(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


domingo, 20 de enero de 2013

Toda acción tiene su consecuencia (I).

7/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst




Permanecí tumbada en la cama mucho más tiempo de lo habitual esa mañana. Despierta, mirando el techo, con la ventana abierta para dejar pasar el frío de mediados de otoño a la habitación y con la manta tapándome hasta la barbilla.
Me limité a quedarme allí, sin moverme, un número de horas que ni siquiera pude contar, mientras no dejaba de pensar y pensar.
Hacía dos noches que habíamos llevado a cabo lo que Sam denominaba como el golpe. Ella creía que había salido a la perfección. Ambas habíamos llegado sanas y salva a casa, nos habíamos librado de la policía y no quedaba ningún rastro que pudiera delatarnos como las ladronas, porque Sam había cumplido su misión eficacia y había eliminado cualquier posible prueba de las cámaras de seguridad y de la mente del guardia.
Y, lo más importante, habíamos conseguido el jarrón.
Se suponía que todo eso constituía un éxito aplastante, pero yo no dejaba de pensar en que todo me había salido mal. No le había contado nada a mi compañera de piso sobre el incidente con el detective, porque… lo cierto era que me sentía terriblemente estúpida. Cada segundo que había pasado desde que utilicé mi habilidad en su presencia me había repetido ese insulto, cada vez más segura de ello.
Había revelado mi secreto a un humano normal. Me había descubierto, maldita sea. Lo primero que te decían en Tánatos al entrar a formar parte de la organización era que había una norma primordial. Una que nunca debías incumplir.
Nunca reveles tu condición a alguien que no sea un Supra.
Las únicas excepciones a esa regla eran los casos en los que pudieras borrar la memoria de la persona que descubría tu secreto. Pero hacer eso implicaría contarle a Sam todo lo que había sucedido y… no podía. Me moría de vergüenza ante lo patético de mi comportamiento. No podría soportar ver a Sam mirando con sus inexpresivos ojos y sermoneándome sobre mi estupidez. Era algo que ya hacía muy bien yo solita.
Así que la pregunta real era, ¿qué hacer?
Durante un par de horas durante la madrugada del día del golpe me animé a mí misma diciendo que, probablemente, el detective se asustara lo suficiente de lo que había hecho que saldría huyendo con el rabo entre las piernas y nunca volvería a saber de él. Se marcharía y guardaría mi secreto. Bueno, aunque se lo revelara a alguien, nadie lo creería. Eso hubiera solucionado el maldito problema. Pero era una esperanza vana. A la mañana siguiente, cuando me asomé por la ventana que daba a la calle para ver qué tiempo hacía, él estaba apoyado en su coche, en el mismo sitio desde donde siempre me vigilaba. Con un café en la mano y unas ojeras que se marcaban en su pálido rostro de forma notable. Con sus ojos fijos en la ventana desde la que yo lo miraba a él, atónita, mientras el corazón me latía desaforado.
Logré sostenerle la mirada durante unos cinco segundos. Luego, bajé la persiana y me escondí tras ella, convirtiéndome de paso en una cobarde. Permanecí escondida durante todo el día, echando rápidos vistazos por la ventana de vez en cuando para saber si continuaba allí. Y siempre estaba, aunque, cuando las temperaturas descendieron, se metió en su coche.
Esa mañana, tumbada en la cama, intentaba buscar una solución al enorme lío en el que me había metido yo sola a base de hacer cosas estúpidas e imprudentes, sin encontrar ninguna. Solo me repetía a mí misma una y otra vez las cosas que no debería haber hecho. Nunca debería haber hablado de más en la comisaría. Había sido un acto de prepotencia que había acabado por pasarme factura. Debería haber dejado que Sam borrase su memoria desde el principio. No debería haber desaparecido delante de él.
No debería haber intentado ser una persona cruel y fría cuando sabía tan bien que, en realidad, por mucho que lo intentara, no había conseguido extirpar los sentimientos de mi interior. No había dejado de intentarlo en los últimos cuatro años, desde que mi vida se fue a la mierda y yo me encontré nadando a la deriva en medio de una tormenta que me estaba ahogando, pero jamás lo había conseguido. Quizá fuera una Supra, un humano con una ventaja biológica, pero seguía siendo humana, con todo lo que ello conllevaba. La culpa, el auto-desprecio. La duda. El miedo. Sobre todo, el miedo.
Cerré los ojos e inspiré hondo, obligándome a tragarme las lágrimas. Llorar no iba a solucionar nada.
Ahora tienes que concentrarte en buscar una salida.
Solté el aire en forma de suspiro. En realidad, sabía cómo iba a acabar todo aquello. Solo había una solución, pero yo estaba intentando aplazarla. Aun así, tarde o temprano, iba a tener que afrontar las consecuencias de mis actos (de mis estupidez) y confesarle a Sam todo lo que había ocurrido la madrugada del día del robo, para que ella pudiera limpiar de la mente del detective todos los detalles sobre mí. De ese modo, ambos seríamos libres. Yo de su acoso, y él del continuo daño que le provocaba estar relacionado conmigo.
Pero primero tenía que reunir el valor suficiente para confesarlo todo y permitir que Sam me reprendiera con su voz carente de emoción.
Levántate. Afróntalo. Me ordené a mí misma.
Pero ninguno de los músculos de mi cuerpo respondió, ni siquiera mis párpados se abrieron.
Supongo que puedo hacerlo dentro de un ratito más. Me concedí. Luego, fruncí los labios.
Cobarde.
Suspiré. Pelear conmigo misma empezaba a ser agotador.
De pronto, oí cómo alguien abría la puerta de par en par de un golpe, hasta hacerla chocar con la pared, y unos pies que corrían hasta la cama. Pocos segundos después, un cuerpo femenino impactó contra el mío, haciéndome soltar el aire de golpe y ocasionando que dejara escapar un gemido de dolor, pero ni una palabra. Aun estaba en la fase de reunir valor.
-          Hora de levantarse, dormilona – dijo en una voz demasiada alta Sam, aun encima de mí.
Abrí los ojos con resignación. El rostro del súcubo con el que compartía piso estaba unos cinco centímetros por encima del mío. Sam llevaba el pelo suelto, enmarcándole el rostro de facciones perfectas y la sonrisa con la que me daba los buenos días.
-          ¿No sabes tocar antes de entrar? – gruñí en voz baja.
Sabía que la estaba pagando con ella, que ni siquiera tenía idea de la situación en la que me encontraba, pero era mejor eso que seguir maltratándome psicológicamente.
-          ¿Ya estás de mal humor desde por la mañana? – Sam hizo un mohín y rodó hasta quedar acostada a mi lado en lugar de encima de mí.
No percibí en su voz ningún disgusto o enfado. Eso era lo que, a partes iguales, me enfurecía y me hacía sentir culpable como el demonio. A pesar de que mi comportamiento con ella fuera deplorable, nunca se enfadaba conmigo. Y la mayoría de las veces ni siquiera me juzgaba. Era la única persona que me quedaba en el mundo. La única que me conocía de verdad y, aun así, me apoyaba y me quería de forma incondicional.
Era por eso precisamente por lo que me costaba tanto contarle la verdad. Porque sabía que ella me ayudaría de cualquier modo, aunque en realidad debiera gritarme y hacerme sentir pequeña e inútil.
-          Lo siento, Sam – susurré con voz rota.
-          ¿Por estar de mal humor? – me preguntó con un toque de desconcierto y una sonrisa reflejada en su voz.
Durante un instante, estuve a punto de dejarme llevar por un impulso y relatarle lo sucedido. Pero mi cobardía volvió a ganar la batalla y solo negué con la cabeza, sin dar ninguna explicación. A mi gesto le siguió un largo silencio, extraño.
Me giré hacia Sam para ver su expresión. No era habitual en ella no rellenar cada segundo de charla insustancial. En ese instante, sus ojos estaban fijos en mi rostro y pude percibir en ellos un atisbo de preocupación. Era la primera vez que veía esa emoción (esa parte de una emoción real) en ella.
Apretó los labios.
-          Myst, puede que yo no tenga sentimientos ni emociones, pero te conozco lo suficiente como para reconocer las tuyas. – Esperó unos segundos, pero yo no supe qué responder, por lo que decidió continuar, sin apartar su mirada de la mía. –Muchas veces prefiero no decir nada, porque no comprendo demasiado bien cómo funciona todo ese rollo de sentirse de tantas formas distintas, pero me doy cuenta.
>> ¿Crees que no me di cuenta de que ayer estuviste todo el día sin salir de casa, mirando a través de la ventana con expresión aterrada o desconsolada? ¿Crees que no me fijé en que no le diste ninguna importancia al éxito de nuestro primer trabajo? ¿O acaso que me parece normal que apenas me hayas dirigido la palabra desde que terminamos la misión y volvimos con el jarrón?
Hizo una pausa. Antes de seguir, me dirigió una pequeña sonrisa de consuelo.
-          No soy idiota. Sé que algo va mal. Estás descentrada, pensando en algo que te abstrae por completo. Pero esperaré pacientemente el momento en que decidas contármelo. No es mi estilo insistirte, como tampoco lo es consolarte. Sé que soy… muy deficiente como amiga – volvió a esbozar una sonrisa, pero esta tenía un regusto de tristeza. – Sé que mi falta de emociones hace que no sea suficiente, pero… - Suspiró, incapaz de encontrar las palabras. – Joder, esto de no sentir es una mierda. Ni siquiera puedo expresarme correctamente para que sepas que… eres la única persona con la que he llegado a sentir algo parecido a lo que se podría considerar afecto, si yo fuera una persona normal, desde que era pequeña.
Una lágrima se escapó por la comisura de mi ojo derecho y acabó su viaje al chocar contra la almohada. No pronuncié ni una sola palabra. Me limité a estrechar a Sam entre mis brazos con fuerza, mientras sus palabras calaban muy hondo en la parte de mí que se sentía sola y perdida desde que había perdido a toda su familia, a todo lo que alguna vez había querido, cuatro años atrás. Esa parte que yo había intentado envenenar, matar y destruir, pero que seguía estando ahí. Mi parte más humana.
Al principio, los brazos se Sam se mantuvieron rígidos en sus costados, mientras ella respiraba pausadamente cerca de mi oído. No lo sentí como un rechazo. Cuando, sonriendo, le susurré lo que se suponía que debía hacer, Sam me rodeó a su vez en un abrazo. Entonces, me di cuenta de que, probablemente, hacía mucho que no recibía uno. Tanto tiempo que ni siquiera recordaba cómo debía responder a ese gesto de cariño.

***

Aunque Sam me había dicho que no le importaba ir sola, yo había insistido en acompañarla. No podía seguir escondida tras las paredes de nuestro piso y, al fin y al cabo, con mi método de transporte, el detective no podía seguirnos.
En ese momento, nos encontrábamos frente al edificio principal de Tánatos, de fachada impersonal y corriente. No había nada en él que alguien pudiera destacar, ningún detalle que hiciera que te dieras cuenta de su presencia. La gente, al pasar por la calle, ni siquiera giraba la vista para percibir su existencia. Había ventanas, unas cuatro o cinco por planta, y las puertas automáticas eran lo único destacable de la entrada. Especialmente diseñado para que nadie reparara en su presencia.
 La organización se había encargado de tramitar el intercambio del jarrón por el pago que se nos había prometido por cumplir la misión. Ahora estábamos allí para obtener el dinero que habíamos ganado, puesto que el pago se había realizado el día anterior por la tarde.
-          ¿Preparada? – me dijo Sam con seguridad.
Asentí. Seguía estando confusa por el detective, sin saber qué hacer respecto a él. No le había dicho nada a Sam sobre ese tema, pero estaba decidida a hacerlo cuando volviéramos a casa, con el dinero, que estaba segura de que me proporcionaría la seguridad en mí misma que necesitaba, tras completar de manera triunfal una misión complicada y recibir la recompensa que nos merecíamos.
-          No te olvides de ponerte la máscara – me recordó.
Volví a repetir el asentimiento.
Aquella frase era un código que utilizábamos siempre entre nosotras. Con ella nos referíamos a que teníamos que teníamos que ser frías e impersonales, como si no fuéramos humanas, si no máquinas sin sentimientos. Algo similar a esconder cualquier preocupación, temor o duda para que nadie se diera cuenta de nuestra debilidades; ocultar lo que verdaderamente éramos (lo que sentíamos) detrás de una máscara. Sam no tenía ningún problema en hacerlo, así que la advertencia la habíamos creado para mí. Ponerse la máscara era esconder nuestras debilidades, endurecernos exteriormente, una medida necesaria dentro de los muros de Tánatos.
Porque aquel edificio ocultaba dentro una selva, donde solo los más fuertes sobrevivían y las debilidades, por mínimas que fueran, eran utilizadas para destruirte. Era allí donde había ido para aprender todo lo necesario para completar mi venganza y, sin lugar a dudas, había acudido al sitio correcto. No solo había desarrollado mi habilidad, si no que me habían enseñado a utilizar casi cualquier arma, a defenderme, a luchar. Me habían proporcionado los medios para conseguir mi objetivo y, a cambio, había vendido mi alma a su causa, convirtiéndome en lo que ellos quisieran que fuera. Ladrona, espía, secuestradora. Algunas veces, también había llegado a ser una asesina.
Todos éramos así y nuestro trabajo era una competición por saber quién era mejor en su campo, quién era mejor criminal, porque ese conseguía los mejores trabajos.
Endurecí mi expresión mientras seguía a Sam subiendo las escaleras hasta la puerta de entrada. Levanté la barbilla y erguí la espalda, volviéndome de inmediato fría y orgullosa, segura de mí misma y, sobre todo, peligrosa.
Entré en el edificio convertida en la estatua con vida diseñada para obedecer que ellos habían querido hacer de mí. Aquella había sido una de las razones por las que había preferido marcharme, aun teniendo que sobrevivir a base de que Sam manipulara la mente del casero y del dueño del supermercado. Odiaba vivir en aquellos muros y tener que cumplir sus órdenes, por horribles que fueran. Porque, si ellos te mantenían segura dentro de sus muros, te enseñaban y cuidaban de ti, a cambio debías convertirte en su títere, sin voz ni voto.
Cuatro años había soportado aquella horrible situación y solo porque debía terminar mi entrenamiento. Una vez conseguí lo que deseaba, recogí mis escasas pertenencias y me largué sin remordimientos, con Sam guardándome las espaldas. En realidad, a ella no le molestaba demasiado nuestra situación y tanto le daba vivir aquí que allí. Decidió mudarse por estar conmigo, por crear un equipo juntas. Nada la ataba a ese edificio en particular.
La recepción del edificio era una pequeña sala, donde había cuatro butacas, supuestamente para que los clientes pudieran esperar. Un simple atrezo, puesto que nuestros clientes nunca esperaban en esa habitación, un sitio demasiado público. Además de eso, en las paredes habían colgado un par de cuadros, simples y aburridos, que le daban un aspecto monótono, a lo que se le añadía el mostrador de recepción detrás del cual se encontraba una mujer morena, sentada en una silla, leyendo un libro.
Sam le sonrió cortésmente a la recepcionista, que nos dedicó un gesto con la cabeza, apenas despegando un segundo la vista de su lectura.
La tapadera de la organización era que se trataba de una empresa que se encargaba de asuntos bursátiles. De ese modo, explicaban las grandes transferencias de dinero, fruto de los pagos de los clientes satisfechos, y pocos eran los que venían a molestar. Pero, por si alguien decidía venir a preguntar movido por la curiosidad o por un asunto más serio, la recepcionista se encargaba de despacharlo con facilidad. Era una mentalista de nivel bajo, es decir, una Supra capaz de controlar la mente de los humanos en cosas básicas, pero no la de otros Supras. Su poder no era demasiado fuerte y por eso había sido relegada a ese empleo de poca monta.
No eran pocas las ocasiones en las que, con sus habilidades, no podía ocuparse del problema que se presentaba a su puerta. Varias veces habían sido agentes del gobierno investigando y en otras ocasiones, Supras que venían a buscar guerra. Esas veces, avisaban a alguien capaz de arreglar el asunto. En un par de ocasiones habían llamado a Sam, cuando se trataba de un hombre, para que ella borrara su memoria por completo.
Sam y yo continuamos recorriendo los pasillos, que carecían de cualquier tipo de decoración. La organización prefería gastar el dinero del que disponía (que no era poco) en cosas más importantes, como armamento, salas de entrenamiento y comida, antes que hacerlo en rellenar de vida y color las zonas comunes. Los dormitorios, asignados a los miembros que no disponían de recursos para ir a otro sitio o preferían quedarse allí, eran igual de impersonales. Paredes vacías, pintadas de color marrón o gris. Puertas negras, con el mismo pomo en todas. Mientras recorríamos los pasillos, no había ninguna variable que destacar. Eso aumentaba la impresión que yo había desarrollado de que se trataba de una prisión o un centro de entrenamiento militar. Pero lo que era en realidad era peor.
 Saludamos a un par de miembros de la organización que continuaban viviendo allí, porque, a diferencia de nosotras, no se habían “independizado”, que era cómo denominábamos a empezar a trabajar por cuenta propia, y no con misiones adjudicadas por Tánatos. Eso no quería decidir que no perteneciéramos a la organización. Una vez entras, nunca más puedes volver a salir. La mafia no era nada comparado con nuestra propia organización criminal.
Simplemente, te establecías por tu cuenta, elegías los trabajos que desearas y le dabas una porción de los beneficios que obtuvieses a la organización.
Cuando llegamos hasta las puertas del despacho de Bonus, nos detuvimos.
-          Oye, ¿te importa que entre sola? – me preguntó Sam de pronto.
La preguntó me desconcertó.
-          ¿Sola? ¿Por qué?
-          Bonus me dijo que tenía que tratar un par de asuntos en privado conmigo. Así será más rápido. – Me miró y sonrió con despreocupación. – A menos que creas que te voy a robar tu parte del dinero.
Bufé mientras ponía los ojos en blanco.
-          No digas tonterías. Te esperaré aquí. – Me crucé de brazos y me apoyé contra una pared. – Date prisa.
-          Enseguida vuelvo.
Sam tocó dos veces en la puerta y, cuando la voz del otro lado le dio permiso, desapareció en el interior de la habitación.
Bonus era el tipo que se encargaba de las transacciones económicas. Si su trabajo fuera en una empresa normal en lugar de en este edificio, probablemente sería denominado contable, pero el título perdía categoría cuando básicamente se dedicaba a negocios sucios. A él le daban el dinero los clientes y él se lo hacía llegar a su destinatario.
Mientras permanecía en la antesala del despacho, maté el tiempo intentado pensar razones por las que Bonus querría hablar a solas con Sam, pero no se me ocurrió ninguna factible, antes de ser interrumpida.
Me tensé al sentir la presencia a mi espalda.
-          Deberías apartar tu mano de ahí si no quieres perderla – siseé con voz pausada y fría.
Apoyé la daga que acababa de extraer del interior de mi manga sobre la muñeca de la mano que se hallaba una distancia demasiada cercana de mi trasero, el cual se encontraba a unos cuantos centímetros de la pared en la que estaba apoyada.
La mano que había amenazado con cortar procedía directamente de la pared, atravesándola, pero sabía perfectamente a quién pertenecía, aunque el resto del cuerpo se encontrara al otro lado del grueso muro.
Me giré con parsimonia, sin apartar la afilada arma del sitio donde protegía mi retaguardia de contactos no deseados. Retrocedí lentamente, mientras con la mano con la que no sostenía la daga agarraba la parte de un cuerpo que sobresalía de la pared.
Lentamente, el resto de Phantom apareció a través de ella, con su más de metro ochenta de estatura y un atractivo rostro que ocultaba a un pervertido que pretendía a cualquier mujer entre los quince y los treinta y cinco, y con el que no me había quedado más remedio que convivir y lidiar durante varios de los últimos años, hasta que, finalmente, él se largó. Yo lo seguí al poco tiempo, esperando no verlo más.
Una vez apareció por completo, le solté la mano de inmediato, evitando todo contacto posible con él. Volví a esconder mi daga en el lugar donde solía llevarla, en una funda que tapaba con la manga larga de la camisa.
-          Myst – saludó con una sonrisa. – Cuánto tiempo.
-          Y más que debería haber sido – repliqué con frialdad. - ¿Todavía no has aprendido a mantener las manos en los bolsillos?
-          No me culpes a mí. Estabas tentándome.
Inspiré hondo e intenté no perder la paciencia.
-          Estar apoyada en la pared no es tentarte. Solo que tú eres un depravado.
-          Ya veo que me has echado de menos.
Entrecerré los ojos y él me respondió con una sonrisa burlona. Aquel capullo me sacaba de quicio cada vez que topaba con él, y aquella no había sido la primera vez que había tenido que recurrir a un objeto punzante para evitar que posara sus manos descaradas sobre mi cuerpo.
Contuve una sonrisa al recordar la última vez. Había acabado lanzándole una navaja suiza a la cabeza, pero él se había librado atravesando la pared que estaba a su espalda, por lo que la navaja se había clavado en la pared en lugar de en su cráneo. Una lástima. Su habilidad le permitía escapar de ese modo. Por eso su alias era Phantom, porque era capaz de atravesar las paredes, tal y como las leyendas atribuían a los fantasmas.
Pero si no tiene una pared cerca, no podrá huir.
-          ¿Qué te trae por aquí? Creí que habías abandonado el nido.
-          Así es. Solo estoy aquí porque me han solicitado para un encargo. Ya soy muy popular, ¿sabes? – sonrió, mostrando toda la dentadura, lo que le daba un aspecto de prepotencia que me producía unas ganas terrible de descuartizarlo. - ¿Y tú? He oído que nadie te contrata.
-          Pues tus fuentes no son fiables – imité su sonrisa de petulancia. – Precisamente he venido a buscar mis ganancias después de mi último trabajo.
-          ¿Ah, sí? Vaya, vaya…
Nuestra conversación se vio interrumpida por Sam, que salía en ese momento del despacho con un sobre en la mano derecha y la misma expresión indiferente que solía lucir.
Phantom se volvió de inmediato hacia ella, embelesado. Recorrió a Sam con la mirada, deteniéndose en todas las curvas destacables de su cuerpo. Parecía un perrito que acaba de encontrar el hueso perfecto.
-          Hola, Nox – hasta su voz sonaba encandilada y eso que Sam todavía no había utilizado su poder hipnótico sobre él.
-          Ah, Phantom. Cuánto tiempo. – Le dirigió una sonrisa coqueta, la expresión característica de una mujer que sabe que tiene a un hombre en sus redes y piensa aprovecharlo.
Él asintió y dio un paso hacia ella. Visto desde mi punto de vista, aquello podría compararse con un hipnotizador que toca su flauta y con la serpiente que sigue el compás de la música, carente de voluntad. Sam no se movió, y pude vislumbrar en su expresión la realidad de sus deseos. No le agradaba Phantom, ni su actitud, pero era un súcubo y se comportaba como tal, jugando con sus presas.
-          Realmente mucho tiempo – repitió, moldeando su tono hasta adoptar un murmullo suave y encantador. Los ojos de él se entrecerraron por el deseo y avanzó otro paso.
-          Deberíamos… repetir… lo de aquella vez. Tú y yo. Nox… - balbució unas cuantas palabras más de manera incoherente.
Sam se acercó a él y rozó su mejilla con la mano que tenía libre, suavemente.
-          Quizá en otra ocasión, Phantom. Ahora estoy ocupada – aunque seguía manteniendo el efecto hipnótico de su voz, sus palabras se endurecieron. – Así que lárgate, ¿de acuerdo?
Al igual que un robot sin voluntad, él asintió, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo. La verdad es que no sabía si solo iba a marcharse de la habitación o incluso del edificio, siguiendo las órdenes de Sam, pero poco me importaba.
-          Vaya capullo – gruñí.
-          Pues sí. Pero siempre es bueno tener todas las cartas controladas, por si las necesitas. – Sam se encogió de hombros y empezó a andar en dirección a la salida.
La seguí de inmediato.
-          Oye, ¿a qué se refería con lo de “repetir lo de aquella vez”? – inquirí, entrecerrando los ojos con desconfianza y rezando porque no fuera lo que pensaba.
Sam compuso una expresión que casi podría ser de remordimiento.
-          No me juzgues, ¿vale? Tenía hambre y él estaba a mano y más que dispuesto.
-          Oh, por dios, Sam. Es asqueroso.
-          Déjame en paz. ¿No quieres saber cuánto dinero nos han dado o qué?
-          ¡Por supuesto! – repliqué.
Me tendió el sobre. Cuando lo abrí, pude observar varios fajos de billetes todos juntos. Sentí que vibraba de emoción al ver tanto dinero junto.
-          ¿Cuánto hay? – tenía la garganta seca de la impresión.
-          4.000 – Sam sonrió. – Tánatos se ha quedado 1000, pero bueno, seguimos teniendo una buena porción.
-          Si nos hubiéramos encargado nosotras de llevar a cabo el intercambio, ellos se habrían quedado con menos – me quejé.
-          Sí, es cierto. Pero no sé… Había algo en el cliente que me hacía desconfiar, todo eso de no querer revelar su identidad. Y, como es nuestra primera misión, decidí que era mejor ser cautas.
-          Pues sí que has cambiado. Siempre has sido la reina del “hagámoslo y ya está”.
Sam se encogió de hombros y dejó pasar el tema. Cuando llegamos al pasillo que daba a la entrada, se detuvo y me tendió la mano. Apretando el sobre contra mi cuerpo para no perderlo por el camino, agarré la mano que me tendía y nos transporté de vuelta a casa.

martes, 8 de enero de 2013

Supongo que así funciona el destino, jugando con nosotros en cada uno de nuestros pasos.


6/Noviembre


Jack Dawson (Boom



Aunque ya casi me sabía de memoria toda la información contenida en las dos páginas, impresas en tinta negra sobre papel blanco, que estaban ante mí, estaba leyéndolas una vez más, buscando algo, un pequeño detalle, que se me hubiera escapado en las anteriores lecturas. Cosa casi imposible, puesto que ya me lo había leído, al menos, cien veces desde que Strike me lo mandó después de nuestra reunión.
Pero es que había algo que no acababa de cuadrar. Bueno, en realidad, nada tenía demasiado sentido.
De repente, cuatro mafiosos aparecen muertos. La asesina es una chica, que, según la descripción del informe, no debía de tener más de veinte años, de aspecto frágil. A la cual habían encontrado en la escena del crimen. Pero, aun así, la habían dejado libre, sin cargos.
La policía no era tan estúpida.
Además, aquel trabajo, un asesinato como ese, le quedaba demasiado grande a una sola persona, a menos que tuviera una habilidad impresionante, algo así como detener el corazón de una persona con la mente. Una lucha cuerpo a cuerpo contra tres hombres más grandes y más fuertes que ella… posible, pero complicado.
Aunque eso, simplemente, podía significar que la chica tenía una mezcla de buen entrenamiento con una habilidad que la apoyara.
Y, probablemente, ayuda externa. No se mencionaba nada en el expediente que teníamos de ella, pero, siendo un miembro acabado de salir del cascarón, era dudoso que actuara solo. Solían contar con una persona que los ayudara hasta que adquirieran la experiencia suficiente para librarse de sus apoyos, que, normalmente, eran Supras más débiles que no poseían una habilidad suficientemente poderosa como para trabajar en solitario, y quedarse ellos con toda la recompensa por una misión.
Cogí un bolígrafo que había sobre la mesa y apunté con trazos rápido “apoyo externo, neutralizar al compañero antes de atacar”. El objetivo era eliminar a la asesina principal, que era la que podría traernos dolores de cabeza, pero no tenía por qué derramar más sangre de la necesaria. Solo con asegurarme que su ayudante no me molestaría mientras realizaba mi misión era suficiente.
Jugueteé con el bolígrafo entre los dedos mientras seguía leyendo la poca información que contenía el informe. Suspiré. Aparte del suceso de los rusos, no había nada más relevante, y hasta eso resultaba un dato insuficiente. Ni siquiera tenía una foto, aunque Strike me había dicho que intentaría conseguir una. Habían publicado una de ella en blanco y negro en el periódico del día que fue llevada por la policía a la comisaría para interrogarla, pero las autoridades habían obligado al periódico a retirarla, porque vulneraba la protección de un testigo que, probablemente, estuviera siendo buscado por la mafia para vengarse de la muerte de su líder y otros dos de sus miembros más importantes.
Aun así, un buen hacker podría conseguirla infiltrándose en el sistema informático interno del periódico, donde seguiría archivada la imagen, o buscando el número publicado aquel día, pero, realmente, no tenía demasiado interés en su físico. Para mí, era solo un objetivo más, un número y una forma de matar. Una estrategia para lograr acercarme lo suficiente y hacerla desaparecer, desperdigada en pedacitos imposibles de reconocer como una persona.
Y, para lograr eso, era más interesante internarse en la mente de tu víctima que preocuparse por su físico. Por eso releía una u otra vez el artículo, intentando buscar sus motivaciones, cómo era, qué haría para defenderse. Tenía que calcular las posibilidades para asegurarme de que no hubiera margen de error en mi trabajo, porque un fallo, por pequeño y estúpido que fuera, podría costarme la vida. Me dedicaba a un juego demasiado peligroso y solo una precisión milimétrica era lo que me permitía seguir respirando día a día.
Realmente, no es como si morir me resultara una pena insoportable. Ya hacía tiempo que me tomaba la muerte con indiferencia; pensaba en ella como el destino final al que no me quedaba más remedio que llegar, probablemente, pronto. Pero no podía quedarme quieto esperando sin más, porque aún estaba Clark. Había hecho la promesa de protegerlo y no pensaba fallarle a él también, no cuando solo me tenía a mí para defenderlo del mundo, que no dudaría en utilizar sus habilidades como había hecho con las mías.
Cerré los ojos y volví a suspirar. Tenía que centrarme.
Mi asesina, cuyo alias era Myst (eso lo habíamos descubierto al contratarla para llevar a cabo la misión-trampa), aunque aún no sabía por qué, parecía ser bastante retorcida. Había acuchillado a aquellos mafiosos una y otra vez hasta desangrarlos y luego había permanecido en la misma casa que los cadáveres durante horas, hasta que llegó la policía. Eso también demostraba que tenía mucha sangre fría y que poseía una crueldad temible. A eso podía sumarle el detalle que me había contado personalmente mi contacto y que también se narraba en mi informe. Ella les había cortado las cuerdas vocales a sus tres víctimas mientras estos morían. Mientras aún estaban vivos, desangrándose poco a poco. Ese acto demostraba que no solo había querido quitarles la vida. No, no había sido simplemente un asesinato a cambio de un generoso pago. Los había matado lentamente, regodeándose en su dolor, y eso mostraba a las claras que había tenido algún asunto personal con ellos. Había sido una venganza en toda regla y ella la había disfrutada, alargándola tanto como pudo y contemplando su obra maestra, recubierta de sangre de pies a cabeza. Para luego fingir ser una pobre víctima inocente.
Hacía mucho que no había leído acerca de un acto tan brutal y sanguinario. Tan retorcido. Definitivamente, la persona que lo había llevado a cabo debía de haber perdido su humanidad o, como mínimo, gran parte de ella.
Myst.
¿Quién eres, Myst? Eso era lo que me preguntaba una y otra vez. La curiosidad me estaba carcomiendo poco a poco, persiguiéndome y creciendo día tras día. Había empezado a generar una obsesión con esa chica. Tenía que descubrir sus motivaciones, su verdadera naturaleza. Si de verdad había hecho eso, qué había sentido mientras lo llevaba a cabo. Si todavía era humana o solo un monstruo sin corazón.
Interrumpiendo mis cavilaciones, el móvil destruyó el silencio de la habitación. Vibraba desde el otro extremo de la mesa, reclamando mi atención, aunque, de nuevo, deseé de todo corazón poder destruirlo y nunca, nunca más, tener que preocuparme de quién cojones sería el que estaría al otro lado de la línea y qué querría de mí. Qué tipo de acto despiadado me pedirían que realizara, otro pecado que añadir a la larga lista que llevaba tatuada en el alma desde que había antepuesto la supervivencia a la moral.
Eliminé esos turbios pensamientos con un ademán de la cabeza y descolgué a la vez que apretaba el móvil contra la oreja.
-          Boom  - gruñí, usando mi alias para presentarme. En un negocio como el mío, es mejor no desvelar tu verdadero nombre.
-          Soy yo, Strike.
-          Ah, hola. – Una parte de mí había estado esperando esa llamada durante los últimos días con impaciencia. - ¿Tienes noticias para mí?
-          Unas cuantas. – Hizo una pausa dramática, de esas que tanto les gustaban. Estuve a punto de gritarle de impaciencia, pero me mantuve en silencio, mordiéndome la lengua. – Nuestra chica ha superado con éxito la misión – sentenció al fin.
-          Pensé que me habías dicho que era imposible que lo consiguiera.
-          Así era. Nadie se explica cómo coño lo ha conseguido, pero ahora estamos seguro de que Tánatos tiene una buena mano esta partida.
-          Cuéntamelo todo con detalle.
Me recosté en la silla, apreté el botón del bolígrafo y lo posé sobre una hoja en blanco, listo para anotar cualquier información que pudiera serme de ayudar para mi próxima misión.
-          En realidad, ni siquiera sabemos muy bien cómo lo hizo.
-          ¿Qué quieres decir? Tenían que haber cámaras de seguridad, ¿no? Y había un montón de guardias en la casa, preparados.
-          Lo sé, créeme. Te contaré lo que sé. Nuestra asesina, y ahora ladrona, se coló en la fiesta que daba la dueña del jarrón. Fue invitada como pareja de un rico heredero que representaba a su padre. Nadie sospechó de ella demasiado, por supuesto. Era solo una chica guapa más. Estuvo en la fiesta durante unas dos horas, según cuentan los testigos. Luego, se excusó para ir al lavabo y desapareció. Nadie volvió a verla.
-          Está claro que fue a robar el jarrón entonces.
-          Hasta ahí también llego yo, Sherlock. Pero, después de eso, ya no sabemos qué paso.
-          Pero…
-          Alguien se encargó de destruir todas las cintas de las cámaras de seguridad, si eso es lo que ibas a preguntar. Lo más curioso es que habíamos dejado a cargo de la vigilancia a uno de los nuestros, un Supra cuya habilidad está relacionado con la tecnología. Puede manejar los ordenadores y comunicarse con ellos como si fueran personas. Muy alucinante. Bueno, a lo que íbamos. Lo dejamos en la sala de control para que se asegurara de que no pasara nada raro y, en caso de que apareciera nuestra asesina, nos avisara de inmediato.
-          ¿Y? ¿Qué pasó con él?
-          Cuando los nuestros fueron a buscar las cintas y a pedirle explicaciones, lo encontraron tirado en el suelo del cuarto… durmiendo como un bebé. No tenía ni un solo rasguño. Es más, parecía absolutamente feliz, como si las Navidades se hubieran adelantado solo para él. Cuando lo despertábamos, nos aseguró que no recordaba nada y no quedaba ni rastro de las grabaciones. Todas destruidas.
-          Mierda. – Lo pensé un segundo. – ¿Sabes? No creo que pudiera hacerlo todo sola.
-          En eso estamos de acuerdo. Los jefes también lo pensaron, así que hemos estado investigando. Nuestra chica llegó a la fiesta en una limusina, con su guapo heredero… y una amiga que está demasiado buena para ser real. Uno de los invitados de la fiesta le sacó una foto, porque se enamoró de ella nada más verla. Déjame decirte que he visto loa foto y que yo también me he enamorado. La mujer más espectacular que he visto nunca. Curvas de infarto, rostro de ángel, piel de caramelo, sonrisa incitante… - La voz de Striker se convirtió en un susurro bajo. Casi podía verlo babeando fantaseando con la beldad que me estaba describiendo, pero yo no estaba interesado en mujeres.
Solo me importaban dos. La que había marcado mi vida de parte a parte, la que me había cambiado, de la que me había enamorado sin remedio y a la que después había perdido, la mujer a la que echaba de menos cada día y a la que nunca volvería a ver… y el objetivo que se presentaba ante mí, al cual tenía que destruir.
-          Céntrate, ¿quieres? Recuerdo que me dijiste que las medidas de seguridad eran de lo más sofisticado que existe, ¿cómo logró superarlas?
-          Y yo que sé. No tenemos imágenes de lo que pasó, así que solo podemos hacer suposiciones. Pero no se me ocurre, ni a mí ni a nadie, el modo de que pudiera atravesar una pared de tres metros de grosor,  de puro cemento, sin desactivar el sistema de alarma y que, una vez dentro, superara los múltiples sensores láser y el sensor térmico, que se activaba automáticamente si cualquier cuerpo humano intruso entraba en la habitación. Nadie se lo explica.
-          ¿Estamos seguros de que esa chica, o lo que sea, es humana? – pregunté de manera sarcástica, por lo que obtuve una sonora carcajada de mi interlocutor.
-          Yo ya lo dudo.
Tabaleé sobre la mesa de madera, intentando buscar una solución para el misterio de cómo una persona normal (bueno, no normal del todo, pero básicamente humana) pudiera llevar a cabo todo eso. Finalmente me rendí.
-          ¿Cómo terminó el asunto?
-          Escapó con el jarrón, pero por los pelos. Al retirar la vitrina, sonó la alarma que lleva incorporado el cristal. Los guardias fueron corriendo de inmediato a ver qué sucedía, pero, para cuando llegaron, el jarrón y su ladrona ya no estaban en la sala. Salió del mismo modo inexplicable que entró. Tampoco encontramos a su amiga por ninguna parte. – Pude percibir, sin verlo, como una sonrisa se extendía por el rostro de Strike. – Realmente, son buenas, ¿eh? Ojalá estuvieran en nuestro bando. Necesitamos más mujeres así en Skótadi.
Me ahorré un nuevo comentario sarcástico. Yo no necesitaba mujeres, de ningún tipo, pero para un hombre común, como era mi contacto dentro de la agencia, siempre era positivo tener cerca a chicas preciosas. Y si estas eran Supras con increíbles capacidades que reportaran beneficios para la organización, mejor aún.

Para vencer aquella partida tenía que atraparlas sin que se dieran cuenta, evitar que sospecharan hasta que ya fuera demasiado tarde. Es decir, tenderles una trampa. Apunté la palabra en el margen superior del informe y la rodeé con un círculo para resaltar su importancia. Casi al instante, se me ocurrió una solución maravillosa.
-          Oye, Strike. ¿Y si les tendemos una trampa usando el jarrón? Les pedimos que vayan a tal sitio a entregarlo y las estamos esperando allí para atraparlas entre la espada de la pared. No se lo verán venir – sonreí, encantado con esa estrategia. Rápida, segura. Ellas no estarían pendientes de un ataque, tendrían la guardia baja, y yo podría hacer mi trabajo sin más complicaciones peligrosas.
-          Es una idea genial. Si no fuera porque ellas han entregado el jarrón a la organización y ellos se encargarán de entregárnoslos una vez paguemos. Mañana les tenemos que entregar el dinero. Así que perdemos pasta y una oportunidad maravillosa de tender una trampa – la voz de Strike rebosaba tanto pesimismo como la mía propia cuando mascullé un “joder”.
-          Parece que se lo hubieran olido – maldije en un susurro. Aquellas chicas debían ser en extremo cautas, porque la mayoría prefería hacer la entrega en persona y recibir el dinero sin intermediarios, que les robaban parte del beneficio.
Era muy extraño que decidieran tomar esa medida, quizá demasiado. Tras pensarlo un par de segundos, lo atribuí a que se trataba de su primera misión y aun no tenían demasiada experiencia, por lo que priorizaban la seguridad a unos beneficios mayores.
-          Y después de todo esto, – retomé el tema - ¿qué quieren los jefes que haga?
-          Aún están decidiendo, pero no creo que tarden mucho en encargártelo. Dentro de dos días como muy tarde. Esas chicas son una amenaza. Eso quiere decir que tienes que andarte con cuidado, Boom.
-          Sí, papá.
-          No me vengas con gilipolleces – Strike volvió a reírse. Oí como masticaba algo crujiente. – Creo que es un desperdicio, la verdad, pero qué le vamos a hacer.
-          O las matamos nosotros, o nos matan ellas. Sabes que esto funciona así. La ley de la selva.
-          Sí, sí. Sé la lección. – Volví a masticar algo y, por el ruido, supuse que serían patatas de paquete. - Bueno, te mantendré informado.
-          De acuerdo.
Sin más palabras de despedida, ambos colgamos. Me quedé observando el teléfono un buen rato, pensando una y otra vez en la conversación que había mantenido con Strike, en lo que él me había contado.
Mis sospechas se habían confirmado: Myst no trabajaba sola.
Lo malo es que aquella misión falsa que les habíamos encomendado no me había servido de ayuda para saber cuáles eran sus habilidades, así que no tenía ni idea de cómo abordar la situación. Ir de frente hasta ella podía ser peligroso si su habilidad le permitía dejarme fuera de combate rápidamente o era de tipo mental.
Si no sabía a qué me enfrentaba, era difícil diseñar una estrategia que me permitiera salir victorioso. Y, además, ahora me tenía que encargar de dos objetivos, no solo de uno. Doble riesgo.
Haciendo un resumen general, no había obtenido casi ninguna información valiosa de que aquella llamada telefónica. Solo que mi asesina no trabajaba sola. Por lo demás, todo alrededor de ella seguía siendo un misterio, aunque estaba claro que tenía recursos suficientes y era valiente. Aunque quizá simplemente fuera despiadada.
Por tercera vez en lo que iba de tarde, suspiré de nuevo. Aquella misión no iba a ser tan fácil como yo pensaba, de ninguna manera. Había demasiadas variables que podían estropearlo todo. Tendría que empezar a idear un plan que se ajustara a las circunstancias en las que me encontraba, que me permitiera acercarme a mi objetivo (que aún no sabía dónde se encontraba, incluso si vivía en mi propia ciudad; tampoco la había visto jamás ni sabía qué era capaz de hacer) sin que ella se percatara hasta que fuera demasiado tarde y no pudiera evitar que la hiciera estallar.
Apoyé la frente sobre las palmas de la mano.
Estaba, indudablemente, jodido.

***
Mientras permanecía sentado en la mesa de la cocina, reflexionando acerca de un modo de cumplir con mi misión y no morir en el intento, no me di cuenta de que Clark se deslizaba en silencio desde la pared detrás de la cual había estado escondido a su habitación.
Al llegar, se sentó en la silla, frente al ordenador. Al igual que había hecho yo, suspiró.
Aun sabiendo que podía estar cometiendo un enorme error, tras haber escuchado mi conversación con Strike desde el principio, oculto tras la pared y atento a todas mis palabras, ahora debía ir en busca de Nox y contarle lo que estaba a punto de suceder. Para protegerme a mí. No del golpe físico que yo esperaba recibir al enfrentarme a un miembro del equipo contrario, si no de la jodida devastación de saber que me habían encargado matar a la mujer de la cual seguía irremisiblemente enamorado. Y encima, teniendo la certeza de que ella no dudaría en atacarme nada más verme y que yo no haría nada por defenderme, no cuando prefería perder la vida por ella.
Aunque su objetivo era noble, tenía un topo oculto en mi propia casa y yo ni siquiera sabía que mi hermano pequeño había traicionado mi confianza e informaba al enemigo de cada uno de mis movimientos. No me enteraría hasta unos cuantos días más tarde, cuando ya fuera demasiado tarde y todo se hubiera precipitado. Pero supongo que así funciona el destino, jugando con nosotros en cada uno de nuestros pasos.


(Creo que a esta entrada le falta algo, pero no sé el qué. Si se te ocurre algo, cualquier detalle, ¿podrías decírmelo en los comentarios? Quizá más adelante recuerde qué es y la modifique. Si es así, pondré un aviso, para que podáis leer los cambios).

lunes, 31 de diciembre de 2012

Y te esfumaste sin ni siquiera decirme adiós.


Madrugada del 6/Noviembre


Detective William Woods 



Jugueteé con la radio en busca de una emisora aceptable, que no pusiera la misma basura repetitiva y sin sentido que la mayoría a esas horas de la noche. A la una de la madrugada, vagamente puedes escuchar algo decente y, encima, hacía un frío de ese que te va calando poco a poco en los huesos, con lo que mi humor empeoraba por momentos.
Suspiré y me repantigué en el asiento del conductor, que había hecho levemente hacia atrás para estar más cómodo durante las largas horas de vigilancia.
Llevaba en aquel callejón casi tres horas. Estaba empezando a pensar que, otra vez, mi presa se me había escapado, escurriéndoseme entre los dedos, incapaz de ser atrapada por mi ignorancia.
Había seguido a mi asesina particular hasta una lujosa mansión a las afueras de la ciudad. Ella había llegado en una cara limusina negra, de ventanas tintadas, colgado del brazo de uno de sus mimados y estúpidos críos de papá que tienen un par de cientos de dólares siempre en la cartera como si fuera carterilla. Aunque seguía odiándola, mi parte masculina supo apreciar su belleza. Llevaba un vestido  hasta las rodillas, de color azul, con escote de esos que se sujetan por detrás del cuello y sin mangas. El cabello, tan largo y negro como una noche sin luna, se le ondulaba en la espalda de forma elegante y se notaba que se había esmerado con el maquillaje, que resaltaba el color azul zafiro de sus ojos, a juego con el vestido.
Pero, aun así, no me olvidé por un momento del monstruo que se escondía tras su apariencia de una chica guapa más, acompañante de un rico.
Detrás de ella, salió de la limusina otra chica, también terriblemente hermosa, de un modo brutal. La clase de belleza que te corta la respiración, pero que, de algún modo, parecía que estaba rodeada de peligro. Ella llevaba un vestido largo de color negro que dejaba a la vista buena parte de la espalda, y también se agarraba a otro niño de papá presuntuoso.
Nada más verlas subir a la limusina, frente a la casa que no había dejado de vigilar, pese a sus advertencias (puede que ella me dijera que esa no era su casa, pero no tenía ninguna otra pista de dónde buscarla, así que no me había marchado de allí), supe que tramaban algo. Estaban demasiado sonrientes, y podía notar la falsedad en la felicidad de sus rostros.
Obviamente, no pude entrar a la fiesta. Solo para invitados, me espetó uno de los seguritas de malos modos. Así que, como último remedio, me quedé esperando en un callejón cercano, a un par de calles de la entrada de servicio para los camareros, desde donde podía vigilar la puerta principal, aunque muy de lejos. Mis amigas no habían salido aun y ya empezaba a sospechar.
Mis sospechas se incrementaron cuando, de pronto, una alarma empezó a sonar a todo volumen. A ese espantoso sonido lo siguieron una gran cantidad de gritos: los invitados asustados, los seguritas organizándose para averiguar el problema, la dueña histérica…
Salí del coche a toda prisa. Puede que fuera una intuición simplemente, pero algo dentro de mí estaba completamente seguro de que, fuera lo que fuera lo que había sucedido en la casa, la asesina a la que yo perseguía era la culpable. Ahora, solo tenía que encargarme de conseguir las pruebas necesarias, las mismas que me fallaron la primera vez que debí atraparla, y todos en la comisaría se darían cuenta de que yo tenía razón, de que aquella chica, por muy bonita que fuera, por muy frágil que pudiera parecer, en realidad era un monstruo. Si conseguía una prueba sólida de su culpabilidad, su apariencia no podría contrarrestarla.
Al mismo tiempo que cerraba la puerta del coche y me calaba bien el abrigo, pues las noches de noviembre se empezaban a tornar cada vez más frías, oí un ruido a mi espalda.
Me giré a toda velocidad.
Ella estaba allí, apoyada contra una pared, jadeando. Ya no tenía puesto su precioso vestido de noche, ni los tacones, aunque seguía estando maquillada y preciosa. El pelo, recogido en una trenza, le caía hasta por debajo de la mitad de la espalda, y sus curvas quedaban totalmente definidas por un traje negro ceñido, de esos que usan los espías y los ladrones en sus atracos nocturnos para disimularse en la oscuridad.
Apretaba contra su pecho lo que parecía un valioso jarrón antiguo, quizá chino por los dibujos que lo adornaban y por el estilo, pero no sabía lo suficiente de arte como para estar seguro.
La asesina mantenía los ojos cerrados y se esforzaba por calmar su respiración agitada sin aflojar la presa firme sobre el jarrón. Parecía histérica. Probablemente, por la alarma que seguía resonando con insistencia. Claramente, ella no había contado con esa complicación.
Ni conmigo tampoco, pensé.
Me acerqué con movimientos silenciosos y veloces. Tenía que pillarla in franganti para que no pudiera haber ninguna duda de que ella era la culpable.
-          Levanta las manos lentamente. Quedas detenida por robo y allanamiento de morada – le espeté una vez estuve lo bastante cerca, a unos dos metros de la pared donde ella estaba apoyada.
Cuando abrió los ojos, pude notar un atisbo de miedo en su mirada. Lentamente, me reconoció y entonces torció el gesto con disgusto, como si yo fuera un niño molesto que se interpusiera en el camino de su madre atareada, en lugar de irse a otro lado a jugar.
-          Detective, ¿continúa usted siguiéndome?
-          No la sigo. Acudo a la escena de un delito y detengo a una culpable. Ahora, dese la vuelta y levante las manos.
Ella tuvo el descaro de dirigirme una media sonrisa burlona antes de obedecerme. Puso las manos por encima de la cabeza tras darse la vuelta.
Me acerqué lentamente, temiendo que pudiera esconder un arma y me atacara cuando fuera una presa fácil, demasiado cerca de ella para esquivar su golpe.
Como miembro del cuerpo de la ley, sabía el procedimiento para evitar esa jugada en un detenido posiblemente peligroso. Pasos cortos, vigilancia de movimientos. Extraje mis esposas de reserva, puesto que las otras las había tenido que devolver cuando me obligaron a tomarme esas “vacaciones”, por culpa de ella.
Cuando agarré sus manos, la apreté contra mi cuerpo para evitar cualquier movimiento extraño que pudiera desembocar en una pelea cuerpo a cuerpo, aunque estaba seguro de que ella no tenía la fuerza necesaria para vencerme en esa clase de lucha. Aun así, preferí evitarlo.
Nuestros cuerpos chocaran con suavidad. Entonces, me invadió su aroma: suave, femenino, una especie de olor a flores silvestres y… a lluvia. Era raro, pero olía a lluvia, aunque de forma muy leve. Me quedé quieto un segundo, intentando identificar a más profundidad el aroma. Ella me miró por encima de su hombro. Su sonrisa se había ensanchado.
-          Vaya, detective. Si sigue así, no vamos a poder seguir negando la química sexual entre nosotros.
-          No diga tonterías – murmuré con frialdad.
Ella se rio y movió con suavidad sus caderas, que reposaban sobre las mías. Me obligué a respirar hondo y a serenarme. Porque, por mucho que supiera que ella era una asesina cruel y despiadada, seguía siendo una mujer joven y preciosa. Y yo era, al fin y al cabo, un hombre.
Para librarme de la tensión que se extendía dentro de mí, empecé a esposarla. Bajé una de sus manos y cerré alrededor las esposas; luego, repetí el proceso con la siguiente, colocando ambas tras su espalda, de modo que no pudiera utilizarlas.
-          Esposas, ¿eh? – Volvió a reírse, de una forma que hizo que me diera un escalofrío. - Debí suponer que le gustaban esta clase de jueguecitos.
Ignoré deliberadamente su comentario. Solo me estaba provocando, con sus curvas en ese traje ceñido, su risa, su olor. Maldita sea, ¿por qué mi cerebro se empeñaba en olvidar que ella era un monstruo?
Probablemente, porque ella había tenido razón. De algún modo, había surgido la química, aunque no podía entender cómo, cuando yo solo había buscado desde el principio detenerla y demostrar que decía la verdad al acusarla. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero el miedo que me había atenazado la primera vez que la conocí se había ido disipando a medida que la veía día tras día, paseando como una persona normal, riendo, comprando café en cantidades industriales, tanto para ella como para su extraña amiga. Verla allí fuera, como una ciudadana más, había hecho que dejara de temerla.
Y ahora, con nuestros cuerpos tan cerca y ella con esa sonrisa pícara, sentía que la parte primigenia de mí, la que se dejaba guiar por puro instinto, se sentía atraída por ella. Aunque mi parte racional la odiara.
Recurrí a mi disciplina y me concentré en la tarea que estaba llevando a cabo.
-          Señorita… - mierda, en ese momento tenía que decir su nombre. Pero no lo sabía. Algo tan simple y aun no lo había descubierto, tras permanecer una semana siguiendo todos sus movimientos (siempre que no desaparecía de pronto, que era a menudo).
-          Myst – respondió ella de pronto.
-          ¿Myst?
-          Ajá. Así es como me llama todo el mundo.
-          Pero no es su nombre real – afirmé, estrechando los ojos. ¿Se pensaba que me iba a engañar con ese nombre tan falso? Parecía de un cómic o algo así.
De pronto, en sus ojos brilló una chispa de tristeza y melancolía. Levantó la vista al cielo estrellado e inspiró hondo.
-          Ahora sí lo es. El otro ya no servía. – Lo dijo en un leve susurro que se perdió con una brisa de viento, pero pude escucharlo.
-          ¿Qué quiere decir?
Por toda respuesta, ella se encogió de hombros, dejando claro que no iba a hablar más del tema. Puestas así las cosas, yo también decidí pasar del asunto, aunque me picaba terriblemente la curiosidad después de esa extraña confesión.
-          Señorita… Myst – fruncí los labios, pero continué – queda usted detenida por allanamiento de morada y robo. Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado y/o a tener a uno presente cuando sea interrogada por la policía. Si no puede contratar a un abogado, le será designado uno de oficio. – Lo recité de memoria. Lo había dicho medio millón de veces en el trabajo, puesto que era obligatorio repetirlo cada vez que arrestábamos a un sospechoso.
Myst se rio ante el discurso.
-          Siempre había querido oírlo en persona después de ver tantas series malas de polis. – Me miró sonriendo y se alejó un par de pasos de mí. Luego, se giró, por lo que nos quedamos frente a frente. Sin los tacones, era casi seis centímetros más baja que yo y mucho más delgada. – Pero no hay ninguna razón para que me detenga. Esos cargos son falsos – enarcó una ceja y supe reconocer el desafío patente en el gesto, lo que me hizo apretar la mandíbula.
-          Oh, venga ya. Te he pillado escapando de la propiedad con un jarrón robado.
-          Primero, no es allanamiento porque he sido invitada a la fiesta. Puede preguntarle a mi acompañante. Le daré su nombre, dirección, y el prestigioso apellido de su familia. – Me dedicó un gesto de suficiencia con la cabeza. Ambos sabíamos que eso era cierto, yo la había visto entrar del brazo de aquel idiota rico y, como buen estúpido con dinero, contaría con los mejores abogados.
Resoplé.
-          De acuerdo, quizá puedas justificar tu entrada en la casa, pero, ¿qué pasa con el robo?
-          ¿Robo? ¿Qué he robado? – entonces, esbozó una sonrisa de victoria. - ¿Ahora nos tuteamos, detective?
En ese momento me di cuenta de dos cosas. La primera, que se me había escapado usar la segunda persona del singular al hablar con ella y había abandonado la seguridad que daba el trato de usted con un detenido. La había tratado con familiaridad. Al igual que a un conocido, no como a un criminal. Pero ese era un error leve comparado con lo otro que había pasado por alto.
El jarrón, el que ella había sostenido contra su pecho cuando la vi por primera vez, había desaparecido. Cuando levantó las manos por detrás de la cabeza, ya no lo tenía y no la había visto deshacerse de él. ¿Cómo era posible? ¿Lo había escondido? Había tenido que ser muy rápida, puesto que yo no le había quitado el ojo de encima y no me había dado cuenta de nada.
-          El jarrón… - susurré.
Repasé el lugar una y otra vez con la vista; cada sombra, cada rincón. No había grietas. Ningún sitio donde ella pudiera haberlo metido, y menos en tan poco tiempo.
-          No es posible – mi voz se llenó de pesimismo al darme cuenta de lo que acaba de pasar.
Había vuelto a derrotarme. Unos pocos minutos antes, había estado a punto de atraparla con las manos en la masa, en medio de un robo, y ahora no tenía absolutamente nada. No podía acusarla de allanamiento porque ella tenía razón, había sido invitada a entrar en la casa. Y el jarrón, la prueba fehaciente del delito, ya no estaba. Se había volatilizado delante de mis narices y, sin él, no tenía nada. Nada de nada. No podía acusarla.
Ni siquiera pensé en las cámaras de seguridad o en posibles testigos. Por mi experiencia, sabía demasiado bien que no encontraría nada de eso.
Había perdido.
-          ¿Ve, detective? Ya le dije que no había motivo para que me esposara. – El tono de humor en su voz hizo que me hirviera la sangre de pura rabia y tuve que morderme la lengua para contener las ganas de empezar a gritar improperios en medio de la noche.
Maldita fuera. Me había dejado engañar como un gilipollas. Había perdido la concentración, pensando en tonterías libidinosas en lugar de centrarme en terminar el trabajo. ¡Joder! Ella me había utilizado como había querido, fingiendo estar atrapada cuando en realidad ella era el gato que había colocado la trampa. Y yo había caído de lleno como el idiota que era.
La miré con todo el odio que bullía en mi interior. Aquella parte recóndita que por un segundo la había encontrado atractiva había quedado ahogada por todos los sentimientos negativos que tenía sobre ella, por todos los pensamientos de rabia y frustración, y las ganas de matarla.
Ella me devolvió la mirada y suspiró. De pronto, parecía terriblemente cansada de aquel juego.
-          Ya se lo dije, detective. Le dije que esto iba más allá de sus límites, pero usted se obstinó en no creerme. Ahora, no puede culparme. Se lo advertí.
Entonces, ella levantó la mano. Miré su mano, extendida entre los dos, al principio sin darme cuenta de lo erróneo de la situación. Su mano, pequeña y delicada, estaba levantada hacia mí, sosteniendo las esposas que yo había colocado apenas unos momentos antes alrededor de sus muñecas, tras su espalda.
Pero ahora, esas mismas esposas estaban en su mano y ella estaba libre.
Cogí las esposas de forma automática. Las observé durante un par de segundos, buscando el punto donde ella debía haberlas roto, de algún modo que no conseguía comprender, para liberar las manos. Pero no había ninguno. Las esposas estaban perfectas y… aun cerradas. Era imposible.
-          ¿Cómo? – susurré. - ¿Cómo lo has hecho, maldita sea? – La miré, esperando una respuesta. Alguna solución a los misterios que se me iban amontonando.
-          Yo… no soy una persona normal, detective. – Se encogió de hombros. – Pero eso ya lo sabe.
-          No… no lo entiendo. – Bajé la mirada. No podía seguir contemplándola. Ahora parecía más humana que nunca, puesto que en su rostro había un gesto de compasión que me producía temblores. – Todo lo que te rodea, cada detalle que he descubierto sobre ti… no tiene ningún sentido. Haces cosas imposibles. Desapareces al girar una esquina sin más, como si te evaporaras en el aire. Te pierdo de vista con un simple parpadeo. Haces desaparecer el jarrón ante mis ojos y ni siquiera me doy cuenta. Y ahora… - apreté las esposas en un puño hasta que sentí como el frío metal se me clavaba en la piel, llevado por la desesperación. - ¿Cómo es posible? ¿Por qué parece que cuando tú estás cerca, la realidad se convierte en fantasía?
-          Yo… Lo siento – susurró ella de pronto. Levanté la vista. Myst había vuelto a clavar la mirada en el cielo estrellado sobre nuestras cabezas. - ¿Qué estoy haciendo? Juré vengar a mi hermana, pero ahora me estoy convirtiendo en uno de los mismos monstruos que acabaron con ella. No debí meterte en esto, detective. No debí comportarme como lo hice en la comisaría.
Ella retrocedió un paso. Las sirenas de policía, que habían empezado a oírse desde hacía un par de minutos, acercándose cada vez más, ahora se habían detenido frente a la casa. Myst miró hacia allí y su rostro se convirtió en piedra, con una determinación férrea. Estaba a punto de huir.
-          Dímelo. Dime qué es lo que se me escapa.
Ella me miró de nuevo. Sus ojos dudaron un instante, retrocedió otro paso. Entonces, adoptó una mueca de tristeza y agitó la cabeza levemente. Los policías se estaban acercando, podía oír sus voces. Habían tardado un poco más debido a la lejanía de la casa, pero ahora ya no tardarían más de unos pocos segundos en recorrer cada centímetro buscando al culpable.
-          ¿Que qué se te escapa? Supongo que yo. – Esas fueron sus últimas palabras. Luego, su cuerpo desapareció por completo, dejando tras él unas leves volutas de humo blanco que fueron arrastradas por la brisa de aquella fría noche de noviembre.



(Adiós, 2012. Ha sido un placer. Y bienvenido, 2013.)