(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


jueves, 6 de diciembre de 2012

Al igual que un vulgar titiritero, el destino juega con nosotros como si fuéramos simples marionetas.

    3/Noviembre.

Jack Dawson (Boom




Strike se retrasaba. De nuevo.
Mientras esperaba, sentado en el viejo sillón del salón, a que apareciera, saqué un cigarrillo de la caja que siempre llevaba en algunos de los bolsillos de la chaqueta o del pantalón, y encendí mi enésimo pitillo del día.
Cerré los ojos al dar la primera calada, recreándome en el tóxico humo que entraba por mi faringe de forma rápida, pero matándome lentamente. Lo retuve en los pulmones hasta que mi cuerpo comenzó a quejarse por la falta de oxígeno en el riego sanguíneo y luego, mandé el dióxido de carbono y el humo hacia el exterior a través de la nariz y de la boca.
Abrí los ojos despacio. Eran esas sencillas cosas las que hacían que me siguiera moviendo día tras día. El sabor de la nicotina en la boca, recordándome el podrido mundo en el que vivía; la sensación de ahogo en el pecho y el sufrimiento que encontraba en las camas de extrañas; los recuerdos y, sobre todo, Clark. Era por él, por la obligación de asegurarme de que él, antes que nadie (y que yo mismo) estuviera a salvo, que aun no había dejado de matarme calada a calada para pasar a hacerlo mediante una caída libre sin paracaídas.
La verdad era que había perdido el motor que me había hecho vivir a demasiadas revoluciones por minuto.
 Una vez había oído decir que, a veces, pasa por tu vida una estrella tan deslumbrante que te impide ver el resto de puntos brillantes del firmamento, que se convierte en lo único realmente importante. Y que, cuando la estrella desaparece de tu parte del mundo, quedas tan deslumbrado por su resplandor que ya no eres capaz de apreciar la vida antes de que ella apareciera. Yo había perdido mi estrella. Ahora solo me movía por inercia, por lo que debía hacer, a falta de deseos propios que motivaran mi camino.
Por eso me hallaba en ese momento en esa habitación, pequeña y sucia, llena de objetos inútiles que se arrinconaban entre pared y pared. Porque necesitaba seguir adelante con una vida que odiaba.
Strike apareció en ese momento por la puerta. Hablaba con alguien por teléfono, pero no le presté atención mientras terminaba de fumarme el cigarrillo. Cuando la colilla estuvo a punto de quemarme las yemas de los dedos, la tiré al suelo y la apagué con la suela de mis zapatillas de deporte.
Strike se sentó en el sillón frente a mí sin colgar aun el móvil. Lo observé con aburrimiento. Rondaba los veintimuchos o los treinta y pocos, y algunas arrugas tempranas le poblaban la comisura de los labios y el contorno de sus ojos. Tenía el pelo corto, de un color entre dorado y castaño claro. Su cuerpo era una enorme mole, de un metro noventa y dos de alto por ciento diez kilos de peso. Precisamente era su gran dimensión la que lo hacía ideal para ese trabajo que compartíamos, aunque Strike fuera un capullo que debería preocuparse más por la higiene y menos por las carreras de caballos.
Cuando al fin terminó su llamada, que, según pude entender, era entre él y un hombre que le demandaba dinero, me miró con una sonrisa que no le devolví.
-          ¿Qué pasa? – le espeté sin más. – Vine hace solo tres días. Aun no he terminado mi último trabajo.
Él asintió, conciliador. Se pensó un momento sus palabras, algo poco habitual en él. Destacaba por su fuerza física, no por su inteligencia. Antes de hablar, cogió un chicle de un paquete que había sobre la mesa de salón y me ofreció uno. Negué con la cabeza y le hice un gesto para que respondiera a mi pregunta.
-          ¿Te has enterado de lo de los mafiosos rusos?
Enarqué una ceja y traté de buscarle el sentido a sus palabras. Al cabo de unos cuantos segundos, desistí del intento de comprender su lógica.
-          No. ¿Me he perdido algo?
-          Ya lo creo. – Striker se recostó en el sofá, acomodándose para contar su historia. – Verás, hace tres días, el líder de la mafia rusa de la zona fue asesinado brutalmente en su propia casa. Quince puñaladas en todo el cuerpo, todas ellas en puntos vitales que le produjeron una hemorragia interna y una muerte extremadamente dolorosa.
Silbé en voz baja. Vaya, vaya. Había alguien muy sanguinario ahí fuera.
-          ¿La policía sabe quién fue?
-          Espera, espera. Aún falta lo mejor. No solo lo asesinaron a él, sino a su mano derecha, un hijo de puta con un historial muy feo a la espada, y a su contable; ambos también muertos a puñaladas. Una escena muy gore, ya sabes, sangre por todas partes. Además, el examen forense reveló que a los tres tipos les habían cortado las cuerdas vocales tras matarlos. Supongo que, como no le era necesario, eso fue algo así como dejar su marca de identidad, algún tipo de señal o amenaza. Ah, y, en el sótano, al lado de los cadáveres, encontraron a una chica, bañada en la sangre de los mafiosos y con el arma del crimen.
-          ¿Fue ella? – la pregunta escapó de mis labios. Intenté imaginarme la clase de persona capaz de hacer eso. ¿Una mujer? Debía tener mucha sangre fría y una razón terrible para cometer esa barbarie, o una falta total de moral. O todo a la vez. Y, en cualquier caso, seguía siendo demasiado violento incluso para alguien que había visto tanto como yo. El asesinato que describía Strike era brutal cuanto mínimo.
-          La policía cree que no, porque la soltaron al día siguiente. Peeeero – Striker sonrió – mis fuentes son más fiables que sus prejuicios. Sí, fue ella.
Me eché hacia atrás en mi asiento, sorprendido. Me coloqué otro cigarrillo entre los labios con rapidez y lo encendí para pensar con claridad.
Aquel asesinato era una muestra de… ¿qué, exactamente? Poder o fuerza, quién sabe. O de valía. Si solo hubiera sido una cuestión de venganza, ella no se habría quedado allí esperando a que apareciera la policía buscando culpables, hubiera salido por patas nada más terminar.
Pero no, dejó que la encontraran y, encima, se libró de los cargos en un día. Eso implicaba, a su vez, una gran planificación. ¿Cómo lo había conseguido?
-          Dime que es de los nuestros, por favor.
Mientras pronunciaba esas palabras, recordé la llamada de Clark de hacía un par de días. Algo sobre un artículo de un periódico y alguien que había entrado en nuestro mundillo. Yo le había restado importancia y cuando, al volver a casa, él se había mostrado distante del suceso, no me había preocupado. Pero si era el mismo que me acaba de contar Striker, lo que era probable, pues no se producían a diario semejantes actos de brutalidad, era bastante relevante.
Y, sobre todo, era crucial saber si esa fría asesina capaz de llevar a cabo una de las crueldades más grandes que había oído en los últimos tiempos, pertenecía a nuestro bando o al contrario. Porque, si era lo segundo, iba a suponernos un par de dolores de cabeza.
Por la forma en la que Striker frunció los labios, supe cuál iba a ser su respuesta antes de que la pronunciara en voz alta.
-          Tánatos la tiene entre sus filas. Una putada, lo sé – suspiró. – No sé como han logrado tener una joya así y que no nos hayamos enterado hasta ahora.
-          Esta claro que esta ha sido su prueba de fuego, su entrada al negocio. – Le di una buena calada al cigarro. Ahora entendía el motivo por el que me había llamado mi compañero. – ¿Qué han dicho los jefes?
Striker hizo una mueca de desagrado. Cogió una cerveza que había tirada en el suelo, la zarandeó y sonrió al oír el eco de la bebida que quedaba en el fondo. Se la bebió de un trago.
-          De momento, quieren mantener la situación controlada. Por si acaso. Después de esa puesta en escena, es mejor asegurarnos que no nos van a joder mucho.
-          ¿Qué van a hacer?
-          Probarla de nuevo. Le van a encargar una misión, fingiendo ser un cliente interesado que, obviamente, no pertenezca a Skótadi. Un simple rico estúpido. Si no, sospecharían. Quieren ver si de verdad es tan sanguinaria como los medios nos han hecho creer.
Asentí. A veces, las noticias que llegaban por chismorreos o incluso por la prensa podían ser falsas o exageradas y siempre era mejor estar seguros de a qué nos enfrentábamos. Así era la guerra entre Tánatos y Skótadi, siempre tanteando el terreno y manteniendo el equilibrio de poder. Eran como dos bandas urbanas peleando por el mismo territorio, solo que a gran escala y con unos componentes ligeramente más especiales: mejor entrenados, con menos moral y con unas mejoras genéticas que nos volvían más peligrosos.
Tras apagar de nuevo la colilla, apoyé los codos sobre los muslos y me puse serio.
-          ¿Y si resulta que sí, que es tan zorra como parece?
-          Por eso estás aquí.
Lentamente, esbocé una sonrisa cruel.
-          Así que, si las cosas se ponen feas, quieren que haga explotar la situación.
Striker se rio ante le juego de palabras que había utilizado de forma maquiavélica.
-          Básicamente, sí. Quieren que vayas, le des una palmadita en la espalda y la hagas saltar por los aires.
-          Tánatos se pasará un mes recogiendo pedacitos de su querida nueva asesina.
Entrelacé los dedos de las manos, aun sonriendo. Sentí la leve vibración que surgió entre ellas, una bomba preparada para estallar. Las yemas de los dedos subieron de temperatura y la sangre empezó a hervir en mis venas.
Mi habilidad me había permitido ser temido y respetado tanto por amigos como por enemigos. No era tan experimentado, ni tenía un cargo tan alto, como para conseguir el respecto por medio de un trabajo admirable, pero me había encargado de que todos supieran de que era capaz de hacer explotar cualquier cosa solo con tocarla con las manos, en las cuales se concentraba mi poder.
Solo con que mi piel y el otro objeto estuvieran en contacto, podía hacerlo volar en pedazos y no quedaría nada reconocible de él.
Con semejante capacidad, no había sido difícil lograr un puesto como un formidable asesino a sueldo, aunque no rechazaba otros objetivos a pequeña escala. Los clientes estaban dispuestos a pagar interesantes cantidades porque no quedara de su enemigo más que sangre y restos de órganos.
-          De acuerdo, entonces. – Me levanté del asiento. – Si necesitan que me encargue de esa psicópata, saben donde localizarme.
-          Ajá. Nos vemos, Boom.
Le dediqué un asentimiento de cabeza, cogí la cazadora de cuero, agarré las llaves de la moto y me largué de aquella casa que olía a mugre y a muerte.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El pasado nunca se aleja demasiado de tu puerta. (Parte II)


1 y 2/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst



El local era demasiado pequeño para tanta gente, que se concentraba en la pista de baile, moviéndose al son de una música demasiada alta y demasiado vacía para mi gusto. Solo unos acordes pegadizos con una letra sin ningún significado. Cuerpos restregándose unos contra otras, sudorosos; dos desconocidos que se buscan sin saberlo.
Odiaba las discotecas. En realidad, odiaba cualquier sitio donde hubiera una multitud, pero no me quedaba otro remedio que acompañar a Sam a aquel lugar abarrotado, porque era el mejor sitio para que encontrara una presa fácil y accesible.
Alimentar a un súcubo no es una tarea sencilla. No puedes ir a la tienda de la esquina y pedirle al dependiente que se meta un momento en el almacén, se acuesta con tu amiga guapísima y que permita que ella absorba parte de su energía durante el sexo. Bueno, Sam sí podía hacerlo, con el poder persuasorio de sus ojos, pero en un sitio público siempre había complicaciones. En una discoteca, en cambio, a nadie le sorprendía que una pareja se encerrara en un baño y no saliera en 15 minutos. Ni que cuando volvieran a aparecer, él estuviera blanco y con aspecto de enfermo; había tantas drogas circulando entre la multitud como vasos con alguna bebida alcohólica.
Me senté en un taburete y Sam tomó asiento en el otro, mientras echaba un vistazo desganado a su alrededor. No le gustaba alimentarse, aunque yo no entendía por qué. Su filosofía de vida consistía en buscar el placer sin ningún remordimiento, así que sexo y comida no parecían ser un problema. Pero, por alguna razón, ella siempre retrasaba lo máximo posible aquel momento. Siempre había supuesto que se debía a una mala experiencia del pasado, pero con Sam, era mejor no insistir demasiado o se encerraba tras su sonrisa artificial.
-          ¿Ves algo interesante? – yo también eché un vistazo al local.
Sam negó con la cabeza con desinterés. Cruzó las piernas y se pasó la lengua por el labio en un gesto irremediablemente sensual. Ese tic había enloquecido a todos los hombres que había encontrado a su paso, y más esa noche, cuando llevaba un vestido que resaltaba todas sus curvas y dejaba poco a la imaginación. La seda negra se adhería a sus pechos y los tirantes se entrelazaban en el cuello, dejando la totalidad de la espalda a la vista hasta la cintura, donde volvía a cerrase para tapar sus nalgas y luego, el vestido se extendía hasta varios centímetros por encima de sus rodillas. Había ganado un par de centímetros con unos zapatos de tacón muy fino de color plateado, que conjuntaba con unos pendientes y el bolso. Estaba arrebatadora y hasta yo, que era completamente heterosexual, podía sentir el influjo de súcubo en busca de cena. Todos los seres masculinos en un radio de veinte metros la estaban contemplando embobados, mientras ella se colocaba un mechón de pelo rubio rojizo tras la oreja.
Aunque yo también me había arreglado para la ocasión, a su lado permanecía completamente desapercibida. No era solo por el aspecto físico, en el que Sam me llevaba la delantera (cuestión de supervivencia, era como las plantas carnívoras: un envoltorio hermoso que atrae a las presas), si no por el aroma que su cuerpo desprendía, que hipnotizaba a sus víctimas cuando se acercaban.
-          Vamos, Sam. Hay bastantes tíos disponibles esta noche. – Enarqué una ceja, imitando su gesto pícaro. Tenía que conseguir que aquella noche se alimentara o tendríamos un problema.
-          Sabes que tengo un gusto específico. Déjame solo un poco más de tiempo – paseó la mirada por los rostros, y los cuerpos que los acompañaban, que estaban cerca. Frunció los labios, disgustada. Siempre era demasiado exigente, lo que hacía aquella labor aun más ardua.
-          ¿Qué les sirvo? – me preguntó de pronto un camarero.
Me giré para responderle, porque Sam seguía demasiado ocupada revisando el material. Entonces, me di cuenta de que los ojos del camarero me estaban recorriendo de arriba abajo, fijándose en el escote de palabra de honor de mi vestido azul y en la piel que quedaba expuesta en los brazos y las piernas, de abajo a arriba, hasta detenerse en mi ceño fruncido. Sonrió, en un intento vano de coqueteo, al cual no me mostré nada receptiva.
Maldita sea, por eso odiaba las discotecas. La presencia atrayente de Sam no siempre me evitaba a ese tipo de problemas. Me contuve para mandar al tipo a la mierda con un gruñido.
-          Un vodka con…
-          Tequila – me interrumpió Sam. – Para las dos.
Cuando el camarero se marchó en busca de la botella correcta, miré a Sam con ambas cejas enarcadas, esta vez con una curiosidad. Ella se encogió de hombros y volvió a girarse hacia el espectáculo de cuerpos bailando.
-          Esta noche vamos a necesitar tequila.
Me reí ante el tono disgustado de su voz (o lo más cercano al disgusto que una persona sin sentimientos puede experimentar). Había aprendido a detectar las mínimas trazas de emociones que se mantenían en Sam, aunque estas no fueran profundas ni ella las exteriorizara demasiado. Era su mejor intérprete.
El camarero regresó con dos pequeños vasos llenos del líquido casi transparente, con un limón y un poco de sal, por si queríamos tomárnoslos según la tradición.
-          Son diez dólares con cincuenta.
Sam se giró sobre su taburete y clavó la mirada en el rostro del camarero, que se había apoyado en la barra y acercado ligeramente a nosotras, claramente interesado. Luego, mi amiga sonrió lentamente y su cuerpo empezó a emanar un leve aroma exótico, algo indescriptible, que yo había percibido muchas veces antes.
-          Vaya. Se nos ha olvidado la cartera – su voz era hipnótica, un tono sensual y lento que convirtió la expresión sonriente del chico en un rostro vacío, totalmente a su merced. Se acercó más a él, hasta que el camarero la miró con embeleso. – Pero estoy segura de que no te importará invitarnos, ¿verdad? – sonrió y ladeó un poco la cabeza, consiguiendo que el pobre inocente cayera víctima de su mirada.
El chico asintió, completamente bajo el control de Sam. Ella le guiñó un ojo y lo hizo marcharse sin más miramientos, devolviéndole la conciencia.
No pude contener la sonrisilla al ver semejante espectáculo. El poder que Sam tenía sobre los hombres era increíble y, en cierto modo, podía entender que lo usara para lograr lo que quería, puesto que era terriblemente fácil usarlos. Era como encontrarse las llaves de una caja de seguridad de un banco, sabiendo que dentro de ella se encontraban un par de millones. Una tentación irresistible.
Sam y yo nos miramos un segundo a los ojos con una sonrisa. Nos colocamos la cantidad justa de sal en la mano, entre el pulgar y el índice, y, al unísono, la chupamos. Luego, aun con los restos de ella en la boca y los labios, agarramos ambas el pequeño vasito y nos bebimos de un trago el chupito de tequila. El alcohol me nubló la vista por un segundo, como siempre, para luego bajar quemándome la garganta.
Entonces, chupamos el limón, siguiendo al pie de la letra la costumbre. Para nosotras, el tequila se debía tomar de la forma correcta, o de ninguna.
Cerré los ojos durante un par de segundos, mientras mi cuerpo se estabilizaba tras la dosis de alcohol casi puro. No solía beber mucho, así que la bebida me atontaba ligeramente y me producía una sensación de vértigo que no me agradaba del todo. Pero también me permitía alejarme de la realidad mientras durara su efecto y eso era siempre bienvenido.
Cuando volví a abrir los ojos, la mirada de Sam estaba clavada en algún lugar del fondo a la derecha, y, por su expresión voraz, supe que ya había encontrado a su presa de esa noche. Una leve sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se volvían negros de hambre y ansias. Inhaló con fuerza y sus garras se extendieron, listas para agarrar a su próxima víctima y retenerla contra ella hasta que terminara de cenar.
-          Disfrútalo – le sugerí.
Ella asintió con la cabeza, sin responderme una sola palabra antes de irse. Cuando llegaba a ese estado, perdía casi la totalidad de su parte humana y se convertía solo en una depredadora. El resto del mundo perdía consistencia para ella; nada importaba excepto su necesidad de comer.
La seguí con la vista unos instantes, hasta que se sumergió en la marea humana y ya no pude verla.
Fue justo en ese momento cuando sentí que alguien me vigilaba. No del modo en que los hombres de aquella discoteca miraban a las mujeres; no de forma lujuriosa, ni con interés sexual. Podía percibir unos ojos fijos en mí, atentos a mis movimientos, pero no a mi cuerpo.
Era una percepción que había conseguido desarrollar con el tiempo. En nuestro negocio, saber que hay alguien vigilando tu cuello es una de las pocas formas de salvarlo.
Me levanté del taburete de forma natural, como si simplemente mi amiga me hubiera dejado tirada por un polvo y no tuviera ganas de quedarme sola, y me dirigí hacia la salida trasera del local, que sabía que daba al garaje.
Cerré la puerta tras de mí y, una vez fuera del local, me desvanecí hasta volverme invisible. Me desplacé con el aire hasta quedar oculta tras un monovolumen bastante grande, pero no retorné a mi forma corpórea aun. Esperé a que mi perseguidor apareciera.
El chico salió un minuto después. Un primer vistazo ya me dejó claro que era bastante joven, un año o dos menor que mis veintiuno. Era alto; superaba el metro ochenta, y su altura quedaba aun más resaltaba por su cuerpo delgado. Llevaba el pelo corto, castaño, y unas gafas que le daban aspecto de ratón de biblioteca. Indudablemente, era mono, con su porte desgarbado, pero no de un modo sensual e irresistible, si no de forma adorable.
No lo conocía de nada, o al menos, no lo recordaba, pero era evidente que él me buscaba a mí, porque paseó su mirada por el aparcamiento vacío buscándome. Al no encontrarme, empezó a caminar, revisando los huecos de los coches.
Cuando llegó casi a donde yo estaba, volví a desmaterializarme por completo y me coloqué detrás de él.
-          Es de mala educación seguir a las señoritas, ¿sabes? – retorné a mi estado corpóreo habitual.
Sonreí con malicia cuando mi voz desde su espalda lo asustó y pegó un salto, antes de girarse a la velocidad de la luz. Al principio, me contempló aterrorizado, pero poco a poco, su expresión se volvió… curiosa y ¿nostálgica?
-          Así que de verdad eres tú – me dijo de pronto.
Lo contemplé una vez más. Evidentemente, él me conocía, pero yo no era capaz de ubicarlo en mis recuerdos.
-          Sí, soy yo. ¿Y tú quién eres? – le espeté.
Se removió incómodo. Me repasó otra vez con la mirada, como si no creyera que yo estuviera allí.
-          Supongo que es normal que no me recuerdes. Dicen que he crecido bastante en estos cuatro años. – Su voz descendió de volumen, a la vez que yo me quedaba congelada en el sitio.
Cuatro años. Solo cuatro años que para mí habían sido una eternidad, la pérdida de mi vida y el inicio de aquel sucedáneo que mantenía ahora, siempre hostil. Él, aquel chico, pertenecía al antes. Antes de que todo se volviera oscuro y terrible, antes de que yo tuviera que convertirme en un monstruo. Pertenecía al pasado en el que todavía era humana, en que todavía tenía una hermana y estaba enamorada. Solo cuatro años.
-          ¿Quién eres? – volví a repetir, pero esta vez con un gruñido. Odiaba que el pasado volviera, porque los recuerdos solo me producían dolor. Las cosas, mi vida, todo había cambiado y había caído por un abismo infinito. No había necesidad de recordar los momentos en los que el mundo me sonreía.
-          Clark.
Al principio, no encontré ningún rostro que asociar a ese nombre. Pero claro, solo lo había visto un puñado de veces y, efectivamente, había crecido mucho en ese tiempo. Yo recordaba a un chico mucho más pequeño, de expresión tímida y carácter bastante apartado, siempre en el ordenador de su habitación cuando yo estaba en su casa. La casa que compartía con su hermano. Jack. La persona a la que amé con toda mi alma.
Apreté la mandíbula para contener la oleada de sufrimiento que me invadió. Recordar a Jack era como clavarme una docena de puñales en el corazón y en todos los nervios del cuerpo. Una maldita tortura, que siempre me dejaba sin aliento y con lágrimas en los ojos. Pero yo ya no era de la clase de personas que lloraban, ni que sentían. Me obligué a recomponerme.
-          ¿Qué haces aquí? – hablé en voz baja, pero con un tono gélido. Clavé los ojos en el suelo, para contenerme mejor.
-          Leí el artículo de tu… bueno, ya sabes. Vi la foto y te reconocí, aunque no estaba del todo seguro de que fueras tú. También has cambiado – en su voz hubo un matiz de desconcierto. Era lógico, mi cambio no había sido físico, sino mucho más profundo. – Así que decidí investigar. Y… te encontré, Annalysse.
La mención de esa palabra, de ese nombre, me hizo exhalar todo el aire de los pulmones de golpe. Cuatro años sin oírlo. Dios santo, ¿solo había pasado ese tiempo? Annalysse. La chica menuda que se aferra a sus miedos, que huía de la oscuridad. Una chica con familia, con amor. Con Jack rodeándome la cintura. Una vida casi feliz.
Annalysse había muerto el mismo día que murió mi hermana. Las dos desaparecieron para siempre de la faz de la tierra exactamente en el mismo instante, cuando el corazón de mi hermana se detuvo.
-          Ya no soy esa persona. – Repliqué. Apreté los puños hasta que los nudillos se me quedaron blancos.
-          ¿Qué?
-          No soy la misma persona. – Levanté la vista y miré con furia a los ojos aturdidos de Clark. – Ahora soy Myst.
Clark me miró confuso, probablemente planteándose mi locura como una razón a mi comportamiento. Me importaba una mierda lo que pensara, mientras dejara de usar ese maldito nombre. Porque, si volvía a oírlo, tendría que matar a alguien para liberarme de todo el veneno que estaba segregando mi corazón.
-          De… de acuerdo. – Él se encogió de hombros, pero la postura fue demasiado tensa como para que yo me creyera su indiferencia.
-          ¿Él también lo sabe? – no pude contener las palabras, aunque lo deseaba con todas mis fuerzas. Clark ya era malo, pero… ver a Jack me haría perder la razón por completo. Me destrozaría.
El muchacho negó lentamente con la cabeza y suspiró.
-          No quise decirle nada.  Él… él también sufrió con vuestra separación. – Las palabras descendieron de volumen, pero las escuché de cualquier modo y eso convirtió mi sangre en fuego. Hervía de rabia.
-          ¡No me digas! - mascullé. - ¿Él sufrió? – Emití una dura carcajada, cargada de resentimiento. – Ojalá  se pudra en el infierno. – El silencio se espesó entre nosotros. Inspiré profundamente para relajarme. – Dile que no quiero verlo. Porque, como aparezca en mi camino, te juro que lo mataré.
Los ojos de Clark se llenaron de angustia y se alejó un paso de mí, aterrado.
-          No sabe que estás aquí. – Me reveló de pronto, como si tampoco hubiera podido contenerse.
-          Pues que permanezca así. – Levanté el brazo para colocarme el pelo suelto detrás de la oreja, intentando mantenerme bajo control.
-          No puede ser…
Clark se había quedado helado, mientras observaba con horror algo a la altura de mi hombro. Seguí la dirección de su mirada. En mi muñeca, se veía con claridad bajo las luces del aparcamiento el tatuaje de Tánatos, que me habían hecho cuando entré en la Organización: una media luna en el medio de un intricado símbolo celta que simbolizaba la muerte.
Los dos nos contemplamos en un rígido silencio durante unos segundos que se hicieron eternos. Entonces, esbocé mi mejor sonrisa de crueldad.
-          Así que, por lo visto, ahora somos enemigos, eh.
-          Tú… Yo… - parecía que se estaba ahogando.  – Annalysse, yo…
-          ¡Myst! – grité, incapaz de mantener a raya la burbujeante ira que me ahogaba. - ¡Me llamo Myst! – el eco de mi voz se expandió por el garaje vacío.
Clark retrocedió una vez más, cada vez con un pánico mayor reflejado en sus pupilas. Yo estaba perdiendo el control y lo sabía. Respiraba con jadeos cortos, mantenía el cuerpo rígido y los puños apretados, lista para atacar. El golpe de mi pasado retornando me había hecho perder el dominio de mí misma, la cuidosa máscara de frialdad que siempre mantenía.
Unos tacones resonaron contra el suelo, acercándose. No me giré, podía percibir a Sam sin necesidad de mirarla. Se detuvo unos pasos por detrás de mí.
-          ¿Todo bien? – me preguntó con tranquilidad (siempre todo lo hacía con esa maldita tranquilidad), aunque era visible que yo estaba alterada.
-          Sí. Clark ya se iba.
El susodicho me miró desconcertado. Luego, asintió lentamente. Se despidió con un gesto de la mano y se marchó con paso rápido, perdiéndose entre la multitud de coches sin musitar una sola palabra más. Quizá no pudiera hacerlo. Clark siempre había tenido problemas para relacionarse y la situación era muy tensa en ese momento.
Sentí la mano de Sam en mi hombro.
-          ¿Qué ha pasado?
Su voz indiferente me ayudó a tranquilizarme por completo. Me aferré a su estado de vacío emocional y lo copié en mi cuerpo alterado.
-          El pasado ha vuelto a joderme, cómo no. – Suspiré. - ¿Recuerdas a aquel chico del que me enamoré hasta perder la razón?
-          Por supuesto. El capullo que te abandonó.
-          Pues ese era su hermano. Y ambos son parte de Skótadi.
Sam se colocó a mi lado y miró en la dirección en la que Clark se había ido, aunque ya no hubiera rastro de él por allí.
-          Pues menuda fiesta, ¿no? – su voz tenía un matiz de diversión que me hizo cerrar los ojos de cansancio. No podía culparla de que fuera una caja emocional vacía.
-          ¿Qué tal tu cena? – le pregunté, por cambiar de tema. Realmente, no tenía ningún interés en la respuesta.
-          Deliciosa – ronroneó.
No respondí. Estaba demasiado ocupada con la cantidad de pensamientos que me estaban produciendo un dolor de cabeza como para que darle importancia a su alimentación de súcubo satisfecha en ese momento.
Levanté la mano, con la palma hacia arriba, en el espacio que había entre las dos, ofreciéndosela a Sam. Cuando sentí que su mano cálida se aferraba a la mía, cerré los ojos y nos desvanecí a las dos de aquel lugar, dejando tras nuestra desaparición una nube de denso humo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El pasado nunca se aleja demasiado de tu puerta. (Parte I)


1/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst



Aun tenía en los labios la sonrisilla de suficiencia que se me había quedado en el rostro, tras mi encuentro con el detective, cuando entré en nuestro piso, con un café recién comprado en cada mano. Había sido tremendamente sencillo engañar al pobrecillo, hacerle creer que se había equivocado en todo. Por ejemplo, decirle que aquel no era mi apartamento, cuando llevaba viviendo allí dos meses. Pero él se lo había tragado sin dudar siquiera. Casi me daba pena. Casi.
Llamé a Sam. Cuando no obtuve ninguna respuesta, supuse (acertadamente) que estaba escuchando música a un volumen demasiado alto con los auriculares puestos. La encontré tumbada en su cama, con el portátil sobre los muslos y revisando nuestra dirección de correo.
Al verme, desconectó los auriculares, dejando que la música inundara, muy alta, todo el piso. Me recosté a su lado y le pasé uno de los cafés que aun llevaba entre las manos, y que me estaban quemando las yemas de los dedos.
-          ¡Me has traído café! – gimió de satisfacción. – Ya sabía yo que compartía piso contigo por una razón.
-          Me abrumas con tanto cariño. – Ambas dimos un sorbo del líquido caliente. Éramos completamente adictas al café, sobre todo al de la cafetería que había a dos manzanas del piso.
Miré la pantalla, en la cual se veía aun la página que había estado mirando Sam antes de que yo la interrumpiera.
-          ¿Alguna novedad? – pregunté, aun sabiendo la respuesta.
-          Ninguna – replicó ella, encogiéndose de hombros. Se pasó la lengua por el labio inferior y actualizó la página.
El resultado volvió a ser el mismo: cero mensajes nuevos. Suspiré y apoyé la cabeza en la pared, sintiendo cómo el desánimo anidaba en mi pecho.
-          ¿Qué estamos haciendo mal?
-          Nada. Simplemente, somos nuevas en el negocio. Deja que los rumores sobre nuestras maravillosas habilidades circulen por ahí y relájate.
Miré a Sam por el rabillo del ojo. Permanecía imperturbable. Su imagen de tranquilidad e indiferencia nunca se alteraba, por complicadas que fueran las circunstancias y eso, en cierto sentido, me tranquilizaba, pero a la vez me hacía sentir una intensa angustia y rabia. Mi compañera de piso había sufrido tanto a lo largo de su vida, que había obtenido como resultado un trastorno que le impedía sentir emociones demasiado profundas. Nunca estaba preocupada, ni sentía miedo. La mayor parte del tiempo, no había ni una cosa en el mundo que la inquietara. Estaba tan hecha pedazos y llena de cicatrices por dentro que su modo de sobrevivir había sido despojarse de los sentimientos, para poder avanzar sin que estos la derrumbasen. Eso era terrible y odiaba a todos los que habían hecho eso de ella. Sobre todo, a su madre.
Aunque ella no pudiera sentirlo, yo veía que nuestra situación estaba complicándose. No teníamos trabajo ni modo de conseguir dinero hasta que consiguiéramos uno.
-          Tendremos que pagar el alquiler al final del mes. – Le recordé con un suspiro.
-          No te preocupes. – Sam esbozó una sonrisa traviesa. – Yo me encargo del casero.
Fruncí el ceño.
-          Estamos jugando con las vidas de los demás.
-          Myst, soy un súcubo. – Me miró como si estuviera evidenciando lo más obvio. - Mi especialidad es controlar la mente de los hombres para que hagan todo cuanto desee. Y el casero no será un problema. Estará completamente de acuerdo en perdonarnos un mes de alquiler.  - Centró su atención de nuevo en la pantalla. – O en no cobrárnoslo nunca, si se lo pido por favor.
-  Aun así. Ese hombre necesita el dinero.
Sam suspiró y dejó el portátil sobre la cama, aun con la música a demasiado volumen. Me miró con tranquilidad, se pasó la lengua por el labio, repitiendo su tic involuntario, y bebió café de nuevo antes de hablar.
-          Y nosotras necesitamos un sitio donde vivir. ¿Quieres volver a compartir una habitación de dos metros cuadrados y un baño común para todos los miembros de la organización? Porque yo no.
-          Ya. – Me mordí el labio. – Supongo que podríamos hablar con el casero. Solo hasta que nos den algún trabajo. – Realmente, no nos quedaba otro remedio. Acabábamos de empezar en el mundo de los trabajos extraoficiales, como lo llamaba Sam, y aun nadie nos había contratado para poner en práctica nuestras habilidades con alguna misión. Y eso que habíamos hecho una buena puesta en escena, con el asesinato de aquellos tres mafiosos.
-          Esa es mi chica.
Tampoco podíamos volver a la Organización. Estábamos demasiado cansadas de vivir allí, teniendo que obedecer órdenes para obtener comida y alejamiento. Pero se suponía que debíamos estar agradecidas. Ellos nos habían enseñado a defendernos, nos habían rescatado del enorme pozo de nuestra vida anterior. Aun así, Sam y yo habíamos preferido largarnos lo antes posible, aunque eso supusiera tener que buscar trabajo por nuestra cuenta.
Teniendo en cuenta las habilidades de Sam, que no tenía ningún problema en conseguir que todos los hombres de nuestro entorno se arrodillasen a nuestros pies, habíamos sobrevivido bastante bien, pero no de un modo del todo legal. Aunque claro, sobrevivir era lo importante, así que de momento, debíamos dejar los peros más tarde. Bueno, yo debía dejarlos. Sam no veía ninguno en ese estilo de vida, puesto que así era como había sido su vida siempre: si quería algo, con lanzarle una sonrisa al primer ser masculino que entrara en su camino bastaba. Otra repercusión de la mala influencia de su madre, que también era un súcubo y se aprovechaba de sus habilidades para satisfacer todos sus caprichos, sin tener en cuenta los daños que causaba.
Eso había ocasionado en su hija una visión borrosa de lo que estaba bien y de lo que estaba mal. Para Sam, lo que se ajustaba a sus propósitos era, indudablemente, bueno, y viceversa.
Me recosté en la cama y me terminé el café. Volví a recordar mi último encuentro con el detective, en su coche, y las comisuras de mis labios se elevaron de forma involuntaria.
-          ¿Sabes? Me he encontrado con nuestro amigo el detective – la informé. – Sigue vigilándome.
Sam se rio al oírlo. La verdad es que aquel pobre policía había sido nuestra víctima predilecta en los últimos tiempos. Lo estábamos volviendo loco poco a poco.
-          Bueno, si se pone muy pesado, también puedo encargarme de él. – Esbozó de nuevo su sonrisa pícara. – La verdad es que no está nada mal.
Negué con la cabeza lentamente. No sabía muy bien por qué, pero no quería que el tira y afloja que nos traíamos el detective y yo acabara aun. Me resultaba bastante divertido verlo intentando encontrar pistas sobre mí y frustrándose día a día. Solo recurriría a mi mejor amiga súcubo si las cosas se volvían demasiado problemáticas respecto a él.
Sam evaluó mi reacción con ojo crítico. Intenté imitar su expresión neutral, sin sentimientos, pero a mí no me salía de la misma forma natural que a ella, porque, por mucho que lo hubiera intentado y llevara siempre la máscara de la frialdad, aun seguía teniendo sentimientos, aunque estos ya no me afectaran como antes de entrar en la organización.
-          Vaya, vaya. Creo que a alguien le gusta el detective.
-          No digas boberías – me sonrojé un poco. Maldita sea.
-          Oh, vamos, Myst. El detective está… para comérselo. – Sam se pasó la lengua por el labio una vez más, componiendo su mejor expresión de súcubo descarado.
-          ¡Que no! – me puse seria. – Nada de relaciones, ¿recuerdas? Es nuestro pacto. – Bajé la voz y musité en voz baja. – Sabes tan bien como yo que el afecto lo complica todo.
-          Sí, sí. Pero puedes divertirte un poco. El sexo sin compromiso está bien. – Sam se encogió de hombros. Para ella, el sexo era solo un acto físico sin complicaciones, la satisfacción de una necesidad y, como súcubo, la búsqueda de alimento.
Pero, para mí, era mucho más. Era una demostración de amor. Solo lo había hecho con una persona, el único al que había amado… Sacudí la cabeza, obligando a esos recuerdos a marcharse, a ocultarse de nuevo en donde no me estorbaran. Recordar solo era una fuente de dolor.
Cuando giré la cabeza para responder al último comentario de Sam, contemplé horrorizada cómo sus pupilas se expandían hasta cubrir la totalidad de sus ojos, convirtiéndolos en dos pozos negros como una noche sin luna. Ella me miró con fijeza, inhaló con fuerza y gruñó en voz baja.
-          Mierda, Sam – susurré. Sabía perfectamente qué significa aquello; lo había visto en el pasado varias veces.
Ella zarandeó la cabeza, recuperando el control de nuevo. Sus ojos adoptaron el color normal, el profundo tono verdoso que hacía recordar a un bosque muy espeso, y me miró con cautela.
-          ¿Cuánto hace que no te alimentas? – le pregunté finalmente.
-          No tanto – su respuesta fue una clara evasiva. Sam mentía bien, puesto que no tenía ningún reparo moral en hacerlo, pero yo la conocía demasiado y la solía calar en el acto.
-          Y una mierda. – Mi voz se tornó dura y fría. Ya que ella no se preocupa por sí misma, no me quedaba más remedio que hacerlo yo, y para ello debía comportarme de forma intransigente.
Si sus ojos se habían vuelto negros por completo, debía de estar muriéndose de hambre. Como súcubo, debía alimentarse de energía masculina cada cierto tiempo. El máximo que podía aguantar era, aproximadamente, quince días. El cambio de color en sus ojos significaba que llevaba más de ese tiempo sin alimentarse de ningún hombre, lo que la llevaba al límite de su auto-control. Cuando más desesperada estuviera por alimentarse, más posibilidades había de que perdiera toda su humanidad y se convirtiera en una depredadora carente de cualquier conciencia y emoción. Y eso que ya no tenía mucho de ninguna de las dos cosas.
-          Tienes que salir de caza. – No era una petición. Se lo estaba ordenando. – Esta noche.
-          No es necesario. Estoy bien. – Sus ojos volvieron a metamorfosearse durante un segundo y Sam clavó sus uñas, que se habían alargado en busca de una presa, en el cojín del sofá.
-          A mí no me lo parece. – Mi tono dejó claro que aquello no era un juego. Ambas sabíamos que Sam tenía que alimentarse, y pronto. No iba a permitir que sucumbiera al súcubo.
Mi mejor y única amiga me calibró durante un segundo, estudiando sus cartas. Pero sabía que en mi rostro no iba a encontrar ni un recoveco de duda. Estaba decidida. Si debía ir y encontrarle yo misma una presa, lo haría. No estaba  dispuesta a permitir que la única persona con la que contaba, la única con la que podía quitarme la máscara inhumana que llevaba siempre como protección ante el mundo, me abandonara también.
-          Esta noche, entonces – accedió finalmente.


(Felices 17 otoños, Irene)

lunes, 12 de noviembre de 2012

Demasiadas coincidencias para una ciudad tan pequeña.

30/Septiembre

Clark Dawson (Flames)




Miré la portada del periódico una vez más. Luego, lo tiré sobre la mesa de la cocina, caminé nervioso hasta la habitación, me senté sobre la cama. Me volví a levantar y caminé rápidamente hasta la mesa de la cocina, para coger entre mis manos por decimoctava vez el periódico.
El título, en letras grandes y visibles, rezaba “Una chica sobrevive al asesinato de tres mafiosos”. Eso no era lo preocupante, qué va. Para mí, la violencia era parte de mi mundo, algo que veía cada día. Y ya no en la televisión o en el resto de medios de comunicación, que habían convertido las desgracias de los demás en una simple forma de aumentar la audiencia a base de brutalidad pura y dura. Mi vida, al estar ligada a mi hermano (la única familia que me quedaba) y al haberse visto alterada por un cromosoma mutado, había acabado de alguna manera en medio de otras tantas, todas con una anomalía. Y, la relación entre todas ellas, lo que nos unía, era la violencia.
Por eso, ver los titulares de las noticias ya me dejaba indiferente, por muy inhumano que eso me hiciera sentir. Hasta a las cosas más horribles te acabas acostumbrado.
El artículo del periódico en sí tampoco me parecía demasiado relevante. La noticia era algo extraña, sin duda, porque no tenía mucho sentido que alguien hubiera matado a tres mafiosos y hubiera dejado a una chica indefensa viva como testigo. Bueno, no tenía sentido si lo veías desde el punto de vista de un humano corriente, cosa que yo no era.
Pero la cuestión, lo esencial, lo que me había puesto el vello de punta y me había vuelto un manojo de nervios, era la imagen. No la foto del encabezamiento, donde se veía una imagen de la escena del crimen vacía y los cuerpos muertos.
Era la foto de la parte inferior, que mostraba a la superviviente saliendo de la casa cubierta de sangre.
Durante los cuatro primeros segundos después de verla, no la había reconocido. Había cambiado durante todos aquellos años. No solo en algo físico, que también (tenía el pelo más largo, unas curvas más definidas y su rostro había perdido las últimas redondeces de la adolescencia), si no en su forma de mirar. En cómo su cuerpo parecía más duro, más seguro.
Aquello era lo que me había despistado, pues recordaba perfectamente que mi hermano siempre solía decirme que en su mirada había un miedo perenne, una inseguridad constante que encorvaba su cuerpo, como si intentara volverse invisible. Ella desviaba los ojos de cualquiera que la mirara fijamente y tartamudeaba si tenía que hacerse oír más de un minuto.
Por eso, la primera vez que vi la foto, no reconocí en ella a Annalysse.
Sabía que la chica me resultaba familiar, pero no supe quién era hasta el tercer vistazo a su rostro. Entonces, la relacioné con la muchacha tímida que había en mis recuerdos. Era ella.
La chica a la que mi hermano había amado con toda su alma hacía cuatro años. La chica a la que seguía amando. Por ella, él había cambiado. Su mundo se había venido abajo al perderla, todo se había quedado patas arriba. Jack había obtenido a cambio una profunda vena cínica y la mala costumbre de meterse en la cama de cualquier mujer que le abriese las piernas, aunque no entendía por qué se torturaba haciendo aquello, cuando por la mañana sufría tanto por su ausencia que se aniquilaba a sí mismo a base de nicotina y carreras contra la muerte en moto. De momento, había logrado sobrevivir, pero ¿cuánto duraría?
Y, ¿qué haría cuando descubriera la noticia?
Antes, al llamarlo, había confirmado que aun no sabía nada. Tras meditarlo durante todo aquel tiempo, había decidido que lo mejor era seguir así. Sin que se enterase de nada; al menos, de momento.
Lo único que había aliviado su pena un poco al separarse de ella para siempre había sido la certeza de que ella estaría a salvo. Y, ahora, un periódico decía que unos mafiosos la habían mantenido secuestrada y habían muerto delante de ella, que había contemplado el asesinato incapaz de hacer nada.
Jack enloquecería. La culpa incrementaría el dolor que sabía que siempre anidaba en su pecho. Ya estaba auto-destruyéndose día tras día, con la mierda hasta el cuello.
Verla de nuevo, saber que estaba en la misma ciudad en la que nosotros vivíamos, solo lo empeoraría todo. Esa era la conclusión a la que había llegado después de recorrerme la casa incontables veces tratando de pensar una solución para aquello. Pero no había encontrado ninguna, salvo el silencio.
De todos modos, tarde o temprano se enteraría. Tenía la intuición de que ese “incidente” que narraba el periódico no era tal y como estaba contado, que había una verdad escondida tras esas muertes y que, cuando la descubriera, acabaría helándome hasta los huesos.
Esa sospecha se basaba en los cambios que había percibido en Annalysse. Cierto que en una imagen en blanco y negro no se pueden apreciar todos los matices, pero no veía miedo en la foto que estaba mirando. Aun habiendo estado presente en el cruel asesinato de sus captores, tras estar quien sabe cuanto encerrada con ellos (si eso era lo que había pasado), en su expresión había una tranquilidad totalmente anormal.
El periódico lo atribuía al shock, pero yo sabía diferenciarlo bien de una perturbadora indiferencia. El fotógrafo había sacado la foto sin que ella se enterara, así que no estaba posando. Mantenía una expresión de absoluta serenidad, mientras los policías iban de un lado a otro a su alrededor y nadie la observaba.
Esa no era la Annalysse que yo había conocido. Su parecido físico con la de mis recuerdos no dejaba dudas acerca de que era ella, pero, en su interior, había cambiado algo profundo, que había modificado sus cimientos. Ya no había rastro de miedo en su rostro, un rasgo antes permanente en sus formas.
Con el periódico aun en las manos, decidí que no le diría ni una palabra a Jack y que me desharía del objeto de inmediato.
Normalmente, nunca hubiera dudado en contarle la verdad a mi hermano, pues confiaba más en él que en mí mismo. Había arriesgado todo por mí, por cuidarme tras la muerte de nuestros padres. Pero esta vez, lo hacía por protegerlo.
Averiguaría la verdad, aunque no estuviera acostumbrado a salir de casa para llevar a cabo una de esas misiones (eso también lo hacía Jack). Yo siempre me limitaba a ayudarlo desde casa por medio de mis habilidades tecnológicas, pues no había nadie mejor que yo en cuestiones de informática o tecnología. Sin moverme de mi asiento, era capaz de cooperar con mi hermano, protegido entre las paredes de nuestro piso.
Pero, aquella vez me tenía que encargar yo de descubrir qué estaba pasando. Por una vez, tenía que salir de casa y saber qué había pasado con Annalysse. Tenía que proteger a Jack.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Cuando la verdad amenace con destruirte, quizá sea hora de salir corriendo.


 1/Noviembre


Detective William Woods.



Llevaba una hora y media sentado frente al edificio, observando una puerta cerrada, y el termo de café ya hacía mucho que no estaba recién hecho ni caliente. Me había calado bien una gorra de los Red Sox para que ningún testigo pudiera reconocerme como el acosador que se había pasado sentado en su coche dos días delante de un bloque de apartamentos común y que había seguido a la dulce señorita que vivía en el segundo B durante todo el tiempo. Cualquiera con un poco de sentido común me habría considerado un delincuente, pero solo era un detective con la obsesión de descubrir la verdad.
Después del incidente en la comisaria, me había tomado unos días libres. Que es una forma menos dolorosa, y más burocrática, de decir que me habían obligado a coger vacaciones pagadas después de asegurar que había oído cosas inexistentes, e imaginado conductas amenazadoras en una chica de veintiún años que no dejaba de temblar de miedo durante el interrogatorio.
Tras rebuscar en la base de datos del ordenador durante horas y horas, sus huellas dactilares habían cantado y había aparecido un nombre y una ficha: Karen Smith. Pero, tras leer el informe del que disponíamos sobre ella, era bastante evidente que se trataba de una identidad falsa, que surgió de la manga de un falsificador en el momento necesario.
Aunque ponía que Karen Smith había nacido veintiún años antes, no había ningún tipo de información relativa a su vida antes de los últimos cuatro años. Ni siquiera ponía en qué hospital había nacido, solo se aludía a la ciudad sin entrar en detalles. No se incluía ningún dato sobre los padres, domicilio familiar, la escuela a la que había ido, si había tenido alguna lesión de niña por la que tuviera que ser ingresada… Nada de nada. Y, de pronto, cuatro años antes, Karen Smith empezó una actividad frenética. Contrató un servicio de telefonía móvil mensual, internet para un ordenador portátil y, en los últimos meses, incluso aparecía el alquiler de un pequeño piso, delante del cual me encontraba, a la espera de poder verla salir del apartamento y seguirla hasta encontrar algo sospechoso en su comportamiento que utilizar como prueba para respaldar mi teoría de manera irrefutable.
Había empezado a llamarla la asesina, a falta de un término mejor con el que nombrarla cada vez que pensaba en ella o que me grababa a mí mismo documentando cada paso que daba en la persecución de la verdad que se escondía detrás de su piel de porcelana y de sus ojos aparentemente inocentes, pues llamarla Karen Smith me parecía caer en su juego de mentiras y fachadas falsas. Por alguna razón, a mí me había confesado su crimen y no me detendría hasta lograr que todos me creyeran y que ella acabara en una cárcel. O en un psiquiátrico.
Ya llevaba dos días persiguiéndola por todas partes como un perro insistente con su presa. No iba a soltarla mientras no averiguara cada mísero detalle de su vida, lo necesario para arrestarla.
Pero hasta ese momento, no había descubierto una puta mierda. Las pocas veces que le había podido seguir la pista, nunca había estado haciendo nada sospechoso, solo tomándose un café mientras paseaba o hablando por teléfono. Siempre tenía las ventanas cerradas, así que lo que hacía dentro de su apartamento era un misterio. Y, otras veces, simplemente desaparecía.
Giraba en una esquina y, cuando yo también lo hacía, buscándola, ella ya no estaba. Era como si tuviera un coche esperándola para salir volando por la carretera sin que yo lo viera o conociera las rutas del alcantarillado y desapareciera por ahí. No sabía cómo lo hacía, pero luego no había ni rastro de ella.
Cuando eso pasaba, solo me quedaba volver al apartamento y esperar a que ella volviera a aparecer, lo que hacía tarde o temprano, con el mismo paso tranquilo de siempre.
Era todo lo que sabía sobre ella. Y esa información no valía ni medio penique.
Un movimiento captó mi atención de pronto, mientras seguía plantando con el coche aparcando en el arcén. La puerta de su edificio se abría y… bingo. Ahí estaba. Llevaba un vestido negro que realzaba la curva de su cadera y que no llegaba a taparle las rodillas ni el resto de las pálidas piernas. El pelo suelto y unas botas bajas de tacón, también negras.
Bajó los escalones de la entrada, echó un vistazo a derecha e izquierda y empezó a caminar hacia el final de la calle, alejándose de la posición donde yo estaba, con un paso vivo que hacía repiquetear sus tacones en la silenciosa tarde noche de un barrio residencial.
Me volví rápidamente para encender el motor y seguirla. Una vez arranqué el coche, me giré para ver donde se encontraba.
Y, de nuevo, no estaba. Había vuelto a desvanecerse en medio de la nada.
La busqué de forma frenética. Derecha, izquierda. Otra vez. ¿Ya había doblado la esquina? Imposible, no caminaba tan rápido. ¿Se había metido en otro edificio? ¿En la cafetería?
Sentí el corazón latiéndome a toda velocidad mientras me desesperaba. ¡La había perdido! Volví a mirar por la ventanilla cuando, de pronto, sentí que alguien accionaba con un movimiento brusco la manecilla de la puerta del copiloto y el ruido sordo que esta hacía al abrirse.
Me giré mientras me llevaba la mano por inercia al sitio donde solía llevar la pistola antes de que me la requisaran en comisaria, y me encontré con un vacío que me llenó el pecho de un pánico atroz.
Mi asesina se deslizó con elegancia hasta quedar sentada en el asiento del copiloto. Sonreía. En otra persona, aquella podría haber sido considerada una sonrisa cálida, amistosa. En sus labios parecían sentenciar una muerte segura, y te prometía que no querías ser tú el destinatario. Retrocedí lo que pude hasta chocar con mi propia puerta.
-          Hola, detective. Bonita noche para un acoso, ¿verdad? – de nuevo, aunque las palabras fueran agradables, su tono de voz y el gesto de su boca me hizo darme cuenta de que me estaba amenazando de algún modo. No importaba lo que dijera, el mensaje subliminal que se escondía en sus frases me aterrorizaba de cualquier manera.
-          ¿Acoso? ¿Qué acoso? – intenté sonar valiente. Puse todo mi empeño y fracasé estrepitosamente. Soné flojo y dejé traslucir el pánico en mi voz.
Mi invitada no deseada cruzó las piernas y comenzó a tabalear con los dedos sobre su muslo. Me miró fijamente a los ojos.
-          No soy ciega, ¿sabe? Lo he visto durante los últimos días. Siguiéndome. Vigilándome. – Puso los ojos en blanco. – No me tenga por una estúpida. Primero que nada, debo decirle que tengo una… salida de emergencia – se encogió de hombros. – Podríamos llamarla así, supongo.
Eso lo aclaraba todo. Ahora entendía las largas estancias encerrada en las paredes su domicilio. Nunca estuvo allí todo ese tiempo. Simplemente, yo no me enteraba de cuando se largaba.
Fruncí los labios, molesto.
-          Eso no es lo mejor, claro. – Emitió una dura carcajada. – Esa – señaló la vivienda de la que yo la había visto salir y entrar en los últimos días – ni siquiera es mi casa. Supongo que se sentirá terriblemente estúpido. – Se encogió de hombros con ligereza, como si estuviera hablando de un tema intrascendental. – Bueno, sí que lo es, la verdad.
Descruzó las piernas y volvió a cruzarlas hacia el lado contrario. Se colocó un mechón de pelo, dejó las manos en su regazo, con un aspecto inocente, aunque no podía ocultar el brillo cruel de su mirada.
Yo me sentía hervir de furia. Me había mentido a la cara y yo había caído en la trampa como un novato. ¿Creía que tenía poca información sobre ella? No sabía absolutamente nada. Quizá ese ni siquiera fuera su color de pelo natural.
-          Gracias por hacer que me diera cuenta de todos mis errores. Intentaré solucionarlos en adelante – repliqué e incluso conseguí emular una sonrisilla burlona.
-          No debería, agente Woods. De veras que no. – De pronto, se puso seria y me atravesó con los ojos. No me miró simplemente. Sus pupilas conectaron con las mías y penetraron en mi mente como en un libro abierto. – No soy una persona con la que se pueda jugar sin acabar completamente quemado y hecho cenizas, siendo sincera. Suelo excederme, créame, y tengo problemas para detenerme una vez comienzo. Alguna que otra vez, una persona que se metió en mi camino acabó en el fondo de un lago o a tres metros bajo tierra, haciéndole compañía a los gusanos. Porque intentaron dañarme o inmiscuirse en mis asuntos. – Enarcó una ceja, una indirecta clara a lo que yo hacía con ella.
-          Sus amenazas no sirven conmigo.
Bajó la vista durante un segundo y sonrió con desgana.
-          No es una amenaza, simplemente me limito a constatar un hecho. – Hizo una leve pausa y luego volvió a clavar sus ojos en los míos. – Deje de seguirme. No pregunte por mí. No investigue. Olvídeme y saldrá de esta con todos los huesos en sus sitios y todos los órganos dentro de su cuerpo. Será lo mejor para ambos.
-          Ya es demasiado tarde.
-          Nunca lo es. Arranque el coche y lárguese de aquí sin mirar atrás.
-          Lo siento. – Apreté la mandíbula. – Pero solo va a conseguir negativas mías en ese asunto.
Finalmente, apartó la mirada de mí, con lo cual puede volver a respirar con normalidad. Sentía la bilis en la boca, el pánico en el estómago. Las piernas no me hubieran sostenido de estar de pie, porque temblaba de pies a cabeza aunque no se notara.
Estaba jugando a un juego muy peligroso y lo sabía. Ella lo sabía. Pero en mi interior estaba esa compulsión que me hacía seguir adelante sin importar qué. Y sabía que uno de los obstáculos podría ser la muerte, pero no podía evitarlo.
-          De acuerdo, entonces. Ya nos veremos, supongo. – Se giró para salir del coche, pero se detuvo con la mano sobre la manilla. – Ah, un momento. – Extendió la mano hacía mí. En ella había un objeto alargado al que apenas eché un vistazo, puesto que no quería perder de vista a aquella psicópata ni un por segundo. – Quizá debería tener cuidado con sus cosas. O podría perderlas por ahí.
Ninguno dijimos nada más. Ella bajó del coche, se metió en un callejón y desapareció con la rapidez de la luz. Ni siquiera me planteé seguirla. ¿Para qué? Desaparecería sin más, como hacía siempre, o se reiría de mí haciéndome seguirla de un sitio sin importancia a otro.
Me quedé sentado en el coche, sin moverme, hasta que pude respirar con normalidad y dejar de temblar. Me sentía enfermo, como si hubiera tenido fiebre durante horas.
Observé entonces el objeto que ella me había dado, que aun aferraba sin darme cuenta. Era la grabadora que llevaba debajo del asiento del copiloto y que mantenía en grabación todo el rato, por si ocurría algo repentino y no me daba tiempo a pulsar el botón. Algo como lo que acababa de suceder, justamente.
Esbocé una leve sonrisa, recordando sus palabras. Tenía una confesión.
La encendí y busqué el historial de archivos grabados. Allí podría estar la prueba de oro, la voz de la chica amenazando con matarme y hablando de los cadáveres que había dejado a su paso. La sonrisa se ensanchó durante un instante para luego evaporarse hasta transformarse una furia burbujeante.
Apreté la grabadora sin poderme creer lo que veían mis ojos.
Todos los archivos habían sido completamente borrados.