(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


lunes, 31 de diciembre de 2012

Y te esfumaste sin ni siquiera decirme adiós.


Madrugada del 6/Noviembre


Detective William Woods 



Jugueteé con la radio en busca de una emisora aceptable, que no pusiera la misma basura repetitiva y sin sentido que la mayoría a esas horas de la noche. A la una de la madrugada, vagamente puedes escuchar algo decente y, encima, hacía un frío de ese que te va calando poco a poco en los huesos, con lo que mi humor empeoraba por momentos.
Suspiré y me repantigué en el asiento del conductor, que había hecho levemente hacia atrás para estar más cómodo durante las largas horas de vigilancia.
Llevaba en aquel callejón casi tres horas. Estaba empezando a pensar que, otra vez, mi presa se me había escapado, escurriéndoseme entre los dedos, incapaz de ser atrapada por mi ignorancia.
Había seguido a mi asesina particular hasta una lujosa mansión a las afueras de la ciudad. Ella había llegado en una cara limusina negra, de ventanas tintadas, colgado del brazo de uno de sus mimados y estúpidos críos de papá que tienen un par de cientos de dólares siempre en la cartera como si fuera carterilla. Aunque seguía odiándola, mi parte masculina supo apreciar su belleza. Llevaba un vestido  hasta las rodillas, de color azul, con escote de esos que se sujetan por detrás del cuello y sin mangas. El cabello, tan largo y negro como una noche sin luna, se le ondulaba en la espalda de forma elegante y se notaba que se había esmerado con el maquillaje, que resaltaba el color azul zafiro de sus ojos, a juego con el vestido.
Pero, aun así, no me olvidé por un momento del monstruo que se escondía tras su apariencia de una chica guapa más, acompañante de un rico.
Detrás de ella, salió de la limusina otra chica, también terriblemente hermosa, de un modo brutal. La clase de belleza que te corta la respiración, pero que, de algún modo, parecía que estaba rodeada de peligro. Ella llevaba un vestido largo de color negro que dejaba a la vista buena parte de la espalda, y también se agarraba a otro niño de papá presuntuoso.
Nada más verlas subir a la limusina, frente a la casa que no había dejado de vigilar, pese a sus advertencias (puede que ella me dijera que esa no era su casa, pero no tenía ninguna otra pista de dónde buscarla, así que no me había marchado de allí), supe que tramaban algo. Estaban demasiado sonrientes, y podía notar la falsedad en la felicidad de sus rostros.
Obviamente, no pude entrar a la fiesta. Solo para invitados, me espetó uno de los seguritas de malos modos. Así que, como último remedio, me quedé esperando en un callejón cercano, a un par de calles de la entrada de servicio para los camareros, desde donde podía vigilar la puerta principal, aunque muy de lejos. Mis amigas no habían salido aun y ya empezaba a sospechar.
Mis sospechas se incrementaron cuando, de pronto, una alarma empezó a sonar a todo volumen. A ese espantoso sonido lo siguieron una gran cantidad de gritos: los invitados asustados, los seguritas organizándose para averiguar el problema, la dueña histérica…
Salí del coche a toda prisa. Puede que fuera una intuición simplemente, pero algo dentro de mí estaba completamente seguro de que, fuera lo que fuera lo que había sucedido en la casa, la asesina a la que yo perseguía era la culpable. Ahora, solo tenía que encargarme de conseguir las pruebas necesarias, las mismas que me fallaron la primera vez que debí atraparla, y todos en la comisaría se darían cuenta de que yo tenía razón, de que aquella chica, por muy bonita que fuera, por muy frágil que pudiera parecer, en realidad era un monstruo. Si conseguía una prueba sólida de su culpabilidad, su apariencia no podría contrarrestarla.
Al mismo tiempo que cerraba la puerta del coche y me calaba bien el abrigo, pues las noches de noviembre se empezaban a tornar cada vez más frías, oí un ruido a mi espalda.
Me giré a toda velocidad.
Ella estaba allí, apoyada contra una pared, jadeando. Ya no tenía puesto su precioso vestido de noche, ni los tacones, aunque seguía estando maquillada y preciosa. El pelo, recogido en una trenza, le caía hasta por debajo de la mitad de la espalda, y sus curvas quedaban totalmente definidas por un traje negro ceñido, de esos que usan los espías y los ladrones en sus atracos nocturnos para disimularse en la oscuridad.
Apretaba contra su pecho lo que parecía un valioso jarrón antiguo, quizá chino por los dibujos que lo adornaban y por el estilo, pero no sabía lo suficiente de arte como para estar seguro.
La asesina mantenía los ojos cerrados y se esforzaba por calmar su respiración agitada sin aflojar la presa firme sobre el jarrón. Parecía histérica. Probablemente, por la alarma que seguía resonando con insistencia. Claramente, ella no había contado con esa complicación.
Ni conmigo tampoco, pensé.
Me acerqué con movimientos silenciosos y veloces. Tenía que pillarla in franganti para que no pudiera haber ninguna duda de que ella era la culpable.
-          Levanta las manos lentamente. Quedas detenida por robo y allanamiento de morada – le espeté una vez estuve lo bastante cerca, a unos dos metros de la pared donde ella estaba apoyada.
Cuando abrió los ojos, pude notar un atisbo de miedo en su mirada. Lentamente, me reconoció y entonces torció el gesto con disgusto, como si yo fuera un niño molesto que se interpusiera en el camino de su madre atareada, en lugar de irse a otro lado a jugar.
-          Detective, ¿continúa usted siguiéndome?
-          No la sigo. Acudo a la escena de un delito y detengo a una culpable. Ahora, dese la vuelta y levante las manos.
Ella tuvo el descaro de dirigirme una media sonrisa burlona antes de obedecerme. Puso las manos por encima de la cabeza tras darse la vuelta.
Me acerqué lentamente, temiendo que pudiera esconder un arma y me atacara cuando fuera una presa fácil, demasiado cerca de ella para esquivar su golpe.
Como miembro del cuerpo de la ley, sabía el procedimiento para evitar esa jugada en un detenido posiblemente peligroso. Pasos cortos, vigilancia de movimientos. Extraje mis esposas de reserva, puesto que las otras las había tenido que devolver cuando me obligaron a tomarme esas “vacaciones”, por culpa de ella.
Cuando agarré sus manos, la apreté contra mi cuerpo para evitar cualquier movimiento extraño que pudiera desembocar en una pelea cuerpo a cuerpo, aunque estaba seguro de que ella no tenía la fuerza necesaria para vencerme en esa clase de lucha. Aun así, preferí evitarlo.
Nuestros cuerpos chocaran con suavidad. Entonces, me invadió su aroma: suave, femenino, una especie de olor a flores silvestres y… a lluvia. Era raro, pero olía a lluvia, aunque de forma muy leve. Me quedé quieto un segundo, intentando identificar a más profundidad el aroma. Ella me miró por encima de su hombro. Su sonrisa se había ensanchado.
-          Vaya, detective. Si sigue así, no vamos a poder seguir negando la química sexual entre nosotros.
-          No diga tonterías – murmuré con frialdad.
Ella se rio y movió con suavidad sus caderas, que reposaban sobre las mías. Me obligué a respirar hondo y a serenarme. Porque, por mucho que supiera que ella era una asesina cruel y despiadada, seguía siendo una mujer joven y preciosa. Y yo era, al fin y al cabo, un hombre.
Para librarme de la tensión que se extendía dentro de mí, empecé a esposarla. Bajé una de sus manos y cerré alrededor las esposas; luego, repetí el proceso con la siguiente, colocando ambas tras su espalda, de modo que no pudiera utilizarlas.
-          Esposas, ¿eh? – Volvió a reírse, de una forma que hizo que me diera un escalofrío. - Debí suponer que le gustaban esta clase de jueguecitos.
Ignoré deliberadamente su comentario. Solo me estaba provocando, con sus curvas en ese traje ceñido, su risa, su olor. Maldita sea, ¿por qué mi cerebro se empeñaba en olvidar que ella era un monstruo?
Probablemente, porque ella había tenido razón. De algún modo, había surgido la química, aunque no podía entender cómo, cuando yo solo había buscado desde el principio detenerla y demostrar que decía la verdad al acusarla. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero el miedo que me había atenazado la primera vez que la conocí se había ido disipando a medida que la veía día tras día, paseando como una persona normal, riendo, comprando café en cantidades industriales, tanto para ella como para su extraña amiga. Verla allí fuera, como una ciudadana más, había hecho que dejara de temerla.
Y ahora, con nuestros cuerpos tan cerca y ella con esa sonrisa pícara, sentía que la parte primigenia de mí, la que se dejaba guiar por puro instinto, se sentía atraída por ella. Aunque mi parte racional la odiara.
Recurrí a mi disciplina y me concentré en la tarea que estaba llevando a cabo.
-          Señorita… - mierda, en ese momento tenía que decir su nombre. Pero no lo sabía. Algo tan simple y aun no lo había descubierto, tras permanecer una semana siguiendo todos sus movimientos (siempre que no desaparecía de pronto, que era a menudo).
-          Myst – respondió ella de pronto.
-          ¿Myst?
-          Ajá. Así es como me llama todo el mundo.
-          Pero no es su nombre real – afirmé, estrechando los ojos. ¿Se pensaba que me iba a engañar con ese nombre tan falso? Parecía de un cómic o algo así.
De pronto, en sus ojos brilló una chispa de tristeza y melancolía. Levantó la vista al cielo estrellado e inspiró hondo.
-          Ahora sí lo es. El otro ya no servía. – Lo dijo en un leve susurro que se perdió con una brisa de viento, pero pude escucharlo.
-          ¿Qué quiere decir?
Por toda respuesta, ella se encogió de hombros, dejando claro que no iba a hablar más del tema. Puestas así las cosas, yo también decidí pasar del asunto, aunque me picaba terriblemente la curiosidad después de esa extraña confesión.
-          Señorita… Myst – fruncí los labios, pero continué – queda usted detenida por allanamiento de morada y robo. Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado y/o a tener a uno presente cuando sea interrogada por la policía. Si no puede contratar a un abogado, le será designado uno de oficio. – Lo recité de memoria. Lo había dicho medio millón de veces en el trabajo, puesto que era obligatorio repetirlo cada vez que arrestábamos a un sospechoso.
Myst se rio ante el discurso.
-          Siempre había querido oírlo en persona después de ver tantas series malas de polis. – Me miró sonriendo y se alejó un par de pasos de mí. Luego, se giró, por lo que nos quedamos frente a frente. Sin los tacones, era casi seis centímetros más baja que yo y mucho más delgada. – Pero no hay ninguna razón para que me detenga. Esos cargos son falsos – enarcó una ceja y supe reconocer el desafío patente en el gesto, lo que me hizo apretar la mandíbula.
-          Oh, venga ya. Te he pillado escapando de la propiedad con un jarrón robado.
-          Primero, no es allanamiento porque he sido invitada a la fiesta. Puede preguntarle a mi acompañante. Le daré su nombre, dirección, y el prestigioso apellido de su familia. – Me dedicó un gesto de suficiencia con la cabeza. Ambos sabíamos que eso era cierto, yo la había visto entrar del brazo de aquel idiota rico y, como buen estúpido con dinero, contaría con los mejores abogados.
Resoplé.
-          De acuerdo, quizá puedas justificar tu entrada en la casa, pero, ¿qué pasa con el robo?
-          ¿Robo? ¿Qué he robado? – entonces, esbozó una sonrisa de victoria. - ¿Ahora nos tuteamos, detective?
En ese momento me di cuenta de dos cosas. La primera, que se me había escapado usar la segunda persona del singular al hablar con ella y había abandonado la seguridad que daba el trato de usted con un detenido. La había tratado con familiaridad. Al igual que a un conocido, no como a un criminal. Pero ese era un error leve comparado con lo otro que había pasado por alto.
El jarrón, el que ella había sostenido contra su pecho cuando la vi por primera vez, había desaparecido. Cuando levantó las manos por detrás de la cabeza, ya no lo tenía y no la había visto deshacerse de él. ¿Cómo era posible? ¿Lo había escondido? Había tenido que ser muy rápida, puesto que yo no le había quitado el ojo de encima y no me había dado cuenta de nada.
-          El jarrón… - susurré.
Repasé el lugar una y otra vez con la vista; cada sombra, cada rincón. No había grietas. Ningún sitio donde ella pudiera haberlo metido, y menos en tan poco tiempo.
-          No es posible – mi voz se llenó de pesimismo al darme cuenta de lo que acaba de pasar.
Había vuelto a derrotarme. Unos pocos minutos antes, había estado a punto de atraparla con las manos en la masa, en medio de un robo, y ahora no tenía absolutamente nada. No podía acusarla de allanamiento porque ella tenía razón, había sido invitada a entrar en la casa. Y el jarrón, la prueba fehaciente del delito, ya no estaba. Se había volatilizado delante de mis narices y, sin él, no tenía nada. Nada de nada. No podía acusarla.
Ni siquiera pensé en las cámaras de seguridad o en posibles testigos. Por mi experiencia, sabía demasiado bien que no encontraría nada de eso.
Había perdido.
-          ¿Ve, detective? Ya le dije que no había motivo para que me esposara. – El tono de humor en su voz hizo que me hirviera la sangre de pura rabia y tuve que morderme la lengua para contener las ganas de empezar a gritar improperios en medio de la noche.
Maldita fuera. Me había dejado engañar como un gilipollas. Había perdido la concentración, pensando en tonterías libidinosas en lugar de centrarme en terminar el trabajo. ¡Joder! Ella me había utilizado como había querido, fingiendo estar atrapada cuando en realidad ella era el gato que había colocado la trampa. Y yo había caído de lleno como el idiota que era.
La miré con todo el odio que bullía en mi interior. Aquella parte recóndita que por un segundo la había encontrado atractiva había quedado ahogada por todos los sentimientos negativos que tenía sobre ella, por todos los pensamientos de rabia y frustración, y las ganas de matarla.
Ella me devolvió la mirada y suspiró. De pronto, parecía terriblemente cansada de aquel juego.
-          Ya se lo dije, detective. Le dije que esto iba más allá de sus límites, pero usted se obstinó en no creerme. Ahora, no puede culparme. Se lo advertí.
Entonces, ella levantó la mano. Miré su mano, extendida entre los dos, al principio sin darme cuenta de lo erróneo de la situación. Su mano, pequeña y delicada, estaba levantada hacia mí, sosteniendo las esposas que yo había colocado apenas unos momentos antes alrededor de sus muñecas, tras su espalda.
Pero ahora, esas mismas esposas estaban en su mano y ella estaba libre.
Cogí las esposas de forma automática. Las observé durante un par de segundos, buscando el punto donde ella debía haberlas roto, de algún modo que no conseguía comprender, para liberar las manos. Pero no había ninguno. Las esposas estaban perfectas y… aun cerradas. Era imposible.
-          ¿Cómo? – susurré. - ¿Cómo lo has hecho, maldita sea? – La miré, esperando una respuesta. Alguna solución a los misterios que se me iban amontonando.
-          Yo… no soy una persona normal, detective. – Se encogió de hombros. – Pero eso ya lo sabe.
-          No… no lo entiendo. – Bajé la mirada. No podía seguir contemplándola. Ahora parecía más humana que nunca, puesto que en su rostro había un gesto de compasión que me producía temblores. – Todo lo que te rodea, cada detalle que he descubierto sobre ti… no tiene ningún sentido. Haces cosas imposibles. Desapareces al girar una esquina sin más, como si te evaporaras en el aire. Te pierdo de vista con un simple parpadeo. Haces desaparecer el jarrón ante mis ojos y ni siquiera me doy cuenta. Y ahora… - apreté las esposas en un puño hasta que sentí como el frío metal se me clavaba en la piel, llevado por la desesperación. - ¿Cómo es posible? ¿Por qué parece que cuando tú estás cerca, la realidad se convierte en fantasía?
-          Yo… Lo siento – susurró ella de pronto. Levanté la vista. Myst había vuelto a clavar la mirada en el cielo estrellado sobre nuestras cabezas. - ¿Qué estoy haciendo? Juré vengar a mi hermana, pero ahora me estoy convirtiendo en uno de los mismos monstruos que acabaron con ella. No debí meterte en esto, detective. No debí comportarme como lo hice en la comisaría.
Ella retrocedió un paso. Las sirenas de policía, que habían empezado a oírse desde hacía un par de minutos, acercándose cada vez más, ahora se habían detenido frente a la casa. Myst miró hacia allí y su rostro se convirtió en piedra, con una determinación férrea. Estaba a punto de huir.
-          Dímelo. Dime qué es lo que se me escapa.
Ella me miró de nuevo. Sus ojos dudaron un instante, retrocedió otro paso. Entonces, adoptó una mueca de tristeza y agitó la cabeza levemente. Los policías se estaban acercando, podía oír sus voces. Habían tardado un poco más debido a la lejanía de la casa, pero ahora ya no tardarían más de unos pocos segundos en recorrer cada centímetro buscando al culpable.
-          ¿Que qué se te escapa? Supongo que yo. – Esas fueron sus últimas palabras. Luego, su cuerpo desapareció por completo, dejando tras él unas leves volutas de humo blanco que fueron arrastradas por la brisa de aquella fría noche de noviembre.



(Adiós, 2012. Ha sido un placer. Y bienvenido, 2013.)

jueves, 27 de diciembre de 2012

Juguemos a ser criminales otra noche más.

5/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst




La cámara de seguridad registraba todos mis movimientos. Necesitaba salir de su ángulo de visión, al menos hasta que el guardia de la sala de control dejara de ser una complicación.
Fingí buscar una puerta en concreto y, al tropezar con una anciana pareja que volvía al salón principal, les pregunté con una aparente incomodidad que bordé a la perfección dónde se encontraba el baño para los invitados.
La mujer se rio y me señaló una puerta a mi espalda, la que yo ya sabía que daba al lavabo. Hubiera sido sumamente sospechoso que el guardia se diera cuenta de que conocía las habitaciones de la casa cuando yo era simplemente una invitada guapa más, de las que van colgadas del brazo de un rico para que él alardee de su belleza como si fuera un caballo de carreras. Esa era nuestra tapadera, así que tenía que mantenerla de momento.
Habíamos recibido el correo hacía tres días. Tanto Sam como yo nos habíamos sorprendido bastante, para luego pasar a la alegría por completo (bueno, yo expresé todas esas emociones mientras mi compañera sin sentimientos asentía con la cabeza).
Un importante cliente había oído hablar de nuestra reciente entrada en el negocio del crimen y nos ofrecía una misión. Dudaba acerca de nuestra capacidad para llevarla a cabo, por supuesto, ya que éramos tan nuevas en el sector, pero había quedado estupefacto con nuestra puesta en escena con el asesinato de los rusos y quería ver de qué más éramos capaces.
El objetivo era sencillo. Él, cuyo nombre prefería no revelar, deseaba un objeto de gran valor, un jarrón chino de alguna dinastía perdida en el tiempo, y esa valiosa pieza se encontraba en posesión de una rica multimillonaria que se negaba a venderla. Para conseguirla, contrataba nuestros servicios para que lleváramos a cabo un robo con la mayor discreción posible. Era preferible que nadie se enterara y, por descontado, que su nombre no se pudiera relacionar con el crimen.
Aquella era nuestra primera misión de verdad desde que decidimos divergir de la trayectoria de Tánatos y empezar a trabajar más por nuestra cuenta. Probablemente por eso sentía ese cosquilleo de nervios en el estómago, aunque me obligué a centrarme nada más entrar en el baño y cerrar la puerta a mi espalda. Allí no había cámaras que me vigilasen.
Repasé el plan una vez más, dándole tiempo a Sam de que llevara a cabo su parte.
Entrar a la mansión de la propietaria del jarrón había sido más fácil de lo esperado y era allí, en su caja de seguridad, donde ella guardaba el objeto, protegido mediante diversas medidas de seguridad. Sam y yo nos habíamos pasado los últimos tres días inspeccionando minuciosamente los detalles que nos habían proporcionado, buscando planes y rutas alternativas, procedimientos de emergencia por si algo salía mal…
Nos enteramos de que a los pocos días de recibir el mensaje se celebraba una importante fiesta solidaria organizada por nuestra multimillonaria, que había invitado a distintas personalidades famosas con acaudaladas cuentas corrientes y a un par de personajes menos conocidos, pero igualmente ricos. Esa ocasión fue nuestro método de entrada.
Al principio, pensamos fingir ser camareras y colarnos sin dificultad, pero luego tendríamos que pasarnos la noche sirviendo canapés y champán del caro, y quizá el tiro nos saldría por la culata, impidiéndonos librarnos del uniforme y llevar a cabo la verdadera misión que nos había llevado hasta allí, así que decidimos entrar por la puerta grande.
Tras revisar la lista de invitados, encontramos a dos herederos jóvenes, que apenas superaban la veintena, que acudían como representantes de la fortuna de sus padres. Ambos iban a llevar a sendas modelos del brazo para lucirlas junto a su dinero.
Dar con ellos no fue complicado, puesto que iban anunciando su presencia en todas las redes sociales que podían cada vez que salían de casa. Nos tropezamos con ellos en una discoteca dos noches antes del día de la fiesta y, tras una breve pero demoledora charla con ellos, Sam los convenció de sustituir a sus amigas las modelos por nosotras dos como acompañantes. Sinceramente, no perdían demasiado con el cambio. La belleza de Sam era incomparable, superior a la de cualquier modelo, y yo sabía cómo sacarme provecho si la ocasión valía la pena.
Manteniéndolos bajo un férreo control mental, los chicos nos acompañaron en su limusina desde nuestra casa hasta la mansión, y luego entraron con nosotras colgadas del brazo y una sonrisa deslumbrante. Nos presentaron como unas amigas provenientes de Europa que habían ido a pasar una temporada alejadas de casa. Sam fingía ser rusa, puesto que sabía imitar el acento a la perfección. Yo decía haber nacido y crecido en Estados Unidos antes de mudarme al frío país europeo y, por eso, carecía de cualquier acento extranjero.
Cuando la fiesta alcanzó su mayor apogeo, yo me interné en el pasillo que sabía que conducía a la cámara de seguridad. Habíamos hecho los deberes y estudiado los mapas de la casa para saber a dónde teníamos que ir. Al mismo tiempo, Sam se estaba excusando para ir a hacer una llamada por teléfono al exterior, que en realidad se convertiría en una visita a la sala de vigilancia de la casa para desactivar las cámaras y las alarmas.
Mientras, yo permanecía escondida en el baño para que las cámaras no pudieran grabar mis sospechosos movimientos, esperando la señal. Aproveché aquellos minutos para quitarme el vestido largo de noche que ocultaba debajo un ceñido traje negro que me permitiría camuflarme en la oscuridad y no destacar demasiado. Era de cuerpo entero, pero, para que no se viera mientras llevaba el vestido, en la fiesta, lo había doblado hasta que desapareciera de la vista. Ahora, lo estiré, por lo que cubrió la longitud total de mis piernas y los brazos hasta las muñecas. Me recogí el pelo en una trenza al estilo Tomb Raider; me deshice de los incómodos tacones de aguja, y los sustituí por unas zapatillas de deporte que había escondido dentro del bolso. Dejé mi elegante ropa de noche, junto con el bolso casi vacío, escondida detrás del váter, de modo que otro invitado que fuera al baño no pudiera verla.
Justo en el momento en que revisaba mi vestimenta y mis armas, para asegurarme de que la nueve milímetros estaba bien sujeta a la cintura y que la daga seguía atada en la parte interna de mi muñeca, mi móvil vibró contra la piel de la cadera, donde lo tenía sujeto. La señal de Sam.
Respiré profundamente dos veces para calmar el temblor que se había extendido por todo el estómago. Me obligué a despojarme de los nervios y de las dudas, de los “y si” tan negativos que no dejaban de cruzarme la mente. La clave del éxito estaba en confiar en ello.
Lentamente, a la vez que iba relajando el cuerpo, fue eliminando la solidez del mismo. Me deshice hasta convertirme en apenas un humo casi invisible de color blanco y me fusioné con el aire que me rodeaba. Siguiendo las pautas de mi memoria, me desplacé en ese estado hasta que llegué a la sala anterior a la que se guardaba el jarrón.
En ese estado incorpóreo, mi cuerpo se convertía en partículas de gas y, por lo tanto, carecía de vista, de oído, y de cualquier otro sentido que me permitiera observar mi entorno y orientarme. Tenía que basarme en los planos que había memorizado el día anterior acerca de la distribución de la casa. También era cierto que podría haber adoptado un estado semi-corpóreo que me permitiera disfrutar de los sentidos sin ser sólida por completo, pero en ese estado sí era visible, y prefería no arriesgarme a toparme con un invitado curioso o alguno que buscara diversión en las habitaciones de invitados.
Siguiendo mis recuerdos, llegué a la sala. Volví a adoptar mi forma normal y busqué la cámara que sabía que estaría vigilándome. Ah, ahí estaba. En la esquina derecha, pegada al techo. Saludé a Sam y, de inmediato, el móvil vibró de nuevo contra mi cadera. Después de tres timbrazos, fruncí el ceño y acepté la llamada. Eso no era lo que habíamos acordado.
-          ¿Sam? – pregunté, sin poder evitar que se reflejara el temor en la voz.
-          Houston, tenemos un problema – respondió ella, imperturbable. Su tono incluso parecía divertido.
Contuve el suspiro de cansancio que estuve a punto de proferir. Ya me imaginaba que las cosas no iban a ser tan sencillas como deseábamos. Siempre surgía algún obstáculo en el camino que, a menudo, servía para estropear o dificultar la misión.
Al fin y al cabo, si el robo fuera cuestión de coser y cantar, jamás habrían contratado a miembros de Tánatos. Una de nuestras notables características eran los elevados precios, aunque también la alta tasa de éxito en los encargos. Los clientes que deseaban contratar a algún miembro de la organización sabían de antemano que verían cumplido el objetivo y pagaban esa seguridad.
-          ¿Qué pasa?
-          Verás, había un pequeño detallito que no venía en nuestros resúmenes. Algo bastante importante. – Sam hizo una pausa dramática. – Para entrar en la sala del tesoro, hay que pasar por un reconocimiento óptico.
-          Déjame adivinar, mi iris no ha sido elegido como uno de los favoritos.
-          Exacto. Has quedado fuera de la fiesta. – Sam se rio. Oí un ruido de teclado de fondo y supuse que ella estaría aporreando las teclas en la sala de seguridad para buscar una forma de solucionar aquella complicación. Mi compañera de batalla podía ser insensible y cruel, en bastantes ocasiones, pero era efectiva en su trabajo.
-          ¿No puedes desactivar la seguridad desde ahí? – volví a saludar a la cámara que me enfocaba desde el techo.
-          Ojalá – Sam suspiró. – Desde aquí puedo controlar las cámaras sin problemas, las puertas de acceso a la casa, el telefonillo y la alarma general de la mansión. Pero para entrar en la sala de seguridad hay que pasar el reconocimiento óptico y la única que puede abrir la puerta es la organizadora de la fiesta, nuestra querida multimillonaria.
Bufé en voz baja al oír las buenas noticias. El trabajo estaba empeorando por minutos. Tanta preparación para luego fallar en algo tan elemental.
¿Qué podíamos hacer? ¿Secuestrar a la anfitriona? Se daría cuenta todo el mundo y, sobre todo, sus guardaespaldas. Mala opción.
En copiar el modelo de sus iris y generar una lentilla igual a ellos tardaríamos, al menos, una semana o más, y entonces, habríamos perdido la oportunidad que nos había brindado aquella fiesta. Entrar en la mansión no era nada sencillo, ni siquiera siendo invitado. Teníamos que hacerlo esa noche de cualquier modo.
-          Dime que se te ha ocurrido una idea milagrosa – rogué.
-          Espera un segundo – más ruido de teclado. Los dedos de Sam se deslizaban a toda velocidad. - ¡Ajá! Hay un maravilloso sistema de ventilación que comunica la sala del tesoro con el pasillo que está a tu derecha. El hueco es mi grande, pero creo que cabrá por ahí un poco de niebla.
-          Genial – sonreí y empecé a caminar hacia allí.
La rejilla del sistema de ventilación estaba en una esquina, detrás de una mesa que pretendía ocultar su existencia. Era bastante pequeña, quizá podría atravesarla un niño de unos cinco años, pero de ningún modo un adulto. Pero, en mi forma de humo blanco, apenas ocupaba el mismo espacio que un balón de fútbol.
-          Sé que me vas a odiar, pero tengo más malas noticias.
-          Te odio.
-          Culpa al juego, no al jugador. Bien, escucha. Dentro de la sala, hay unas cuantas medidas extras de seguridad. Normalmente, al pasar el reconocimiento óptico se desactivarían, pero como tú vas a entrar… por una ruta alternativa, se mantendrán intactas.
-          ¿De qué medidas estamos hablando exactamente?
-          Veamos… - Una vez más, el ruido de las teclas inundó la llamada mientras Sam verificaba a qué me tendría que enfrentar. – Por toda la sala se encuentran esos láseres tan chulos de las pelis de espías; esos que, si tocan alguna parte del cuerpo, hacen sonar las alarmas de inmediato y que son invisibles a simple vista.
-          Va mejorando la cosa. Y seguro que hay algo más para hacer que esta noche sea perfecta.
-          Bingo. – Sam volvió a reírse. – Los sensores térmicos también activarán las alarmas si un cuerpo con una temperatura superior a 20 º C entra en la sala.
-          Lamento decirte que mi temperatura media, como persona viva que soy, es de 37.
-          Ya lo sé – suspiró, exasperada.
Yo también me sentía igual. Se suponía que iba a ser un trabajo fácil. Entrar, robar y salir. Nadie había hablado de medidas de seguridad en plan película de James Bond. ¿Qué debíamos hacer? ¿Abandonar la misión y decirle al cliente que habíamos fallado? No era nuestro estilo.
Permanecí en silencio unos segundos más, esperando que Sam hallara la solución a los problemas que se nos venían encima. No quería perturbar su concentración.
-          Ah, aquí está. He encontrado algo útil. Al parecer, los sensores solo se accionan si la temperatura en cuestión se encuentra concentrada en una zona menor de un metro cuadrado de ancho y de dos metros de alto. Las dimensiones de un cuerpo humano, vamos. Pero…
-          Si el calor está disperso por toda la sala, no podrá localizarlo.
-          Exacto. Respecto a los láseres, puedo volverlos visibles desde aquí y tú tendrás que encargarte de no tocarlos. Quizá al ser solo corpórea a medias no los actives, pero yo preferiría no arriesgarnos.
-          Completamente de acuerdo. ¿Eso es todo?
-          Sí. No tardes mucho y ten cuidado. Estaré vigilándote. – Pude percibir una levísima preocupación en la voz de Sam. Para ella, eso era un gran logro emocional. Sonreí.
-          Descuida. Pero… Sam – la llamé antes de que colgara. – Si, por cualquier razón, algo sale mal, quiero que te largues de aquí. No vuelvas a por mí.
-          No voy a abandonarte – la determinación impregnó sus palabras.
-          Sam, por favor. No seas idiota. Yo puedo desaparecer sin dejar rastro y esconderme en cualquier rendija. Pero quiero estar segura de que no tengo que preocuparme por ti si tengo que huir. ¿Prometido?
El silencio se alargó unos segundos. Pude imaginarme perfectamente a Sam sentada en la sala de control, observándome a través de la pantalla, considerando sus opciones. El guardia de seguridad estaría atontado en alguna esquina, controlado por sus poderosos ojos de súcubo y por su voz hipnótica.
Yo estaba segura de que, en caso de necesidad, Sam podría escapar sin problemas, siempre que no se detuviera a preocuparse por mí.
Ella también lo sabía.
-          Prometido – susurró al final.
Luego, ambas colgamos al mismo tiempo. No era necesario decir nada más.
Guardé el móvil en el mismo sitio, sujeto en una funda a la cadera. Sonreí por última vez a la cámara y desaparecí lentamente, diluyendo la solidez de mi cuerpo hasta el límite en que aun podía ver y oír, pero en el que fuera capaz de adaptarme al espacio que quisiera, ya fuera reduciéndome o ampliando mi tamaño. Seguía siendo visible, pero era como esos fantasmas de las películas de los que apenas puedes vislumbrar un contorno borroso y unos rasgos desenfocados.
Inspiré hondo y me colé por la rendija del sistema de ventilación.

***

Los sensores térmicos no saltaron. Los láseres, visible gracias a la intervención de Sam, fueron un engorro, ya que me obligaban a adoptar posturas casi imposibles pero, gracias a que mi cuerpo no se ajustaba del todo a las leyes de la materia, puede llegar finalmente a la vitrina que guardaba la valiosa pieza.
Lo observé un par de segundos. Era un jarrón muy antiguo, ligeramente resquebrajado en algunas partes, pero aun completo. Tenía un bello diseño de flores de loto en la parte superior, y la de abajo representaba una imagen de un grupo de mujeres asiáticas realizando tareas cotidianas. Podía entender su valor con solo mirarlo, puesto que era precioso y sofisticado, una obra de arte de hacía muchos siglos.
Finalmente, adopté forma corpórea, asegurándome de no tocar ninguno de los rayos que brillaban en la oscuridad de la habitación, y posé las manos en el cristal de la vitrina. Lo levanté lentamente…
El estruendo de la alarma me hizo dar un brinco. Mi pierna derecha se movió hasta chocar contra uno de los láseres. Miré a mi alrededor, con el corazón latiéndome a mil por hora en el pecho.
El maldito cristal de la vitrina. Debía tener algún tipo de sensor que activaba las alarmas cuando alguien retiraba la vitrina sin haber superado el reconocimiento óptico.
Olvidando cualquier medida de precaución, tiré el cristal que aun sostenía en las manos y agarré el jarrón con fuerza. El ruido de la alarma me ensordecía, al igual que el del cristal al romperse, pero pude percibir los gritos de gente acercándose al otro lado de la puerta, alterados.
Maldije en voz baja y apreté el jarrón contra mi pecho. Tras lanzarle una mirada de advertencia a Sam a través de la cámara de seguridad, que me enfocaba sin pausa, me desvanecí de la habitación a la velocidad de la luz.

viernes, 21 de diciembre de 2012

No puedo sobrevivir solo cuando la vida está a punto de ahogarme.


3/Noviembre


Clark Dawson (Flames



Mis dedos volaban sobre el teclado mientras Claro de luna de Beethoven me llenaba los oídos. La información aparecía en línea en la pantalla, mientras yo descartaba los datos inútiles de los que sí servían.
Una vez localicé la página donde se encontraba la fuente original de la información, rastreé hasta dar con el nombre de la persona que estaba buscando y, a partir de ahí, solo tuve que seguirle el rastro hasta encontrar los datos necesarios.
Mientras la impresora se quejaba de su trabajo, al lado del ordenador, me estiré y relajé los músculos. Llevaba dos horas y media descodificando mensajes cibernéticos cifrados y hackeando diversas redes, varias de ellas de organismos gubernamentales confidenciales, para lograr hallar lo que Jack me había pedido.
Tras unos pocos minutos de descanso y un sorbo del Red Bull que estaba en la mesa, volví a centrarme en mi misión. Aunque ya había conseguido lo que buscaba, eso solo era la mitad del trabajo. Ahora tenía que borrar mi rastro digital para que nadie pudiera saber que había estado husmeando donde la policía y el Estado preferían que no me colara.  Tardé apenas quince minutos en hacer desaparecer mi huella.
Luego, recogí los papeles que había terminado de escupir la impresora y que aun olían ligeramente a tinta.
Jack estaba en la mesa de la cocina, comiendo un bocadillo sin prestar mucha atención a su comida; se limitaba a masticar el alimento cuando entraba en su boca. Probablemente, ni siquiera se percatara de su sabor, tan ensimismado estaba en la lectura de los documentos que estaban ante él.
Me senté frente a mi hermano y esperé a que me hiciera caso. Sabía muy bien que Jack odiaba que lo interrumpieran mientras estaba concentrado en algo, así que lo mejor era no decir nada hasta que él terminara su tarea.
Le robé un par de patatas fritas de la bolsa que también estaba en la mesa, pero ni se dio cuenta. El paquete estaba lleno, así que Jack no había comido nada de él.
Mi estómago gruñó cuando el alimento llegó hasta él. Solo entonces recordé que se me había olvidado almorzar, que por la mañana solo había tomado un cuenco de cereales y que llevaba toda la tarde realizando un extenuante trabajo mental. Agarré el paquete y me dediqué a engullir patatas hasta que, finalmente, Jack levantó la vista de los papeles que estaba leyendo.
-          ¿Por qué me estás quitando mi comida? – gruñó.
Bufé en voz baja, pero no solté la bolsa.
-          Tú no estás comiendo. Y yo tengo hambre. Qué más te da.
-          Es mi comida. Coge tú lo que quieras de la despensa.
Me recosté en el asiento y lo fulminé con la mirada, pero no le devolví las patatas ni pedí disculpas. Sabía cómo funcionaba nuestra relación. Jack se las daba de hermano mayor duro y autoritario y yo le recordaba que, por mucho que fuera más grande y más fuerte que yo, no tenía derecho a comportarse como un dictador. Por eso, le desobedecía siempre que podía, y cuando eso no pusiera en riesgo ni mi vida ni la suya.
Mastiqué despacio deliberadamente, para sacarlo de quicio. Jack hizo un amago de robarme el paquete, pero lo alejé de su mano extendida y cogí otra patata, que me tragué con rapidez.
-          ¿Esta es tu forma de darme las gracias por haber estado trabajando toda la tarde para ti? Porque estoy pensando seriamente en cambiar de empleo.
Mi hermano se echó hacia atrás y sopesó sus posibilidades. Ambos sabíamos que aquello no era más que una pose. Por mucho que nos cabreáramos mutuamente, siempre prevalecía el amor fraternal. Jack sentía la compulsión de protegerme bajo cualquier concepto y yo no lo iba a abandonar después de todo lo que había hecho por mí.
Desde otro punto de vista más práctico, probablemente yo no podría sobrevivir sin su ayuda, puesto que jamás había tenido un trabajo y odiaba salir de casa más de lo necesario. Y Jack necesitaba de mis habilidades excepcionales como hacker para que encontrara la información que precisaba para realizar sus misiones. Nos ayudábamos mutuamente.
Después de fingir un poco más que realmente se estaba planteando aceptar mi oferta de abandono, encogió los hombros y frunció los labios.
-          Está bien, quédate las patatas, pero enséñame lo que has descubierto a cambio.
-          Trato hecho.
Le tendí los folios recién imprimidos. Él les echó una ojeada rápida, apenas un vistazo, puesto que después lo leería a fondo, cuando estuviera solo en su centro de operaciones (más conocido como su dormitorio). Asintió para darme a entender su conformidad con lo que había obtenido.
-          Perfecto. – Me felicitó.
-          El objetivo está un poco más lejos que de costumbre.
-          Ya, ya lo he visto. – Suspiró. – El Cairo. Serán unas cuantas horas de viaje.
La verdad es que era bastante común que Jack tuviera que viajar de un lado a otro para completar las misiones. El centro de operaciones de la organización estaba en nuestra ciudad, pero los clientes contrataban nuestros servicios desde cualquier parte del mundo. Normalmente, Jack prefería encargarse de trabajos para los que no tuviera que irse muy lejos. En los últimos años, yo había desarrollado la teoría de que, en realidad, le daban un poco de miedo los aviones, pero aún no había podido corroborarlo.
Durante sus ausencias, yo permanecía solo en el piso y “cuidaba el fuerte”. Lo que quería decir que sacaba la basura cuando empezaba a oler mal y me encargaba de limpiar lo justo y necesario. No compartía la manía por la limpieza de Jack, así que dejaba que él se encargara de desinfectar la casa cuando volviera, y solo me limitaba a eliminar los restos de suciedad más visibles y malolientes.
Puede que sea fuera otra razón por la que mi hermano odiaba dejarme solo.
Por primera vez desde que entré en la habitación, en ese momento me fijé en el informe que Jack había estado leyendo tan concienzudamente antes de que yo lo interrumpiera. ¿Otra misión? ¿Cuándo no había terminado la anterior?
Intenté leer algo de lo que ponía. Al principio, no me pareció nada relevante.
Hasta que vi con claridad las frases “nueva recluta de Tánatos” y “asesinato público de mafiosos”.
Por un segundo, me quedé helado en el sitio. Pude sentir cómo la sangre abandonaba mi rostro y supe a ciencia cierta que había palidecido del asombro.
No puede ser.
-          Jack, ¿qué es eso? – la voz me salió un poco más ronca de lo normal. Carraspeé y me obligué a controlarme.
Primero me miró a mí, extrañado, y luego a los papeles que había delante de él.
-          Ah, esto. Me estoy informando sobre otro asunto.
-          ¿Otra misión? Si aún no has iniciado la que tenemos entre manos – intenté aparentar normalidad, pero la tensión aún era palpable en mi voz.
-          Todavía no estoy trabajando en ello. Solo le echo un vistazo por si acaso – me sonrió para aligerar el ambiente. Entonces, pareció recordar algo. – Ah, sí. ¿Te acuerdas de la noticia sobre la que me hablaste hace unos días por teléfono?
Me encogí de forma imperceptible. Claro que la recordaba.
Myst. Su iniciación en Tánatos, el asesinato de los tres mafiosos rusos y su marcha sin cargos de la cárcel. Nuestro encuentro en el aparcamiento de la discoteca. Sus ojos fríos, sus palabras duras.
Aquella chica no era la misma de mis recuerdos. No había miedo en ella, solo una gélida determinación y una seguridad en sí misma que antes no había estado ahí. Seguía teniendo ese aspecto frágil que te daba ganas de protegerla, peros sus ojos se habían convertido en una advertencia para todo aquel que se acercara demasiado. Contuve un escalofrío al recordarla jurándome que mataría a Jack si volvía a verlo.
-          Vagamente – la mentira se me quedó clavada en la garganta y mi voz se quebró. Jack me miró suspicaz, pero yo intenté quitarle importancia. - ¿Ahora estás interesado? ¿Por qué?
-          Es que la persona que cometió esa atrocidad es una nueva recluta de Tánatos. No sabemos mucho de ella, la verdad, pero la organización teme que sea un peligro más grande lo esperado. Strike me ha dicho que probablemente me encarguen deshacerme de ella.
Apoyé las manos en la mesa para evitar caerme de la silla. Sentía como el corazón me latía a mil por hora en el pecho. Tenía la boca seca, mientras un horrible sudor frío se extendía por mi nuca.
Maldita sea. Maldita sea.
De todos los miembros de Skótadi capaces de llevar a cabo un asesinato, habían tenido que elegir a mi hermano. Era cierto que su fama para la destrucción era notable, pero… ¡joder!
El silencio se extendió demasiado, pues no encontraba ninguna palabra con la que romperlo. Me sentía enfermo de repente. ¿Cuándo se habían torcido tanto las cosas? ¿Qué debía hacer? El terrible peso de aquella responsabilidad se había multiplicado por diez en apenas unos segundos.
-          Vaya. Y… ¿has visto a la chica? – la foto estaba en el maldito periódico. Así era como yo la había reconocido. ¿Jack la había visto? Me tensé aún más, pero luego me percaté de que, si supiera quién era la chica, no estaría tan calmado.
-          No, aún no. Ya te digo, solo estoy leyendo un poco por encima. Primero quieren ponerla a prueba para ver hasta dónde es capaz de llegar, si es un peligro real, y luego ya me dirán qué esperan que haga como respuesta a eso.
Empezaba a faltarme el oxígeno. Con cada palabra de Jack, sentía como si un enorme mazo me golpeara el estómago. Las patatas que me acaba de comer se volvieron en mi contra.
Jack debió de darse cuenta de mi evidente preocupación. Tapó mi mano con la suya, un gesto cálido de consuelo. Cuando nuestras miradas se cruzaron, volvió a dirigirme esa sonrisa alentadora que había utilizado tantas veces conmigo a lo largo de nuestra vida, sobre todo desde la muerte de nuestros padres.
-          No tienes de qué preocuparte, Clark. Por muy dura de pelar que sea esa chica, no tiene nada que hacer contra mí.
Sus palabras sonaron terriblemente confiadas. Deseé creer en ellas. Deseé devolverle la sonrisa y decirle que sí, que confiaba en él.
Pero sabía que Jack jamás podría hacerle daño a… Annalysse. La amaba más que a nada en este mundo, más que a su propia vida. Y verla de nuevo, ver en lo que se había convertido, lo destrozaría de una forma irremisible.
No podía permitirlo. De nuevo, iba a tener que tomar las riendas de una situación que escapaba de mi control y proteger a la única persona que me quedaba en el mundo.
Asentí con la cabeza para demostrarle mi conformidad, mientras urdía un plan a toda pastilla.

                                       

                                                                                                        4/Noviembre


Las dos horas y media que había permanecido esperando delante del edificio se habían vuelto eternas, y mi humor había empeorado todavía más cuando una leve llovizna, de esas que parecían no tener importancia pero que realmente te calaba hasta los huesos, se repitió de manera constante cada media hora, como una señal clara de que el otoño por fin había decidido dejarse notar en la ciudad.
En todo ese tiempo, no vi salir ni entrar a nadie del edificio, a excepción de una anciana que paseaba a un horrible chihuahua que le ladraba a los demás transeúntes (con un ladrido agudo y exasperante) y un hombre de unos cuarenta y tantos, trajeado y cargado con un maletín. Ninguna de esas personas era a la que yo había ido a buscar.
Después de la primera hora de espera, me di cuenta de que no era el único que vigilaba el edificio. Había un tipo extraño sentado en un coche que no le quitaba el ojo al mismo conjunto de pisos que yo, lo cual, tras pensarlo un poco, no me sorprendió. Era lógico que estuviesen vigilando a Myst si pensaban tenderle una trampa.
Eso me puso alerta y me escondí mejor para que el tipo no se diera cuenta de mi presencia, preocupado. Quizá llegara tarde. Quizá aquello fuera una pérdida de tiempo, después de todo.
Justo cuando estaba a punto de marcharme, convencido de que era demasiado tarde, ella apareció de la nada.
-          ¿Sabes? No está bien acosar a la gente. Es una buena razón para denunciarte.
Me giré sobresaltado. No había oído a nadie acercarse, pero, de algún modo, la amiga de Myst, la que había acudido al aparcamiento en pos de ella el día en que nos habíamos reencontrado, estaba a mi espalda.
La chica me miró con una ceja enarcada, esperando mi explicación, pero yo me había quedado absorto al verla. La primera vez apenas me había fijado en ella, porque estaba demasiado perdido en todos los acontecimientos, pero ahora era imposible no fijarme bien en ella.
Tenía el pelo, de color rubio rojizo, recogido en una trenza que reposaba su hombro derecho y que caía por su torso hasta casi la altura del ombligo. El maquillaje oscuro resaltaba unos preciosos ojos verdes que quitaban el aliento. Aunque llevaba ropa anodina e informal, unos vaqueros y una camisa de cuello vuelto color negro (complementada con unos tacones bajos del mismo color) su atractivo era innegable. Sentí como se me aceleraba el pulso.
-          ¿Y? ¿Algo que alegar o llamo ya a la policía?
Bebió un sorbo de la taza de plástico que llevaba en las manos y que parecía ser de café. Luego, se pasó la lengua por el labio superior, en un gesto sensual que acrecentó mi mudez.
Cerré los ojos para concentrarme un momento.
-          Estoy buscando a Myst – logré articular todas las sílabas con claridad.
-          Ya, lo suponía. Pero no vas a verla.
Abrí los ojos, sorprendido por la dureza de sus palabras. Me miraba como si yo fuera una molesta caja llena de objetos de los que deseara deshacerse lo antes posible. No era tan intenso como odio, ni siquiera desprecio, pero se notaba que estaba… levemente irritada.
-          ¿A qué te refieres?
-          Creo que lo he dicho bien claro. No vas a ver a Myst. – Pronunció cada palabra lentamente, para remarcar cada una.
Me costaba un gran esfuerzo centrarme en la conversación, pero sabía que era importante que hablara con ella. No podía permitir que algo malo le pasara a Jack. Aun sabiendo eso, todo mi ser deseaba hacer caso a mi interlocutora. Necesitaba obedecerla.
Y, por todo lo sagrado, nunca había estado tan cerca de una belleza semejante, lo que me atolondraba profundamente. Era como si toda ella emanara el sutil aroma de la seducción. Todos sus gestos parecían destinados a hacerme caer en su trampa, a empujarme al abismo. Sobre todo sus ojos… Tan profundos y atractivos, de un verde intensísimo.
-          Es importante – aquellas dos únicas palabras me resultaron casi imposibles de decir.
-          No. – Apretó la mandíbula. – Así son las cosas. Myst sufre cada vez que algo relacionado con su pasado vuelva para atormentarla, sobre todo si tiene que ver con tu hermano. Verte a ti no es precisamente una alegría para ella, ¿entiendes? Le hace daño tu mera mención. Y, puesto que es la persona más importante para mí, no me gusta que sufra lo más mínimo. Por eso, tú te vas a largar y nunca más vas a volver a molestarla, ¿está claro? Te irás y la dejarás en paz para siempre.
Su voz no admitía réplica. Sus palabras calaron en mi cerebro, traspasaron todas mis defensas y se grabaron a fuego en mí. Mis pies empezaron a retroceder, obedeciendo por su cuenta las órdenes de la chica.
No puedes irte. Por Jack.
Me aferré al recuerdo de mi hermano. Me forcé a rememorar lo mucho que le debía, lo mucho que él había dado por mí, y conseguí que mis pies dejaran de moverse. Mantenía el control de mi cuerpo a duras penas.
Una parte de mi cerebro necesitaba marcharse, porque ella lo había ordenado así. Tenía que hacerle caso, era imperioso que la obedeciera, pero la otra parte de mi cerebro, la racional, se oponía. Tenía que quedarme y hablar con Myst.
Apreté los dientes por el esfuerzo de hacer que mi propia opinión prevaleciera sobre los estúpidos dictámenes de mi cuerpo.
Levanté la vista hacia mi acompañante, pero eso hizo que mi voluntad se tambaleara. Solo con mirarla era suficiente para que el deseo de seguir su mandato fuera casi irresistible. Dios mío, ¿por qué seguía allí? Tenía que irme. Era urgente, no podía quedarme más allí. Y no podía volver nunca más, ella lo había dicho…
No. Lucha, Clark. Maldita sea, lucha por una vez.
-          Es importante  - repetí. Las palabras sonaron bajas e inteligibles al pronunciarlas con los dientes apretados. – Skótadi… planea… ma-matarla.
No me sentía capaz de repetirlo. La fuerza que me impulsaba a marcharme era aplastante… No podía seguir allí ni un segundo más. Debía irme…
De pronto, aquella irracional necesidad desapareció. Como si alguien la hubiera hecho desaparecer al chasquear los dedos, en apenas un segundo.
Miré a la preciosa chica. Había apretado los puños, aplastando ligeramente la taza. Su mirada estaba fija en el suelo bajo nuestros pies.
-          ¿Cómo lo sabes? ¿Esto es una trampa? ¿Cuándo lo harán? – soltó las preguntas de golpe, sin respirar entre una interrogación y otra.
-          No es una trampa, lo juro. – Me apresuré a asegurarle. – No sé cuándo sucederá, sé que primero quieren ponerla a prueba. Una vez hagan esa prueba, probablemente la matarán. Y lo sé… porque han ordenado a mi hermano que lo lleve a cabo.
-          Joder – musitó. Tomó otro sorbo de café, esta vez uno más largo. Luego, me miró, evaluándome. - ¿Estás seguro, verdad?
-          Completamente. Vi el informe ayer, sobre la mesa de la cocina.
-          Tu hermano… ¿sabe que se trata de Myst? – apretó la mandíbula al mencionar a mi hermano. Parecía tenerle especial rencor, lo que encontré completamente lógico, teniendo en cuenta lo que me había dicho antes. Dudaba mucho de que nadie le hubiera hecho tanto daño a Myst como lo había hecho Jack, pero él también tenía sus razones. Aunque no era momento para discutir sobre eso.
-          No. No le han dado ninguna foto y por la descripción, podría ser cualquiera. Además, él nunca pensaría que ella trabaja para Tánatos. No es a Myst a la que conoció, si no a la chica que era antes. Y ambas no se parecen más que un poco en el físico.
Ella asintió por toda respuesta y luego se mantuvo en silencio durante unos minutos, cavilando. En un momento dado, volvió a recorrer su labio superior con la lengua, en un gesto sensual que me puso el vello de punta. Por lo visto, era un tic involuntario, pero a mí me estaba volviendo loco.
Sabía que debía centrarme en el tremendo problema que nos venía encima, pero mirándola, no dejaba de pensar en cosas mucho menos púdicas. Pero, maldita sea, es que nunca había visto una mujer tan hermosa y sensual como la que estaba ante mis narices, al alcance de mi mano. Me contuve para no rozar su piel con los dedos y comprobar si era tan suave como parecía.
Después de pensarlo detenidamente, volvió a centrar su mirada en mí. Sentí el influjo de sus ojos verdes sobre mí, pero en ese momento no los estaba usando para doblegarme, por lo que pude aferrarme a mi voluntad.
-          Bien. Yo me encargaré de todo.
-          ¿Eso es todo? – repliqué, indignado.
-          ¿Qué más quieres? – replicó ella a su vez, mordaz. - ¿Una salva de aplausos? ¿Un pin al mejor boy-scout del mes?
-          Bueno, un gracias bastaría para empezar.
Ella me observó como si de pronto me hubiera vuelto loco. Parecía a punto de echarse reír. Se colocó un mechón de pelo que se había escapado de su trenza tras la oreja y, entonces, sin prepararme para ello, sonrío levemente. Mi corazón estuvo a punto de detenerse al verla.
-          De acuerdo. Gracias. – Inclinó la cabeza hacia mí. – Ah, otra cosa. Si descubres algo más, algo así de importante, no vengas buscando a Myst. Cuéntamelo a mí directamente.
Por alguna razón, y podía adivinar cuál, no me pareció en absoluto horrible acceder a su petición. Tras oír mi aceptación, ella se dio la vuelta y empezó a marcharse. Luego, se detuvo y se giró de nuevo.
-          Por cierto, no te lo he dicho. Puedes llamarme Nox.
-          ¿Nox? – pregunté extrañado. Estaba claro que no era su nombre real.
-          Todavía no confío lo suficiente en ti como para decirte mi nombre verdadero. Y es incómodo que no sepamos cómo llamarnos mutuamente. – Se encogió de hombros.
-          Claro. Pues… yo seré Flames. – Nunca había utilizado ese apodo, pero Jack lo había elegido para mí cuando descubrimos nuestras capacidades.
-          Curioso nombre. Te daré mi número para que puedas localizarme…
-          No te preocupes. Me las apañaré para dar contigo cuando lo necesite – admitiendo lo innegable, solo dije aquello para pavonearme.
Esta vez, Nox sí se rio. Fue un sonido bellísimo.
-          Ah, entonces sí que eres un acosador – luego, me guiñó un ojo a modo de despedida y se marchó sin más, dejándome solo y con unas ganas terribles de perseguirla.