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miércoles, 13 de noviembre de 2013

My last hope is you.

                                                                                                          

18/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst)  



Aquella noche no dormí. Pasé cada minuto insomne con los ojos clavados en el techo de aquella habitación desconocida, contando cuántos segundos faltaban para que amaneciera de una puta vez. Podía oír la respiración de William cerca, muy cerca, acostado junto a mí, y no sabía con certeza qué me hacía sentir eso, no sabía nada más allá del dolor que amenazaba con ahogarme. Me había quedado sin lágrimas y ahora solo estaba ese hueco enorme, un vacío donde antes estaba mi corazón, que emanaba frío y desesperación y se propagaba poco a poco. Cada vez que cerraba los ojos, veía a cámara lenta el arma disparándose, la bala atravesando en silencio la habitación, la cara de Sam cuando había mirado el agujero en su pecho. El miedo, tan real como ninguna otra emoción que nunca hubiera visto en su rostro, una réplica del mío propio. Y la sangre, manchando de rojo el habitual negro que se ocultaba tras mis párpados cerrados. El sonido del arma disparándose era un bucle en mis oídos, aunque sabía que ya hacía mucho que el eco real se había extinguido. Pero mi mente seguía replicándolo una y otra vez, torturándome en el pesado silencio de la noche, donde todas las personas normales, todas las personas que no se jugaban la vida en alocadas y aterradores misiones para sobrevivir, dormían.
En cierto momento, en aquella eterna madrugada que no quería acabar, William se removió en sueños y su cuerpo giró hasta chocar con el mío. Apoyó la cabeza en mi brazo y me rodeó con el suyo, atrayéndome hacia su cuerpo. Durante un segundo, estuve a punto de apartarme con cuidado y alejarme, permitiendo que el muro que había creado entre nosotros permaneciera intacto. Pero… era tan cálido. Tan humano. Tan normal en un mundo como el mío, donde parecía que todo estuviera al revés. Era como volver atrás en el tiempo, a los años cuando era una chica que quería estudiar alguna filología para acabar buscando un huequito en el mundo editorial y que ni siquiera se planteaba acabar robando por ahí o interrogando a mafiosos peligrosos. Supongo que eso, esa reminiscencia de quién había sido, fue lo que hizo que acercara mi cuerpo al de William y dejara que mi respiración siguiera el compás tranquilo de la suya, permitiendo, sin darme cuenta, que el muro empezara a agrietarse. Estaba rompiendo tantas reglas… y sin embargo, esa noche, en ese momento en el que temía que mi hermana de armas podía estar muerta, no importaba demasiado trasgredir mis propias reglas, aunque eso me volviera una estúpida. Era tan reconfortante. Por un momento, me dejé llevar por la ilusión de que perdiéndome entre sus brazos, las cosas malas jamás podrían dar conmigo. Que por la mañana no recibiría una llamada desgarradora que me arrebataría lo más importante que tenía: “no he  podido salvarla. Está muerta”.
Así fue cómo me encontré con el amanecer, esperando y deseando al mismo tiempo que el teléfono nunca sonara.
Maldita sea, ¿iban a seguir muriendo todas aquellas personas a las que quería?
William se despertó poco después de que el sol volviera a iluminar nuestra ciudad, dando paso a un nuevo día. Me apartó levemente de mis lúgubres pensamientos, aunque siguieron revoloteando al fondo de mi consciencia, preparados para atacar de nuevo desde que tuvieran ocasión. William restregó su nariz contra mi clavícula sin despertarse del todo, en ese estado semiconsciente en el que el mundo es más bello, en el que las cosas no son del todo reales, pero tampoco del todo producto de nuestra mente. Lentamente, abrió los ojos y me lanzó una mirada soñolienta que me hizo sonreír ligeramente. Tal y como estaba, parecía un niño pequeño desorientado, parpadeando lentamente para tratar de regresar a la realidad, despeinado y con la barba empezando a nacer en sus mejillas.
-          Sigues aquí – murmuró; su voz sonó pastosa por el sueño. – Pensé que cuando abriera los ojos, no estarías. Y que entonces descubriría que todo había sido un bonito sueño.
Negué lentamente con la cabeza. Su voz sonaba más ronca de la habitual. Seguíamos estando muy cerca, su cara a escasos centímetros de la mía, su respiración provocándome escalofríos al impactar sobre mi piel.
-          No tienes tanta imaginación.
Él se rio y se apartó un poco de mí, quedando en su lado de la cama. Al marcharse, se llevó su calor con él y lo eché en falta de inmediato. Vuelve, estuve a punto de pedirle, no dejes de tocarme. Pero me mordí la lengua antes de que las palabras escapasen de mis labios. Pronunciarlas hubiera supuesto acabar de derrumbar por completo la barrera de protección que me mantenía a salvo de él, de su voz, de su mirada cálida, de su consuelo. De acabar enamorándome de él como una tonta, de dejar que se me colara dentro y me volviera un blanco fácil.
Sus dedos me acariciaron con cuidado la cara, siguiendo el contorno de mis ojeras, mientras componía una mueca de preocupación.
-          No has dormida nada, ¿verdad?
Cerré los ojos. De pronto me sentía terriblemente cansada, como si todos los momentos agotadores de las últimas semanas hubieran caído de repente sobre mí, aumentando la gravedad solo en el lugar donde yo estaba, lastrándome hacia el fondo.
-          No he podido. Demasiados malos pensamientos – musité.
Sentí que su mano ascendía lentamente por mi cara, provocándome un cosquilleo sobre la piel de la zona que tocaba, hasta que la enterró en mi pelo. Luego, sentí sus labios contra él. Se desplazó lentamente y depositó otro beso suave en mi frente, y otro más en mi mejilla.
-          Si estuviera muerta, lo sabrías. – Susurró junto a mi oído con voz queda. Me besó suavemente el cuello y después se apartó.
Me giré hacia él y fruncí los labios. Estábamos frente a frente en su cama extra grande.
-          ¿Cómo? ¿Con una intuición mágica? – no pude contener la sorna, pero detrás de ella se escondía la desesperación que me embargaba por dentro por cada segundo que pasaba y no tenía noticias de Sam.
-          No. Porque si hubiera muerto, seguro que te habrían avisado, ¿no? – Miró mi móvil, que estaba sobre la mesilla de noche. – Las malas noticias vuelan mucho más rápido que las buenas, te lo aseguro.
-          Sí. Eso es verdad.
En el silencio que siguió a mis palabras, ambos nos observamos sin mover ni un solo músculo. Los dos pensando en lo que habíamos dicho, y también, en lo que habíamos hecho. En qué coño iba a pasar ahora.
Sabía que él se preguntaba cuánto tardaría yo en salir huyendo convertida en simple humo blanco, algo que él nunca podría detener por mucho que luchara.
Yo también me lo preguntaba.
Pero lo cierto es que no quería irme, porque no sabía de ningún otro lugar en el que refugiarme. Prefería su compañía a la soledad cargada de dolor que había en mi apartamento. Al menos, estando con él, conseguía… distraerme. Aunque al hacerlo estuviera poniendo en riesgo los cimientos de todo lo que había construido durante los últimos cuatro años.
Lentamente, de algún modo, nos acercamos el uno al otro. Era como si ninguno se estuviera moviendo o lo estuviéramos haciendo los dos, la atracción entre nosotros nos juntaba. Enterré la cabeza en su pecho desnudo y suspiré. Él apoyó su mentón sobre mi pelo y me rodeó con los brazos, apretándome contra sí. Pero no había nada sexual en ese momento, a pesar de que los dos estuviéramos desnudos en su cama. Era mucho más profundo que el mero contacto físico en busca de un placer momentáneo. Era más que dos cuerpos satisfaciendo una necesidad básica.
Era una promesa sin necesidad de palabras, el encuentro de mi pánico con su consuelo, la seguridad de un mundo en el que solo estuviéramos nosotros, sin nadie tratando de destruirlo todo, una burbuja privada compuesta por ese instante.
Y, justo en el momento en el que mi última barrera se desplomó, en el que mi corazón quedó desprotegido y al descubierto, el teléfono rompió el silencio con su estruendoso sonido.
Me lancé sobre él, aterrada y aliviada a la vez. El nombre que se leía en la pantalla me encogió el corazón. Descolgué a toda velocidad, a punto de sufrir un infarto.
-          ¿Sam? ¿Sam, eres tú? – Por favor. Por favor, que no esté muerta.
-          ¿Myst? Sí, claro que soy yo. ¿No reconoces mi número?
No pude retener las lágrimas de pura felicidad. Era ella. Sin duda, era Sam, con su voz despreocupada habitual. Una sonrisa enorme se extendió por mi rostro.
-          Por supuesto. Pero pensaba que estabas muerta. – Esta vez las palabras salieron con facilidad. Bromear con Sam era como respirar: sencillo, natural.
-          ¿Por una bala? – profirió una exclamación ofendida. – Por favor. Deberías saber que hace falta mucho más para matarme. Soy como Lobezno, ¿recuerdas?
-          Creo que hay algunas diferencias. – Repliqué, pero me reí. Estaba viva. El pecho estaba a punto de estallarme de las ganas que tenía de gritar de alegría.
-          Claro, yo soy mucho más sexy. Y femenina. Pero no le diría que no a Hugh Jackman – emitió un suspiro dramático.
Volví a reírme, esta vez a carcajadas. Era incorregible, pero nunca, nunca jamás quería que cambiara ni una pizca. Era justo el complemento que necesitaba, la contrapartida a toda la oscuridad que había en mi vida.
Cuando me giré hacia William, vi que me devolvía una sonrisa tan grande como la que yo tenía pegada a la cara. Ahora estaba sentado en la cama, sus ojos brillando de alegría y diciéndome en silencio “¿ves? ¿Ves cómo a veces las cosas sí salen bien?”.
Bueno, quizá ahora tenía más de un punto de luz en mi vida. Porque, estando con William, sentía resurgir dentro de mí un sentimiento que había querido enterrar para siempre, porque podía ser más devastador que ningún otro, aunque era, sin duda, una de las más bellos. Porque podía hacerte volar o destruirte por completo.

Esperanza. 





La entrada no está completa, no he tenido tiempo de terminarla. Espero que no te importe que mi regalo sea solo la primera parte, pero te prometo escribir el resto pronto.
Feliz cumpleaños, Irene. Te diría que te dedico esta entrada, pero en el fondo, te las dedico todas. Sin ti, haría mucho tiempo que habría abandonado esta historia, dejándola en una carpeta olvidada, o directamente la hubiera borrado. Si Myst, Sam, William, Kai, Jack y todos los demás siguen vivos, y si algún día se trasladan a las páginas de un libro (y creo que nada me haría más feliz) es gracias a ti.
Muchas, muchísimas gracias por leer cada capítulo y por decirme que merece la pena seguir subiendo entradas incluso cuando yo misma no lo pienso. Por decirme tu opinión y obligarme a no abandonar cuando me vuelvo demasiado perezosa o me desanimo. 
Hace poco que esta historia, nuestra historia (sí, en cierto modo también es tuya) cumplió un año. Y, con un pelín de suerte, puede que antes del próximo ya haya encontrado su final. Supongo que lo descubriremos juntas.
Cumpleaños feliz (ah, y no te olvides: sobreviviremos).