(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


jueves, 27 de diciembre de 2012

Juguemos a ser criminales otra noche más.

5/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst




La cámara de seguridad registraba todos mis movimientos. Necesitaba salir de su ángulo de visión, al menos hasta que el guardia de la sala de control dejara de ser una complicación.
Fingí buscar una puerta en concreto y, al tropezar con una anciana pareja que volvía al salón principal, les pregunté con una aparente incomodidad que bordé a la perfección dónde se encontraba el baño para los invitados.
La mujer se rio y me señaló una puerta a mi espalda, la que yo ya sabía que daba al lavabo. Hubiera sido sumamente sospechoso que el guardia se diera cuenta de que conocía las habitaciones de la casa cuando yo era simplemente una invitada guapa más, de las que van colgadas del brazo de un rico para que él alardee de su belleza como si fuera un caballo de carreras. Esa era nuestra tapadera, así que tenía que mantenerla de momento.
Habíamos recibido el correo hacía tres días. Tanto Sam como yo nos habíamos sorprendido bastante, para luego pasar a la alegría por completo (bueno, yo expresé todas esas emociones mientras mi compañera sin sentimientos asentía con la cabeza).
Un importante cliente había oído hablar de nuestra reciente entrada en el negocio del crimen y nos ofrecía una misión. Dudaba acerca de nuestra capacidad para llevarla a cabo, por supuesto, ya que éramos tan nuevas en el sector, pero había quedado estupefacto con nuestra puesta en escena con el asesinato de los rusos y quería ver de qué más éramos capaces.
El objetivo era sencillo. Él, cuyo nombre prefería no revelar, deseaba un objeto de gran valor, un jarrón chino de alguna dinastía perdida en el tiempo, y esa valiosa pieza se encontraba en posesión de una rica multimillonaria que se negaba a venderla. Para conseguirla, contrataba nuestros servicios para que lleváramos a cabo un robo con la mayor discreción posible. Era preferible que nadie se enterara y, por descontado, que su nombre no se pudiera relacionar con el crimen.
Aquella era nuestra primera misión de verdad desde que decidimos divergir de la trayectoria de Tánatos y empezar a trabajar más por nuestra cuenta. Probablemente por eso sentía ese cosquilleo de nervios en el estómago, aunque me obligué a centrarme nada más entrar en el baño y cerrar la puerta a mi espalda. Allí no había cámaras que me vigilasen.
Repasé el plan una vez más, dándole tiempo a Sam de que llevara a cabo su parte.
Entrar a la mansión de la propietaria del jarrón había sido más fácil de lo esperado y era allí, en su caja de seguridad, donde ella guardaba el objeto, protegido mediante diversas medidas de seguridad. Sam y yo nos habíamos pasado los últimos tres días inspeccionando minuciosamente los detalles que nos habían proporcionado, buscando planes y rutas alternativas, procedimientos de emergencia por si algo salía mal…
Nos enteramos de que a los pocos días de recibir el mensaje se celebraba una importante fiesta solidaria organizada por nuestra multimillonaria, que había invitado a distintas personalidades famosas con acaudaladas cuentas corrientes y a un par de personajes menos conocidos, pero igualmente ricos. Esa ocasión fue nuestro método de entrada.
Al principio, pensamos fingir ser camareras y colarnos sin dificultad, pero luego tendríamos que pasarnos la noche sirviendo canapés y champán del caro, y quizá el tiro nos saldría por la culata, impidiéndonos librarnos del uniforme y llevar a cabo la verdadera misión que nos había llevado hasta allí, así que decidimos entrar por la puerta grande.
Tras revisar la lista de invitados, encontramos a dos herederos jóvenes, que apenas superaban la veintena, que acudían como representantes de la fortuna de sus padres. Ambos iban a llevar a sendas modelos del brazo para lucirlas junto a su dinero.
Dar con ellos no fue complicado, puesto que iban anunciando su presencia en todas las redes sociales que podían cada vez que salían de casa. Nos tropezamos con ellos en una discoteca dos noches antes del día de la fiesta y, tras una breve pero demoledora charla con ellos, Sam los convenció de sustituir a sus amigas las modelos por nosotras dos como acompañantes. Sinceramente, no perdían demasiado con el cambio. La belleza de Sam era incomparable, superior a la de cualquier modelo, y yo sabía cómo sacarme provecho si la ocasión valía la pena.
Manteniéndolos bajo un férreo control mental, los chicos nos acompañaron en su limusina desde nuestra casa hasta la mansión, y luego entraron con nosotras colgadas del brazo y una sonrisa deslumbrante. Nos presentaron como unas amigas provenientes de Europa que habían ido a pasar una temporada alejadas de casa. Sam fingía ser rusa, puesto que sabía imitar el acento a la perfección. Yo decía haber nacido y crecido en Estados Unidos antes de mudarme al frío país europeo y, por eso, carecía de cualquier acento extranjero.
Cuando la fiesta alcanzó su mayor apogeo, yo me interné en el pasillo que sabía que conducía a la cámara de seguridad. Habíamos hecho los deberes y estudiado los mapas de la casa para saber a dónde teníamos que ir. Al mismo tiempo, Sam se estaba excusando para ir a hacer una llamada por teléfono al exterior, que en realidad se convertiría en una visita a la sala de vigilancia de la casa para desactivar las cámaras y las alarmas.
Mientras, yo permanecía escondida en el baño para que las cámaras no pudieran grabar mis sospechosos movimientos, esperando la señal. Aproveché aquellos minutos para quitarme el vestido largo de noche que ocultaba debajo un ceñido traje negro que me permitiría camuflarme en la oscuridad y no destacar demasiado. Era de cuerpo entero, pero, para que no se viera mientras llevaba el vestido, en la fiesta, lo había doblado hasta que desapareciera de la vista. Ahora, lo estiré, por lo que cubrió la longitud total de mis piernas y los brazos hasta las muñecas. Me recogí el pelo en una trenza al estilo Tomb Raider; me deshice de los incómodos tacones de aguja, y los sustituí por unas zapatillas de deporte que había escondido dentro del bolso. Dejé mi elegante ropa de noche, junto con el bolso casi vacío, escondida detrás del váter, de modo que otro invitado que fuera al baño no pudiera verla.
Justo en el momento en que revisaba mi vestimenta y mis armas, para asegurarme de que la nueve milímetros estaba bien sujeta a la cintura y que la daga seguía atada en la parte interna de mi muñeca, mi móvil vibró contra la piel de la cadera, donde lo tenía sujeto. La señal de Sam.
Respiré profundamente dos veces para calmar el temblor que se había extendido por todo el estómago. Me obligué a despojarme de los nervios y de las dudas, de los “y si” tan negativos que no dejaban de cruzarme la mente. La clave del éxito estaba en confiar en ello.
Lentamente, a la vez que iba relajando el cuerpo, fue eliminando la solidez del mismo. Me deshice hasta convertirme en apenas un humo casi invisible de color blanco y me fusioné con el aire que me rodeaba. Siguiendo las pautas de mi memoria, me desplacé en ese estado hasta que llegué a la sala anterior a la que se guardaba el jarrón.
En ese estado incorpóreo, mi cuerpo se convertía en partículas de gas y, por lo tanto, carecía de vista, de oído, y de cualquier otro sentido que me permitiera observar mi entorno y orientarme. Tenía que basarme en los planos que había memorizado el día anterior acerca de la distribución de la casa. También era cierto que podría haber adoptado un estado semi-corpóreo que me permitiera disfrutar de los sentidos sin ser sólida por completo, pero en ese estado sí era visible, y prefería no arriesgarme a toparme con un invitado curioso o alguno que buscara diversión en las habitaciones de invitados.
Siguiendo mis recuerdos, llegué a la sala. Volví a adoptar mi forma normal y busqué la cámara que sabía que estaría vigilándome. Ah, ahí estaba. En la esquina derecha, pegada al techo. Saludé a Sam y, de inmediato, el móvil vibró de nuevo contra mi cadera. Después de tres timbrazos, fruncí el ceño y acepté la llamada. Eso no era lo que habíamos acordado.
-          ¿Sam? – pregunté, sin poder evitar que se reflejara el temor en la voz.
-          Houston, tenemos un problema – respondió ella, imperturbable. Su tono incluso parecía divertido.
Contuve el suspiro de cansancio que estuve a punto de proferir. Ya me imaginaba que las cosas no iban a ser tan sencillas como deseábamos. Siempre surgía algún obstáculo en el camino que, a menudo, servía para estropear o dificultar la misión.
Al fin y al cabo, si el robo fuera cuestión de coser y cantar, jamás habrían contratado a miembros de Tánatos. Una de nuestras notables características eran los elevados precios, aunque también la alta tasa de éxito en los encargos. Los clientes que deseaban contratar a algún miembro de la organización sabían de antemano que verían cumplido el objetivo y pagaban esa seguridad.
-          ¿Qué pasa?
-          Verás, había un pequeño detallito que no venía en nuestros resúmenes. Algo bastante importante. – Sam hizo una pausa dramática. – Para entrar en la sala del tesoro, hay que pasar por un reconocimiento óptico.
-          Déjame adivinar, mi iris no ha sido elegido como uno de los favoritos.
-          Exacto. Has quedado fuera de la fiesta. – Sam se rio. Oí un ruido de teclado de fondo y supuse que ella estaría aporreando las teclas en la sala de seguridad para buscar una forma de solucionar aquella complicación. Mi compañera de batalla podía ser insensible y cruel, en bastantes ocasiones, pero era efectiva en su trabajo.
-          ¿No puedes desactivar la seguridad desde ahí? – volví a saludar a la cámara que me enfocaba desde el techo.
-          Ojalá – Sam suspiró. – Desde aquí puedo controlar las cámaras sin problemas, las puertas de acceso a la casa, el telefonillo y la alarma general de la mansión. Pero para entrar en la sala de seguridad hay que pasar el reconocimiento óptico y la única que puede abrir la puerta es la organizadora de la fiesta, nuestra querida multimillonaria.
Bufé en voz baja al oír las buenas noticias. El trabajo estaba empeorando por minutos. Tanta preparación para luego fallar en algo tan elemental.
¿Qué podíamos hacer? ¿Secuestrar a la anfitriona? Se daría cuenta todo el mundo y, sobre todo, sus guardaespaldas. Mala opción.
En copiar el modelo de sus iris y generar una lentilla igual a ellos tardaríamos, al menos, una semana o más, y entonces, habríamos perdido la oportunidad que nos había brindado aquella fiesta. Entrar en la mansión no era nada sencillo, ni siquiera siendo invitado. Teníamos que hacerlo esa noche de cualquier modo.
-          Dime que se te ha ocurrido una idea milagrosa – rogué.
-          Espera un segundo – más ruido de teclado. Los dedos de Sam se deslizaban a toda velocidad. - ¡Ajá! Hay un maravilloso sistema de ventilación que comunica la sala del tesoro con el pasillo que está a tu derecha. El hueco es mi grande, pero creo que cabrá por ahí un poco de niebla.
-          Genial – sonreí y empecé a caminar hacia allí.
La rejilla del sistema de ventilación estaba en una esquina, detrás de una mesa que pretendía ocultar su existencia. Era bastante pequeña, quizá podría atravesarla un niño de unos cinco años, pero de ningún modo un adulto. Pero, en mi forma de humo blanco, apenas ocupaba el mismo espacio que un balón de fútbol.
-          Sé que me vas a odiar, pero tengo más malas noticias.
-          Te odio.
-          Culpa al juego, no al jugador. Bien, escucha. Dentro de la sala, hay unas cuantas medidas extras de seguridad. Normalmente, al pasar el reconocimiento óptico se desactivarían, pero como tú vas a entrar… por una ruta alternativa, se mantendrán intactas.
-          ¿De qué medidas estamos hablando exactamente?
-          Veamos… - Una vez más, el ruido de las teclas inundó la llamada mientras Sam verificaba a qué me tendría que enfrentar. – Por toda la sala se encuentran esos láseres tan chulos de las pelis de espías; esos que, si tocan alguna parte del cuerpo, hacen sonar las alarmas de inmediato y que son invisibles a simple vista.
-          Va mejorando la cosa. Y seguro que hay algo más para hacer que esta noche sea perfecta.
-          Bingo. – Sam volvió a reírse. – Los sensores térmicos también activarán las alarmas si un cuerpo con una temperatura superior a 20 º C entra en la sala.
-          Lamento decirte que mi temperatura media, como persona viva que soy, es de 37.
-          Ya lo sé – suspiró, exasperada.
Yo también me sentía igual. Se suponía que iba a ser un trabajo fácil. Entrar, robar y salir. Nadie había hablado de medidas de seguridad en plan película de James Bond. ¿Qué debíamos hacer? ¿Abandonar la misión y decirle al cliente que habíamos fallado? No era nuestro estilo.
Permanecí en silencio unos segundos más, esperando que Sam hallara la solución a los problemas que se nos venían encima. No quería perturbar su concentración.
-          Ah, aquí está. He encontrado algo útil. Al parecer, los sensores solo se accionan si la temperatura en cuestión se encuentra concentrada en una zona menor de un metro cuadrado de ancho y de dos metros de alto. Las dimensiones de un cuerpo humano, vamos. Pero…
-          Si el calor está disperso por toda la sala, no podrá localizarlo.
-          Exacto. Respecto a los láseres, puedo volverlos visibles desde aquí y tú tendrás que encargarte de no tocarlos. Quizá al ser solo corpórea a medias no los actives, pero yo preferiría no arriesgarnos.
-          Completamente de acuerdo. ¿Eso es todo?
-          Sí. No tardes mucho y ten cuidado. Estaré vigilándote. – Pude percibir una levísima preocupación en la voz de Sam. Para ella, eso era un gran logro emocional. Sonreí.
-          Descuida. Pero… Sam – la llamé antes de que colgara. – Si, por cualquier razón, algo sale mal, quiero que te largues de aquí. No vuelvas a por mí.
-          No voy a abandonarte – la determinación impregnó sus palabras.
-          Sam, por favor. No seas idiota. Yo puedo desaparecer sin dejar rastro y esconderme en cualquier rendija. Pero quiero estar segura de que no tengo que preocuparme por ti si tengo que huir. ¿Prometido?
El silencio se alargó unos segundos. Pude imaginarme perfectamente a Sam sentada en la sala de control, observándome a través de la pantalla, considerando sus opciones. El guardia de seguridad estaría atontado en alguna esquina, controlado por sus poderosos ojos de súcubo y por su voz hipnótica.
Yo estaba segura de que, en caso de necesidad, Sam podría escapar sin problemas, siempre que no se detuviera a preocuparse por mí.
Ella también lo sabía.
-          Prometido – susurró al final.
Luego, ambas colgamos al mismo tiempo. No era necesario decir nada más.
Guardé el móvil en el mismo sitio, sujeto en una funda a la cadera. Sonreí por última vez a la cámara y desaparecí lentamente, diluyendo la solidez de mi cuerpo hasta el límite en que aun podía ver y oír, pero en el que fuera capaz de adaptarme al espacio que quisiera, ya fuera reduciéndome o ampliando mi tamaño. Seguía siendo visible, pero era como esos fantasmas de las películas de los que apenas puedes vislumbrar un contorno borroso y unos rasgos desenfocados.
Inspiré hondo y me colé por la rendija del sistema de ventilación.

***

Los sensores térmicos no saltaron. Los láseres, visible gracias a la intervención de Sam, fueron un engorro, ya que me obligaban a adoptar posturas casi imposibles pero, gracias a que mi cuerpo no se ajustaba del todo a las leyes de la materia, puede llegar finalmente a la vitrina que guardaba la valiosa pieza.
Lo observé un par de segundos. Era un jarrón muy antiguo, ligeramente resquebrajado en algunas partes, pero aun completo. Tenía un bello diseño de flores de loto en la parte superior, y la de abajo representaba una imagen de un grupo de mujeres asiáticas realizando tareas cotidianas. Podía entender su valor con solo mirarlo, puesto que era precioso y sofisticado, una obra de arte de hacía muchos siglos.
Finalmente, adopté forma corpórea, asegurándome de no tocar ninguno de los rayos que brillaban en la oscuridad de la habitación, y posé las manos en el cristal de la vitrina. Lo levanté lentamente…
El estruendo de la alarma me hizo dar un brinco. Mi pierna derecha se movió hasta chocar contra uno de los láseres. Miré a mi alrededor, con el corazón latiéndome a mil por hora en el pecho.
El maldito cristal de la vitrina. Debía tener algún tipo de sensor que activaba las alarmas cuando alguien retiraba la vitrina sin haber superado el reconocimiento óptico.
Olvidando cualquier medida de precaución, tiré el cristal que aun sostenía en las manos y agarré el jarrón con fuerza. El ruido de la alarma me ensordecía, al igual que el del cristal al romperse, pero pude percibir los gritos de gente acercándose al otro lado de la puerta, alterados.
Maldije en voz baja y apreté el jarrón contra mi pecho. Tras lanzarle una mirada de advertencia a Sam a través de la cámara de seguridad, que me enfocaba sin pausa, me desvanecí de la habitación a la velocidad de la luz.

viernes, 21 de diciembre de 2012

No puedo sobrevivir solo cuando la vida está a punto de ahogarme.


3/Noviembre


Clark Dawson (Flames



Mis dedos volaban sobre el teclado mientras Claro de luna de Beethoven me llenaba los oídos. La información aparecía en línea en la pantalla, mientras yo descartaba los datos inútiles de los que sí servían.
Una vez localicé la página donde se encontraba la fuente original de la información, rastreé hasta dar con el nombre de la persona que estaba buscando y, a partir de ahí, solo tuve que seguirle el rastro hasta encontrar los datos necesarios.
Mientras la impresora se quejaba de su trabajo, al lado del ordenador, me estiré y relajé los músculos. Llevaba dos horas y media descodificando mensajes cibernéticos cifrados y hackeando diversas redes, varias de ellas de organismos gubernamentales confidenciales, para lograr hallar lo que Jack me había pedido.
Tras unos pocos minutos de descanso y un sorbo del Red Bull que estaba en la mesa, volví a centrarme en mi misión. Aunque ya había conseguido lo que buscaba, eso solo era la mitad del trabajo. Ahora tenía que borrar mi rastro digital para que nadie pudiera saber que había estado husmeando donde la policía y el Estado preferían que no me colara.  Tardé apenas quince minutos en hacer desaparecer mi huella.
Luego, recogí los papeles que había terminado de escupir la impresora y que aun olían ligeramente a tinta.
Jack estaba en la mesa de la cocina, comiendo un bocadillo sin prestar mucha atención a su comida; se limitaba a masticar el alimento cuando entraba en su boca. Probablemente, ni siquiera se percatara de su sabor, tan ensimismado estaba en la lectura de los documentos que estaban ante él.
Me senté frente a mi hermano y esperé a que me hiciera caso. Sabía muy bien que Jack odiaba que lo interrumpieran mientras estaba concentrado en algo, así que lo mejor era no decir nada hasta que él terminara su tarea.
Le robé un par de patatas fritas de la bolsa que también estaba en la mesa, pero ni se dio cuenta. El paquete estaba lleno, así que Jack no había comido nada de él.
Mi estómago gruñó cuando el alimento llegó hasta él. Solo entonces recordé que se me había olvidado almorzar, que por la mañana solo había tomado un cuenco de cereales y que llevaba toda la tarde realizando un extenuante trabajo mental. Agarré el paquete y me dediqué a engullir patatas hasta que, finalmente, Jack levantó la vista de los papeles que estaba leyendo.
-          ¿Por qué me estás quitando mi comida? – gruñó.
Bufé en voz baja, pero no solté la bolsa.
-          Tú no estás comiendo. Y yo tengo hambre. Qué más te da.
-          Es mi comida. Coge tú lo que quieras de la despensa.
Me recosté en el asiento y lo fulminé con la mirada, pero no le devolví las patatas ni pedí disculpas. Sabía cómo funcionaba nuestra relación. Jack se las daba de hermano mayor duro y autoritario y yo le recordaba que, por mucho que fuera más grande y más fuerte que yo, no tenía derecho a comportarse como un dictador. Por eso, le desobedecía siempre que podía, y cuando eso no pusiera en riesgo ni mi vida ni la suya.
Mastiqué despacio deliberadamente, para sacarlo de quicio. Jack hizo un amago de robarme el paquete, pero lo alejé de su mano extendida y cogí otra patata, que me tragué con rapidez.
-          ¿Esta es tu forma de darme las gracias por haber estado trabajando toda la tarde para ti? Porque estoy pensando seriamente en cambiar de empleo.
Mi hermano se echó hacia atrás y sopesó sus posibilidades. Ambos sabíamos que aquello no era más que una pose. Por mucho que nos cabreáramos mutuamente, siempre prevalecía el amor fraternal. Jack sentía la compulsión de protegerme bajo cualquier concepto y yo no lo iba a abandonar después de todo lo que había hecho por mí.
Desde otro punto de vista más práctico, probablemente yo no podría sobrevivir sin su ayuda, puesto que jamás había tenido un trabajo y odiaba salir de casa más de lo necesario. Y Jack necesitaba de mis habilidades excepcionales como hacker para que encontrara la información que precisaba para realizar sus misiones. Nos ayudábamos mutuamente.
Después de fingir un poco más que realmente se estaba planteando aceptar mi oferta de abandono, encogió los hombros y frunció los labios.
-          Está bien, quédate las patatas, pero enséñame lo que has descubierto a cambio.
-          Trato hecho.
Le tendí los folios recién imprimidos. Él les echó una ojeada rápida, apenas un vistazo, puesto que después lo leería a fondo, cuando estuviera solo en su centro de operaciones (más conocido como su dormitorio). Asintió para darme a entender su conformidad con lo que había obtenido.
-          Perfecto. – Me felicitó.
-          El objetivo está un poco más lejos que de costumbre.
-          Ya, ya lo he visto. – Suspiró. – El Cairo. Serán unas cuantas horas de viaje.
La verdad es que era bastante común que Jack tuviera que viajar de un lado a otro para completar las misiones. El centro de operaciones de la organización estaba en nuestra ciudad, pero los clientes contrataban nuestros servicios desde cualquier parte del mundo. Normalmente, Jack prefería encargarse de trabajos para los que no tuviera que irse muy lejos. En los últimos años, yo había desarrollado la teoría de que, en realidad, le daban un poco de miedo los aviones, pero aún no había podido corroborarlo.
Durante sus ausencias, yo permanecía solo en el piso y “cuidaba el fuerte”. Lo que quería decir que sacaba la basura cuando empezaba a oler mal y me encargaba de limpiar lo justo y necesario. No compartía la manía por la limpieza de Jack, así que dejaba que él se encargara de desinfectar la casa cuando volviera, y solo me limitaba a eliminar los restos de suciedad más visibles y malolientes.
Puede que sea fuera otra razón por la que mi hermano odiaba dejarme solo.
Por primera vez desde que entré en la habitación, en ese momento me fijé en el informe que Jack había estado leyendo tan concienzudamente antes de que yo lo interrumpiera. ¿Otra misión? ¿Cuándo no había terminado la anterior?
Intenté leer algo de lo que ponía. Al principio, no me pareció nada relevante.
Hasta que vi con claridad las frases “nueva recluta de Tánatos” y “asesinato público de mafiosos”.
Por un segundo, me quedé helado en el sitio. Pude sentir cómo la sangre abandonaba mi rostro y supe a ciencia cierta que había palidecido del asombro.
No puede ser.
-          Jack, ¿qué es eso? – la voz me salió un poco más ronca de lo normal. Carraspeé y me obligué a controlarme.
Primero me miró a mí, extrañado, y luego a los papeles que había delante de él.
-          Ah, esto. Me estoy informando sobre otro asunto.
-          ¿Otra misión? Si aún no has iniciado la que tenemos entre manos – intenté aparentar normalidad, pero la tensión aún era palpable en mi voz.
-          Todavía no estoy trabajando en ello. Solo le echo un vistazo por si acaso – me sonrió para aligerar el ambiente. Entonces, pareció recordar algo. – Ah, sí. ¿Te acuerdas de la noticia sobre la que me hablaste hace unos días por teléfono?
Me encogí de forma imperceptible. Claro que la recordaba.
Myst. Su iniciación en Tánatos, el asesinato de los tres mafiosos rusos y su marcha sin cargos de la cárcel. Nuestro encuentro en el aparcamiento de la discoteca. Sus ojos fríos, sus palabras duras.
Aquella chica no era la misma de mis recuerdos. No había miedo en ella, solo una gélida determinación y una seguridad en sí misma que antes no había estado ahí. Seguía teniendo ese aspecto frágil que te daba ganas de protegerla, peros sus ojos se habían convertido en una advertencia para todo aquel que se acercara demasiado. Contuve un escalofrío al recordarla jurándome que mataría a Jack si volvía a verlo.
-          Vagamente – la mentira se me quedó clavada en la garganta y mi voz se quebró. Jack me miró suspicaz, pero yo intenté quitarle importancia. - ¿Ahora estás interesado? ¿Por qué?
-          Es que la persona que cometió esa atrocidad es una nueva recluta de Tánatos. No sabemos mucho de ella, la verdad, pero la organización teme que sea un peligro más grande lo esperado. Strike me ha dicho que probablemente me encarguen deshacerme de ella.
Apoyé las manos en la mesa para evitar caerme de la silla. Sentía como el corazón me latía a mil por hora en el pecho. Tenía la boca seca, mientras un horrible sudor frío se extendía por mi nuca.
Maldita sea. Maldita sea.
De todos los miembros de Skótadi capaces de llevar a cabo un asesinato, habían tenido que elegir a mi hermano. Era cierto que su fama para la destrucción era notable, pero… ¡joder!
El silencio se extendió demasiado, pues no encontraba ninguna palabra con la que romperlo. Me sentía enfermo de repente. ¿Cuándo se habían torcido tanto las cosas? ¿Qué debía hacer? El terrible peso de aquella responsabilidad se había multiplicado por diez en apenas unos segundos.
-          Vaya. Y… ¿has visto a la chica? – la foto estaba en el maldito periódico. Así era como yo la había reconocido. ¿Jack la había visto? Me tensé aún más, pero luego me percaté de que, si supiera quién era la chica, no estaría tan calmado.
-          No, aún no. Ya te digo, solo estoy leyendo un poco por encima. Primero quieren ponerla a prueba para ver hasta dónde es capaz de llegar, si es un peligro real, y luego ya me dirán qué esperan que haga como respuesta a eso.
Empezaba a faltarme el oxígeno. Con cada palabra de Jack, sentía como si un enorme mazo me golpeara el estómago. Las patatas que me acaba de comer se volvieron en mi contra.
Jack debió de darse cuenta de mi evidente preocupación. Tapó mi mano con la suya, un gesto cálido de consuelo. Cuando nuestras miradas se cruzaron, volvió a dirigirme esa sonrisa alentadora que había utilizado tantas veces conmigo a lo largo de nuestra vida, sobre todo desde la muerte de nuestros padres.
-          No tienes de qué preocuparte, Clark. Por muy dura de pelar que sea esa chica, no tiene nada que hacer contra mí.
Sus palabras sonaron terriblemente confiadas. Deseé creer en ellas. Deseé devolverle la sonrisa y decirle que sí, que confiaba en él.
Pero sabía que Jack jamás podría hacerle daño a… Annalysse. La amaba más que a nada en este mundo, más que a su propia vida. Y verla de nuevo, ver en lo que se había convertido, lo destrozaría de una forma irremisible.
No podía permitirlo. De nuevo, iba a tener que tomar las riendas de una situación que escapaba de mi control y proteger a la única persona que me quedaba en el mundo.
Asentí con la cabeza para demostrarle mi conformidad, mientras urdía un plan a toda pastilla.

                                       

                                                                                                        4/Noviembre


Las dos horas y media que había permanecido esperando delante del edificio se habían vuelto eternas, y mi humor había empeorado todavía más cuando una leve llovizna, de esas que parecían no tener importancia pero que realmente te calaba hasta los huesos, se repitió de manera constante cada media hora, como una señal clara de que el otoño por fin había decidido dejarse notar en la ciudad.
En todo ese tiempo, no vi salir ni entrar a nadie del edificio, a excepción de una anciana que paseaba a un horrible chihuahua que le ladraba a los demás transeúntes (con un ladrido agudo y exasperante) y un hombre de unos cuarenta y tantos, trajeado y cargado con un maletín. Ninguna de esas personas era a la que yo había ido a buscar.
Después de la primera hora de espera, me di cuenta de que no era el único que vigilaba el edificio. Había un tipo extraño sentado en un coche que no le quitaba el ojo al mismo conjunto de pisos que yo, lo cual, tras pensarlo un poco, no me sorprendió. Era lógico que estuviesen vigilando a Myst si pensaban tenderle una trampa.
Eso me puso alerta y me escondí mejor para que el tipo no se diera cuenta de mi presencia, preocupado. Quizá llegara tarde. Quizá aquello fuera una pérdida de tiempo, después de todo.
Justo cuando estaba a punto de marcharme, convencido de que era demasiado tarde, ella apareció de la nada.
-          ¿Sabes? No está bien acosar a la gente. Es una buena razón para denunciarte.
Me giré sobresaltado. No había oído a nadie acercarse, pero, de algún modo, la amiga de Myst, la que había acudido al aparcamiento en pos de ella el día en que nos habíamos reencontrado, estaba a mi espalda.
La chica me miró con una ceja enarcada, esperando mi explicación, pero yo me había quedado absorto al verla. La primera vez apenas me había fijado en ella, porque estaba demasiado perdido en todos los acontecimientos, pero ahora era imposible no fijarme bien en ella.
Tenía el pelo, de color rubio rojizo, recogido en una trenza que reposaba su hombro derecho y que caía por su torso hasta casi la altura del ombligo. El maquillaje oscuro resaltaba unos preciosos ojos verdes que quitaban el aliento. Aunque llevaba ropa anodina e informal, unos vaqueros y una camisa de cuello vuelto color negro (complementada con unos tacones bajos del mismo color) su atractivo era innegable. Sentí como se me aceleraba el pulso.
-          ¿Y? ¿Algo que alegar o llamo ya a la policía?
Bebió un sorbo de la taza de plástico que llevaba en las manos y que parecía ser de café. Luego, se pasó la lengua por el labio superior, en un gesto sensual que acrecentó mi mudez.
Cerré los ojos para concentrarme un momento.
-          Estoy buscando a Myst – logré articular todas las sílabas con claridad.
-          Ya, lo suponía. Pero no vas a verla.
Abrí los ojos, sorprendido por la dureza de sus palabras. Me miraba como si yo fuera una molesta caja llena de objetos de los que deseara deshacerse lo antes posible. No era tan intenso como odio, ni siquiera desprecio, pero se notaba que estaba… levemente irritada.
-          ¿A qué te refieres?
-          Creo que lo he dicho bien claro. No vas a ver a Myst. – Pronunció cada palabra lentamente, para remarcar cada una.
Me costaba un gran esfuerzo centrarme en la conversación, pero sabía que era importante que hablara con ella. No podía permitir que algo malo le pasara a Jack. Aun sabiendo eso, todo mi ser deseaba hacer caso a mi interlocutora. Necesitaba obedecerla.
Y, por todo lo sagrado, nunca había estado tan cerca de una belleza semejante, lo que me atolondraba profundamente. Era como si toda ella emanara el sutil aroma de la seducción. Todos sus gestos parecían destinados a hacerme caer en su trampa, a empujarme al abismo. Sobre todo sus ojos… Tan profundos y atractivos, de un verde intensísimo.
-          Es importante – aquellas dos únicas palabras me resultaron casi imposibles de decir.
-          No. – Apretó la mandíbula. – Así son las cosas. Myst sufre cada vez que algo relacionado con su pasado vuelva para atormentarla, sobre todo si tiene que ver con tu hermano. Verte a ti no es precisamente una alegría para ella, ¿entiendes? Le hace daño tu mera mención. Y, puesto que es la persona más importante para mí, no me gusta que sufra lo más mínimo. Por eso, tú te vas a largar y nunca más vas a volver a molestarla, ¿está claro? Te irás y la dejarás en paz para siempre.
Su voz no admitía réplica. Sus palabras calaron en mi cerebro, traspasaron todas mis defensas y se grabaron a fuego en mí. Mis pies empezaron a retroceder, obedeciendo por su cuenta las órdenes de la chica.
No puedes irte. Por Jack.
Me aferré al recuerdo de mi hermano. Me forcé a rememorar lo mucho que le debía, lo mucho que él había dado por mí, y conseguí que mis pies dejaran de moverse. Mantenía el control de mi cuerpo a duras penas.
Una parte de mi cerebro necesitaba marcharse, porque ella lo había ordenado así. Tenía que hacerle caso, era imperioso que la obedeciera, pero la otra parte de mi cerebro, la racional, se oponía. Tenía que quedarme y hablar con Myst.
Apreté los dientes por el esfuerzo de hacer que mi propia opinión prevaleciera sobre los estúpidos dictámenes de mi cuerpo.
Levanté la vista hacia mi acompañante, pero eso hizo que mi voluntad se tambaleara. Solo con mirarla era suficiente para que el deseo de seguir su mandato fuera casi irresistible. Dios mío, ¿por qué seguía allí? Tenía que irme. Era urgente, no podía quedarme más allí. Y no podía volver nunca más, ella lo había dicho…
No. Lucha, Clark. Maldita sea, lucha por una vez.
-          Es importante  - repetí. Las palabras sonaron bajas e inteligibles al pronunciarlas con los dientes apretados. – Skótadi… planea… ma-matarla.
No me sentía capaz de repetirlo. La fuerza que me impulsaba a marcharme era aplastante… No podía seguir allí ni un segundo más. Debía irme…
De pronto, aquella irracional necesidad desapareció. Como si alguien la hubiera hecho desaparecer al chasquear los dedos, en apenas un segundo.
Miré a la preciosa chica. Había apretado los puños, aplastando ligeramente la taza. Su mirada estaba fija en el suelo bajo nuestros pies.
-          ¿Cómo lo sabes? ¿Esto es una trampa? ¿Cuándo lo harán? – soltó las preguntas de golpe, sin respirar entre una interrogación y otra.
-          No es una trampa, lo juro. – Me apresuré a asegurarle. – No sé cuándo sucederá, sé que primero quieren ponerla a prueba. Una vez hagan esa prueba, probablemente la matarán. Y lo sé… porque han ordenado a mi hermano que lo lleve a cabo.
-          Joder – musitó. Tomó otro sorbo de café, esta vez uno más largo. Luego, me miró, evaluándome. - ¿Estás seguro, verdad?
-          Completamente. Vi el informe ayer, sobre la mesa de la cocina.
-          Tu hermano… ¿sabe que se trata de Myst? – apretó la mandíbula al mencionar a mi hermano. Parecía tenerle especial rencor, lo que encontré completamente lógico, teniendo en cuenta lo que me había dicho antes. Dudaba mucho de que nadie le hubiera hecho tanto daño a Myst como lo había hecho Jack, pero él también tenía sus razones. Aunque no era momento para discutir sobre eso.
-          No. No le han dado ninguna foto y por la descripción, podría ser cualquiera. Además, él nunca pensaría que ella trabaja para Tánatos. No es a Myst a la que conoció, si no a la chica que era antes. Y ambas no se parecen más que un poco en el físico.
Ella asintió por toda respuesta y luego se mantuvo en silencio durante unos minutos, cavilando. En un momento dado, volvió a recorrer su labio superior con la lengua, en un gesto sensual que me puso el vello de punta. Por lo visto, era un tic involuntario, pero a mí me estaba volviendo loco.
Sabía que debía centrarme en el tremendo problema que nos venía encima, pero mirándola, no dejaba de pensar en cosas mucho menos púdicas. Pero, maldita sea, es que nunca había visto una mujer tan hermosa y sensual como la que estaba ante mis narices, al alcance de mi mano. Me contuve para no rozar su piel con los dedos y comprobar si era tan suave como parecía.
Después de pensarlo detenidamente, volvió a centrar su mirada en mí. Sentí el influjo de sus ojos verdes sobre mí, pero en ese momento no los estaba usando para doblegarme, por lo que pude aferrarme a mi voluntad.
-          Bien. Yo me encargaré de todo.
-          ¿Eso es todo? – repliqué, indignado.
-          ¿Qué más quieres? – replicó ella a su vez, mordaz. - ¿Una salva de aplausos? ¿Un pin al mejor boy-scout del mes?
-          Bueno, un gracias bastaría para empezar.
Ella me observó como si de pronto me hubiera vuelto loco. Parecía a punto de echarse reír. Se colocó un mechón de pelo que se había escapado de su trenza tras la oreja y, entonces, sin prepararme para ello, sonrío levemente. Mi corazón estuvo a punto de detenerse al verla.
-          De acuerdo. Gracias. – Inclinó la cabeza hacia mí. – Ah, otra cosa. Si descubres algo más, algo así de importante, no vengas buscando a Myst. Cuéntamelo a mí directamente.
Por alguna razón, y podía adivinar cuál, no me pareció en absoluto horrible acceder a su petición. Tras oír mi aceptación, ella se dio la vuelta y empezó a marcharse. Luego, se detuvo y se giró de nuevo.
-          Por cierto, no te lo he dicho. Puedes llamarme Nox.
-          ¿Nox? – pregunté extrañado. Estaba claro que no era su nombre real.
-          Todavía no confío lo suficiente en ti como para decirte mi nombre verdadero. Y es incómodo que no sepamos cómo llamarnos mutuamente. – Se encogió de hombros.
-          Claro. Pues… yo seré Flames. – Nunca había utilizado ese apodo, pero Jack lo había elegido para mí cuando descubrimos nuestras capacidades.
-          Curioso nombre. Te daré mi número para que puedas localizarme…
-          No te preocupes. Me las apañaré para dar contigo cuando lo necesite – admitiendo lo innegable, solo dije aquello para pavonearme.
Esta vez, Nox sí se rio. Fue un sonido bellísimo.
-          Ah, entonces sí que eres un acosador – luego, me guiñó un ojo a modo de despedida y se marchó sin más, dejándome solo y con unas ganas terribles de perseguirla.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Aullándole a la luna recuperé su recuerdo.


4/Noviembre

     Ian Howl (Lycos



Aquella molesta sensación llevaba persiguiéndome desde hacía tres días. Era… un zumbido, una vibración de baja intensidad que iba aumentando de frecuencia a medida que pasaba el tiempo. Pero, cuando intentaba averiguar de qué se trataba, se me escurría entre los dedos. Era… era como si hubiera algo que hubiera olvidado, pero que fuera de vital importancia. Pero, si tan relevante era, ¿por qué era incapaz de recordarlo?
Sentado en el tronco de un árbol caído, en medio de ninguna parte en un bosque de un montón de verdes hectáreas y vestido solo con unos vaqueros raídos, no tenía nada mejor que hacer que intentar descubrir el origen de esa sensación. Estaba oscureciendo, pero el tiempo siempre parecía ralentizarse cuando esperabas algo, así que mis minutos se eternizaban en horas y solo podía entretenerme con mis pensamientos hasta que llegara la noche completa y la luna me llamara con su dulce resplandor.
Levanté la vista y miré a través de las copas de los árboles hacia el cielo, que ahora estaba pintado de naranja oscuro, tornándose lentamente en negro.
Inspiré hondo y, con mi olfato hipersensible, fui capaz de percibir el aroma de las hojas caídas del otoño a mi alrededor y de la tierra húmeda por la lluvia de hacía un par de horas. Esta noche no llovería, nada presagiaba tormenta.
Un aroma desconocido me invadió. No era algo que estuviera oliendo en ese momento, allí, en medio del bosque, sino un perfume que se había quedado en mi memoria. Lo había estado percibiendo desde que empezó la incómoda sensación. Era un olor exótico, penetrante, seductor. Una mezcla de especias que era incapaz de identificar, pero que, con solo recordarla, se me ponía la piel de gallina y tenía la incontrolable necesidad de encontrar su fuente de origen. Pero, al igual que me sucedía con la vibración, no recordaba donde encontrarla.
Maldita sea. ¿Cuándo había comenzado a tener tantas lagunas en la cabeza? ¿Cuándo había olvidado esas cosas? ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba de ese modo ante un recuerdo al que ni siquiera podía acceder? Se me escapaba. Cada vez que me acercaba a él, a ese enorme enigma que había aparecido en mi mente en los últimos días, se convertía en humo y ya no podía saber de qué se trataba.
Cerré los ojos y respiré hondo. Me concentré al máximo, buceando en mi memoria. Algo me bloqueó el paso cuando me acerqué a la parte restringida a la que no podía acceder, una especie de muro mental. ¿Alguien había estado jugando con mi mente? Si así había sido, había hecho un trabajo fantástico, porque no era capaz de acordarme de absolutamente nada de lo sucedido.
Pero mi mente era solo mía. No me gustaba que nadie hubiera estado jugueteando con sus circuitos internos, así que debía averiguar quién había sido y qué quería ocultar al hacerlo. Me tumbé en la tierra húmeda y me relajé, todos los músculos descansando al compás de mis respiraciones lentas y profundas.
La barrera me repelía una y otra vez, atacara por donde atacase. Pero persistí. Y, justo cuando estaba a punto de darlo por imposible, los descubrí.
Unos preciosos ojos verdes, con unas motitas doradas alrededor, que me hechizaban. Me precipitaban al abismo, tan profundos e insondables como un pozo sin fondo. Esos ojos eran los causantes de todos los males de mi cuerpo, de las reminiscencias del olor, de las taquicardias repentinas al pensar en la noche de tres días antes, y de los sueños en los que me veía a mí mismo persiguiendo a alguien a quien nunca lograba alcanzar.
Esos ojos eran la clave del misterio. Ahora solo tenía que buscarles un rostro al que asociar la belleza de unos iris como esos.
Aquellos ojos verdes… me habían hecho caer. Me habían sometido a su voluntad. ¿A quién pertenecían?
Una mujer. No recordaba nada más de ella, pero no me cabía duda de que eran femeninos, por su forma y el brillo que emitían. Por el olor que me invadía y que sabía, instintivamente, que era suya.
Durante la siguiente hora, intenté por todos los medios perpetrar en los huecos de mi cabeza que se mantenían lejos de mi alcance. Intenté añadirle una nariz, unos labios y un color de pelo a la chica, pero no conseguí ni siquiera imaginarlos. No descubrí ninguna letra de ningún nombre. Sin embargo, su olor permaneció anclado en mis fosas nasales como si se hubiera convertido en el oxígeno que necesitaba para vivir.
Había una fuerza dentro de mí que no había sentido antes. No se trataba solo de que fuera esta noche, aunque eso también influía. No, había algo más. Parecía como si la bestia estuviera rugiendo en mi interior a todo pulmón, ensordeciendo el resto de sonidos del mundo con sus quejas. Estaba exigiéndomelo. Demandaba… ¿qué?
Ella sí recuerda aquella noche.
Ese pensamiento se escurrió entre todos los que me rondaban por la cabeza. Entonces, al fin lo entendí todo. El animal sí sabía qué era lo que yo no podía recordar y era algo que lo había alterado tanto como para estar inquieto y nervioso últimamente. Era como si quisiera escapar de su jaula antes de tiempo para cumplir su misión, pero yo no sabía cuál era.
Joder. Tenía demasiadas preguntas y todas las malditas respuestas estaban ocultas en mis propios recuerdos.
Mientras permanecía tumbado sobre la tierra, sentí como mi sangre empezaba a arder en mis venas y arterias. La temperatura se me disparó, mientras la piel se me tensaba sobre los huesos. Ya había comenzado.
Gemí. La transformación, independientemente de cuantas veces tuviera que llevarla a cabo, siempre dolía, aunque mientras no me resistiera a ella, el sufrimiento era soportable.
Los huesos se empezaron a transformar: algunos crecieron y otros se hicieron más pequeños; se doblaron, se recolocaron.  El dolor me hizo apretar los dientes, pero no me moví.
El oído se me agudizó más de lo normal, al igual que el olfato y la vista. Las uñas de mis manos y pies crecieron hasta mutar en afiladas garras que se clavaron en la tierra que había debajo de mí. El pelo de todo mi cuerpo creció, formando una tupida mata de pelaje color marrón oscuro. Los dientes se volvieron más afilados, el morro más alargado…
Cuando volví a abrir los ojos, el dolor ya había terminado.
La transformación estaba completa.
Levanté la vista hacia la luna llena que brillaba encima de mí, con sus rayos plateados, y el lobo que ahora era aulló, dándole la bienvenida a la única noche del mes en que escapaba de su jaula por completo.
Mi conciencia permanecía dentro de la mente del animal en que me había convertido, pero ahora era un mero espectador de lo que sucedía con mi peludo cuerpo lobuno. No podía controlar la mayor parte de mis actos, solo me guiaba por puro instinto y deseo animal. Ahora, el lobo tenía hambre.
Olisqueé el aire de mi alrededor en busca de una presa. Había un conejo escondido en una madriguera a menos de doscientos metros de distancia.
Después de cenar, aun con la sangre de mi presa manchándome los bigotes, el lobo miró a la luna y volvió a aullar, pero esta vez de forma lastimera. La mente del lobo no era tan aguda como la humana, era más atávica, mucho más simple y primitiva, por lo que no podía comprender todos los detalles de sus pensamientos, si es que había. Muchas veces, eran solo sensaciones, colores o sonidos, nada tan concreto como para interpretarlo.
Pero esa noche, el lobo estaba terriblemente angustiado. Para paliar la pena que lo consumía, empezó a correr. Y, mientras los kilómetros pasaban bajos sus potentes patas, recordó, derribando cualquier barrera de mi memoria humana. Él era capaz de acceder a todos los recuerdos, porque los trucos mentales que me habían hecho no afectaban al cerebro del lobo, solo a mi parte humana.
Y así fue como apareció un cabello rubio rojizo justo a los ojos verdes, y el rostro más bello que jamás hubiera contemplado. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado semejante preciosidad? La chica, de unos veintipocos años, parecía una ninfa etérea, con la piel color caramelo claro y una sonrisa que dejaría sin aliento a cualquier hombre con capacidad de raciocinio.
¿Dónde la había encontrado? Rebobiné la escena de la visión de ella hasta situarme en la discoteca. Estaba rodeado de personas bailando, bebiendo, coqueteando. Humanos buscando contacto con otros iguales que ellos. ¿Qué hacía yo allí?
Ah, sí. Aquel aroma. Lo había olido a un par de calles de distancia y lo había seguido hasta aquel local atestado de hormonas. Y luego, ella había atravesado el local para venir a buscarme, desde la barra, de algún modo sabiendo que yo también estaba allí para encontrarla a ella. Llevaba un vestido que remarcaba sus sensuales curvas y una media sonrisa que me dejó sin habla.
Sin musitar una palabra, aquella belleza pasó por mi lado y me dirigió una mirada sugerente que me impelió a seguirla hasta una sala del fondo, donde alguien había almacenado un par de mesas y sillas sin orden ni concierto. Ella me estaba esperando allí dentro, recostada contra la pared.
Cuando entré, me miró como si fuera una depredadora que acabara de cazar a su presa, pero yo no me sentía cazado, sino cazador. Al fin la había encontrado. Después de tanto tiempo buscándola, estaba justo delante de mí…
Me detuve en secó en mitad de la carrera. Seguía en medio del bosque, en ninguna parte en particular. A mi alrededor, la misma vegetación corriente y los mismos sonidos nocturnos.
Pero el corazón me latía tan rápido que estaba seguro de que me iba a salir del pecho a medida que los recuerdos afloraban a la superficie.
Ella, atrayéndome a su cuerpo, susurrándome palabras ronroneantes que me hicieron perder la cabeza; yo presionando mis labios contra los suyos, sintiendo estallar todos mis órganos al tocarla por fin. Sus manos en mis espaldas, con sus… garras clavadas en mis omóplatos.
¿Garras?
No me paré a analizar ese detalle. La memoria del lobo no se detenía y los recuerdos seguían bombardeándome sin descanso.
Yo la había agarrado por la cintura, totalmente fuera de control. En mi mente no había cabida para la razón, solo existía la lujuria, el intenso deseo que me desgarraba por dentro y la necesidad de hacerla mía, de fusionarme con su cuerpo.
Sus piernas rodearon mis caderas mientras bebía de mis labios… extrayéndome la vida poco a poco. Yo lo sentía, sentía como con cada uno de sus besos mi cuerpo se debilitaba, como ella se estaba alimentando de mi energía, pero no me importaba. Eso era lo que ella necesitaba de mí y yo estaba dispuesto a dárselo.
Le desabroché el vestido y me alejé de sus labios un instante para recorrerle la clavícula y, después, el cuello esbelto con mis labios, hasta detenerme sobre sus hombros. Ella se aferró a mí con más fuerza, mientras de su boca escapaba un gemido agudo de satisfacción.
Apoyé su cuerpo sobre una mesa mientras ella me arrancaba, literalmente, la camisa del cuerpo, convirtiéndola en jirones destrozados de tela que no tuvo reparo en tirar al suelo. Eso tampoco me importó. Solo estábamos ella y yo. Nada más era relevante. Si una guerra hubiera estallado en la habitación de al lado y el apocalipsis hubiera comenzado en la tierra, ni siquiera me habría dado cuenta, porque la tenía entre mis brazos justo en ese momento.
Cuando mis pantalones desaparecieron, también lo hizo su ropa interior. Nuestras pieles se fusionaron, chocaron una y otra vez, se convirtieron en una extensión de la otra. La besé con suficiente pasión como para dejar pequeño un incendio.
Ella enterró los dedos en mi pelo, acercándome más a su boca ansiosa. Cada vez que nuestros labios chocaban, que su lengua encontraba la mía, podía sentir como extraía mi fuerza vital.
Permanecimos así, una lucha encarnizada de cuerpos sudorosos, hasta que ella me dejó las marcas de sus garras en la espalda al llegar al orgasmo y yo la seguí en el éxtasis.
Los recuerdos eran tan vívidos que había empezado a jadear, casi como si en ese mismo instante nuestros cuerpos estuvieran unidos en lo más íntimo. Pero no era así. Yo no estaba con ella, estaba solo en el bosque. ¿Por qué la había dejado escapar?
Cuando nos separamos, ambos respirábamos a toda velocidad, intentado recuperar el oxígeno. Yo me sentía enfermo, falto de energía. Ella me había robado gran parte de mi fuerza, así que tuve que sujetarme a la pared para no caerme al suelo. Las rodillas me temblaban.
Pero entonces, sentí el roce de sus dedos contra mi mejilla derecha. Levanté la vista y me encontré con sus profundos ojos verdes. Caí al abismo sin remedio. Me embrujó sin ninguna dificultad, extenuado como estaba y pletórico de éxtasis tras haberla encontrado.
-          Gracias – susurró. Las yemas de sus dedos trazaron un sendero imaginario descendente hasta mi cuello. – Sé que me he alimentado demasiado, lo siento. Pero… es tu culpa, supongo – se rió en voz baja. Su risa era el sonido más bello que había oído nunca. – Eres delicioso, ¿sabes?
Yo quería responder algo, pronunciar una sola palabra, pero mis labios decidieron no acatar mis órdenes. Solo podía contemplar sus intensos ojos verdes y respirar al mismo tiempo. Mi vida dependía de la cadencia de su voz, de sus palabras.
-          Ahora, quiero que me escuches atentamente. Sé que solo tienes ganas de dormir, pero es importante que primero me escuches, ¿vale? – Asentí con la cabeza de manera automática. Haría lo que ella quisiera, aunque para ello tuviera que ir al mismo Infierno. Su mirada se puso seria y su voz se tornó hipnótica. – Olvidarás todo lo que ha sucedido esta noche. Cuando pienses en ello, solo encontrarás una barrera inaccesible. Nunca nos hemos visto, nunca hemos estado juntos. Ni siquiera has venido a esta discoteca hoy. Y, cuando te haga una señal, te marcharás de inmediato, olvidándolo todo.
Quería negarme. ¿Cómo iba a ser capaz de olvidar aquella noche? La más importante de mi vida. No. No podía. Quise decírselo, pero mis músculos no reaccionaron. Miraba fijamente sus ojos y mi mente se espesaba cada vez más. Apenas podía mantenerme en pie.
Entonces, me ordenó vestirme, mientras ella también lo  hacía. Acaté sus órdenes como un robot sin vida, solo capaz de obedecer los dictámenes de su dueño.
Finalmente, ella me miró con tristeza y entonces, lentamente, dulcemente, posó sus labios sobre los míos. Aquel beso no tenía nada que ver con los apasionados que le habían precedido. Era un beso sentido, un beso de despedida.
No podía permitirlo. Intenté rebelarme contra mi cuerpo inmovilizado, pero ella me había robado demasiadas fuerzas y ya no podía luchar. El poder de sus ojos había aplastado mi capacidad de combatir por completo.
-          Gracias – volvió a repetir en un apenas audible murmullo junto a mi oído.
Después, chasqueó los dedos. De inmediato, me dirigí hacia la puerta, la abrí, la cerré a mi espalda y me largué del local, dejándola atrás. La parte racional de mí intentaba hacer que regresara e hiciera lo que fuera necesario para mantenerme a su lado, pero mi cuerpo obedecía las órdenes de su ama. Al cabo de unos segundos, todos los recuerdos de aquella noche acabaran sepultados tras un muro infranqueable.
Pero ahora, mi mente de lobo había conseguido dar con ellos. Con ella, que permanecía en los recovecos de mi cabeza, aunque hubiera intentado eliminar su rastro de mi pasado. Había tratado de someterme, pero me había subestimado. Mi mente, mitad humana, mitad animal, era demasiada compleja para ser controlada por un truco mental, por unos ojos hipnóticos y una voz suave.
Ahora que la recordaba, por fin, entendía las reacciones de mi cuerpo, la inquietud de la bestia y sus ganas de irse tras ella.
Porque, al fin y al cabo, ella era mía. Lo había sabido desde la primera vez que olí su aroma, aun si verla, y lo había confirmado tras besarla por primera vez. Fuera quien fuera aquella preciosa chica de ojos verdes capaces de hacerme perder la conciencia de mí mismo, estaba destinada a ser mía.
Y la encontraría. Costara lo que costara, acabaría encontrándola. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Al igual que un vulgar titiritero, el destino juega con nosotros como si fuéramos simples marionetas.

    3/Noviembre.

Jack Dawson (Boom




Strike se retrasaba. De nuevo.
Mientras esperaba, sentado en el viejo sillón del salón, a que apareciera, saqué un cigarrillo de la caja que siempre llevaba en algunos de los bolsillos de la chaqueta o del pantalón, y encendí mi enésimo pitillo del día.
Cerré los ojos al dar la primera calada, recreándome en el tóxico humo que entraba por mi faringe de forma rápida, pero matándome lentamente. Lo retuve en los pulmones hasta que mi cuerpo comenzó a quejarse por la falta de oxígeno en el riego sanguíneo y luego, mandé el dióxido de carbono y el humo hacia el exterior a través de la nariz y de la boca.
Abrí los ojos despacio. Eran esas sencillas cosas las que hacían que me siguiera moviendo día tras día. El sabor de la nicotina en la boca, recordándome el podrido mundo en el que vivía; la sensación de ahogo en el pecho y el sufrimiento que encontraba en las camas de extrañas; los recuerdos y, sobre todo, Clark. Era por él, por la obligación de asegurarme de que él, antes que nadie (y que yo mismo) estuviera a salvo, que aun no había dejado de matarme calada a calada para pasar a hacerlo mediante una caída libre sin paracaídas.
La verdad era que había perdido el motor que me había hecho vivir a demasiadas revoluciones por minuto.
 Una vez había oído decir que, a veces, pasa por tu vida una estrella tan deslumbrante que te impide ver el resto de puntos brillantes del firmamento, que se convierte en lo único realmente importante. Y que, cuando la estrella desaparece de tu parte del mundo, quedas tan deslumbrado por su resplandor que ya no eres capaz de apreciar la vida antes de que ella apareciera. Yo había perdido mi estrella. Ahora solo me movía por inercia, por lo que debía hacer, a falta de deseos propios que motivaran mi camino.
Por eso me hallaba en ese momento en esa habitación, pequeña y sucia, llena de objetos inútiles que se arrinconaban entre pared y pared. Porque necesitaba seguir adelante con una vida que odiaba.
Strike apareció en ese momento por la puerta. Hablaba con alguien por teléfono, pero no le presté atención mientras terminaba de fumarme el cigarrillo. Cuando la colilla estuvo a punto de quemarme las yemas de los dedos, la tiré al suelo y la apagué con la suela de mis zapatillas de deporte.
Strike se sentó en el sillón frente a mí sin colgar aun el móvil. Lo observé con aburrimiento. Rondaba los veintimuchos o los treinta y pocos, y algunas arrugas tempranas le poblaban la comisura de los labios y el contorno de sus ojos. Tenía el pelo corto, de un color entre dorado y castaño claro. Su cuerpo era una enorme mole, de un metro noventa y dos de alto por ciento diez kilos de peso. Precisamente era su gran dimensión la que lo hacía ideal para ese trabajo que compartíamos, aunque Strike fuera un capullo que debería preocuparse más por la higiene y menos por las carreras de caballos.
Cuando al fin terminó su llamada, que, según pude entender, era entre él y un hombre que le demandaba dinero, me miró con una sonrisa que no le devolví.
-          ¿Qué pasa? – le espeté sin más. – Vine hace solo tres días. Aun no he terminado mi último trabajo.
Él asintió, conciliador. Se pensó un momento sus palabras, algo poco habitual en él. Destacaba por su fuerza física, no por su inteligencia. Antes de hablar, cogió un chicle de un paquete que había sobre la mesa de salón y me ofreció uno. Negué con la cabeza y le hice un gesto para que respondiera a mi pregunta.
-          ¿Te has enterado de lo de los mafiosos rusos?
Enarqué una ceja y traté de buscarle el sentido a sus palabras. Al cabo de unos cuantos segundos, desistí del intento de comprender su lógica.
-          No. ¿Me he perdido algo?
-          Ya lo creo. – Striker se recostó en el sofá, acomodándose para contar su historia. – Verás, hace tres días, el líder de la mafia rusa de la zona fue asesinado brutalmente en su propia casa. Quince puñaladas en todo el cuerpo, todas ellas en puntos vitales que le produjeron una hemorragia interna y una muerte extremadamente dolorosa.
Silbé en voz baja. Vaya, vaya. Había alguien muy sanguinario ahí fuera.
-          ¿La policía sabe quién fue?
-          Espera, espera. Aún falta lo mejor. No solo lo asesinaron a él, sino a su mano derecha, un hijo de puta con un historial muy feo a la espada, y a su contable; ambos también muertos a puñaladas. Una escena muy gore, ya sabes, sangre por todas partes. Además, el examen forense reveló que a los tres tipos les habían cortado las cuerdas vocales tras matarlos. Supongo que, como no le era necesario, eso fue algo así como dejar su marca de identidad, algún tipo de señal o amenaza. Ah, y, en el sótano, al lado de los cadáveres, encontraron a una chica, bañada en la sangre de los mafiosos y con el arma del crimen.
-          ¿Fue ella? – la pregunta escapó de mis labios. Intenté imaginarme la clase de persona capaz de hacer eso. ¿Una mujer? Debía tener mucha sangre fría y una razón terrible para cometer esa barbarie, o una falta total de moral. O todo a la vez. Y, en cualquier caso, seguía siendo demasiado violento incluso para alguien que había visto tanto como yo. El asesinato que describía Strike era brutal cuanto mínimo.
-          La policía cree que no, porque la soltaron al día siguiente. Peeeero – Striker sonrió – mis fuentes son más fiables que sus prejuicios. Sí, fue ella.
Me eché hacia atrás en mi asiento, sorprendido. Me coloqué otro cigarrillo entre los labios con rapidez y lo encendí para pensar con claridad.
Aquel asesinato era una muestra de… ¿qué, exactamente? Poder o fuerza, quién sabe. O de valía. Si solo hubiera sido una cuestión de venganza, ella no se habría quedado allí esperando a que apareciera la policía buscando culpables, hubiera salido por patas nada más terminar.
Pero no, dejó que la encontraran y, encima, se libró de los cargos en un día. Eso implicaba, a su vez, una gran planificación. ¿Cómo lo había conseguido?
-          Dime que es de los nuestros, por favor.
Mientras pronunciaba esas palabras, recordé la llamada de Clark de hacía un par de días. Algo sobre un artículo de un periódico y alguien que había entrado en nuestro mundillo. Yo le había restado importancia y cuando, al volver a casa, él se había mostrado distante del suceso, no me había preocupado. Pero si era el mismo que me acaba de contar Striker, lo que era probable, pues no se producían a diario semejantes actos de brutalidad, era bastante relevante.
Y, sobre todo, era crucial saber si esa fría asesina capaz de llevar a cabo una de las crueldades más grandes que había oído en los últimos tiempos, pertenecía a nuestro bando o al contrario. Porque, si era lo segundo, iba a suponernos un par de dolores de cabeza.
Por la forma en la que Striker frunció los labios, supe cuál iba a ser su respuesta antes de que la pronunciara en voz alta.
-          Tánatos la tiene entre sus filas. Una putada, lo sé – suspiró. – No sé como han logrado tener una joya así y que no nos hayamos enterado hasta ahora.
-          Esta claro que esta ha sido su prueba de fuego, su entrada al negocio. – Le di una buena calada al cigarro. Ahora entendía el motivo por el que me había llamado mi compañero. – ¿Qué han dicho los jefes?
Striker hizo una mueca de desagrado. Cogió una cerveza que había tirada en el suelo, la zarandeó y sonrió al oír el eco de la bebida que quedaba en el fondo. Se la bebió de un trago.
-          De momento, quieren mantener la situación controlada. Por si acaso. Después de esa puesta en escena, es mejor asegurarnos que no nos van a joder mucho.
-          ¿Qué van a hacer?
-          Probarla de nuevo. Le van a encargar una misión, fingiendo ser un cliente interesado que, obviamente, no pertenezca a Skótadi. Un simple rico estúpido. Si no, sospecharían. Quieren ver si de verdad es tan sanguinaria como los medios nos han hecho creer.
Asentí. A veces, las noticias que llegaban por chismorreos o incluso por la prensa podían ser falsas o exageradas y siempre era mejor estar seguros de a qué nos enfrentábamos. Así era la guerra entre Tánatos y Skótadi, siempre tanteando el terreno y manteniendo el equilibrio de poder. Eran como dos bandas urbanas peleando por el mismo territorio, solo que a gran escala y con unos componentes ligeramente más especiales: mejor entrenados, con menos moral y con unas mejoras genéticas que nos volvían más peligrosos.
Tras apagar de nuevo la colilla, apoyé los codos sobre los muslos y me puse serio.
-          ¿Y si resulta que sí, que es tan zorra como parece?
-          Por eso estás aquí.
Lentamente, esbocé una sonrisa cruel.
-          Así que, si las cosas se ponen feas, quieren que haga explotar la situación.
Striker se rio ante le juego de palabras que había utilizado de forma maquiavélica.
-          Básicamente, sí. Quieren que vayas, le des una palmadita en la espalda y la hagas saltar por los aires.
-          Tánatos se pasará un mes recogiendo pedacitos de su querida nueva asesina.
Entrelacé los dedos de las manos, aun sonriendo. Sentí la leve vibración que surgió entre ellas, una bomba preparada para estallar. Las yemas de los dedos subieron de temperatura y la sangre empezó a hervir en mis venas.
Mi habilidad me había permitido ser temido y respetado tanto por amigos como por enemigos. No era tan experimentado, ni tenía un cargo tan alto, como para conseguir el respecto por medio de un trabajo admirable, pero me había encargado de que todos supieran de que era capaz de hacer explotar cualquier cosa solo con tocarla con las manos, en las cuales se concentraba mi poder.
Solo con que mi piel y el otro objeto estuvieran en contacto, podía hacerlo volar en pedazos y no quedaría nada reconocible de él.
Con semejante capacidad, no había sido difícil lograr un puesto como un formidable asesino a sueldo, aunque no rechazaba otros objetivos a pequeña escala. Los clientes estaban dispuestos a pagar interesantes cantidades porque no quedara de su enemigo más que sangre y restos de órganos.
-          De acuerdo, entonces. – Me levanté del asiento. – Si necesitan que me encargue de esa psicópata, saben donde localizarme.
-          Ajá. Nos vemos, Boom.
Le dediqué un asentimiento de cabeza, cogí la cazadora de cuero, agarré las llaves de la moto y me largué de aquella casa que olía a mugre y a muerte.