8/Noviembre
Jack Dawson (Boom)
En el segundo en el que vi su rostro, el tiempo se
detuvo, se dilató y se convirtió en una eternidad. Se paralizó mientras yo me
quedaba quieto, incapaz de respirar con normalidad y con el corazón atascado en
la garganta.
Cuando entré corriendo en la habitación, no me fijé
demasiado en ella en particular. Al principio, estaba demasiado sorprendido de
que de repente hubieran aparecido en la habitación dos mujeres, cuando un
momento antes la casa estaba por completo vacía. Busqué una puerta por la que
hubieran podido entrar, pero no vi nada.
La solución de ese misterio pasó a un segundo plano
cuando contemplé a la chica de cabello rubio rojizo y facciones perfectas, que
mantenía una expresión neutra, como si nada en el mundo pudiera sorprenderla,
aunque Dios mismo bajara a su piso y mantuviera una charla con ella. Me perdí
en su rostro nada más verla. Era la mujer más atractiva que había visto jamás,
de un modo sensual y peligroso. Podía sentirlo en el modo en el que se me
erizaba el vello de la nuca. Tras una vida expuesto a situaciones arriesgadas,
en las que había acabado demasiadas veces al borde del abismo, muy cerca de
pasar al otro lado, sabía reconocer a la perfección un amenaza cuando estaba
tan cerca de mí, y ella, con su belleza cautivadora, lo era. A los ojos de un
inexperto, podría haber parecido inofensiva, pero si te fijabas con atención,
se podía ver el brillo letal en sus pupilas, la fría determinación de quien no
teme enfrentarse a la muerte cara a cara.
Tardé mucho más de lo habitual en fijarme en la
otra chica porque la primera me había impresionado sobremanera.
Finalmente, cuando conseguí apartar mis ojos de
ella y los dejé vagar por la habitación, tropecé con su mirada. Con sus enormes
ojos azules, al principio llenos de sorpresa y después de desconcierto, para al
final oscurecerse de dolor. La segunda desconocida elevó las manos y se tapó
con ellas la boca entreabierta, de la cual había escapado un sonido ahogado de
sobresalto y angustia. Retrocedió un paso, con la vista aun clavada en mí, con
una expresión idéntica a la que hubiera podido tener alguien que estaba viendo
aparecer un fantasma en medio de su casa. Lentamente, una lágrima se escapó y
recorrió su mejilla derecha.
Identificarla me costó muchísimo, teniendo en
cuenta que me había pasado los últimos cuatro años intentando grabar su rostro
a fuego en mi mente, persiguiendo su recuerdo en las sábanas de cualquier mujer
que quisiera pasar la noche conmigo. Aunque había conseguido mantener viva su
imagen en su mente, me costó reconocerla porque había cambiado. Su pelo era más
largo de lo que lo había sido cuatro años atrás y estaba claro que era más
adulta, más mujer. Ya había perdido las últimas redondeces el rostro, propias
de la infancia, y dejado atrás por completo la adolescencia. Su cuerpo también
había madurado del todo, mostrando ahora unas curvas más definidas y femeninas
que las que recordaba.
Pero los ojos seguían teniendo el mismo azul
intenso en el que yo me había pasado días y días buceando sin descanso; la piel
permanecía pálida, de aspecto frágil, marcada por las pequeñas venas que se
escondían tras su piel. La boca de sensuales labios, la nariz pequeña, el
contraste de color entre su cabello y sus ojos con la piel.
Físicamente, era bastante similar a la muchacha de
mis recuerdos. La diferencia, la razón por la que no la pude reconocer nada más
verla, no estaba ahí. No era algo tan notable como un corte de pelo o un tinte.
El cambio estaba en ella misma.
Ya no se mantenía encogida, como si tratara de
empequeñecerse y esconderse del mundo, si no erguida. Sus ojos, a pesar de que ahora
estaban llenos de angustia, no mostraban la inseguridad que había estado
permanentemente en ellos.
Podía recordar a la perfección que sus pequeñas
manos de uñas cortas siempre estaban temblando. Lo recordaba porque siempre las
atrapaba entre las mías para detener aquel movimiento inconsciente, como una
forma de jurarle protección. Ahora ya no temblaban.
Pero, a pesar de todo ello, seguía siendo ella. Una
punzada me atravesó el corazón, mientras ella retrocedía medio paso más,
alejándose de mí lentamente.
-
¿Annalysse…? – susurré, sin poderme contener.
Llevaba cuatro años obligándome a reprimir el
sonido de su nombre en mis labios, sabiendo el dolor que conllevaba
pronunciarlo en voz alta cuando ella no iba a responder a la llamada. Me había
prometido no volver a decirlo nunca, aunque no dejara de pensarlo ni un solo
día de mi vida. Me prometí mantenerla oculta en mi coraza, donde nadie supiera
que mi corazón todavía sangraba por la chica a la que había amado. A la que aún
amaba.
Me había obligado a mí mismo a pensar que jamás
volvería a verla. Me había asegurado de que ella nunca quisiera buscarme,
rompiendo su corazón. Me había marchado a otra ciudad, aunque su recuerdo jamás
me había abandonado. Sí, la había seguido amando, pero a la suficiente
distancia como para no tener la tentación de volver junto a ella y abrazarla
contra mi pecho para siempre, negándome a separarme de su pequeño cuerpo nunca
más.
Y ahora… ella estaba frente a mí, como un espectro
surgido de ninguna parte para atormentarme y aliviarme a partes iguales. Verla
me había desgarrado por dentro como nada más habría podido hacerlo, pero, al
mismo tiempo, me llenaba de una felicidad que sabía que solo estando a su lado
podría alcanzar.
Definitivamente, me había convertido en un estúpido
masoquista.
Y ella era mi dolor favorito.
Avancé un paso hacia ella.
En ese momento, sucedieron varios cosas a la vez.
Sentí la mano de Clark en mi hombro, instándome a detenerme, mientras la
expresión de Annalysse se contraía un poco más de angustia y sufrimiento y
empalidecía incluso más de lo habitual. Parecía a punto de desmayarse.
Por otro lado, la otra chica, a la cual había
olvidado tras ver a Annalysse, se movió en ese momento, situándose frente a su
compañera, protegiéndola con su cuerpo a medias de mi mirada y mis avances.
Desvié la vista hacia ella casi perezosamente, puesto que no quería dejar de
contemplar a Annalysse por un segundo, temeroso de que desapareciera.
La expresión de la chica era una fría mueca de
desprecio y algo similar al odio. Sus ojos relucían fieros, duros como el
acero, y pude comprobar mirándolos que su belleza era solo una mera
distracción. La realidad que se escondía era la de una depredadora y, por la
forma en la que me contemplaba, no tuve ninguna duda de que deseaba convertirme
en su próxima presa… y no de una forma agradable.
No sabía quién era ella, pero estaba claro que la
chica sí me conocía. Y me odiaba.
La mano de Clark me retenía con fuerza. Cuando le
dirigí una mirada de soslayo, me di cuenta de su expresión preocupada, de su
ceño fruncido, de sus labios apretados en una línea. Me miró con seriedad y negó
con la cabeza, pero tan aturdido como estaba en ese momento, no pude entender
el mensaje que intentaba transmitirme en silencio.
Volví a mirar a Annalysse. Sentí una punzada de
alivio al comprobar que seguía allí.
Lentamente, ella, sin apartar sus ojos abiertos de
par en par de mí, empezó a desvanecerse. Su cuerpo se distorsionó, como un
holograma que desaparece poco a poco. Su piel comenzó a convertirse en jirones
de un humo blanco que se mezclaban con el aire que entraba por la ventana
entreabierta. Su rostro se volvió borroso ante mis ojos, mientras yo me quedaba
paralizado, incapaz de comprender qué sucedía. Intenté acercarme más a ella,
pero tanto la mano de mi hermano como la expresión amenazante de la otra chica
y la daga que sostenía me obligaron a detenerme.
Ante mi atónita mirada, Annalysse desaparecía de
nuevo. Quizá aquella vez realmente no volviera a verla. Ella estaba huyendo de
mí, aun sin borrar de su cara aquella expresión de profunda angustia que había
tenido desde que me vio llegar a la habitación. Quise decir algo para que se
quedara conmigo, sabiendo que no podía soportar de nuevo el dolor de su
pérdida, pero no pude pronunciar ninguna palabra.
Y, de pronto, algo cambió en ella.
Justo antes de desvanecerse del todo y desaparecer
sin dejar rastro, se detuvo. Su cuerpo no era del todo sólido, pero todavía
podían apreciarse los contornos de su figura y los detalles de su cara. Sus
ojos azules se volvieron entonces de hierro, con determinación. Su boca dejó de
estar entreabierta de asombro y pena, para convertirse en una fina línea de
furia. Apretó los puños y volvió a adoptar su apariencia normal, corpórea por
completo. Su mirada se clavó en mí y en ella no quedaba ni rastro de la chica a
la que conocí. En aquellos ojos azules ya no estaban el miedo y la inseguridad
de cuatro años atrás, no quedaba ni un ápice de la chica asustada que se
aferraba a mí como si la vida se le fuera en ello. Había recuperado la
seguridad en sí misma que ya había visto chispear en sus ojos. De algún modo,
en los últimos cuatro años desde la última vez que la había visto, que la había
besado y tocado, Annalysse había cambiado por completo, dejando atrás el miedo
para ser la persona fuerte y segura que ahora tenía delante. Una completa
desconocida con el aspecto de la chica a la que yo seguía amando.
-
No sé qué haces aquí – pronunció las palabras con
lentitud, con deliberación, como si las degustara antes de lanzármelas cual
cuchillos afilados – pero deberías largarte.
Con dolorosa claridad, me di cuenta de que su voz
tampoco había cambiado. Al menos, no su timbre, aunque su tono ahora era duro,
inflexible. Nada de los titubeos que antes habían protagonizado nuestros
diálogos, ni las palabras tímidas susurradas en mi oído. Habló con firmeza, y
su tono resultó casi dañino.
La otra chica se relajó ligeramente al oír a su
compañera hablar con tanta seguridad, sabiendo que había recuperado el dominio
de sí misma. Su expresión se aligeró un poco, aunque seguía habiendo
resentimiento en sus ojos. Se sentó en el sofá y empezó a juguetear con el
cuchillo que seguía en su mano.
La mano de Clark apretó un poco más fuerte, pero lo
ignoré.
Necesitaba quedarme allí. Necesitaba… que Annalysse
volviera a ser la chica que yo conocí y amé, porque no podía soportar a la fría
desconocida que había ocupado su lugar.
-
Annalysse… - susurré, mi voz impregnada de
nostalgia.
Ella apretó la mandíbula.
-
Ya no me llamo así – me espetó. – Dejé de ser
esa persona hace mucho tiempo.
Sus palabras cayeron como una losa sobre mí y me
tambaleé ligeramente. ¿Qué le había pasado a mi mundo? ¿Por qué de repente todo
estaba boca abajo? ¿Por qué se me estaba cayendo todo lo que había construido
para siempre, directamente sobre la cabeza?
-
No entiendo… - musité.
Ella avanzó un paso hacia mí, rodeada de un aura de
rabia y odio que me provocó un leve escalofrío. Cuando nuestras miradas se cruzaron,
pude ver que me odiaba de todo corazón, y esa confirmación hizo que me
desgarrara por dentro.
-
¿No te has dado cuenta? – ella ladeó la cabeza.
Un nuevo sentimiento en su voz: desprecio.
– Ya no soy la chica asustada que tú conociste. Ya no huyo de todo y de
todos, ya no me escondo. Ahora soy lo suficientemente fuerte como para
enfrentarme al mundo y salir victoriosa. – Se detuvo y su voz titubeó un
momento. Cuando habló de nuevo, sus palabras estaban cargadas de dolor. – No me
quedó más remedio que ser fuerte.
La contemplé fijamente, intentando traspasar sus
defensas, el escudo tras el cual se mantenía. Y vi el sufrimiento que la había
llevado a ser la persona que era ahora.
-
¿Qué te ha pasado? Por el amor de Dios… ¿Qué te
llevo a ser… así?
Ella desvió la vista, en un intento de que no viera
las lágrimas que se habían conglomerado en sus ojos.
-
¿Que qué me ha pasado? – susurró con voz rota. –
La vida me pasó por encima. Me arrolló y me dejó en una cuneta desangrándome.
¿Que cómo llegué a ser esta persona? ¡Porque me obligué a sobrevivir, joder! –
gritó, perdiendo el control.
-
Annalysse…
-
¡Ya te he dicho que no me llamó así! – se giró
hacia mí, furiosa. – Annalysse murió hace cuatro años. Era débil y no tenía
nadie que la protegiera, así que acabó por desaparecer. Ahora solo estoy yo, el
monstruo frío y sin sentimientos. Siento mucho si te llevas una decepción,
Jack, pero estoy es lo que soy ahora – levantó las manos, con ambas palmas
hacia arriba, y me sonrió con desprecio. – Los restos de una chica a la que le
arrebataron el corazón. Los despojos que sobrevivieron.
Me temblaban las rodillas, pero me mantuve en pie.
Quería gritar. De dolor, de furia, de impotencia. Quería gritar hasta que todo
desapareciera, hasta que todo volviera atrás. Pero no había modo de cambiarlo.
Un estremecimiento de baja intensidad se adhirió a mi piel, que empezó a
calentarse, pero me obligué a controlarme.
-
Dime que no fue culpa mía – supliqué. – Dime que
esto no fue el resultado de lo que te hice.
Ella me miró con desdén.
-
No puedo negar que contribuiste.
-
¡No pretendía que nada de esto sucediera! –
grité yo también, abandonando mi intento de contenerme. La vibración de mi
cuerpo subió de intensidad. – Solo quería protegerte, maldita sea.
-
¡Protegerme! ¡Cómo te atreves! – volvió a
apretar los puños y entrecerró los ojos, furibunda. - ¿Cómo coño pretendías
protegerme de ese modo, Jack? ¿De qué modo abandonarme era una forma de
protegerme?
-
¡Estar conmigo solo te hubiera causado daño! Soy
un veneno, joder. No quería que tú
también acabaras contaminada.
Ella lanzó una dura carcajada sin pizca de humor.
-
¿Y esa era tu forma de solucionarlo todo? ¿Salir
corriendo? – Golpeó la pared con el puño, incapaz de contener la rabia que la
desbordaba. - Te marchaste sin ni
siquiera dejar una nota, Jack. La noche anterior estaba acurrucada en tu pecho,
escuchando los latidos de tu corazón mientras me quedaba dormida, con tus
brazos rodeándome, y por la mañana, estaba sola entre las sábanas vacías. ¿Cómo
crees que me sentí? – gritó. Las lágrimas se desbordaron por completo, empapando
su rostro; sus mejillas sonrojadas por los sentimientos que la ahogaban. -
¿Sabes lo duro que es que la persona que amas, a la que le has entregado todo
tu corazón, toda tu confianza, se marche sin una maldita despedida? ¿Sabes lo
que es esperarla durante horas, con el desayuno preparado, sin que nunca
volviera a atravesar la puerta? Sin ni siquiera saber por qué. – Su voz se
quebró. – Pensé que te había pasado algo terrible. No podía creer que me
hubieras abandonado.
Se detuvo, respirando con esfuerzo.
Bajé la mirada al suelo, sintiendo por primera vez
con demasiada intensidad el sufrimiento que había causado. Sabía que a ella le
dolería, pero nunca me detuve a pensar cuánto, porque yo estaba demasiado
ocupado sobrellevando mi propia condena. Pero ahora, escuchándola, incapaz de
replicar, pues carecía de excusas, me di cuenta de lo egoísta que había sido.
-
Dime, Jack. ¿Tanto te costaba decirme adiós? –
las lágrimas resonaban en su voz. - ¿Tanta prisa tenías por escapar de mí que
ni siquiera pudiste quedarte unas horas más para decirme la verdad? Yo te
amaba, ¿sabes? Y tú me abandonaste, como a un juguete en el que se ha perdido
el interés. Nunca signifiqué nada para ti, ahora lo sé.
-
¡Sí! – vociferé. - ¡Yo también te amaba, maldita
sea!
-
Entonces, ¿por qué? – exigió saber. -
¡Explícamelo!
-
Mi vida es peligrosa. Cuando mis padres
murieron, me quedé solo y con un hermano al que había prometido cuidar – la
mano de Clark se aflojó y desapareció de mi hombro. – No tenía nada. Nada. Así
que hice lo único que pude, lo único para lo que servía. Entré en una
organización y vendí mi habilidad. – Bajé el volumen hasta el susurro. – Yo soy
el monstruo. Yo soy el que mato gente a cambio de dinero.
Con un movimiento rápido, dejé a la vista la marca
de Skótadi que me habían tatuado en el hombro en cuanto entré a formar parte de
la organización: dos espadas cruzadas con un símbolo similar a un ojo entre
ambas.
-
Demasiada gente quería matarme. No podía
arriesgarme a que fueran a por ti. Por eso me fui. Para que no pudieran dar
contigo. Y sabía que solo así podría dejarte. – Tomé aire profundamente. -
Porque si permanecía un segundo más a tu lado, no podría alejarme nunca de ti.
Durante un segundo, el silencio se instaló de forma
tensa entre ambos. Luego, de pronto, ella se rio, pero de nuevo se trataba de
un sonido carente de humor. Era más bien descorazonador.
-
Qué ironía. Tú tratando de salvarme… - se bajó la manga de su camisa hasta revelar
el tatuaje de su muñeca – cuando yo acabé eligiendo un destino mucho peor.
Reconocí de inmediato el símbolo que me mostraba.
Lo había visto muchas veces, en fotos, en personas, en cadáveres. Tánatos.
Se me secó la boca y estuve a punto de caer
desplomado sobre las rodillas ante aquella revelación. Temblé de forma
incontrolable y me agarré a la butaca que había cerca de mí para mantenerme en
pie.
-
No es posible. – Gemí.
-
Ya ves, Jack – replicó ella, tapando de nuevo el
tatuaje. – Al final me condené de igual manera.
-
Entonces, tú también eres… una Supra.
Ella me dirigió una mirada desapasionada.
-
Sorpresa.
-
Pero… pero… no es posible. – Repetí, estancado.
– Nunca me dijiste nada. Nunca hiciste nada extraño.
-
Podría decir lo mismo de ti, ¿no crees? – esbozó
una sonrisa socarrona. – Supongo que los dos sabemos guardar muy bien nuestros
secretos – se encogió de hombros y me dio la espalda, dirigiéndose hacia la
ventana, que seguía entreabierta.
Se apoyó en el alféizar mientras yo repasaba la
situación en mi mente, buscando la lógica a todo aquello.
-
Pero… antes no tenías el tatuaje. Cuando
estábamos juntos.
Sin mirarme, ella negó con la cabeza, con la vista
perdida en la calle. La suave brisa nocturna jugueteaba con su melena negra.
-
Entré a formar parte de Tánatos después de que
me dejaras.
-
¿Por qué? -
contuve el “¿por mí?” que estuvo a punto de escapar de mis labios.
En esta ocasión, tardó mucho en responder. Se
dedicó a contemplar la calle, en un silencio que solo se veía interrumpido
ocasionalmente por algún conductor tardío que recorría la ciudad de madrugada.
-
Después de que… tú te fueras – musitó, su voz
apenas un susurro, tan bajo que tuve que esforzarme para oírlo; percibí con
claridad su terrible dolor, el temblor de sus piernas, la forma en la que sus
hombros se habían encorvado – yo estaba destrozada, claro. Pero no te preocupes,
eso no me llevó hasta Tánatos.
>> No. Poco tiempo después, pasó algo terrible, algo que acabó
conmigo por completo.
Se paró e inspiró hondo, buscando fuerzas para
continuar. No me atreví a interrumpirla.
Se volvió hacia mí nuevamente ante de seguir.
-
Una noche, mi hermana pequeña, June, y yo fuimos
a cenar juntas. No sé si te acordarás de ella. Todo el mundo decía que se
parecía mucho a mí, aunque ella era más resulta, más despreocupada, más
divertida – se encogió de hombros, embargada de nostalgia. – Aquella noche yo
no quería salir, pero ella me obligó, diciendo que ya no soportaba verme por más
tiempo llorando en la cama. Después de cenar, unos amigos le propusieron ir a
dar una vuelta. Yo me negué y volví a casa, pero June fue con ellos. Me dijo
que no tardaría mucho, una hora o dos.
Bajó la vista y se mordió el labio.
-
Aquella fue la última vez que la vi. Montada en
la parte trasera del coche de una de sus amigas, sonriendo y despidiéndose con
la mano. La esperé hasta muy tarde despierta, pero no volvió. Tampoco lo hizo a
la mañana siguiente. Ni nunca. Aquella noche secuestraron y mataron a mi
hermana pequeña.
Sentí como sin un golpe me sacara todo el aire de
los pulmones de golpe.
-
Dios mío.
Había conocido a June. Era una chica feliz,
despierta e inteligente. Y sabía lo estrecha que era la relación entre las dos
hermanas, porque ella era la única que persona a la que Annalysse quería más
que a nada en el mundo.
Y sabía por experiencia propia lo que era tener un
hermano pequeño al que tienes que cuidar y proteger, así que podía comprender
con perfecta claridad lo desgarrador que debía haber sido todo aquello. La
culpa que la acompañaría para siempre, aunque ella no hubiera sido realmente la
que lo hubiera causado.
-
Pero… ¿quién?
-
La mafia rusa, según descubrí. Algunos testigos
vieron cómo se la llevaban. – Hizo una leve pausa, intentando afrontar el dolor
de la pérdida. – Por eso entré a formar parte de Tánatos. – Levantó la vista y
pude ver la resolución en sus ojos, mezclada con una pizca de satisfacción macabra.
– Quería ser fuerte. Quería venganza. – Las comisuras de sus labios se elevaron
para mostrar una sonrisa dura. – Me pasé cuatro años entrenándome hasta lograr
ser la asesina perfecta y, cuando lo logré, maté uno a uno a los hijos de perra
que me arrebataron a mi hermana. Y créeme, me aseguré de que cada uno sufriera
tanto como lo hice yo.
Sus ojos brillaron rememorando su venganza, el modo
de hacer justicia por su hermana. Aquel acto de venganza era lo que la había
llevado a entrar a formar parte de una organización de crimen organizado…
sabiendo que una vez entras, nunca puedes volver a salir. Entró en una mafia
para vengarse de otra.
Y en ese momento, todas las piezas se unieron en mi
mente con inesperada facilidad.
-
Eres tú – aseveré. – Eres el nuevo miembro de
Tánatos, la sanguinaria y cruel asesina a la que todos temen. – Mi objetivo.
Ella me dedicó una nueva sonrisa burlona.
-
Ahora ya sabes quién soy. Soy la venganza de mi
hermana muerta. Soy la chica a la que le destrozaron el corazón y abandonaron,
sin una mísera nota de despedida. Soy el sufrimiento en carne viva, la
desesperación. Soy la obligación de ser más fuerte que el mundo, de no dejar
que nadie nunca más vuelva a aplastarme. – Hizo una reverencia. – Soy una
Supra. Soy parte de Tánatos, la temida asesina que destaca entre las filas de
criminales. Mi nombre ahora es Myst.
Me miró con dureza una vez más, sus labios
contraídos en una mueca, sus ojos aun brillantes de furia. Me di cuenta de que
se había hecho daño en la mano cuando había golpeado la pared, porque un hilillo
de sangre recorría sus nudillos.
-
No soy la chica a la que conociste. – Concluyó.
– Y la persona que soy ahora te odia con tanta fuerza como antes te amé. Por
eso, Jack, te aviso. Nunca, jamás, quiero volver a verte. No vuelvas a mi piso.
No te atrevas a entrar en mi vida. Porque, si lo haces, te juro que te mataré.
Con esas últimas palabras, Myst cerró los ojos y su
cuerpo se disolvió hasta convertirse en humo blanco, intangible, que se
dispersó por la habitación hasta desaparecer por completo.