(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


martes, 20 de agosto de 2013

Aquella noche queríamos comernos el mundo sobre nuestros tacones de aguja.


17/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst) 



Aquella noche era la gran noche. Habíamos estado preparándonos durante toda la semana, consultando mapas, estudiando a nuestra víctima, pidiendo favores aquí y allá para conseguir todo lo que necesitábamos. Sam había utilizado su peculiar forma de persuasión para convencer a un par de tipos de que nos dieran la dirección y la fecha perfecta para llevar a cabo nuestro plan.
Sam había vuelto a su estado de calma inmutable habitual, aunque se podía notar a una legua de distancia que bajo la superficie seguía burbujeando todo aquello que el licántropo había despertado dentro de ella. Sin embargo, no volvió a verlo, exceptuando la vez que nos plantamos delante de su bloque de apartamentos con un café en la mano cada una para espiar sus movimientos mientras comentábamos las distintas fases del plan que llevaríamos a cabo esa noche. La fachada de los pisos donde vivía Kai no era nada del otro mundo, un anodino edificio gris salpicado de tres ventanas por planta, una por cada apartamento del piso. Sam señaló la segunda planta y me indicó la ventana tras la cual podríamos encontrar al licántropo si irrumpiésemos en su casa en aquel momento. Nos largamos como llegamos, silenciosas y sin que nadie se enterara de que estábamos allí. Si Kai detectó nuestra presencia con sus sentidos de lobo, no salió a saludar. Parecía haber llegado a la conclusión de que solo podía quedarse esperando hasta que Sam decidiera que ya había estado suficiente tiempo siendo estúpida y se diera cuenta de que lo él le ofrecía era, con un gran margen, la mejor opción posible.
Yo, por mi lado, tampoco había vuelto a ver al detective después de nuestro encuentro pasional contra la pared del callejón. Sí, odiaba reconocerlo, pero él había tenido razón al decirme que no dejaba de huir de lo que estaba pasando entre ambos, pero era lo que cualquier persona racional haría, porque, al fin y al cabo, él era un detective de homicidios al que habían mandado de “vacaciones” porque me había acusado (acertadamente) de matar a tres mafiosos. ¿Y yo? Para describirme a mí tardaría demasiado, de tantos malditos problemas complejos que me perseguían últimamente.
Pero, a diferencia del licántropo, William sí había tratado de localizarme. Me había llamado al móvil (ahora ya podía hacerlo, porque él sabía que yo conocía su método de localizarme y, por tanto, mi número de teléfono) al menos dos docenas de veces, hasta que al final se dio por vencido y percibió que yo no iba a responder por mucho que mi móvil no dejara de vibrar por sus llamadas. Así que, en lugar de insistir por teléfono, se presentó en mi apartamento y aporreó la puerta sin parar. Sam estuvo a punto de abrir y echarlo a patadas dos veces (“o, mejor aún, hechizarlo para que no recuerde cómo se toca a una puerta” había propuesto con una sonrisa fría y peligrosa), pero la había convencido de que simplemente ignorara los golpes hasta que también se rindiera en ese aspecto. Tardó exactamente día y medio, período de tiempo en el cual llamó a la puerta cada dos horas.
Sam acabó marchándose a buscar café, lo cual yo sabía que era una metáfora para largarse de allí antes de que corriera la sangre. Desde que había recuperado parte de sus sentimientos (aún era obvio que seguía teniendo algunas lagunas emocionales), estaba más irritable e irascible que antes, pero era algo lógico, pues, con su trastorno lo único que solía sentir era un embotamiento que la dejaba neutral ante cualquier molestia.
Tras pensarlo seriamente, había decidido que no iba a pensar en la extraña relación que había surgido entre William y yo hasta después de la nueva misión que teníamos que cumplir, porque quería centrarme por completo. Luego, ya me replantearía seriamente hasta dónde nos iba a llevar esta química explosiva que había surgido del odio, hasta consumirlo de lleno y conseguir que de sus cenizas resurgiera la pasión más pura y radical que nunca había experimentado en mis propios huesos. Además, sabía que Sam tenía razón. Sabes que la próxima vez que lo veas, acabarás tirándotelo, ¿verdad?
Sí, de eso no cabía duda. La corriente que había entre nosotros no iba a tardar mucho más en transformarse en puro fuego. Habíamos estado a punto de permitir que sucediera la última vez. Y lo que podría pasar si volvía a verlo de nuevo me aterraba. Bueno, me aterraba en su mayor parte y me producía una inquietante sensación de expectación y nervios en otra pequeña cantidad.
De cualquier modo, aquella noche estaba más que dispuesta a dejar atrás todos los problemas que poblaban mi vida y la de mi compañera de armas. Esa noche seríamos Katerina y Natasha Kozlov, dos chicas recién llegadas de Rusia a las que nos le había quedado más remedio que usar sus cuerpos para sobrevivir en su nueva vida en una ciudad desconocida.
Incluso teníamos guardadas en los bolsos nuestras identificaciones falsas, con nuestros nombres, una foto de cada una con el atuendo de nuestros personajes y el país y la fecha de nacimiento cambiados.
Sam se había negado a ponerse una peluca, a pesar de que nos habíamos enterado de que nuestro hombre prefería principalmente a las mujeres rubias. Por mucho que le había insistido, había rehusado de hacerlo.
-          Las pelucas me quedan fatal  - había argumentado. – Y hacen que se me enrede el pelo.
-          ¡Pero al tipo solo le gustan rubias!
-          Estoy segura de que después de verme a mí, le apasionarán las pelirrojas – replicó, enarcando una ceja en un gesto de desafío.
Después de eso, había decidido dejarla que hiciera lo que le diera la gana. Yo sí me había puesto una peluca corta y rubia que ocultaba mi larga melena oscura y favorecía mi aspecto de rusa mucho más. La palidez habitual de mi piel también era una gran ayuda.
A las once menos cuarto de la noche, con unos minúsculos vestidos de color negro tapando lo justo y necesario de nuestro cuerpo (un poco menos de lo justo en el caso de Sam) y con una gruesa capa de maquillaje en el rostro, con un estilo prostituta realmente muy logrado, nos encontrábamos frente a la puerta del club Purgatory. Un nombre engañoso, puesto que la gente que iba a él no iba a expiar sus pecados, si no a añadir más a la larga lista de los que ya habían cometido. Su planta superior, abierta al público en general, era un antro oscuro y normalmente casi vacío, en el que borrachos de poca monta se mataban poco a poco en un intento de olvidar sus penas.
Sin embargo, la diversión se encontraba en el sótano, una sala en la que se solían reunir mafiosos y poderosos ricos a los que le gustaba especialmente el vicio, para disfrutar del juego ilegal, de los habanos caros y de las mejores y más desesperadas prostitutas de la ciudad. Ahí era donde entrábamos nosotras, dos chicas recién llegadas que buscaban hacerse un sitio en el negocio del submundo de la ciudad.
Nuestra historia era la común. Pensábamos que al llegar al país se nos abrirían una gran baraja de oportunidades maravillosas, pero habíamos acabado vendiéndonos en las calles para conseguir algo que comer y un lugar donde dormir. Yo era la hermana menor y no entendía ni una palabra del idioma, puesto que mi lengua se limitaba en exclusiva al ruso. Sam, mi hermana mayor, en cambio, había estado trabajando en Rusia para una empresa americana, así que manejaba el inglés con soltura y era la que nos vendía a los dos como un único pack.
Nuestra baza principal se centraba en que, a pesar de que fuera pelirroja y no exactamente el tipo de chica que le gustaba al sujeto que habíamos venido a buscar (él las prefería pequeñas e indefensas, más fáciles de dominar), Sam lo atraería como una mosca a la miel. Él la elegiría a ella por encima de cualquier otra porque aún no había conocido a un hombre en el mundo capaz de apartar la vista de mi amiga súcubo cuando ella entraba en una habitación y mucho menos cuando lo hacía como estaba vestida esa noche, todo curvas y tacones de aguja que resaltaban su figura.
Y cuando nos llevara a un lugar más privado para disfrutar de nuestra compañía, Sam solo tendría que usar su poder de persuasión para extraerle la información que nos habían contratado para encontrar. Aquel hijo de perra había raptado a la hija de uno de los políticos de la ciudad para chantajearle y conseguir que apoyara un proyecto en el que había invertido y que iba contra la ley, por lo cual era imposible que saliera adelante sin.. utilizar para ello trucos especiales. El político, desesperado y muerto de miedo, no podía recurrir a la policía porque, si lo hacía, matarían a su hija. En cambio, había acudido a la organización, y allí lo habían redirigido a nosotras para cumplir su encargo. La buena noticia es que estaba más que dispuesto a pagar lo que hiciera falta para que salváramos a su pobre niña.
Estaba casi segura de haber visto el símbolo del dólar en los ojos de Sam cuando oyó eso.
En general, parecía una misión fácil, pero, por si acaso, habíamos trazado un plan B, buscando salidas de emergencia del local por si teníamos que desaparecer de pronto, quizá como consecuencia de un tiroteo repentino o que descubrieran nuestra tapadera.
En ese momento, estábamos fuera del local, esperando que nos dejaran entrar, junto con otras cuatro chicas de distintas nacionalidades, todas ellas con un atuendo parecido al nuestro, la misma cantidad exagerada de maquillaje e idéntica mirada triste clavada en los ojos. Eran chicas jóvenes, ninguna aparentaba más de unos veinticinco años, pero todas parecían terriblemente cansadas, como si se hubieran hartado de luchar contra una vida demasiado puta que solo sabía joderlas una y otra vez. Se habían resignado a la mierda de su día a día, a los gilipollas de turno que pagaban unos cuantos dólares por meterse entre sus piernas sin ni siquiera preguntar sus nombres, a los cigarros vacíos, el abuso de los chulos, el miedo a la policía. Y a continuar poniendo un pie delante del otro sobre los vertiginosos tacones sin otra razón que vivir un día de mierda más.
Suspiré y aparté la vista de ellas antes de que perdiera el control. Me centré en Sam, que parecía terriblemente disgustada por algo. Fruncía la nariz en una inconfundible mueca de asco, con los labios apretados, sin apartar la mirada de algo. Cuando seguí la dirección de sus ojos, vi que una de las chicas se había encendido el tercer cigarrillo de la noche.
-          Déjalo estar, Sam. No puedes evitar que el mundo siga lleno del humo del tabaco.
-          Lo sé – cerró los ojos y se alejó un poco, huyendo del olor como si fuera una enfermedad peligrosa. – Y encima ahí dentro estaremos encerrada en una habitación atestada de humo. Voy a morirme.
-          Intenta respirar lo menos posible – sugerí, con una sonrisa burlona.
-          Qué graciosa – replicó, mordaz. – Ahora déjame recordarte que no hablas nuestro idioma, hermanita.
Puse los ojos en blanco pero no añadí nada más.
Unos pocos minutos después, la puerta del local se abrió por fin. En el umbral de la puerta apareció un hombre alto, sus hombros tan anchos como para abarcar la puerta entera, y una expresión de tipo duro que no dejaba duda alguna sobre su profesión de matón. La pistola que llevaba en la cintura sobresalía ligeramente y se marcaba contra su chaqueta, un contorno fácil de distinguir.
El matón nos escrutó a todas como si fuéramos piezas de ganado, juzgando la mercancía. Sentí el casi irresistible impulso de escupirle en la cara y de gritarle que aquellas chicas, y nosotras mismas, éramos personas y no juguetes para pasar una noche sin preocupaciones. Pero, por supuesto, me contuve. Era demasiado pronto para empezar a crear problemas.
Después de medio minuto de miradas lascivas que se perdían en los escotes pronunciados y en las piernas de apariencia infinita gracias a la unión de un vestido demasiado corto y unos tacones demasiado altos, finalmente el cabrón asintió y nos indicó que entráramos sin molestarse en decirnos una mísera de palabra.
Sam y yo pasamos detrás de una chica morena de larga melena negra, que se contoneaba de una forma demasiado exagerada para llegar a ser sensual. Cuando Sam entró, una de las manos del matón de la entrada, que se había colocado tras la puerta para observarnos mientras pasábamos al local, se cerró con rudeza sobre el culo de mi amiga. Esta se tensó y vi como sus manos se dirigían en una fracción de segundo al muslo, en donde tenía escondido una pequeña daga, suficiente para rajar la garganta de aquel bastardo. Sin embargo, antes de hacer nada, relajó los hombros y colocó las manos en su lugar. Le dirigió al tipo una sonrisa ladeada y terriblemente sensual, que hizo que él casi se cayera al culo de la impresión, antes de seguir su camino hacia el sótano. Yo la seguí, conteniéndome a mi vez para no situarme tras el matón, rodearle el cuello con las manos y rompérselo en un único y rápido movimiento.
Pero eso estropearía nuestra tapadera. Solo por eso conseguí seguir adelante, aunque me prometí que si volvía encontrarme con aquel capullo, le haría entender por las malas cuál era la manera correcta de tratar una mujer, se dedicara a lo que se dedicara.
Sam había acertado de lleno al decir que la sala estaría llena de humo. Los hombres, cuatro sentados alrededor una mesa de póker y dos en una barra al fondo, no se separaban de sus puros y el humo que emergía del extremo de ellos provocaba que la habitación pareciera estar llena de niebla, puesto que la ventilación era insuficiente, como consecuencia del deseo del dueño de evitar que la policía descubriera el negocio ilegal que ocultaba bajo el bar de arriba. Mi compañera de armas apretó la mandíbula al cruzar la puerta y chocar de lleno con el aroma rancio de la estancia cerrada y estancada. Se detuvo y supe de inmediato que estaba a punto de salir huyendo de allí, movida por los malos recuerdos. Deslicé disimuladamente mi mano hasta la suya y le di un suave apretón para recordarle que estábamos allí y ahora, y que ella no era la niña de ocho años que veía a su madre fumarse cigarro tras cigarro mientras pasaba de un hombre a otro, sin preocuparse jamás por la niña que se escondía en el armario de la cocina.
Al sentir mi contacto, ella asintió levemente, dándome a entender con ese pequeño gesto que era capaz de seguir adelante con nuestra misión. Un instante después, sus labios se extendieron para esbozar una preciosa y sugerente sonrisa que atrajo la atención de todos los hombres de la sala de inmediato. Yo me mantuve en un segundo plano tras ella y me dediqué a analizar la situación aprovechando la distracción que sus habilidades de súcubo me proporcionaban.
Los dos hombres del fondo, sentados a la barra, hablaban mientras bebían whisky. Tenían un aspecto similar al que nos había abierto la puerta, así que supuse que serían matones de algunos de los tipos que jugaban al póker, pero lo suficiente importantes para estar en la sala con sus jefes en lugar de fuera, protegiendo la puerta de cualquier posible intruso. Quizá fueran su mano derecha de seguridad o algo por el estilo, pero, definitivamente, no tenían el poder con el que contaban los cuatro hombres sentados alrededor de la mesa.
A pesar de que tenían apariencias bastante diferentes unos de otros, los de la mesa coincidían en algo: la exagerada cantidad de dinero sucio que se amontonaba en sus bolsillos. No sabía a ciencia cierta quiénes eran, pues los invitados a la partida de póker semanal no siempre eran los mismos, pero al menos uno de ellos parecía ser jefe de alguna mafia, mientras que los otros quizá fueran simplemente ricos aburridos en busca de emociones fuertes.
Frank Manzella, nuestro hombre, era un empresario italiano corrupto hasta las cejas que había hecho su fortuna inicialmente en su país de origen, prestando dinero y rompiendo piernas de morosos hasta que consiguió el suficiente dinero para mudarse a Estados Unidos. Allí había creado una empresa que, en su fachada, se dedicaba al comercio de electrodomésticos, pero que, en realidad, solía traficar más bien con drogas, mujeres y armas. Tenía una reputación de hijo de puta sin compasión que se había ganado eliminando sistemáticamente a todos los competidores que se metían en su camino y a todos los que se habían atrevido a traicionarlo alguna vez. Aunque, por supuesto, todo habían sido accidentes, con los cuales él no había tenido ninguna relación. La policía andaba tras su culo desde hacía media década, pero aún eran incapaces de reunir las suficientes pruebas para meterlo entre rejas.
Estaba sentado en el lado derecho de la mesa, con un puro entre los labios y una mueca lasciva en el rostro, con los ojos fijos en Sam. Lo cierto es que, si no tenías en cuenta lo podrido que estaba por dentro y toda la sangre que manchaba sus manos, podría ser un hombre atractivo. Pasaba la treintena por uno o dos años y vestía un traje negro claramente hecho a medida.
El resto de prostitutas entraron tras nosotras, todas contoneándose y con la sonrisa pegada a la cara.
-          Mirad, muchachos, hoy sí que estamos bien servidos – gruñó otro de los jugadores, un hombre tan gordo que parte de su cuerpo sobresalía de la silla en la que estaba sentado.
Hizo un ambiguo gesto hacia nosotras, ordenándonos que nos acercáramos. Todas las miradas estaban fijas en Sam porque, desde que había entrado en la sala, había activado el encanto del súcubo. Su cuerpo había empezado a desprender esas hormonas que no se podían percibir de forma consciente, pero que atraían a los hombres irremediablemente. Las mujeres no podían percibirlo en toda su potencia, pero enloquecía al género masculino. Al mismo tiempo, estaba usando su táctica de “inocencia provocativa”, parpadeando lentamente, pasándose las manos por la melena pelirroja, lanzando sonrisas ladeadas.
Era imposible que nadie se resistiera a su hechizo cuando alcanzaba semejante potencia.
Ella pareció dudar un segundo, observando a los hombres de la mesa, como si estuviera planteándose cuál sería mejor objetivo, quién pagaría más para colarse entre sus piernas esa noche y le proporcionaría un mayor beneficio. Se pasó la lengua por el labio superior de esa manera tan condenadamente sensual. Hasta sus tics eran irresistibles.
La verdad es que si no fuera porque la mayor parte del tiempo era un incordio que todos los hombres te miraran como si quisieran desnudarte continuamente y te persiguieran como perritos falderos y desquiciantes, hubiera hecho ya tiempo que hubiera matado a Sam de envidia. Pero, conviviendo con ella día a día, no había tardado en darme cuenta de la terrible pesadez que suponían sus habilidades de súcubo, porque no había un momento en el que simplemente pudiera ser una chica comprando café sin sentir todos los ojos clavados en ella.
Finalmente, Sam sonrió y se dirigió hacia nuestro objetivo y yo, por descontado, la seguí. El resto de las chicas habían estado esperando que ella eligiera, porque sabían que, si elegían al mismo que ella, acabarían teniendo que conformarse con otro y quizá incluso fuera demasiado tarde y otra de las chicas les hubiera robado a su víctima.
-          Hola, preciosa – saludó el italiano cuando Sam se sitúo a su lado. Su larga cabellera le caía sobre los hombros, dejando a la vista retazos de la piel que había debajo.
-          Buenas noches – respondió ella, aumentando su sonrisa de tamaño. Al hablar, su voz se transformó por completo y desapareció todo rastro de la que yo estaba acostumbrada. Ahora hablaba con un perfecto acento ruso, tan real que hasta yo, que sabía que era fingido, había pensado por su segundo que ella debía ser originaria de allí.
Esa era otra habilidad sorprendente de mi compañera. No solo sabía hablar seis lenguas diferentes, sino que además era capaz de imitar con increíble fidelidad los acentos de cada una. La primera vez que habíamos jugado a eso (Sam hacía un acento y yo tenía que adivinar a que país correspondía) me había quedado estupefacta. Parecía que, de repente, la persona que yo conocía hubiera sido sustituida por otra de nacionalidad diferente.
-          Ah, así que no eres de aquí  - Manzella asintió y recorrió su cuerpo de infarto con la mirada, deleitándose en todas las partes importantes. - ¿Quién es tu amiga? – Hizo un gesto en mi dirección; yo continuaba detrás de ella, con la expresión que habíamos ensayado.
Trataba de aparentar ser sensual, pero era incomparable con mi hermana mayor, y siempre había un rescoldo de confusión en mi cara, porque, al fin y al cabo, se suponía que apenas podía entender nada de lo que estaban hablando en la sala.
Sam me dirigió una mirada de reojo, como si casi ni hubiera sido consciente de mi presencia hasta que él lo había mencionado.
-          ¿Ella? Es mi hermana pequeña, Katerina. No habla vuestro idioma, así que va conmigo para que pueda traducirle cuando haga falta – se encogió de hombros. – Uno nunca se libra de los hermanos pequeños, supongo – suspiró. Su voz alargaba y endurecía las erres cada vez que pronunciaba una palabra que incluía ese sonido.
Aunque habíamos practicado en casa muchísimas veces mientras repasábamos el plan, me costó ligeramente que mi expresión no vacilara en ningún momento mientras ella hablaba. Sam, en cambio, parecía no tener ninguna dificultad para interpretar su papel, lo hacía con tanta naturalidad como caminaba o sonreía. Era una actriz nata, probablemente producto de toda una vida mintiendo para sobrevivir.
-          ¿Sois dos por el precio de una? – las cejas del italiano se alzaron con interés, a la vez que una diminuta sonrisa elevaba sus comisuras.
Sam se encogió de hombros.
-          Si tú estás dispuesto a ello, nosotras no tenemos ningún problema – su voz se tornó provocativa y sus ojos ejercieron un poco de la magia de súcubo para acabar de convencerlo de que esa era la mejor opción, un trío con dos preciosas hermanas rusas.
La mirada de Frank Manzella se desenfocó durante un par de segundos, cayendo bajo el hechizo como un pececillo atrapado en una red.
-          ¡Manzella! ¿Vas a seguir jugando o solo vas a tener ojos para esa rusita? – le recriminó otro de los jugadores, esta vez un hombre que rozaba la cincuentena y tenía un tupido bigote castaño que empezaba a tornarse de color blanco por las canas. Parecía malhumorado y le dirigió al italiano una mirada oscura, que desprendía resentimiento, probablemente porque había conseguido a la mujer más atractiva que hubiera visto nunca en lugar de él.
-          Sí, claro. – Nos ignoró a las dos por un segundo, miró sus cartas y luego las de la mesa. Caviló la apuesta y negó con la cabeza. – Paso.
-          Genial – volvió a hablar el gordo. – Esta mano ya es mía.
-          No tan rápido – replicó el último de los jugadores, un chico de unos veintipocos  que era incapaz de ocultar su aspecto de niño rico con propensión a los conflictos. Tenía una de las manos manchadas de un polvillo blanco que podía imaginar que sería cocaína. – Yo voy.
La conversación siguió mientras las apuestas subían cada vez más rápido. La chica morena que había entrado antes que nosotras ya se había sentado sobre las piernas del gordo y le susurraba al oído, haciendo que este sonriera como un idiota. Otra de las chicas se había situado a un lado del cincuentón, que había colocado su mano el muslo de la muchacha. Esta parecía ligeramente asqueada. Las otras dos chicas se habían repartido: una se hallaba detrás del jugador joven, rodeándole el cuello con los brazos y jugueteando con los dedos sobre su pecho, y la otra había ido a hacerles compañía a los dos matones del fondo.
Manzella se giró de nuevo hacia nosotras y nos calibró con la mirada como antes había hecho con su jugada.
-          Sí – musitó al final. – Estoy dispuesto a pagar un poco más por teneros a vosotras dos juntas.
-          Magnífico – Sam le posó su mano sobre su brazo y fue ascendiendo hasta detenerse sobre su hombro. Luego se giró hacía mí y soltó una parrafada completamente incomprensible en ruso, un montón de palabras extrañas que en su boca sonaban como algo misterioso y letal al mismo tiempo. La entonación dura se sumó al acento.
Por descontado, yo era incapaz de responder en ese idioma, porque no sabía ni una palabra, así que asentí con la cabeza. Realmente, no era necesario saber qué me había dicho (lo cual dudaba mucho que fuera realmente una traducción fiable de las palabras del italiano; más bien sospechaba que Sam había dicho algo ridículo por el brillo de humor en sus ojos), puesto que era capaz de entender a la perfección lo que había dicho el italiano en nuestro idioma.
Ahora Manzella tenía la vista sobre mí. Le dirigí una sonrisa ligeramente tímida y me acerqué más a él. La mano de Sam se deslizó ahora por su pecho mientras se movía hasta situarse al lado de las piernas de nuestro hombre. Él colocó su mano en la parte baja de la espalda de ella y descendió un poco más hasta su trasero. Ella no se inmutó, sino que avanzó de nuevo hasta sentarse sobre sus muslos. La mano de él, libre de nuevo, se situó ahora sobre sus muslos desnudos.
La otra mano de Manzella me buscó a mí y se situó también en mi espalda, peligrosamente cerca de la zona prohibida. Me obligué a mantenerme quieta y relajada y a no darle un guantazo en plena cara. Ya estábamos demasiado cerca para tirarlo todo por la borda. Solo tenía que interpretar mi papel un poco más.
La partida continuaba. Finalmente, había ganado el gordo, que se reía estruendosamente mientras recogía sus ganancias. El niño rico maldijo en voz baja y se distrajo hundiendo la boca en el cuello de la chica que seguía a su espalda.
Repartieron cartas de nuevo y el juego se reanudó. Yo me mantuve al lado de Manzella, mi piernas rozando su cuerpo, mientras Sam le susurraba al oído. En cierto momento me di cuenta de que mezclaba comentarios picantes con sus observaciones sobre el desarrollo de la partida, aconsejándole subir la puesta o abandonar a tiempo. Joder, no sabía que supiera jugar al póker, pero, al fijarme más atentamente, me di cuenta de que, desde que se había sentado sobre las piernas de Manzella, este solía ganar la mitad de las partidas o, al menos, perdía mucho menos que los otros. Así que mi amiga también era una maestra de las cartas. Quién lo hubiera dicho.
Unos veinticinco minutos después, mientras la partida subía de tono en un pique entre Manzella y el gordo, uno de los matones me llamó. Miré a Sam con la incertidumbre y una traza de miedo pintado en los ojos. Cuando repitieron el sonido, inconfundible, Sam me hizo una señal para que fuera, recordándome con los ojos que debía mantener mi papel en todo momento. Asentí.
Me alejé de Manzella, aunque este apenas se dio cuenta de mi marcha.
Uno de los matones estaba muy entretenido metiéndole mano a la otra prostituta, pero el que me había llamado parecía aburrido. Me comió por los ojos mientras me acercaba a él y, cuando me detuve, volvió a dirigir su mirada hacia mi rostro.
-          Hola, dulzura – su voz melosa resultaba demasiado dulce para ser creíble. Su pronunciación delataba que procedía de los bajos fondos de la ciudad.
Ladeé la cabeza, fingiendo confusión. Sam me había enseñado lo básico del ruso para saber cómo pronunciar algunas letras, pero, ni de lejos conseguía que se pareciera a su logrado acento.
-          Yo no hablar inglés – balbuceé, esperando que aquel tipo no tuviera ni idea de cómo era en realidad el acento ruso.
-          ¿Ah, no? Vaya. Bueno, podemos divertirnos aun así – esgrimió una sonrisa que, por sí misma, prometía un montón de cosas indecentes. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero lo oculté. Se suponía que yo no entendía ni una palabra de lo que estaba diciendo, al fin y al cabo. Pensé a toda velocidad, luchando por buscar una manera de volver junto a mi objetivo sin acabar teniendo que matar a aquel tipo.
Pero, antes de que tuviera tiempo de salvar mi propio culo, Sam vino a hacerlo, acompañada del italiano. Este se había levantado de la mesa y se acercaba a nosotros, con ella bajo su brazo derecho. Sobre sus ojos había un velo que los volvía nebulosos, lo que confirmó mis sospechas de que Sam había logrado rescatarme echando mano de sus habilidades.
-          Hey, Stevie, ¿estás intentando robar a una de mis chicas? – espetó con un tono burlón en la  voz y una amenaza velada bajo la superficie.
-          Señor, pensé que la suya era la pelirroja – replicó el matón de inmediato, retrocediendo ante el tono de su jefe.
-          He decidido que esta noche voy a divertirme por duplicado. Y son hermanas – sus ojos se iluminaron con perversa felicidad al decirlo.
-          Usted sí que sabe, señor – musitó Stevie, todo rastro de alegría borrado de su rostro.
-          Dile a tu hermana que venga, Natasha. Nos vamos.
Extendió el brazo con el que no estaba rodeando a Sam hacía mí. Esperé hasta que ella volvió a decir algunas palabras en ruso para después acercarme a Manzella, dejando que me rodeara también a mí por los hombros. Stevie se levantó de la silla y nos siguió en dirección a la salida. Manzella había decidido abandonar la partida temprano esa noche. Todo el mundo lo había atribuido a la impaciencia por disfrutar de la hermosa maravilla que había comprado, pero yo sabía que todo había sido culpa de Sam, que lo había convencido para alejarlo de todo aquel barullo y llevarlo a algún lugar donde pudiéramos interrogarlo tranquilo.
Nos dirigimos hacia la salida trasera del club, donde un coche negro y elegante esperaba. Otro de los matones, uno que hasta ese momento no habíamos visto, esperaba apoyado sobre la puerta del conductor, con un cigarrillo entre los labios y cara de aburrimiento. Se sorprendió al ver acercarse a su jefe, acompañado de dos prostitutas, que se apretaban contra su cuerpo y jugueteaban con su pelo y los botones de su camisa.
-          ¿Nos vamos ya, señor Manzella? – preguntó, dubitativo.
-          Sí, Alfred. Esta noche he encontrado una diversión mejor que el póker.
Este asintió y se montó en el coche. Stevie abrió la puerta trasera para dejar entrar primero a Sam, que se reía de algo que había dicho nuestro hombre y que yo supuestamente no había entendido. Luego, entró él, que parecía incapaz de mantener sus manos alejadas del cuerpo del súcubo y, por último, yo.
Stevie cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y se sentó en el asiento del copiloto, al lado de Alfred, que arrancó el coche de inmediato.
El trayecto hasta la casa de Manzella fue corto. Alfred encendió la radio y una suave música nos acompañó durante todo el viaje. Los matones permanecieron en silencio durante el camino, tratando de no mirar hacia el asiento trasero, donde Sam y yo, una a cada lado de Manzella, lo seducíamos sin llegar a mayores.
Durante la preparación del plan, Sam me había asegurado que la parte de la incitación correría de su cuenta y yo solo tendría que fingir seguirle el rollo, sin preocuparme excesivamente. No entendí muy bien a qué se refería hasta ese momento, en el que la mano de ella se encontraba peligrosamente cerca de la bragueta de él. La otra se apoyaba en su hombro, mientras sus labios recorrieran su mandíbula con besos rápidos.
Yo pasaba las manos por el pecho de él y le recorría el cuello con mi nariz, en un intento de resultar provocativa sin tener que excederme. No sabía si estaba preparada para hacer lo que Sam hacía, porque mi estómago podía llegar a resentirse, pero aun así traté de actuar de la manera más creíble posible.
El coche se detuvo delante de una verja tras la cual se recortaba contra el cielo nocturno una enorme mansión. Unas cuantas farolas dispersas por el jardín delantero mostraban la fachada, principalmente pintada de distintos tonalidades de negro y marrón y con las columnas exteriores en blanco. Solo por su aspecto y su tamaño, se podía adivinar la enorme cantidad de dinero que debía de tener Manzella.
Alfred sacó el brazo por la ventanilla y pulsó un botón que se encontraba a un lado de la verja. Una cámara enfocó su rostro y luego sonó un sonido similar a un timbrazo corto junto con una vibración y la verja empezó a abrirse. El coche avanzó despacio hasta detenerse al final del camino, cerca de la puerta.
Stevie abrió mi puerta y me apresuré a salir al exterior, seguida por el italiano y Sam. Nos dirigíamos rápidamente hacia la puerta cuando el matón llamó a su jefe, con el rostro más serio y frío que antes. Manzella se disculpó con una sonrisa y se alejó para hablar a solas con su empleado. Mientras tanto, Sam y yo nos quedamos solas. Nos acercamos lo suficiente para hablar en susurros que nadie más pudiera escuchar.
-          Todo parecía ir bien, ¿verdad? – murmuré. De repente, la sensación de que algo iba mal se había asentado con fuerza en mi estómago y sentía la necesidad de salir corriendo, pero no había nada que justificase esa reacción. Nuestro objetivo estaba encantado con nosotras y deseoso de tenernos solas para él, momento en el que le extraeríamos toda la información que necesitábamos antes de largarnos a toda pastilla de aquel lugar.
De fondo, oí voces hablando, nuestro objetivo y su matón, mientras que el otro se comunicaba por una radio. Pero no pude entender nada de lo que decían, a pesar del silencio de la noche.
-          Eso parece. Manzella es un capullo, pero eso beneficia a nuestra causa – arguyó con una mirada de desprecio en su dirección.
-          Sigamos con el plan, ¿vale?
-          Ajá. Ahí viene.
Me callé rápidamente. Él volvió a rodearnos, esta vez sus brazos en torno a nuestra cintura mientras caminábamos en dirección al interior de la casa. Sin embargo, algo había cambiado. Quizá su sicario le había comunicado una mala noticia que no tenía ninguna relación con nuestra presencia, pero eso solo contribuía a aumentar la sensación de inquietud que burbujeaba dentro de mí. Me esforcé en mantener la calma y me preparé para luchar en caso de que fuera necesario, pero esperando fervientemente que no.
Sam parecía tranquila, como si no percibiera nada inusual, pero la conocía lo suficiente para saber que podía estar fingiendo y nadie lo sabría.
Stevie y Alfred nos pisaban los talones cuando franqueamos la enorme puerta de entrada. Manzella nos condujo por un largo pasillo y giró un par de veces, bajando unas escaleras, hasa llegar a otra sala. Entró por unas puertas dobles de metal, en una sala completamente a oscuras. Tras nosotras, los miembros de la seguridad personal del italiano entraron también y luego cerraron a su espalda.
Entonces, alguien accionó el interruptor de la luz.
Cinco hombres armados nos apuntaban desde el centro de la habitación, que parecía una especie de almacén. Las paredes estaban lisas y vacías y la sala carecía de mobiliario, a excepción de un sillón y unas cuantas estanterías, de cuyos cajones prefería desconocer el contenido.
Manzella separó sus brazos de nuestros cuerpos y caminó con paso tranquilo hasta sentarse en el sillón. Sus hombres, serios, letales, no bajaron sus armas, cuyos cañones estaban dirigidos al unísono contra nosotras. También podía presentir la presencia de los otros dos custodiando la puerta a nuestra espalda.
En el breve espacio de tiempo en el que Manzella recorrió el trecho hasta el sillón, yo revisé rápidamente la habitación buscando salidas alternativas. Había otra puerta, pero estaba en la otra punta de la sala, al menos a diez metros de nosotras, y parecía probable que estuviera cerrada con llave. No había ventanas.
Sam, en cambio, se encargó de sopesar a nuestros enemigos, que se alineaban frente a nosotros, pues ya había valorado a los dos de nuestra espalda durante el tiempo que habíamos tardado en llegar. Frunció los labios, pero no dijo nada. No parecía satisfecha, pero era difícil decirlo con seguridad mirando su rostro impasible.
-          ¿Qué está pasando, Manzella? – espetó, aun manteniéndose en papel. La voz no se alteró, permaneció calmada, aunque ahora recubierta de un ligero ácido a causa de la bienvenida que habíamos recibido.
-          Eso mismo iba a preguntaros yo a vosotras, chicas.
-          No lo entiendo – replicó Sam con ferocidad.
Manzella se recostó sobre su asiento y nos dirigió una sonrisa burlona y cínica. Entrecruzó los dedos de las manos y apoyó la cabeza sobre ellas, con la crueldad cincelada en su rostro.
-          No soy tan estúpido como pueda parecer. Si lo fuera, no habría logrado ni la mitad de lo que tengo – su voz se endureció. – ¿De verdad creíais que lograrías entrar en mi casa, así, por las buenas? No soy tan descuidado. – Hizo una leve pausa, acrecentando la tensión del momento. Yo tenía el cuerpo rígido, con el miedo haciendo que mi corazón latiera a mil por hora. – En mi coche tengo un dispositivo capaz de rastrear la señal que emiten los transmisores que lleváis encima. Así que, decidme, ¿para quién coño trabajáis?
Sam y yo compartimos una única mirada. Stevie y Alfred colocaron los cañones de sus armas en la parte trasera de nuestras cabezas, esperando la señal del jefe para meternos una bala en el cerebro. Me encogí al sentir el frío metal contra mi cabeza, pero no mostré ninguna otra señal de debilidad. Sam permaneció tan inmutable como de costumbre, toda ella en perfecto control a  pesar del peligro de la situación.
Lentamente, se giró hacia el italiano mientras sus labios se curvaban en una sonrisa cruel.
-          Eres mucho más listo de lo que yo pensaba, Manzella – su voz abandonó el acento ruso que llevaba fingiendo la última hora y volvió a ser la misma de siempre.
Por toda respuesta, él se rio.
-          Debí suponer que hasta el acento era falso. Pero lo cierto es que es bastante bueno.
Ella se encogió de hombros.
-          Años de práctica.
Lanzó una breve mirada a su alrededor y su expresión se tornó letal.
-          ¿Para quién trabajáis? – repitió Manzella. Su rostro se había quedado nuevamente serio, convirtiéndose en el temido hijo de perra del que tanto habíamos oído hablar, ese que no tenía ningún remordimiento o conciencia, que estaba dispuesto a matar a quien fuera para seguir enriqueciéndose.
Pero el problema de Manzella era que aquella noche se había topado con una persona que tampoco conocía acerca de culpas o miedos. Sam se mantuvo impertérrita, su expresión vacía de toda emoción excepto la amenaza que brillaba en sus ojos.
-          Hagamos un trato, ¿qué te parece? Tú y tus hombres bajáis las pistolas y nos dejáis ir y todos salimos vivos de esta.
-          ¿Y si no? – preguntó Manzella, nuevamente divertido. Estaba claro que un hombre como él no consideraba ningún peligro a dos chicas desarmadas y le resultaba gracioso la confianza que demostraba mi compañera.
-          Si no, todos tus hombres morirán. Y tú acabarás bastante mal parado – ladeó la cabeza.
Ante esa clara amenaza, todos los hombres de la sala rompieron a reír estrepitosamente. En cambio, nosotras nos mantuvimos calladas, evaluándolo todo con ojo crítico.
-          Ocúpate del comité de bienvenida. -  Susurró Sam en mi dirección, en una voz tan baja que se perdió bajo el sonido de las risas de los hombres, pero yo la oí con claridad porque estaba esperando su señal. Asentí con la cabeza levemente para que ella viera que la había oído y me preparé para atacar.
Sabía que aquella vez no había lugar para la piedad ni para la duda. Tenía que liquidarlos rápidamente y de forma limpia para evitar que alguna de sus balas perdidas le diera a Sam. El comité de bienvenida, como ella los había llamado, eran los cinco tipos que estaban esperándonos cuando entramos en la sala. Decidí empezar por la derecha.
-          ¿Qué decides, entonces? – Sam elevó la voz para hacerse oír.
Manzella negó con la cabeza, aun con la sonrisa en sus labios. Sus hombres iban recuperando poco a poco la seriedad, sin dejar de apuntarnos en ningún momento.
-          Tenéis cojones, hay que reconocerlo. Pero estáis jodidamente locas.
-          Supongo que eso es un no – Sam le dirigió una dulce sonrisa que escondía una gran perversidad. – Lástima.
Con un movimiento fulgurante, extrajo las dos dagas que llevaba bajo el vestido, una en cada muslo, sostenidas por los ligueros. Sin esperar a ver cómo mataba a Stevie y Alfred, desmaterialicé mi cuerpo y me moví a toda velocidad hasta situarme en medio de los dos hombres de Manzella que estaban más a la derecha. Materialicé los cuchillos que llevaba enganchados en la muñeca y se los clavé a ambos en el cuello, tan profundamente que no les dio tiempo ni a disparar una vez antes de caer al suelo, con la sangre manando profundamente de la herida y tiñendo el suelo de rojo.
Los otros tres habían disparado ya, pero no me paré a comprobar que Sam estaba bien. No había tiempo ahora. Me encaré hacia ellos, que se volvían su vez hacía mí, incapaces de comprender cómo me había desplazado tan rápido, cómo había desaparecido del sitio donde estaba para aparecer de repente allí y asesinar a sus dos compañeros.
Moviéndome más rápido de lo que el ojo humano es capaz de captar, lancé uno de los cuchillos, que se clavó entre los ojos del siguiente que estaba más cerca de mí, el cual también cayó muerto de inmediato a mis pies. Tres menos.
Con el único cuchillo que me quedaba en las manos, volví a desmaterializarme. Oí los gritos de terror de los dos que quedaban al verme desaparecer de nuevo. Había una distancia de unos cinco metros entre ambos y volví a reaparecer justo en medio, pero permanecí en un estado semicórporeo. Al verme resurgir de la nada, los dos apuntaron con sus armas hacía mí y dispararon sin cesar, descargando el cargador en un vano intento de alcanzarme. Cerré los ojos al sentir el movimiento de las balas al atravesarme y estrellándose un segundo después contra el otro asesino, matándose mutuamente en su tentativa de herirme a mí.
Una vez muertos los cinco, tirados a mis pies, volví a centrarme en Sam. También había liquidado con facilidad a los dos que estaban a nuestra espalda y no parecía herida. Suspiré de alivio al verla lanzarme una sonrisa a través de la sala. Tenía el rostro manchado de sangre, pequeñas gotitas en sus mejillas, en su frente y salpicando sus brazos desnudos. Las dos dagas chorreaban el mismo líquido rojizo, cayendo sobre los charcos que se formaban en el suelo, bajo sus pies. Stevie tenía un enorme tajo en la garganta, rápido. Probablemente había sido el primero en morir, por encontrarse más cerca de Sam. Por los numerosos agujeros de bala que había en su pecho, supuse que luego ella lo había utilizado como escudo humano para refugiarse de las balas que le había disparado el comité de bienvenida antes de que acabara con ellos.
Alfred había peleado más, de ahí que su muerte hubiera sido más lenta. Tenía un corte en la cara, bajo el ojo izquierdo, y varias puñaladas en el pecho y el estómago. Sin embargo, aun respiraba, aunque por el estado en el que se encontraba, estaba claro que no le quedaban más que unos pocos segundos de vida.
Tras intercambiar una mirada, Sam y yo asentimos al mismo tiempo, satisfechas con el resultado. Había sido una carnicería mayor de lo que habíamos esperado, pero estábamos ilesas a pesar de que habíamos estado en desventaja numérica.
Después de ese breve momento de alivio, volvimos a centrarnos en nuestro objetivo. Frank Manzella estaba sentado aun en su sofá, con los ojos abiertos como plato y la ropa manchada de la sangre que había llegado hasta él mientras matábamos a sus subordinados. Parecía estupefacto, incapaz de reaccionar ante tanta violencia, a pesar de su larga carrera como criminal. Supongo que nunca había visto a dos miembros de Tánatos en acción: brutales, eficaces, frías y letales.
Todo había sido culpa suya y de sus aparatitos. Si hubiera seguido al pie de la letra nuestro plan, nadie hubiera tenido que morir esa noche. Solo habríamos conseguido la información que buscábamos y nos habríamos largado sin causar ningún problema.
Sam se limpió la sangre de la cara, pero en lugar de quitársela, solo consiguió extenderla más por su cara, haciendo que pareciera aún más mortífera que antes, un rostro de ángel que ocultaba mucha oscuridad en su interior.
-          Te lo advertí, Manzella. Deberías haberme escuchado.
-          ¿Qué… qué sois? – inspiró hondo, aterrado. - ¡Monstruos!
Sam se lo pensó un momento y luego me miró, antes de estallar en carcajadas. Eso, sumado al rojo de la sangre que había derramados sobre su cuerpo, aun con el corto vestido y los tacones de aguja, el maquillaje ligeramente corrido, le dio la apariencia de una psicópata demente, lo que asustó aún más al italiano.
-          Creo que esa es una de las mejores definiciones que he escuchado de mí – asintió.
-          Supongo que nadie es capaz de ver mejor a un monstruo que otro monstruo – repliqué con voz afilada. – Y tú, Manzella, has cometido demasiados crímenes para juzgarnos a nosotras, ¿no crees?
Él me miró por encima del hombro. Su rostro estaba cada vez más pálido, como si hubiera visto a un fantasma aparecer de repente. Quizá, para él así fuera. Quizá creía que éramos las musas de la justicia que veníamos en busca de venganza por todos los que había matado, por todo lo que había destruido y todo el sufrimiento que había causado. Era una bonita manera de vernos, pero nada más alejado de la realidad.
Me situé a su espalda y le coloqué el cuchillo que seguía en mi mano sobre el cuello.
Sam se acercó también hasta detenerse frente a él, Se acuclilló para que sus rostros quedaran a una altura similar, sus labios ligeramente curvados para esbozar una sonrisa diabólica. Sus ojos brillaban. Se lo estaba pasando en grande aterrorizando a aquel hijo de puta sin corazón. Tampoco yo podía decir que estuviera pasando un mal rato, la verdad.
-          Bien, Manzella. Ahora sí vas a ser bueno, ¿verdad?
Él asintió de inmediato con la cabeza, deseoso de hacer cualquier cosa que le dijéramos para salir con vida de esta. Aunque había pocas probabilidades de que saliera de aquella habitación sobre sus piernas teniendo en cuenta todo lo que había visto.
-          Muy, muy bien – ronroneó Sam. Sus ojos empezaron a ejercer su magia sobre el italiano, que poco a poco fue cayendo en la trampa mortal del súcubo. A pesar de todo lo que había pasado, no podía evitar sentirse atraído hacia el poder que emanaba de Sam. – Dinos lo que queremos saber y nos iremos, ¿de acuerdo? – su tono dulce acabó de atrapar a Manzella, que asintió lentamente con la cabeza, ya con el juicio completamente nublado y bajo el hechizo del súcubo. – Perfecto, buen chico. Ahora, dime, ¿dónde está la chica que raptaste?
-          ¿La hija del político? – musitó Manzella, en voz baja e hipnotizada. Sam asintió y esbozó a una sonrisa amigable, totalmente falsa. – Está en uno de mis almacenes, en la calle Blackstone, número 15.
-          ¿Hay más de tus amiguitos por allí? – mientras hablaba le pasó las manos por el rostro, para mantenerlo cautivo y que su mente no se liberara aún. Teníamos que conseguir toda la información. Alejé la daga del cuello del italiano, puesto que ya no hacía falta para mantenerlo controlado.
-          Unos cuantos guardias, nada más.
-          Genial. Lo has hecho muy bien, Manzella.
Sam se puso en pie de nuevo, mirándome a mí con expresión satisfecha. Habíamos cumplido con nuestro trabajo. Sentí como me iba llenando el orgullo y la tranquilidad de haber cumplido la misión sin demasiados percances.
Pero me adelanté al creer que todo sería tan fácil; la vida rara vez lo es. Debería haber esperado a salir de allí ilesas antes de empezar a alegrarme, a sonreír como una niña y a creer que, por una vez, todo iba salir bien.
Porque justo en ese momento, el sonido de un arma al ser disparada rompió el silencio en el que nos encontrábamos. Me giré a toda velocidad, buscando el lugar del que procedía, intentando determinar la dirección de la bala que ya se hallaba en el aire buscando un cuerpo el que impactar.
Alfred, apenas con vida, había conseguido alcanzar su pistola. Se había arrastrado hasta ella mientras charlábamos con su jefe y había apuntado y disparado antes de que ninguna de las dos nos diéramos cuenta de que todavía no había muerto.
Me desplacé a toda velocidad hasta quedarme a su lado, arrodillada en el suelo, y le clavé el cuchillo entre los ojos antes de que le diera tiempo a disparar una sola bala más. Lo último que vio antes de morir fue mi rostro, rígido de rabia, con los ojos llenos de una cólera fría capaz de aniquilarlo todo a su paso. No titubeé, no consideré la posibilidad de permitirle permanecer con vida. Aquella noche la parte de mí moral y guiada por su consciencia se hallaba desaparecida y me había convertido en la cruel asesina que habían tratado de sacar a la superficie durante mis cuatro años de entrenamiento en Tánatos.
Manzella gritó y cuando me volví hacia él, sus ojos parecían a punto de salir de sus órbitas. Me contemplaba con un terror instintivo ante lo desconocido, una vez roto el hechizo debido al ruido estridente de la pistola al ser disparada.
Pero eso no me importó. No le presté atención a Manzella mientras se encogía de pánico en su sillón, tratando de desaparecer. Mis ojos buscaron de inmediato a Sam. Por un segundo, pensé que todo iba bien, pero entonces vi la expresión en su rostro. Tenía los ojos muy abiertos, aun con la sangre manchando su rostro.
-          Myst… - susurró, su voz rompiéndose en esa única sílaba.
Clavó la mirada en mi cara antes de que sus ojos descendieran hasta el lugar donde la bala acababa de atravesar su cuerpo, cerca de la zona donde se encontraba el esternón. Lentamente, como en un sueño, de la herida empezó a manar sangre, demasiado roja, demasiado real. Sam se cubrió la herida con la mano y la sangre se escurrió entre sus dedos.
Como a cámara lenta, con el cuerpo inmovilizado por el terror más absoluto que jamás había sentido, vi cómo Sam caía lentamente de rodillas en el suelo. Volvió a levantar el rostro hacía mí, en sus facciones cincelado un miedo tan real como el mío. Y entonces, grité.




(Aviso de cambios: he decidido renombrar al personaje del licántropo y a partir de ahora será Kai. Además, Sam no tiene el cabello rubio rojizo, sino pelirrojo. Estos cambios ya están en las entradas originales, pero aun no los he actualizado en el blog. Iré haciéndolo cuando pueda).

5 comentarios:

  1. Es un capítulo tan perfectamente largo que me lo he tenido que leer en dos sesiones, así que discúlpame por la tardanza.
    Eso del plan B para escapar me parece absurdo teniendo el poder de Myst con el que no es muy difícil salir por la puerta principal.
    No sé por donde empezar.Tampoco sé si matarte por lo que has hecho al final.
    Mientras esté escribiendo este comentario intentaré olvidar que HAS DISPARADO EN UNA ZONA MORTAL A SAM y pensaré que has disparado a alguien muy querido e importante en UNA ZONA MORTAL.Sigue siendo lo mismo pero así olvido que ese alguien es SAM.
    Vale, aunque una parte de mi odie lo que ha pasado al final, mi otra parte está contenta por este giro que ha dado la misión (que es algo totalmente inesperado) ya que ningún escritor, guionista de series, películas,etc es capaz de hacer lo que has hecho tú por el simple hecho de que parece ser que los protagonistas son intocables, siempre tienen que estar sanos y salvos y por supuesto, nunca jamás deben morir ni sufrir graves heridas que les incapaciten. Por ello te felicito, me ha gustado ya que el impacto que ha dado, al lector, pues no es lo mismo si disparas a ese alguien querido (Sam) como a alguien tremendamente odiado e inútil (estorbo-Clark). El disparar a alguien querido tiene otra consecuencia: el drama de sus seres cercanos (Kai y por supuesto Myst) y es por eso que te odio más.¡Oh!¡Pobre Myst!
    Eh! ¿Y que pasará ahora con la misión? ¿Y con Kai (cómo me gusta su nuevo nombre) cuando se entere? ¡¡La que se va a montar...menuda has armado!!

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    1. El Plan B consiste en tener controlados otras salidas de emergencia, porque cuando Myst se desmaterializa pierde casi por completo los sentidos y se tiene que guiar más de memoria. Y no puede atravesar puertas cerradas, así que tiene que pasar por algún sitio abierto. Eso es a lo que me refiero :)

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  2. Francamente, lo primero que pensé cuando la leí completamente fue que qué coño habías hecho y el por qué. Pero en verdad me ha gustado tanto tu atrevimiento que, no puedo odiarte porque Sam no va a morir,obviamente, aunque esté herida en esa zona,¿no?Porque no va a morir,¿NO?

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  3. Oh, qué descuido el mío. Solo he hablado de lo que ha pasado en los últimos dos párrafos y nada del resto (salvo esa cosa que me parece rara del plan B). Me han encantado las dotes de seducción de ambas (más las de Sam que las escasas muestras de entusiasmo de Myst). Respecto a esa parte del capítulo, me parece que falta algo más porque me parece sosísimo que Myst no diga nada, aunque sea, no sé, algo de inglés mal hablado porque me parece muy sospechoso que, si yo soy Frank y estoy con dos prostitutas, una de ellas si sea algo lanzada, pero la otra es un zombie, no sé, vete de aquí aburrida que me voy a tirar a tu hermana que vale el tripe que tú.
    Sobre el resto, quiero decir más concretamente la masacre, es perfecta, la veo súper completa y bastante entretenida y fácil de meterte en la acción sin perderte en ningún momento. Oh, y esas muertes tan atroces y sanguinarias son un encanto porque te dicen algo así como que la escritora no se corta ni un pelo a la hora de describir las cosas : son así y punto. (para mi eso es algo positivo porque todos sabemos lo que fastidia la censura en películas y animes gores y dí que sí porque no voy a quedar yo ahora como la más rara que le gusta ver/leer como la gente ficticia muere D:)

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    1. Frank elige estar con las dos porque Sam "se lo pide", es decir, lo controla para que su cerebre piense que eso es lo que quiere realmente.

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