(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


martes, 8 de enero de 2013

Supongo que así funciona el destino, jugando con nosotros en cada uno de nuestros pasos.


6/Noviembre


Jack Dawson (Boom



Aunque ya casi me sabía de memoria toda la información contenida en las dos páginas, impresas en tinta negra sobre papel blanco, que estaban ante mí, estaba leyéndolas una vez más, buscando algo, un pequeño detalle, que se me hubiera escapado en las anteriores lecturas. Cosa casi imposible, puesto que ya me lo había leído, al menos, cien veces desde que Strike me lo mandó después de nuestra reunión.
Pero es que había algo que no acababa de cuadrar. Bueno, en realidad, nada tenía demasiado sentido.
De repente, cuatro mafiosos aparecen muertos. La asesina es una chica, que, según la descripción del informe, no debía de tener más de veinte años, de aspecto frágil. A la cual habían encontrado en la escena del crimen. Pero, aun así, la habían dejado libre, sin cargos.
La policía no era tan estúpida.
Además, aquel trabajo, un asesinato como ese, le quedaba demasiado grande a una sola persona, a menos que tuviera una habilidad impresionante, algo así como detener el corazón de una persona con la mente. Una lucha cuerpo a cuerpo contra tres hombres más grandes y más fuertes que ella… posible, pero complicado.
Aunque eso, simplemente, podía significar que la chica tenía una mezcla de buen entrenamiento con una habilidad que la apoyara.
Y, probablemente, ayuda externa. No se mencionaba nada en el expediente que teníamos de ella, pero, siendo un miembro acabado de salir del cascarón, era dudoso que actuara solo. Solían contar con una persona que los ayudara hasta que adquirieran la experiencia suficiente para librarse de sus apoyos, que, normalmente, eran Supras más débiles que no poseían una habilidad suficientemente poderosa como para trabajar en solitario, y quedarse ellos con toda la recompensa por una misión.
Cogí un bolígrafo que había sobre la mesa y apunté con trazos rápido “apoyo externo, neutralizar al compañero antes de atacar”. El objetivo era eliminar a la asesina principal, que era la que podría traernos dolores de cabeza, pero no tenía por qué derramar más sangre de la necesaria. Solo con asegurarme que su ayudante no me molestaría mientras realizaba mi misión era suficiente.
Jugueteé con el bolígrafo entre los dedos mientras seguía leyendo la poca información que contenía el informe. Suspiré. Aparte del suceso de los rusos, no había nada más relevante, y hasta eso resultaba un dato insuficiente. Ni siquiera tenía una foto, aunque Strike me había dicho que intentaría conseguir una. Habían publicado una de ella en blanco y negro en el periódico del día que fue llevada por la policía a la comisaría para interrogarla, pero las autoridades habían obligado al periódico a retirarla, porque vulneraba la protección de un testigo que, probablemente, estuviera siendo buscado por la mafia para vengarse de la muerte de su líder y otros dos de sus miembros más importantes.
Aun así, un buen hacker podría conseguirla infiltrándose en el sistema informático interno del periódico, donde seguiría archivada la imagen, o buscando el número publicado aquel día, pero, realmente, no tenía demasiado interés en su físico. Para mí, era solo un objetivo más, un número y una forma de matar. Una estrategia para lograr acercarme lo suficiente y hacerla desaparecer, desperdigada en pedacitos imposibles de reconocer como una persona.
Y, para lograr eso, era más interesante internarse en la mente de tu víctima que preocuparse por su físico. Por eso releía una u otra vez el artículo, intentando buscar sus motivaciones, cómo era, qué haría para defenderse. Tenía que calcular las posibilidades para asegurarme de que no hubiera margen de error en mi trabajo, porque un fallo, por pequeño y estúpido que fuera, podría costarme la vida. Me dedicaba a un juego demasiado peligroso y solo una precisión milimétrica era lo que me permitía seguir respirando día a día.
Realmente, no es como si morir me resultara una pena insoportable. Ya hacía tiempo que me tomaba la muerte con indiferencia; pensaba en ella como el destino final al que no me quedaba más remedio que llegar, probablemente, pronto. Pero no podía quedarme quieto esperando sin más, porque aún estaba Clark. Había hecho la promesa de protegerlo y no pensaba fallarle a él también, no cuando solo me tenía a mí para defenderlo del mundo, que no dudaría en utilizar sus habilidades como había hecho con las mías.
Cerré los ojos y volví a suspirar. Tenía que centrarme.
Mi asesina, cuyo alias era Myst (eso lo habíamos descubierto al contratarla para llevar a cabo la misión-trampa), aunque aún no sabía por qué, parecía ser bastante retorcida. Había acuchillado a aquellos mafiosos una y otra vez hasta desangrarlos y luego había permanecido en la misma casa que los cadáveres durante horas, hasta que llegó la policía. Eso también demostraba que tenía mucha sangre fría y que poseía una crueldad temible. A eso podía sumarle el detalle que me había contado personalmente mi contacto y que también se narraba en mi informe. Ella les había cortado las cuerdas vocales a sus tres víctimas mientras estos morían. Mientras aún estaban vivos, desangrándose poco a poco. Ese acto demostraba que no solo había querido quitarles la vida. No, no había sido simplemente un asesinato a cambio de un generoso pago. Los había matado lentamente, regodeándose en su dolor, y eso mostraba a las claras que había tenido algún asunto personal con ellos. Había sido una venganza en toda regla y ella la había disfrutada, alargándola tanto como pudo y contemplando su obra maestra, recubierta de sangre de pies a cabeza. Para luego fingir ser una pobre víctima inocente.
Hacía mucho que no había leído acerca de un acto tan brutal y sanguinario. Tan retorcido. Definitivamente, la persona que lo había llevado a cabo debía de haber perdido su humanidad o, como mínimo, gran parte de ella.
Myst.
¿Quién eres, Myst? Eso era lo que me preguntaba una y otra vez. La curiosidad me estaba carcomiendo poco a poco, persiguiéndome y creciendo día tras día. Había empezado a generar una obsesión con esa chica. Tenía que descubrir sus motivaciones, su verdadera naturaleza. Si de verdad había hecho eso, qué había sentido mientras lo llevaba a cabo. Si todavía era humana o solo un monstruo sin corazón.
Interrumpiendo mis cavilaciones, el móvil destruyó el silencio de la habitación. Vibraba desde el otro extremo de la mesa, reclamando mi atención, aunque, de nuevo, deseé de todo corazón poder destruirlo y nunca, nunca más, tener que preocuparme de quién cojones sería el que estaría al otro lado de la línea y qué querría de mí. Qué tipo de acto despiadado me pedirían que realizara, otro pecado que añadir a la larga lista que llevaba tatuada en el alma desde que había antepuesto la supervivencia a la moral.
Eliminé esos turbios pensamientos con un ademán de la cabeza y descolgué a la vez que apretaba el móvil contra la oreja.
-          Boom  - gruñí, usando mi alias para presentarme. En un negocio como el mío, es mejor no desvelar tu verdadero nombre.
-          Soy yo, Strike.
-          Ah, hola. – Una parte de mí había estado esperando esa llamada durante los últimos días con impaciencia. - ¿Tienes noticias para mí?
-          Unas cuantas. – Hizo una pausa dramática, de esas que tanto les gustaban. Estuve a punto de gritarle de impaciencia, pero me mantuve en silencio, mordiéndome la lengua. – Nuestra chica ha superado con éxito la misión – sentenció al fin.
-          Pensé que me habías dicho que era imposible que lo consiguiera.
-          Así era. Nadie se explica cómo coño lo ha conseguido, pero ahora estamos seguro de que Tánatos tiene una buena mano esta partida.
-          Cuéntamelo todo con detalle.
Me recosté en la silla, apreté el botón del bolígrafo y lo posé sobre una hoja en blanco, listo para anotar cualquier información que pudiera serme de ayudar para mi próxima misión.
-          En realidad, ni siquiera sabemos muy bien cómo lo hizo.
-          ¿Qué quieres decir? Tenían que haber cámaras de seguridad, ¿no? Y había un montón de guardias en la casa, preparados.
-          Lo sé, créeme. Te contaré lo que sé. Nuestra asesina, y ahora ladrona, se coló en la fiesta que daba la dueña del jarrón. Fue invitada como pareja de un rico heredero que representaba a su padre. Nadie sospechó de ella demasiado, por supuesto. Era solo una chica guapa más. Estuvo en la fiesta durante unas dos horas, según cuentan los testigos. Luego, se excusó para ir al lavabo y desapareció. Nadie volvió a verla.
-          Está claro que fue a robar el jarrón entonces.
-          Hasta ahí también llego yo, Sherlock. Pero, después de eso, ya no sabemos qué paso.
-          Pero…
-          Alguien se encargó de destruir todas las cintas de las cámaras de seguridad, si eso es lo que ibas a preguntar. Lo más curioso es que habíamos dejado a cargo de la vigilancia a uno de los nuestros, un Supra cuya habilidad está relacionado con la tecnología. Puede manejar los ordenadores y comunicarse con ellos como si fueran personas. Muy alucinante. Bueno, a lo que íbamos. Lo dejamos en la sala de control para que se asegurara de que no pasara nada raro y, en caso de que apareciera nuestra asesina, nos avisara de inmediato.
-          ¿Y? ¿Qué pasó con él?
-          Cuando los nuestros fueron a buscar las cintas y a pedirle explicaciones, lo encontraron tirado en el suelo del cuarto… durmiendo como un bebé. No tenía ni un solo rasguño. Es más, parecía absolutamente feliz, como si las Navidades se hubieran adelantado solo para él. Cuando lo despertábamos, nos aseguró que no recordaba nada y no quedaba ni rastro de las grabaciones. Todas destruidas.
-          Mierda. – Lo pensé un segundo. – ¿Sabes? No creo que pudiera hacerlo todo sola.
-          En eso estamos de acuerdo. Los jefes también lo pensaron, así que hemos estado investigando. Nuestra chica llegó a la fiesta en una limusina, con su guapo heredero… y una amiga que está demasiado buena para ser real. Uno de los invitados de la fiesta le sacó una foto, porque se enamoró de ella nada más verla. Déjame decirte que he visto loa foto y que yo también me he enamorado. La mujer más espectacular que he visto nunca. Curvas de infarto, rostro de ángel, piel de caramelo, sonrisa incitante… - La voz de Striker se convirtió en un susurro bajo. Casi podía verlo babeando fantaseando con la beldad que me estaba describiendo, pero yo no estaba interesado en mujeres.
Solo me importaban dos. La que había marcado mi vida de parte a parte, la que me había cambiado, de la que me había enamorado sin remedio y a la que después había perdido, la mujer a la que echaba de menos cada día y a la que nunca volvería a ver… y el objetivo que se presentaba ante mí, al cual tenía que destruir.
-          Céntrate, ¿quieres? Recuerdo que me dijiste que las medidas de seguridad eran de lo más sofisticado que existe, ¿cómo logró superarlas?
-          Y yo que sé. No tenemos imágenes de lo que pasó, así que solo podemos hacer suposiciones. Pero no se me ocurre, ni a mí ni a nadie, el modo de que pudiera atravesar una pared de tres metros de grosor,  de puro cemento, sin desactivar el sistema de alarma y que, una vez dentro, superara los múltiples sensores láser y el sensor térmico, que se activaba automáticamente si cualquier cuerpo humano intruso entraba en la habitación. Nadie se lo explica.
-          ¿Estamos seguros de que esa chica, o lo que sea, es humana? – pregunté de manera sarcástica, por lo que obtuve una sonora carcajada de mi interlocutor.
-          Yo ya lo dudo.
Tabaleé sobre la mesa de madera, intentando buscar una solución para el misterio de cómo una persona normal (bueno, no normal del todo, pero básicamente humana) pudiera llevar a cabo todo eso. Finalmente me rendí.
-          ¿Cómo terminó el asunto?
-          Escapó con el jarrón, pero por los pelos. Al retirar la vitrina, sonó la alarma que lleva incorporado el cristal. Los guardias fueron corriendo de inmediato a ver qué sucedía, pero, para cuando llegaron, el jarrón y su ladrona ya no estaban en la sala. Salió del mismo modo inexplicable que entró. Tampoco encontramos a su amiga por ninguna parte. – Pude percibir, sin verlo, como una sonrisa se extendía por el rostro de Strike. – Realmente, son buenas, ¿eh? Ojalá estuvieran en nuestro bando. Necesitamos más mujeres así en Skótadi.
Me ahorré un nuevo comentario sarcástico. Yo no necesitaba mujeres, de ningún tipo, pero para un hombre común, como era mi contacto dentro de la agencia, siempre era positivo tener cerca a chicas preciosas. Y si estas eran Supras con increíbles capacidades que reportaran beneficios para la organización, mejor aún.

Para vencer aquella partida tenía que atraparlas sin que se dieran cuenta, evitar que sospecharan hasta que ya fuera demasiado tarde. Es decir, tenderles una trampa. Apunté la palabra en el margen superior del informe y la rodeé con un círculo para resaltar su importancia. Casi al instante, se me ocurrió una solución maravillosa.
-          Oye, Strike. ¿Y si les tendemos una trampa usando el jarrón? Les pedimos que vayan a tal sitio a entregarlo y las estamos esperando allí para atraparlas entre la espada de la pared. No se lo verán venir – sonreí, encantado con esa estrategia. Rápida, segura. Ellas no estarían pendientes de un ataque, tendrían la guardia baja, y yo podría hacer mi trabajo sin más complicaciones peligrosas.
-          Es una idea genial. Si no fuera porque ellas han entregado el jarrón a la organización y ellos se encargarán de entregárnoslos una vez paguemos. Mañana les tenemos que entregar el dinero. Así que perdemos pasta y una oportunidad maravillosa de tender una trampa – la voz de Strike rebosaba tanto pesimismo como la mía propia cuando mascullé un “joder”.
-          Parece que se lo hubieran olido – maldije en un susurro. Aquellas chicas debían ser en extremo cautas, porque la mayoría prefería hacer la entrega en persona y recibir el dinero sin intermediarios, que les robaban parte del beneficio.
Era muy extraño que decidieran tomar esa medida, quizá demasiado. Tras pensarlo un par de segundos, lo atribuí a que se trataba de su primera misión y aun no tenían demasiada experiencia, por lo que priorizaban la seguridad a unos beneficios mayores.
-          Y después de todo esto, – retomé el tema - ¿qué quieren los jefes que haga?
-          Aún están decidiendo, pero no creo que tarden mucho en encargártelo. Dentro de dos días como muy tarde. Esas chicas son una amenaza. Eso quiere decir que tienes que andarte con cuidado, Boom.
-          Sí, papá.
-          No me vengas con gilipolleces – Strike volvió a reírse. Oí como masticaba algo crujiente. – Creo que es un desperdicio, la verdad, pero qué le vamos a hacer.
-          O las matamos nosotros, o nos matan ellas. Sabes que esto funciona así. La ley de la selva.
-          Sí, sí. Sé la lección. – Volví a masticar algo y, por el ruido, supuse que serían patatas de paquete. - Bueno, te mantendré informado.
-          De acuerdo.
Sin más palabras de despedida, ambos colgamos. Me quedé observando el teléfono un buen rato, pensando una y otra vez en la conversación que había mantenido con Strike, en lo que él me había contado.
Mis sospechas se habían confirmado: Myst no trabajaba sola.
Lo malo es que aquella misión falsa que les habíamos encomendado no me había servido de ayuda para saber cuáles eran sus habilidades, así que no tenía ni idea de cómo abordar la situación. Ir de frente hasta ella podía ser peligroso si su habilidad le permitía dejarme fuera de combate rápidamente o era de tipo mental.
Si no sabía a qué me enfrentaba, era difícil diseñar una estrategia que me permitiera salir victorioso. Y, además, ahora me tenía que encargar de dos objetivos, no solo de uno. Doble riesgo.
Haciendo un resumen general, no había obtenido casi ninguna información valiosa de que aquella llamada telefónica. Solo que mi asesina no trabajaba sola. Por lo demás, todo alrededor de ella seguía siendo un misterio, aunque estaba claro que tenía recursos suficientes y era valiente. Aunque quizá simplemente fuera despiadada.
Por tercera vez en lo que iba de tarde, suspiré de nuevo. Aquella misión no iba a ser tan fácil como yo pensaba, de ninguna manera. Había demasiadas variables que podían estropearlo todo. Tendría que empezar a idear un plan que se ajustara a las circunstancias en las que me encontraba, que me permitiera acercarme a mi objetivo (que aún no sabía dónde se encontraba, incluso si vivía en mi propia ciudad; tampoco la había visto jamás ni sabía qué era capaz de hacer) sin que ella se percatara hasta que fuera demasiado tarde y no pudiera evitar que la hiciera estallar.
Apoyé la frente sobre las palmas de la mano.
Estaba, indudablemente, jodido.

***
Mientras permanecía sentado en la mesa de la cocina, reflexionando acerca de un modo de cumplir con mi misión y no morir en el intento, no me di cuenta de que Clark se deslizaba en silencio desde la pared detrás de la cual había estado escondido a su habitación.
Al llegar, se sentó en la silla, frente al ordenador. Al igual que había hecho yo, suspiró.
Aun sabiendo que podía estar cometiendo un enorme error, tras haber escuchado mi conversación con Strike desde el principio, oculto tras la pared y atento a todas mis palabras, ahora debía ir en busca de Nox y contarle lo que estaba a punto de suceder. Para protegerme a mí. No del golpe físico que yo esperaba recibir al enfrentarme a un miembro del equipo contrario, si no de la jodida devastación de saber que me habían encargado matar a la mujer de la cual seguía irremisiblemente enamorado. Y encima, teniendo la certeza de que ella no dudaría en atacarme nada más verme y que yo no haría nada por defenderme, no cuando prefería perder la vida por ella.
Aunque su objetivo era noble, tenía un topo oculto en mi propia casa y yo ni siquiera sabía que mi hermano pequeño había traicionado mi confianza e informaba al enemigo de cada uno de mis movimientos. No me enteraría hasta unos cuantos días más tarde, cuando ya fuera demasiado tarde y todo se hubiera precipitado. Pero supongo que así funciona el destino, jugando con nosotros en cada uno de nuestros pasos.


(Creo que a esta entrada le falta algo, pero no sé el qué. Si se te ocurre algo, cualquier detalle, ¿podrías decírmelo en los comentarios? Quizá más adelante recuerde qué es y la modifique. Si es así, pondré un aviso, para que podáis leer los cambios).

lunes, 31 de diciembre de 2012

Y te esfumaste sin ni siquiera decirme adiós.


Madrugada del 6/Noviembre


Detective William Woods 



Jugueteé con la radio en busca de una emisora aceptable, que no pusiera la misma basura repetitiva y sin sentido que la mayoría a esas horas de la noche. A la una de la madrugada, vagamente puedes escuchar algo decente y, encima, hacía un frío de ese que te va calando poco a poco en los huesos, con lo que mi humor empeoraba por momentos.
Suspiré y me repantigué en el asiento del conductor, que había hecho levemente hacia atrás para estar más cómodo durante las largas horas de vigilancia.
Llevaba en aquel callejón casi tres horas. Estaba empezando a pensar que, otra vez, mi presa se me había escapado, escurriéndoseme entre los dedos, incapaz de ser atrapada por mi ignorancia.
Había seguido a mi asesina particular hasta una lujosa mansión a las afueras de la ciudad. Ella había llegado en una cara limusina negra, de ventanas tintadas, colgado del brazo de uno de sus mimados y estúpidos críos de papá que tienen un par de cientos de dólares siempre en la cartera como si fuera carterilla. Aunque seguía odiándola, mi parte masculina supo apreciar su belleza. Llevaba un vestido  hasta las rodillas, de color azul, con escote de esos que se sujetan por detrás del cuello y sin mangas. El cabello, tan largo y negro como una noche sin luna, se le ondulaba en la espalda de forma elegante y se notaba que se había esmerado con el maquillaje, que resaltaba el color azul zafiro de sus ojos, a juego con el vestido.
Pero, aun así, no me olvidé por un momento del monstruo que se escondía tras su apariencia de una chica guapa más, acompañante de un rico.
Detrás de ella, salió de la limusina otra chica, también terriblemente hermosa, de un modo brutal. La clase de belleza que te corta la respiración, pero que, de algún modo, parecía que estaba rodeada de peligro. Ella llevaba un vestido largo de color negro que dejaba a la vista buena parte de la espalda, y también se agarraba a otro niño de papá presuntuoso.
Nada más verlas subir a la limusina, frente a la casa que no había dejado de vigilar, pese a sus advertencias (puede que ella me dijera que esa no era su casa, pero no tenía ninguna otra pista de dónde buscarla, así que no me había marchado de allí), supe que tramaban algo. Estaban demasiado sonrientes, y podía notar la falsedad en la felicidad de sus rostros.
Obviamente, no pude entrar a la fiesta. Solo para invitados, me espetó uno de los seguritas de malos modos. Así que, como último remedio, me quedé esperando en un callejón cercano, a un par de calles de la entrada de servicio para los camareros, desde donde podía vigilar la puerta principal, aunque muy de lejos. Mis amigas no habían salido aun y ya empezaba a sospechar.
Mis sospechas se incrementaron cuando, de pronto, una alarma empezó a sonar a todo volumen. A ese espantoso sonido lo siguieron una gran cantidad de gritos: los invitados asustados, los seguritas organizándose para averiguar el problema, la dueña histérica…
Salí del coche a toda prisa. Puede que fuera una intuición simplemente, pero algo dentro de mí estaba completamente seguro de que, fuera lo que fuera lo que había sucedido en la casa, la asesina a la que yo perseguía era la culpable. Ahora, solo tenía que encargarme de conseguir las pruebas necesarias, las mismas que me fallaron la primera vez que debí atraparla, y todos en la comisaría se darían cuenta de que yo tenía razón, de que aquella chica, por muy bonita que fuera, por muy frágil que pudiera parecer, en realidad era un monstruo. Si conseguía una prueba sólida de su culpabilidad, su apariencia no podría contrarrestarla.
Al mismo tiempo que cerraba la puerta del coche y me calaba bien el abrigo, pues las noches de noviembre se empezaban a tornar cada vez más frías, oí un ruido a mi espalda.
Me giré a toda velocidad.
Ella estaba allí, apoyada contra una pared, jadeando. Ya no tenía puesto su precioso vestido de noche, ni los tacones, aunque seguía estando maquillada y preciosa. El pelo, recogido en una trenza, le caía hasta por debajo de la mitad de la espalda, y sus curvas quedaban totalmente definidas por un traje negro ceñido, de esos que usan los espías y los ladrones en sus atracos nocturnos para disimularse en la oscuridad.
Apretaba contra su pecho lo que parecía un valioso jarrón antiguo, quizá chino por los dibujos que lo adornaban y por el estilo, pero no sabía lo suficiente de arte como para estar seguro.
La asesina mantenía los ojos cerrados y se esforzaba por calmar su respiración agitada sin aflojar la presa firme sobre el jarrón. Parecía histérica. Probablemente, por la alarma que seguía resonando con insistencia. Claramente, ella no había contado con esa complicación.
Ni conmigo tampoco, pensé.
Me acerqué con movimientos silenciosos y veloces. Tenía que pillarla in franganti para que no pudiera haber ninguna duda de que ella era la culpable.
-          Levanta las manos lentamente. Quedas detenida por robo y allanamiento de morada – le espeté una vez estuve lo bastante cerca, a unos dos metros de la pared donde ella estaba apoyada.
Cuando abrió los ojos, pude notar un atisbo de miedo en su mirada. Lentamente, me reconoció y entonces torció el gesto con disgusto, como si yo fuera un niño molesto que se interpusiera en el camino de su madre atareada, en lugar de irse a otro lado a jugar.
-          Detective, ¿continúa usted siguiéndome?
-          No la sigo. Acudo a la escena de un delito y detengo a una culpable. Ahora, dese la vuelta y levante las manos.
Ella tuvo el descaro de dirigirme una media sonrisa burlona antes de obedecerme. Puso las manos por encima de la cabeza tras darse la vuelta.
Me acerqué lentamente, temiendo que pudiera esconder un arma y me atacara cuando fuera una presa fácil, demasiado cerca de ella para esquivar su golpe.
Como miembro del cuerpo de la ley, sabía el procedimiento para evitar esa jugada en un detenido posiblemente peligroso. Pasos cortos, vigilancia de movimientos. Extraje mis esposas de reserva, puesto que las otras las había tenido que devolver cuando me obligaron a tomarme esas “vacaciones”, por culpa de ella.
Cuando agarré sus manos, la apreté contra mi cuerpo para evitar cualquier movimiento extraño que pudiera desembocar en una pelea cuerpo a cuerpo, aunque estaba seguro de que ella no tenía la fuerza necesaria para vencerme en esa clase de lucha. Aun así, preferí evitarlo.
Nuestros cuerpos chocaran con suavidad. Entonces, me invadió su aroma: suave, femenino, una especie de olor a flores silvestres y… a lluvia. Era raro, pero olía a lluvia, aunque de forma muy leve. Me quedé quieto un segundo, intentando identificar a más profundidad el aroma. Ella me miró por encima de su hombro. Su sonrisa se había ensanchado.
-          Vaya, detective. Si sigue así, no vamos a poder seguir negando la química sexual entre nosotros.
-          No diga tonterías – murmuré con frialdad.
Ella se rio y movió con suavidad sus caderas, que reposaban sobre las mías. Me obligué a respirar hondo y a serenarme. Porque, por mucho que supiera que ella era una asesina cruel y despiadada, seguía siendo una mujer joven y preciosa. Y yo era, al fin y al cabo, un hombre.
Para librarme de la tensión que se extendía dentro de mí, empecé a esposarla. Bajé una de sus manos y cerré alrededor las esposas; luego, repetí el proceso con la siguiente, colocando ambas tras su espalda, de modo que no pudiera utilizarlas.
-          Esposas, ¿eh? – Volvió a reírse, de una forma que hizo que me diera un escalofrío. - Debí suponer que le gustaban esta clase de jueguecitos.
Ignoré deliberadamente su comentario. Solo me estaba provocando, con sus curvas en ese traje ceñido, su risa, su olor. Maldita sea, ¿por qué mi cerebro se empeñaba en olvidar que ella era un monstruo?
Probablemente, porque ella había tenido razón. De algún modo, había surgido la química, aunque no podía entender cómo, cuando yo solo había buscado desde el principio detenerla y demostrar que decía la verdad al acusarla. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero el miedo que me había atenazado la primera vez que la conocí se había ido disipando a medida que la veía día tras día, paseando como una persona normal, riendo, comprando café en cantidades industriales, tanto para ella como para su extraña amiga. Verla allí fuera, como una ciudadana más, había hecho que dejara de temerla.
Y ahora, con nuestros cuerpos tan cerca y ella con esa sonrisa pícara, sentía que la parte primigenia de mí, la que se dejaba guiar por puro instinto, se sentía atraída por ella. Aunque mi parte racional la odiara.
Recurrí a mi disciplina y me concentré en la tarea que estaba llevando a cabo.
-          Señorita… - mierda, en ese momento tenía que decir su nombre. Pero no lo sabía. Algo tan simple y aun no lo había descubierto, tras permanecer una semana siguiendo todos sus movimientos (siempre que no desaparecía de pronto, que era a menudo).
-          Myst – respondió ella de pronto.
-          ¿Myst?
-          Ajá. Así es como me llama todo el mundo.
-          Pero no es su nombre real – afirmé, estrechando los ojos. ¿Se pensaba que me iba a engañar con ese nombre tan falso? Parecía de un cómic o algo así.
De pronto, en sus ojos brilló una chispa de tristeza y melancolía. Levantó la vista al cielo estrellado e inspiró hondo.
-          Ahora sí lo es. El otro ya no servía. – Lo dijo en un leve susurro que se perdió con una brisa de viento, pero pude escucharlo.
-          ¿Qué quiere decir?
Por toda respuesta, ella se encogió de hombros, dejando claro que no iba a hablar más del tema. Puestas así las cosas, yo también decidí pasar del asunto, aunque me picaba terriblemente la curiosidad después de esa extraña confesión.
-          Señorita… Myst – fruncí los labios, pero continué – queda usted detenida por allanamiento de morada y robo. Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado y/o a tener a uno presente cuando sea interrogada por la policía. Si no puede contratar a un abogado, le será designado uno de oficio. – Lo recité de memoria. Lo había dicho medio millón de veces en el trabajo, puesto que era obligatorio repetirlo cada vez que arrestábamos a un sospechoso.
Myst se rio ante el discurso.
-          Siempre había querido oírlo en persona después de ver tantas series malas de polis. – Me miró sonriendo y se alejó un par de pasos de mí. Luego, se giró, por lo que nos quedamos frente a frente. Sin los tacones, era casi seis centímetros más baja que yo y mucho más delgada. – Pero no hay ninguna razón para que me detenga. Esos cargos son falsos – enarcó una ceja y supe reconocer el desafío patente en el gesto, lo que me hizo apretar la mandíbula.
-          Oh, venga ya. Te he pillado escapando de la propiedad con un jarrón robado.
-          Primero, no es allanamiento porque he sido invitada a la fiesta. Puede preguntarle a mi acompañante. Le daré su nombre, dirección, y el prestigioso apellido de su familia. – Me dedicó un gesto de suficiencia con la cabeza. Ambos sabíamos que eso era cierto, yo la había visto entrar del brazo de aquel idiota rico y, como buen estúpido con dinero, contaría con los mejores abogados.
Resoplé.
-          De acuerdo, quizá puedas justificar tu entrada en la casa, pero, ¿qué pasa con el robo?
-          ¿Robo? ¿Qué he robado? – entonces, esbozó una sonrisa de victoria. - ¿Ahora nos tuteamos, detective?
En ese momento me di cuenta de dos cosas. La primera, que se me había escapado usar la segunda persona del singular al hablar con ella y había abandonado la seguridad que daba el trato de usted con un detenido. La había tratado con familiaridad. Al igual que a un conocido, no como a un criminal. Pero ese era un error leve comparado con lo otro que había pasado por alto.
El jarrón, el que ella había sostenido contra su pecho cuando la vi por primera vez, había desaparecido. Cuando levantó las manos por detrás de la cabeza, ya no lo tenía y no la había visto deshacerse de él. ¿Cómo era posible? ¿Lo había escondido? Había tenido que ser muy rápida, puesto que yo no le había quitado el ojo de encima y no me había dado cuenta de nada.
-          El jarrón… - susurré.
Repasé el lugar una y otra vez con la vista; cada sombra, cada rincón. No había grietas. Ningún sitio donde ella pudiera haberlo metido, y menos en tan poco tiempo.
-          No es posible – mi voz se llenó de pesimismo al darme cuenta de lo que acaba de pasar.
Había vuelto a derrotarme. Unos pocos minutos antes, había estado a punto de atraparla con las manos en la masa, en medio de un robo, y ahora no tenía absolutamente nada. No podía acusarla de allanamiento porque ella tenía razón, había sido invitada a entrar en la casa. Y el jarrón, la prueba fehaciente del delito, ya no estaba. Se había volatilizado delante de mis narices y, sin él, no tenía nada. Nada de nada. No podía acusarla.
Ni siquiera pensé en las cámaras de seguridad o en posibles testigos. Por mi experiencia, sabía demasiado bien que no encontraría nada de eso.
Había perdido.
-          ¿Ve, detective? Ya le dije que no había motivo para que me esposara. – El tono de humor en su voz hizo que me hirviera la sangre de pura rabia y tuve que morderme la lengua para contener las ganas de empezar a gritar improperios en medio de la noche.
Maldita fuera. Me había dejado engañar como un gilipollas. Había perdido la concentración, pensando en tonterías libidinosas en lugar de centrarme en terminar el trabajo. ¡Joder! Ella me había utilizado como había querido, fingiendo estar atrapada cuando en realidad ella era el gato que había colocado la trampa. Y yo había caído de lleno como el idiota que era.
La miré con todo el odio que bullía en mi interior. Aquella parte recóndita que por un segundo la había encontrado atractiva había quedado ahogada por todos los sentimientos negativos que tenía sobre ella, por todos los pensamientos de rabia y frustración, y las ganas de matarla.
Ella me devolvió la mirada y suspiró. De pronto, parecía terriblemente cansada de aquel juego.
-          Ya se lo dije, detective. Le dije que esto iba más allá de sus límites, pero usted se obstinó en no creerme. Ahora, no puede culparme. Se lo advertí.
Entonces, ella levantó la mano. Miré su mano, extendida entre los dos, al principio sin darme cuenta de lo erróneo de la situación. Su mano, pequeña y delicada, estaba levantada hacia mí, sosteniendo las esposas que yo había colocado apenas unos momentos antes alrededor de sus muñecas, tras su espalda.
Pero ahora, esas mismas esposas estaban en su mano y ella estaba libre.
Cogí las esposas de forma automática. Las observé durante un par de segundos, buscando el punto donde ella debía haberlas roto, de algún modo que no conseguía comprender, para liberar las manos. Pero no había ninguno. Las esposas estaban perfectas y… aun cerradas. Era imposible.
-          ¿Cómo? – susurré. - ¿Cómo lo has hecho, maldita sea? – La miré, esperando una respuesta. Alguna solución a los misterios que se me iban amontonando.
-          Yo… no soy una persona normal, detective. – Se encogió de hombros. – Pero eso ya lo sabe.
-          No… no lo entiendo. – Bajé la mirada. No podía seguir contemplándola. Ahora parecía más humana que nunca, puesto que en su rostro había un gesto de compasión que me producía temblores. – Todo lo que te rodea, cada detalle que he descubierto sobre ti… no tiene ningún sentido. Haces cosas imposibles. Desapareces al girar una esquina sin más, como si te evaporaras en el aire. Te pierdo de vista con un simple parpadeo. Haces desaparecer el jarrón ante mis ojos y ni siquiera me doy cuenta. Y ahora… - apreté las esposas en un puño hasta que sentí como el frío metal se me clavaba en la piel, llevado por la desesperación. - ¿Cómo es posible? ¿Por qué parece que cuando tú estás cerca, la realidad se convierte en fantasía?
-          Yo… Lo siento – susurró ella de pronto. Levanté la vista. Myst había vuelto a clavar la mirada en el cielo estrellado sobre nuestras cabezas. - ¿Qué estoy haciendo? Juré vengar a mi hermana, pero ahora me estoy convirtiendo en uno de los mismos monstruos que acabaron con ella. No debí meterte en esto, detective. No debí comportarme como lo hice en la comisaría.
Ella retrocedió un paso. Las sirenas de policía, que habían empezado a oírse desde hacía un par de minutos, acercándose cada vez más, ahora se habían detenido frente a la casa. Myst miró hacia allí y su rostro se convirtió en piedra, con una determinación férrea. Estaba a punto de huir.
-          Dímelo. Dime qué es lo que se me escapa.
Ella me miró de nuevo. Sus ojos dudaron un instante, retrocedió otro paso. Entonces, adoptó una mueca de tristeza y agitó la cabeza levemente. Los policías se estaban acercando, podía oír sus voces. Habían tardado un poco más debido a la lejanía de la casa, pero ahora ya no tardarían más de unos pocos segundos en recorrer cada centímetro buscando al culpable.
-          ¿Que qué se te escapa? Supongo que yo. – Esas fueron sus últimas palabras. Luego, su cuerpo desapareció por completo, dejando tras él unas leves volutas de humo blanco que fueron arrastradas por la brisa de aquella fría noche de noviembre.



(Adiós, 2012. Ha sido un placer. Y bienvenido, 2013.)

jueves, 27 de diciembre de 2012

Juguemos a ser criminales otra noche más.

5/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst




La cámara de seguridad registraba todos mis movimientos. Necesitaba salir de su ángulo de visión, al menos hasta que el guardia de la sala de control dejara de ser una complicación.
Fingí buscar una puerta en concreto y, al tropezar con una anciana pareja que volvía al salón principal, les pregunté con una aparente incomodidad que bordé a la perfección dónde se encontraba el baño para los invitados.
La mujer se rio y me señaló una puerta a mi espalda, la que yo ya sabía que daba al lavabo. Hubiera sido sumamente sospechoso que el guardia se diera cuenta de que conocía las habitaciones de la casa cuando yo era simplemente una invitada guapa más, de las que van colgadas del brazo de un rico para que él alardee de su belleza como si fuera un caballo de carreras. Esa era nuestra tapadera, así que tenía que mantenerla de momento.
Habíamos recibido el correo hacía tres días. Tanto Sam como yo nos habíamos sorprendido bastante, para luego pasar a la alegría por completo (bueno, yo expresé todas esas emociones mientras mi compañera sin sentimientos asentía con la cabeza).
Un importante cliente había oído hablar de nuestra reciente entrada en el negocio del crimen y nos ofrecía una misión. Dudaba acerca de nuestra capacidad para llevarla a cabo, por supuesto, ya que éramos tan nuevas en el sector, pero había quedado estupefacto con nuestra puesta en escena con el asesinato de los rusos y quería ver de qué más éramos capaces.
El objetivo era sencillo. Él, cuyo nombre prefería no revelar, deseaba un objeto de gran valor, un jarrón chino de alguna dinastía perdida en el tiempo, y esa valiosa pieza se encontraba en posesión de una rica multimillonaria que se negaba a venderla. Para conseguirla, contrataba nuestros servicios para que lleváramos a cabo un robo con la mayor discreción posible. Era preferible que nadie se enterara y, por descontado, que su nombre no se pudiera relacionar con el crimen.
Aquella era nuestra primera misión de verdad desde que decidimos divergir de la trayectoria de Tánatos y empezar a trabajar más por nuestra cuenta. Probablemente por eso sentía ese cosquilleo de nervios en el estómago, aunque me obligué a centrarme nada más entrar en el baño y cerrar la puerta a mi espalda. Allí no había cámaras que me vigilasen.
Repasé el plan una vez más, dándole tiempo a Sam de que llevara a cabo su parte.
Entrar a la mansión de la propietaria del jarrón había sido más fácil de lo esperado y era allí, en su caja de seguridad, donde ella guardaba el objeto, protegido mediante diversas medidas de seguridad. Sam y yo nos habíamos pasado los últimos tres días inspeccionando minuciosamente los detalles que nos habían proporcionado, buscando planes y rutas alternativas, procedimientos de emergencia por si algo salía mal…
Nos enteramos de que a los pocos días de recibir el mensaje se celebraba una importante fiesta solidaria organizada por nuestra multimillonaria, que había invitado a distintas personalidades famosas con acaudaladas cuentas corrientes y a un par de personajes menos conocidos, pero igualmente ricos. Esa ocasión fue nuestro método de entrada.
Al principio, pensamos fingir ser camareras y colarnos sin dificultad, pero luego tendríamos que pasarnos la noche sirviendo canapés y champán del caro, y quizá el tiro nos saldría por la culata, impidiéndonos librarnos del uniforme y llevar a cabo la verdadera misión que nos había llevado hasta allí, así que decidimos entrar por la puerta grande.
Tras revisar la lista de invitados, encontramos a dos herederos jóvenes, que apenas superaban la veintena, que acudían como representantes de la fortuna de sus padres. Ambos iban a llevar a sendas modelos del brazo para lucirlas junto a su dinero.
Dar con ellos no fue complicado, puesto que iban anunciando su presencia en todas las redes sociales que podían cada vez que salían de casa. Nos tropezamos con ellos en una discoteca dos noches antes del día de la fiesta y, tras una breve pero demoledora charla con ellos, Sam los convenció de sustituir a sus amigas las modelos por nosotras dos como acompañantes. Sinceramente, no perdían demasiado con el cambio. La belleza de Sam era incomparable, superior a la de cualquier modelo, y yo sabía cómo sacarme provecho si la ocasión valía la pena.
Manteniéndolos bajo un férreo control mental, los chicos nos acompañaron en su limusina desde nuestra casa hasta la mansión, y luego entraron con nosotras colgadas del brazo y una sonrisa deslumbrante. Nos presentaron como unas amigas provenientes de Europa que habían ido a pasar una temporada alejadas de casa. Sam fingía ser rusa, puesto que sabía imitar el acento a la perfección. Yo decía haber nacido y crecido en Estados Unidos antes de mudarme al frío país europeo y, por eso, carecía de cualquier acento extranjero.
Cuando la fiesta alcanzó su mayor apogeo, yo me interné en el pasillo que sabía que conducía a la cámara de seguridad. Habíamos hecho los deberes y estudiado los mapas de la casa para saber a dónde teníamos que ir. Al mismo tiempo, Sam se estaba excusando para ir a hacer una llamada por teléfono al exterior, que en realidad se convertiría en una visita a la sala de vigilancia de la casa para desactivar las cámaras y las alarmas.
Mientras, yo permanecía escondida en el baño para que las cámaras no pudieran grabar mis sospechosos movimientos, esperando la señal. Aproveché aquellos minutos para quitarme el vestido largo de noche que ocultaba debajo un ceñido traje negro que me permitiría camuflarme en la oscuridad y no destacar demasiado. Era de cuerpo entero, pero, para que no se viera mientras llevaba el vestido, en la fiesta, lo había doblado hasta que desapareciera de la vista. Ahora, lo estiré, por lo que cubrió la longitud total de mis piernas y los brazos hasta las muñecas. Me recogí el pelo en una trenza al estilo Tomb Raider; me deshice de los incómodos tacones de aguja, y los sustituí por unas zapatillas de deporte que había escondido dentro del bolso. Dejé mi elegante ropa de noche, junto con el bolso casi vacío, escondida detrás del váter, de modo que otro invitado que fuera al baño no pudiera verla.
Justo en el momento en que revisaba mi vestimenta y mis armas, para asegurarme de que la nueve milímetros estaba bien sujeta a la cintura y que la daga seguía atada en la parte interna de mi muñeca, mi móvil vibró contra la piel de la cadera, donde lo tenía sujeto. La señal de Sam.
Respiré profundamente dos veces para calmar el temblor que se había extendido por todo el estómago. Me obligué a despojarme de los nervios y de las dudas, de los “y si” tan negativos que no dejaban de cruzarme la mente. La clave del éxito estaba en confiar en ello.
Lentamente, a la vez que iba relajando el cuerpo, fue eliminando la solidez del mismo. Me deshice hasta convertirme en apenas un humo casi invisible de color blanco y me fusioné con el aire que me rodeaba. Siguiendo las pautas de mi memoria, me desplacé en ese estado hasta que llegué a la sala anterior a la que se guardaba el jarrón.
En ese estado incorpóreo, mi cuerpo se convertía en partículas de gas y, por lo tanto, carecía de vista, de oído, y de cualquier otro sentido que me permitiera observar mi entorno y orientarme. Tenía que basarme en los planos que había memorizado el día anterior acerca de la distribución de la casa. También era cierto que podría haber adoptado un estado semi-corpóreo que me permitiera disfrutar de los sentidos sin ser sólida por completo, pero en ese estado sí era visible, y prefería no arriesgarme a toparme con un invitado curioso o alguno que buscara diversión en las habitaciones de invitados.
Siguiendo mis recuerdos, llegué a la sala. Volví a adoptar mi forma normal y busqué la cámara que sabía que estaría vigilándome. Ah, ahí estaba. En la esquina derecha, pegada al techo. Saludé a Sam y, de inmediato, el móvil vibró de nuevo contra mi cadera. Después de tres timbrazos, fruncí el ceño y acepté la llamada. Eso no era lo que habíamos acordado.
-          ¿Sam? – pregunté, sin poder evitar que se reflejara el temor en la voz.
-          Houston, tenemos un problema – respondió ella, imperturbable. Su tono incluso parecía divertido.
Contuve el suspiro de cansancio que estuve a punto de proferir. Ya me imaginaba que las cosas no iban a ser tan sencillas como deseábamos. Siempre surgía algún obstáculo en el camino que, a menudo, servía para estropear o dificultar la misión.
Al fin y al cabo, si el robo fuera cuestión de coser y cantar, jamás habrían contratado a miembros de Tánatos. Una de nuestras notables características eran los elevados precios, aunque también la alta tasa de éxito en los encargos. Los clientes que deseaban contratar a algún miembro de la organización sabían de antemano que verían cumplido el objetivo y pagaban esa seguridad.
-          ¿Qué pasa?
-          Verás, había un pequeño detallito que no venía en nuestros resúmenes. Algo bastante importante. – Sam hizo una pausa dramática. – Para entrar en la sala del tesoro, hay que pasar por un reconocimiento óptico.
-          Déjame adivinar, mi iris no ha sido elegido como uno de los favoritos.
-          Exacto. Has quedado fuera de la fiesta. – Sam se rio. Oí un ruido de teclado de fondo y supuse que ella estaría aporreando las teclas en la sala de seguridad para buscar una forma de solucionar aquella complicación. Mi compañera de batalla podía ser insensible y cruel, en bastantes ocasiones, pero era efectiva en su trabajo.
-          ¿No puedes desactivar la seguridad desde ahí? – volví a saludar a la cámara que me enfocaba desde el techo.
-          Ojalá – Sam suspiró. – Desde aquí puedo controlar las cámaras sin problemas, las puertas de acceso a la casa, el telefonillo y la alarma general de la mansión. Pero para entrar en la sala de seguridad hay que pasar el reconocimiento óptico y la única que puede abrir la puerta es la organizadora de la fiesta, nuestra querida multimillonaria.
Bufé en voz baja al oír las buenas noticias. El trabajo estaba empeorando por minutos. Tanta preparación para luego fallar en algo tan elemental.
¿Qué podíamos hacer? ¿Secuestrar a la anfitriona? Se daría cuenta todo el mundo y, sobre todo, sus guardaespaldas. Mala opción.
En copiar el modelo de sus iris y generar una lentilla igual a ellos tardaríamos, al menos, una semana o más, y entonces, habríamos perdido la oportunidad que nos había brindado aquella fiesta. Entrar en la mansión no era nada sencillo, ni siquiera siendo invitado. Teníamos que hacerlo esa noche de cualquier modo.
-          Dime que se te ha ocurrido una idea milagrosa – rogué.
-          Espera un segundo – más ruido de teclado. Los dedos de Sam se deslizaban a toda velocidad. - ¡Ajá! Hay un maravilloso sistema de ventilación que comunica la sala del tesoro con el pasillo que está a tu derecha. El hueco es mi grande, pero creo que cabrá por ahí un poco de niebla.
-          Genial – sonreí y empecé a caminar hacia allí.
La rejilla del sistema de ventilación estaba en una esquina, detrás de una mesa que pretendía ocultar su existencia. Era bastante pequeña, quizá podría atravesarla un niño de unos cinco años, pero de ningún modo un adulto. Pero, en mi forma de humo blanco, apenas ocupaba el mismo espacio que un balón de fútbol.
-          Sé que me vas a odiar, pero tengo más malas noticias.
-          Te odio.
-          Culpa al juego, no al jugador. Bien, escucha. Dentro de la sala, hay unas cuantas medidas extras de seguridad. Normalmente, al pasar el reconocimiento óptico se desactivarían, pero como tú vas a entrar… por una ruta alternativa, se mantendrán intactas.
-          ¿De qué medidas estamos hablando exactamente?
-          Veamos… - Una vez más, el ruido de las teclas inundó la llamada mientras Sam verificaba a qué me tendría que enfrentar. – Por toda la sala se encuentran esos láseres tan chulos de las pelis de espías; esos que, si tocan alguna parte del cuerpo, hacen sonar las alarmas de inmediato y que son invisibles a simple vista.
-          Va mejorando la cosa. Y seguro que hay algo más para hacer que esta noche sea perfecta.
-          Bingo. – Sam volvió a reírse. – Los sensores térmicos también activarán las alarmas si un cuerpo con una temperatura superior a 20 º C entra en la sala.
-          Lamento decirte que mi temperatura media, como persona viva que soy, es de 37.
-          Ya lo sé – suspiró, exasperada.
Yo también me sentía igual. Se suponía que iba a ser un trabajo fácil. Entrar, robar y salir. Nadie había hablado de medidas de seguridad en plan película de James Bond. ¿Qué debíamos hacer? ¿Abandonar la misión y decirle al cliente que habíamos fallado? No era nuestro estilo.
Permanecí en silencio unos segundos más, esperando que Sam hallara la solución a los problemas que se nos venían encima. No quería perturbar su concentración.
-          Ah, aquí está. He encontrado algo útil. Al parecer, los sensores solo se accionan si la temperatura en cuestión se encuentra concentrada en una zona menor de un metro cuadrado de ancho y de dos metros de alto. Las dimensiones de un cuerpo humano, vamos. Pero…
-          Si el calor está disperso por toda la sala, no podrá localizarlo.
-          Exacto. Respecto a los láseres, puedo volverlos visibles desde aquí y tú tendrás que encargarte de no tocarlos. Quizá al ser solo corpórea a medias no los actives, pero yo preferiría no arriesgarnos.
-          Completamente de acuerdo. ¿Eso es todo?
-          Sí. No tardes mucho y ten cuidado. Estaré vigilándote. – Pude percibir una levísima preocupación en la voz de Sam. Para ella, eso era un gran logro emocional. Sonreí.
-          Descuida. Pero… Sam – la llamé antes de que colgara. – Si, por cualquier razón, algo sale mal, quiero que te largues de aquí. No vuelvas a por mí.
-          No voy a abandonarte – la determinación impregnó sus palabras.
-          Sam, por favor. No seas idiota. Yo puedo desaparecer sin dejar rastro y esconderme en cualquier rendija. Pero quiero estar segura de que no tengo que preocuparme por ti si tengo que huir. ¿Prometido?
El silencio se alargó unos segundos. Pude imaginarme perfectamente a Sam sentada en la sala de control, observándome a través de la pantalla, considerando sus opciones. El guardia de seguridad estaría atontado en alguna esquina, controlado por sus poderosos ojos de súcubo y por su voz hipnótica.
Yo estaba segura de que, en caso de necesidad, Sam podría escapar sin problemas, siempre que no se detuviera a preocuparse por mí.
Ella también lo sabía.
-          Prometido – susurró al final.
Luego, ambas colgamos al mismo tiempo. No era necesario decir nada más.
Guardé el móvil en el mismo sitio, sujeto en una funda a la cadera. Sonreí por última vez a la cámara y desaparecí lentamente, diluyendo la solidez de mi cuerpo hasta el límite en que aun podía ver y oír, pero en el que fuera capaz de adaptarme al espacio que quisiera, ya fuera reduciéndome o ampliando mi tamaño. Seguía siendo visible, pero era como esos fantasmas de las películas de los que apenas puedes vislumbrar un contorno borroso y unos rasgos desenfocados.
Inspiré hondo y me colé por la rendija del sistema de ventilación.

***

Los sensores térmicos no saltaron. Los láseres, visible gracias a la intervención de Sam, fueron un engorro, ya que me obligaban a adoptar posturas casi imposibles pero, gracias a que mi cuerpo no se ajustaba del todo a las leyes de la materia, puede llegar finalmente a la vitrina que guardaba la valiosa pieza.
Lo observé un par de segundos. Era un jarrón muy antiguo, ligeramente resquebrajado en algunas partes, pero aun completo. Tenía un bello diseño de flores de loto en la parte superior, y la de abajo representaba una imagen de un grupo de mujeres asiáticas realizando tareas cotidianas. Podía entender su valor con solo mirarlo, puesto que era precioso y sofisticado, una obra de arte de hacía muchos siglos.
Finalmente, adopté forma corpórea, asegurándome de no tocar ninguno de los rayos que brillaban en la oscuridad de la habitación, y posé las manos en el cristal de la vitrina. Lo levanté lentamente…
El estruendo de la alarma me hizo dar un brinco. Mi pierna derecha se movió hasta chocar contra uno de los láseres. Miré a mi alrededor, con el corazón latiéndome a mil por hora en el pecho.
El maldito cristal de la vitrina. Debía tener algún tipo de sensor que activaba las alarmas cuando alguien retiraba la vitrina sin haber superado el reconocimiento óptico.
Olvidando cualquier medida de precaución, tiré el cristal que aun sostenía en las manos y agarré el jarrón con fuerza. El ruido de la alarma me ensordecía, al igual que el del cristal al romperse, pero pude percibir los gritos de gente acercándose al otro lado de la puerta, alterados.
Maldije en voz baja y apreté el jarrón contra mi pecho. Tras lanzarle una mirada de advertencia a Sam a través de la cámara de seguridad, que me enfocaba sin pausa, me desvanecí de la habitación a la velocidad de la luz.