminatorio.
En ese momento, oímos con claridad un sonido bajo
que denotaba dolor, similar a un gemido. Me giré hacia el recibidor, esperando
ver a Ian tirado en el suelo, pero… él ya no estaba por ninguna parte. En su
lugar había un inmenso lobo de pelaje castaño, del mismo tono que el pelo de
Ian, y unos ojos almendrados de un color azul añil que sabía muy bien dónde
había visto antes.
-
Increíble – susurré.
Myst me apretó la mano, probablemente para
asegurarse de que no se trataba de un sueño, lo que me hizo reír de nuevo.
Avancé hacia el lobo, que me observaba fijamente
con la cabeza ladeada. Debía medía al menos un metro cincuenta de alto, si no
más. Era precioso, salvaje. Sus ojos brillaban con inteligencia humana, lo que
delataba la presencia de Ian en su mente.
-
Vale, te creemos – aseveró Myst con voz ahogada
de la impresión.
El lobo se quedó quieto un segundo más y luego se
ocultó de tal modo en el recibidor que Myst y yo, que seguíamos en el salón, no
pudiéramos verlo. Tras unos cuantos ruidos extraños más, y luego el
inconfundible sonido humano de una persona vistiéndose, Ian volvió a aparecer
como antes de su transformación.
-
Ya os dije que era un licántropo – se mofó, con
expresión socarrona.
-
De acuerdo. Eres un licántropo. Genial – Myst
seguía un poco sorprendida. Finalmente, se centró en la situación. - ¿Qué tiene
eso que ver con tu obsesión con Sam?
-
Los licántropos son animales que siempre van en
manada. Por eso se sabe tan poco de nosotros, no solemos relacionarnos con los
demás Supras. Solo con el resto de la manada. Se establecen fuertes vínculos
dentro de ella, pero ninguno es tan fuerte como el que un lobo establece con su
pareja. – Hizo una parada en su explicación para que el instante se impregnara
de tensión. Antes de hablar, centró sus ojos en mí, con la misma intensidad que
caracterizaba todas sus miradas. – Un lobo solo se enamora una vez. Cuando
encuentra a su pareja, nunca se separa de ella. La protege, la cuida más que a
su propia vida. Y tú, Sam, eres mi pareja, mi compañera.
En el silencio que siguió a sus palabras casi se
podía paladear la sorpresa. Myst me miró con los ojos abiertos de par en par,
luego a Ian y después de nuevo a mí. Parecía esperar una explicación que yo no
podía darle, pues entendía tan poco de la situación como ella.
-
Pero yo no soy un licántropo – afirmé.
Él se encogió de hombros.
-
Eso no me importa. Sé que eres tú.
-
No. – Tragué saliva. – No – repetí. – Estás
equivocado.
-
Estoy completamente seguro – se cruzó de brazos
y se apoyó en la pared, mostrando una gran seguridad, que reafirmó con una
sonrisilla. – Eres tú.
Negué con la cabeza y le dirigí una sonrisa que
pretendía ser conciliadora, pero la situación escapa tanto de mi control que
apenas sé que gesto hizo boca.
-
No, escucha. Yo soy un súcubo – pronuncié la
palabra con lentitud, al igual que lo haría si fuera en otro idioma. - ¿Sabes
lo que somos? – No esperé su respuesta. Estaba… agitada, intranquila o algo
similar. Me era difícil definir mis emociones, pero me sentía como si estuviera
sumergida bajo el agua y no pudiera salir a la superficie en busca del oxígeno
que necesitaba. Nada bueno. – Los súcubos nos alimentamos de la energía de los
hombres. Eso fue lo que hice contigo en la discoteca – hablaba muy rápido. –
Para atraer a nuestras presas, somos más bellos y tenemos una especie de
magnetismo que afecta a los hombres. Eso es lo que sientes. ¿Entiendes? No soy
tu pareja. Crees que sí por el encanto del súcubo, pero no lo soy.
Terminé la explicación casi jadeando. Inspiré
profundamente, intentando calmar la agitación de mi interior, la cual no
entendía en absoluto.
Por el rabillo del ojo, vi que Myst me contemplaba
unos segundos, sorprendida, antes de sonreír de pronto. Como tampoco la
entendía a ella, decidí ignorarla y punto.
Ian permaneció recostado contra la pared, con una
expresión seria que me hizo pensar que estaba meditando mis palabras. Yo estaba
bastante segura de haberlo convencido, porque la explicación era lógica y
clara. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que tenía que hacerle
entender al lobo que no era su pareja o pasaría algo que cambiaría las cosas
para siempre.
-
Te equivocas – a pesar de que habló en voz baja,
lo hizo con seguridad.
-
¿Qué?
-
No es porque seas un súcubo. Es porque eres tú.
El espíritu del lobo es capaz de reconocer a su compañera, sobre todo después
de… intimar con ella – el tono pícaro de su voz clarificó a qué se refería.
-
No. No soy yo.
-
Niégalo cuanto quieras, eso no cambia lo que
pasa entre nosotros.
Retrocedí un paso. Una sensación que reconocí como
miedo se había instalado desde hacía unos minutos en el fondo de mi estómago y
empezaba a crecer. ¿Qué me estaba pasando? Primero, agitación, inquietud, y
ahora miedo.
-
Eso es a lo que me refiero, Ian – despojé a mi
voz de toda emoción, manteniéndola neutra y fría. – No hay nada entre nosotros.
-
Lo habrá – afirmó con rotundidad. Parecía capaz
de cualquier cosa por hacerlo realidad.
Pero yo sabía demasiado bien que entre él y yo
nunca podría haber nada más que lo que habíamos tenido.
Como súcubo, estaba destinada a alimentarme de
hombres durante toda mi vida. Un ser humano al que le extraía energía
demasiadas veces acababa muriendo al poco tiempo, porque sus órganos fallaban
de forma espontánea. La única forma de evitar asesinar a mis víctimas era no
alimentarme de la misma más de una vez o dos.
Ian quería que fuera suya, en exclusiva, y eso
sería como sentenciarlo a muerte en un plazo de tiempo no demasiado largo.
Por otro lado, yo no podía sentir esa clase de
sentimientos, ni por él ni por nadie. No sabía qué era eso de lo que había oído
a tanta gente hablar, que había visto en películas y oído en la mayor parte de
las canciones. Esa emoción que llaman amor y que vuelva a la gente idiota.
Había visto sus efectos, pero nunca lo había sentido por mí misma, ni tenía
ninguna intención o posibilidad de hacerlo. La ataraxia me mantiene alejada de
emociones tan fuertes como las provocadas por él. Y eso era algo que yo
consideraba una bendición. El amor destruye a las personas, los vuelve débiles,
fáciles de manipular. En un mundo como el mío, esa clase de vulnerabilidad
puede matarte.
Además, también estaba el pacto que había hecho con
Myst algunos años atrás. Nada de hombres permanentes en nuestras vidas. Después
de que ella me contara su historia y de haber despotricado contra el género
masculino, habíamos hecho las dos esa promesa. Sinceramente, nunca se me había
pasado por la cabeza incumplirla, e Ian no era una excepción.
Así que en ese mismo instante decidí hacer
cualquier cosa que fuera necesaria para que él se diera cuenta de la clase de
monstruo que era. Uno que no podía amar y que no quería ser amado. Haría lo que
fuera para mantenerlo alejado de mí. No le iba a permitir desbaratar mi mundo
ordenado ni poner mi realidad patas arriba.
-
Te daré un consejo, lobo – le espeté. – Aléjate
de mí. Sal corriendo con el rabo entre las patas. No soy una buena elección.
-
No tengo ninguna elección. Tú eres mi compañera,
lo quieras o no – replicó él, entrecerrando los ojos.
-
Pues entonces lamento informarte que te pasarás
el resto de tu vida sufriendo por lo que nunca tendrás. Jamás estaremos juntos.
Nunca.
Tras sentenciar cualquier futuro que podría haber
existido entre nosotros, le hice un claro gesto hacia la puerta invitándolo a
marcharse de mi apartamento y de mi vida.
Él continuó mirándome, como había hecho desde que
llegó. Sus ojos brillaron y vi furia en ellos, pero también fuerza. No sería
fácil que se diera por vencido y, por descontado, aquel primer asalto no iba a
desanimarlo en su intento, no cuando se aferraba de ese modo a la idea de que
yo fuera su “compañera”.
Finalmente, asintió con la cabeza con brusquedad y
se dirigió a la puerta. Pero, antes de salir, se detuvo, dándome la espalda.
-
Una última pregunta. ¿Recuerdas aquella noche,
verdad? La noche en la que nos conocimos.
-
Sí.
Me miró por encima del hombro, con una expresión
seria.
-
Aquella noche, cuando estuvimos… juntos – se
detuvo un momento -, ¿no sentiste nada especial conmigo? ¿Como si fuera
diferente a tus otras… “presas”? – pronunció la palabra casi con asco.
No pude responder el automático “no” que tenía en
la punta de la lengua.
Al decirlo él en voz alta, los recuerdos me
invadieron de nuevo. Sentí la euforia de sus besos. Pero no era su emoción… era
mía. Y no una leve traza, un mínimo fragmento de una emoción real, sino un
sentimiento completo que hizo que me temblaran las rodillas.
Cuando me llevó al éxtasis, había experimentado por
primera vez algo similar a la felicidad.
Ian me había hecho sentir como nunca antes.
Completamente viva. Con las emociones a flor de piel, el corazón latiéndome a
toda velocidad, la cabeza dando vueltas y los pensamientos inconexos. Entre sus
brazos, me había perdido en el mar de mis propias emociones.
Pero él nunca debía saber el efecto que había
provocado en mi cuerpo y en mi mente. Porque, de descubrirlo, creería tener
razón sobre el extraño vínculo que había creado entre nosotros.
-
No – mentí con convicción. – Nada especial en
absoluto.
Era una maestra de la mentira, un arte que había
perfeccionado durante toda mi vida y al que apoyaba mi falta de emociones. Sin
embargo, Myst había sido capaz de desarrollar la habilidad de detectar mis
embutes, por lo que no me sorprendió la mirada de reojo que me echó, con una
mezcla de sorpresa y confusión en su rostro.
Mantuve la vista fija en Ian para no dejarle ver
que estaba engañándolo.
Para mi total sorpresa, él sonrió abiertamente.
-
¿Sabes? Los lobos poseemos unos sentidos
muchísimo más agudos que los de los humanos. – Empezó a caminar de nuevo hacia
la puerta. – Y eso nos permite detectar enseguida las mentiras.
Sin añadir nada más, ni esperar una respuesta,
cerró la puerta a su espalda. Oí sus pasos alejándose por el pasillo, mientras
yo me quedaba boquiabierta en mi recibidor.
A pesar de que acaba de marcharse de mi casa,
estaba segura de que Ian Howl tardaría mucho tiempo en irse de mi vida,
quisiera yo o no… si es que llegaba a desaparecer algún día.
¿Era necesario poner la definición de sirena? xD
ResponderEliminarJack debería ser como Ian *-* Quitando el nombre, me encanta este personaje, es perfecto.
Y ya te lo he dicho, pero el título del capítulo es simplemente el mejor.
No puedo imaginarme el momento en el que Sam admita que le gusta este lobo ^^