30/Septiembre
Jack Dawson (Boom)
Encendí otro cigarrillo y aspiré con fuerza. Me
concentré en observar cómo salía el humo de mis labios entreabiertos, cómo el
viento lo arrastraba de un lado a otro, cómo desaparecía sin dejar rastro,
convirtiéndose en nada.
Cerré los ojos. Una brisa de viento onduló la
hierba a mi alrededor y yo, tumbado sobre ella, flexioné y estiré los dedos
lentamente, concentrándome en ese simple movimiento. Luego, imaginé que los
cuatro últimos años nunca habían sucedido. Por un segundo, me torturé con un
presente alternativo, uno que se había borrado del golpe cuando la perdí
aquella noche.
Cuatro años. Ya habían pasado cuatro años (y dos
meses).
Imaginé que su mano estaba aferrada a la mía, de la
forma en la que solía hacerlo cuando paseábamos juntos. Ella siempre decía que
yo era su ancla, la persona que la mantenía fija al mundo; que, sin mí, saldría
volando y acabaría estrellándose contra algún asteroide y nadie volvería a
saber de ella. Que, por eso, se aferraba a mis manos y a mi cuerpo con fuerza,
para no abandonarme nunca.
Y yo sonreía, siempre sonreía, como el idiota enamorado
que era, y que aun seguía siendo. Solo que ahora la realidad me había pegado
una paliza y me había dejado desangrándome en una cuneta, incapaz de pedir
ayuda ni de lograrla por mí mismo. Muriendo lentamente, degustando el sabor
frío de un futuro desolador, y sabiendo que, en cualquier momento, mi corazón
dejaría de latir y a mí ya no me importaría.
Alejé todos esos pensamientos de mi mente y volví a
centrarme en la ensoñación de volver a tenerla junto a mí, en ese bosque
perdido. Intenté recordar su risa. Entonces, me di cuenta horrorizado de que casi
había olvidado los matices de ese sonido o el tacto de sus labios.
Cuatro años es mucho, muchísimo tiempo, sobre todo
cuando no la tenía a ella a mi lado para recordarme cómo era ser feliz, aunque
solo fueran tres segundos al día. La memoria se me estaba oxidando. Ese siempre
había sido mi mayor terror, el que me secaba la boca y me provocaba
taquicardias. No podía olvidar nada de ella. Nada. Quería tenerla conmigo
aunque solo pudiera ser en forma de recuerdos y sueños.
Le di otra calada al cigarro y me concentré más.
Recreé su melena corta apoyada en mi
hombro y su mano apoyada dulcemente en mi pecho. Por un segundo, su tacto fue
real. Pero solo era mi mente, por supuesto.
Annalysse
tiene los ojos azul oscuro y en sus pupilas siempre había miedo, me dije a
mí mismo. Ese era un detalle visible en sus gestos. Ella era incapaz de
mantener la mirada fija en los ojos de otra persona, se aterraba ante cualquier
ruido que sonara con fuerza en la oscuridad de la noche y sus manos siempre
mostraban un ligero temblor. Todo ello se debía a que, una vez, de pequeña,
había estado a punto de ser secuestrada.
Desde entonces, todo le daba miedo. Huía de los
callejones en los que se había roto alguna farola, nunca se acercaba a
desconocidos si podía evitarlo y se tensaba cuando alguien le hablaba mientras
andaba por la calle, aunque solo fuera una anciana para preguntarle la hora.
Veía amenazas tras cada sombra.
Yo me había empeñado en ser, a la vez que su ancla,
su escudo. Ella se aferraba a mí y yo le decía una y otra vez que no permitiría
que nadie, nunca, le hiciera daño. Annalysse me miraba con la duda patente en
la mirada. ¿De verdad puedo creerte? Me
preguntaba solo con los ojos. Como respuesta, la apretaba contra mi pecho y le
besaba el cabello. Sí, sí.
Pero la inseguridad nunca la abandonaba. Ella
sufría, y yo con ella. Odiaba verla encogerse cuando se tumbaba para dormir,
como si quisiera hacerse muy muy pequeña para que nadie pudiera verla. Me moría
por rescatarla de esa condena, pero nunca supe cómo. Ninguna de mis palabras
logró cambiarla, ni tampoco mis actos. Solo podía permanecer con ella hasta que
me creyera…
Abrí los ojos y me senté. Tiré la colilla al suelo,
me puse en pie, la aplasté con la bota.
Había acabado. Yo ya no era su ancla, ni su escudo,
ni su amante. Probablemente, ni siquiera fuera un pensamiento en su mente
durante una milésima de segundo al día. Cada cual había tomado su camino y, por
mucho que yo deseara regresar al pasado, no había nada que pudiera hacer para
lograrlo.
Solté una amarga carcajada en la soledad del
bosque. ¿De qué coño me estaba quejando?
Al fin y al cabo, todo, todo, era culpa mía.
El móvil sonó en el bolsillo interior de la
chaqueta. La música, Highway to hell,
resultaba apropiada de un modo lúgubre para el momento.
Cogí el aparato y lo miré durante un par de
segundos, deliberando acerca de destruirlo para siempre. Estaba harto de él.
Con un suspiro, acepté la llamada.
-
¿Qué?
-
Yo también me alegro de oírte, Jack – replicó
una voz masculina al otro lado de la línea, con tono mordaz. – Solo me
preguntaba si seguías vivo.
-
Ya ves que sí.
Me acerqué a la moto y me apoyé sobre ella,
contemplando el bosque a mi alrededor. Realmente, no sabía dónde estaba. Solo
había conducido hasta allí siguiendo la primera carretera que encontraba,
intentando perder a la realidad de vista. No lo había logrado, por descontado,
pero aquel espacio verde en medio de ninguna parte al menos era un buen lugar
para estar solo.
-
¿Por qué no te vas a la mierda, eh? – me espetó
Clark con frialdad.
-
¿No te has dado cuenta de que ya vivo ahí?
Mi interlocutor hizo un sonido de disgusto y soltó
una palabrota en voz baja. Sonreí un poco, sabiendo que había conseguido
sacarlo de quicio.
-
Está bien, Jack. – De pronto, su voz cambió.
Bajó de volumen y se llenó de una especie de miedo extraño. - ¿Has leído el
periódico hoy?
-
No, he estado… - miré el paisaje que me rodeaba.
No había una explicación lógica, así que me limité a no dar una. – No importa.
¿Algo que deba saber? – Debía ser algo sumamente importante para que Clark
reaccionara así.
-
No – respondió demasiado rápido. Luego,
retrocedió, dándose cuenta de su error, pero ya era tarde. – Quiero decir, nada
grave. Lo único… relevante es que, quizás… bueno…
-
Escúpelo de una vez, Clark – exigí impaciente.
-
Podría ser que haya alguien nuevo en la ciudad.
Cambié el teléfono de oreja. La noticia era
ligeramente rara, sin duda, porque hacía años que no entraba nadie en nuestro
mundo, pero tampoco era para reaccionar así. Entrecerré los ojos, intentando
descifrar aquellas crípticas palabras, pero no se me ocurrió nada.
Tendría que volver a casa e interrogar a mi hermano
personalmente para sonsacarle la verdad.
-
Oye, tengo que encontrarme con Strike en media hora. No creo que tarde
mucho. Y, luego, - mi voz se tornó amenazadora – volveré a casa, ¿vale?
-
Sí… Hasta luego.
Clark cortó la llamada. Observé el móvil unos
instantes, volviéndome a plantear su destrucción. Podría estrellarlo contra un
árbol y ver como sus circuitos se desparramaban por la alfombra verde del
suelo.
Suspiré una vez más. Guardé el móvil, le quité el
soporte a la moto y la arrastré hasta la cuneta a través de los árboles, dejando un
sendero con forma de neumático a mi espalda y una colilla gastada aplastada
contra la tierra.
Y luego, me fui tal y como había llegado, demasiado
rápido, huyendo.