(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


miércoles, 17 de abril de 2013

Lágrimas bajo la lluvia.


8/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst



A pesar de que llovía a cántaros, en ese momento no sentía frío. Probablemente, cuando volviera a casa, sí lo sentiría en la piel, en la ropa pegada, y en el pelo empapado que me pesaba sobre los hombros, pero justo en ese instante, apenas me daba cuenta de las gotas que me iban calando poco a poco los huesos.
Había vagado por la ciudad durante un rato, aunque no sabía exactamente cuánto, en forma de humo blanco. Sin ningún lugar a donde ir, me había limitado a dejar que me arrastrara la corriente, hasta que me había hartado de estar en forma gaseosa y había vuelto a materializarme, sin preocuparme demasiado dónde estaba.
Por pura casualidad, me encontré en mitad del parque que se encontraba medio kilómetro al norte de nuestra casa, más o menos. La oscuridad me envolvía como un manto, atenuada levemente por la luz de las pocas farolas que se extendían por el camino de piedras que discurría entre los altos árboles. Aquella noche, la luna no brillaba en el cielo, oculta tras un espeso muro de nubes negras, que también tapaban las estrellas, aumentando aún más la oscuridad del parque. Vagué por el sendero, sin tener en cuenta la dirección de mis pies. Mientras andaba, casi con los ojos cerrados, me centré el ruido nocturno del mundo vegetal a mi alrededor para no pensar en nada. No quería recordar a Jack mirándome como si fuera lo más bello y lo más terrible que hubiera visto, todo al mismo tiempo. No quería volver a oír las palabras que me había gritado con la voz impregnada de tristeza y desesperación. No quería recordar los motivos que me habían llevado a entrar en Tánatos. No podía soportarlo, aun no. Recordar a June, la pequeña June, con su enorme sonrisa (con los dientes ligeramente separados de un modo que siempre me había parecido adorable) y sus ojos, un poco más claros que los míos, me hacía daño de un modo físico, igual que si alguien me estuviera apretando la garganta para ahogarme despacio, o como si, de algún modo, me estuvieran clavando puñaladas directamente en el corazón.
Así que, para eliminar cualquier de esos pensamientos de mi cabeza, escuché, perdiéndome en el sonido de los grillos, que actuaban en privado aquella noche, solo para mí. El ulular de un búho perdido en el espesor de los árboles. El susurro de las hojas al ser movidas por el viento. Y, poco a poco, el crescendo de las gotas de lluvia chocando contra el suelo, cada vez más rápido, con más fuerza.
Podría haberme refugiado bajo las frondosas copas de los árboles, pero seguí caminando. El movimiento de mis pies era un alivio leve, pero necesario, al igual que cerrar los ojos y dejarme llevar por la nada que había tras mis párpados. Casi no notaba la lluvia cayendo sobre mi cuerpo, ni su frialdad, porque nada importaba. De algún modo, después de cuatro años corriendo, escapando, huyendo del pasado, este me había alcanzado de lleno. Me había golpeado con demasiada fuerza, cortándome la respiración, y dejándome sin la energía para levantarme y volver a la pista de juego. Estaba cansada de correr, de esconderme. De intentar ser una persona que no era, porque ese era el único modo de sobrevivir en aquel mundo asfixiante.
Aunque lo había intentado con todas mis fuerzas, no había logrado erradicar los sentimientos. Desde que había conocido a Sam, había deseado ser como ella, eliminar todas las emociones que me hacían vulnerable y ser fuerte, fría, indiferente. Conseguir que nada me afectara para ser capaz de vencer a todos mis demonios. Pero, tras todo ese tiempo, seguía siendo dolorosamente humana. Experimentaba con la misma fuerza que siempre; solo con el recuerdo de la cara de June ya emergía una garra fría en mi pecho que me atenazaba por dentro.
Probablemente, no estaba hecha para ser la asesina en serie que me habían entrenado para llegar a ser. Tenía las capacidades, y mi habilidad me ayudaba de manera indudable, pero, por dentro, era débil. Había tratado de ocultarme esa verdad a mí misma, y al resto del mundo, pero ahora ya no había modo de hacerlo. Volver a ver a Jack había sido como destapar la caja de Pandora y ahora estaban allí todos los horribles sentimientos que había tratado de mantener bajo llave lejos de mí. La tristeza, la impotencia. La angustia desgarradora, el sufrimiento que me hacía temblar.
Para aquel momento, empapada hasta la médula, ya no me quedaban fuerzas para seguir andando. Estaba demasiado agotada, incapaz de mantener en pie un mundo que se desmoronaba rápido, muy rápido.
Me detuve en mitad del sendero, con las rodillas temblorosas, y abrí los ojos. Aparte del camino, que seguía discurriendo entre los árboles, vi un pequeño parte infantil. No era una gran cosa, apenas un tobogán, un balancín, un barco para que los niños corretearan y un par de columpios, casi escondidos detrás de un roble. El viento balanceaba los columpios, que emitían un chirrido discordante.
Ladeé en la cabeza. Sin poder evitarlo, recordé la vez que, siendo ambas dos niñas pequeñas, June y yo habíamos ido juntas al parque con nuestra madre. Yo debía de tener unos ocho años y June, cuatro. Fue la única vez que mamá nos llevó al parque, quizá porque en aquel momento su doctor había disminuido la dosis de su medicación y por eso tenía ganas de salir de casa, en lugar de permanecer encerrada en su habitación como hacía el resto del tiempo.
Recordaba perfectamente a mi madre, con su cabello corto de color castaño claro, tratando de empujarnos a ambas al mismo tiempo, y las dos gritando y riendo. Ambas llevábamos un vestido idéntico, solo que el de June era más pequeño que el mío. Mientras nos columpiábamos, nos mirábamos la una a la otra, compitiendo por llegar más alto, sin dejar de reír.
Las imágenes se reproducían en mi casa a cámara lenta. Me tambaleé, con las piernas casi incapaces de sostener mi peso, hasta los columpios, y me senté allí. El agua que se había almacenado me mojó la parte de atrás de los vaqueros, pero ni siquiera me molesté en prestarle atención.
Las lágrimas, al escapar de mis ojos, se mezclaban con las gotas de lluvia que no cesaban de caer, por lo que, de algún modo, realmente parecía que no estaba llorando; simplemente, miraba al cielo y la lluvia me mojaba la cara. Aunque, por supuesto, no era así. Mi llanto silencioso dio salida al sordo dolor que se me había instalado en el pecho en las últimas horas.
Tampoco podría decir cuánto tiempo estuve llorando sola sentada en el columpio. Quizá fueron quince minutos, o quizá horas. La noche estaba demasiado cerrada para calcular el paso de las horas mediante el movimiento de la luna o las estrellas. Por un instante, sentí que de pronto, estaba en ninguna parte, encerrada en el vacío a solas con el sufrimiento que portaba como eterno compañero desde hacía cuatro años. Lloré entonces por mi hermana muerta, por no haber podido salvarla aquella maldita noche. Lloré por mi madre, que había sido incapaz de superar la desaparición de su hija. Lloré por Sam, cuyo pasado le había proporcionado una vida vacía de sentimientos. Lloré por Jack, que había tenido que abandonarme aun amándome, simplemente porque deseaba protegerme. Porque prefería mi seguridad a su felicidad. Y, sobre todo, lloré por mí misma.
Finalmente, el sonido de unas pisadas en la tierra húmeda, aplastando las hojas que el otoño había arrancado de los árboles, me interrumpió.
No me molesté en levantar la vista. Me daba igual quién fuera mi acompañante o qué quisiera. Solo quería que desapareciera; tanto él como todo el mundo, hasta dejarme a solas con mi corazón desgarrado.
Pero el desconocido no oyó mi muda súplica, por lo que siguió caminando hacia mí. Consideré entonces la posibilidad de un atracador nocturno, o un violador, que hubiera creído encontrar en mí una víctima vulnerable a la que atacar en medio del silencio de la oscuridad. Esbocé una lúgubre sonrisa. De ser así, aquel bastardo estaba a punto de recibir su merecido. Aun guardaba un cuchillo en la manga de la camisa, cuyo frío filo me helaba la piel empapada.
Se paró detrás de mí, a tres o cuatro metros. Sentí sus ojos observándome, pero no dijo ni una sola palabra. Finalmente, cuando el silencio se hizo insoportable y venció la curiosidad, giré la cabeza.
El detective William Woods tenía una expresión seria en el rostro, que se tornó en sorpresa cuando se dio cuenta de mis ojos rojos de llorar y la expresión desamparada que llevaba en la cara. Alejó la vista, incómodo, pero no se marchó, aunque yo había dudado mucho que fuera a hacerlo. Si había algo que ese hombre era, era tenaz. Jamás había visto a nadie tan persistente en mi vida.
-          Vaya, detective. Tiene un don para llegar en los peores momentos – a pesar de que mi voz no fue más que un susurro, resonó con fuerza en la quietud que nos rodeaba.
Él carraspeó y volvió a mirarme. Le dediqué una sonrisa triste antes de darme la vuelta de nuevo, para excluirlo a mi espalda. Empecé a balancearme en el columpio, moviendo las piernas lentamente para proporcionarme una leve oscilación.
Los pasos a mi espalda se reanudaron. Pero, en lugar de alejarse y desaparecer, se acercaron hasta que el detective se sentó en el columpio a mi lado. Se abstuvo de mirarme, pero yo no tuve la misma consideración. Clavé la vista en él. A la tenue luz de la farola, su piel parecía más pálida, pero sus ojos mantenían el profundo color verde de siempre, que me hacía recordar a la hierba en verano. Sus facciones podrían haber resultado demasiado duras de no ser porque tenía los labios carnosos (el inferior ligeramente más grande) y unas pestañas tupidas que resaltaban aún más el color de sus ojos. Sam tenía razón. Era muy guapo. Además, tenía un cuerpo bien formado. Alto y musculoso, probablemente por el entrenamiento para llegar a ser policía.
Él me miró de reojo, pero desvió la vista rápidamente al darse cuenta de mi escrutinio.
-          Debe de ser una gran decepción.
-          ¿El qué? – preguntó rápidamente. Su voz sonaba tensa.
-          Descubrir que, al fin y al cabo, soy humana. – Desvié la mirada hacia los árboles que estaban frente a nosotros, mientras seguía columpiándome. – Que no soy el monstruo sin sentimientos que usted creía.
-          ¿Y por qué eso iba a ser una decepción?
Los dos hablábamos en un tono bajo e íntimo, aunque en la soledad del parque no hubiera nadie para escucharnos. Me encogí de hombros suavemente.
-          Supongo que es mucho más fácil odiar a alguien cuando piensas que es un monstruo.
Él no respondió inmediatamente. El silencio que nos rodeaba solo estaba roto por nuestras respiraciones y los grillos, que continuaban cantando sin descanso.
-          No te odio – musitó por fin.
-          ¿Ah, no? Pues parecería que sí.
El detective se removió en su asiento y, finalmente, suspiró.
-          Me gustaría odiarte. Al principio lo hacía, la verdad. – Se detuvo y dudó. – Pero…
-          ¿Pero?
-          Ahora te conozco demasiado para poder seguir haciéndolo. – Sonaba cansado. – Me he pasado persiguiéndote suficientes días como para descubrir que no eres mala persona, solo una persona a la que le han pasado cosas malas.
-          ¿Y cómo has llegado a esa conclusión? – apenas pude contener el dolor que me embargaba. La voz se me quebró en la última palabra, mientras nuevas lágrimas caían por mis mejillas.
-          Lo sospeché desde la segunda vez que hablamos, después del interrogatorio. Y también cuando no me mataste el día que robaste el jarrón, cuando sabías que podía haberte delatado. Aunque supongo que no había estado seguro hasta ahora.
La lluvia seguía cayendo, ahora con menos ímpetu que antes. El detective tampoco tenía paraguas, así que ambos estábamos empapados por completo. El cabello oscuro se le pegaba a la frente y a la nuca, con diminutas gotitas resbalando por su cuello. Llevaba una camiseta sencilla, negra, que se había pegado a su torso por culpa de la lluvia.
Sin saber qué responder, me limité a columpiarme un poco más fuerte, con la mirada perdida entre el follaje.
-          No creo que seas un monstruo – continuó él, al ver que yo no decía nada. – Pero sí sé que hay algo en ti que te hace diferente… especial. Y… solo quiero entenderlo todo, Myst.
Me giré sorprendida hacia él. La forma en la que había pronunciado mi nombre… había sido como una caricia, a la vez tierna y electrizante. Era la primera que me llamaba directamente así, sin formalidades de por medio.
El detective… William me miraba fijamente, con intensidad. Me sonrojé sin poder evitarlo al percibir la fuerza de sus ojos y retrocedí un poco. Había algo demasiado íntimo en la manera en la que en ese momento me estaba mirando.
Busqué algo que decir, cualquier cosa, para poder romper el momento, temiendo las consecuencias de lo que sucedería si seguíamos ese camino. Esa noche yo estaba demasiado destrozada para razonar, y eso podría implicar una decisión de la que me acabaría arrepintiendo.
-          ¿Por eso has venido? ¿Por las respuestas? – tenía la boca seca.
Después de un largo instante de inmovilidad, en el que permaneció atrapándome con sus ojos, asintió lentamente. Al moverse, parte del hechizo se desvaneció, pero la situación seguía siendo demasiado personal para mi gusto.
-          Quiero saber la verdad. – Afirmó con rotundidad.
-          No puedo contártela.
-          ¿Por qué no? – adoptó un leve tono de súplica.
-          Porque… - vacilé – está prohibido. Somos un secreto.
-          ¿Quiénes sois un secreto?
Observé fijamente a William, intentando discernir cuánto podía contarle. La regla número uno de la organización era no desvelar nuestro secreto, nunca decir quiénes éramos en realidad, pero… él ya sabía mucho más de lo que debía, así que, quizá, si se lo explicaba todo, pudiera evitar daños mayores que con la verdad a medias.
Lo calibré lentamente y él mantuvo mi mirada mientras duraba mi escrutinio, con firmeza y seguridad.
-          Está bien – acabé accediendo. – Te contaré lo suficiente para que puedas entender. Pero hay condiciones.
Me levanté del columpio sin esperar su respuesta y empecé a andar por el sendero. De inmediato, él se levantó de un salto y me alcanzó con facilidad, manteniendo mi paso sin problema, pues sus piernas eran más largas que las mías y su zancada, mayor.
-          ¿Condiciones? – preguntó con renuencia. - ¿Qué clase de condiciones?
-          Bueno… - reflexioné un segundo. – Antes que nada, tienes que invitarme a un café.
Él me miró como si estuviera loca.
-          ¡Pero si son casi las cinco de la madrugada! – exclamó, escandalizado.
Sonreí sin poder evitarlo y lo miré con la diversión brillando en mis pupilas.
-          Siempre es buen momento para un café.

sábado, 30 de marzo de 2013

¿Cómo es posible que detrás de tu rostro ahora solo haya una fría desconocida?


8/Noviembre


Jack Dawson (Boom



En el segundo en el que vi su rostro, el tiempo se detuvo, se dilató y se convirtió en una eternidad. Se paralizó mientras yo me quedaba quieto, incapaz de respirar con normalidad y con el corazón atascado en la garganta.
Cuando entré corriendo en la habitación, no me fijé demasiado en ella en particular. Al principio, estaba demasiado sorprendido de que de repente hubieran aparecido en la habitación dos mujeres, cuando un momento antes la casa estaba por completo vacía. Busqué una puerta por la que hubieran podido entrar, pero no vi nada.
La solución de ese misterio pasó a un segundo plano cuando contemplé a la chica de cabello rubio rojizo y facciones perfectas, que mantenía una expresión neutra, como si nada en el mundo pudiera sorprenderla, aunque Dios mismo bajara a su piso y mantuviera una charla con ella. Me perdí en su rostro nada más verla. Era la mujer más atractiva que había visto jamás, de un modo sensual y peligroso. Podía sentirlo en el modo en el que se me erizaba el vello de la nuca. Tras una vida expuesto a situaciones arriesgadas, en las que había acabado demasiadas veces al borde del abismo, muy cerca de pasar al otro lado, sabía reconocer a la perfección un amenaza cuando estaba tan cerca de mí, y ella, con su belleza cautivadora, lo era. A los ojos de un inexperto, podría haber parecido inofensiva, pero si te fijabas con atención, se podía ver el brillo letal en sus pupilas, la fría determinación de quien no teme enfrentarse a la muerte cara a cara.
Tardé mucho más de lo habitual en fijarme en la otra chica porque la primera me había impresionado sobremanera.
Finalmente, cuando conseguí apartar mis ojos de ella y los dejé vagar por la habitación, tropecé con su mirada. Con sus enormes ojos azules, al principio llenos de sorpresa y después de desconcierto, para al final oscurecerse de dolor. La segunda desconocida elevó las manos y se tapó con ellas la boca entreabierta, de la cual había escapado un sonido ahogado de sobresalto y angustia. Retrocedió un paso, con la vista aun clavada en mí, con una expresión idéntica a la que hubiera podido tener alguien que estaba viendo aparecer un fantasma en medio de su casa. Lentamente, una lágrima se escapó y recorrió su mejilla derecha.
Identificarla me costó muchísimo, teniendo en cuenta que me había pasado los últimos cuatro años intentando grabar su rostro a fuego en mi mente, persiguiendo su recuerdo en las sábanas de cualquier mujer que quisiera pasar la noche conmigo. Aunque había conseguido mantener viva su imagen en su mente, me costó reconocerla porque había cambiado. Su pelo era más largo de lo que lo había sido cuatro años atrás y estaba claro que era más adulta, más mujer. Ya había perdido las últimas redondeces el rostro, propias de la infancia, y dejado atrás por completo la adolescencia. Su cuerpo también había madurado del todo, mostrando ahora unas curvas más definidas y femeninas que las que recordaba.
Pero los ojos seguían teniendo el mismo azul intenso en el que yo me había pasado días y días buceando sin descanso; la piel permanecía pálida, de aspecto frágil, marcada por las pequeñas venas que se escondían tras su piel. La boca de sensuales labios, la nariz pequeña, el contraste de color entre su cabello y sus ojos con la piel.
Físicamente, era bastante similar a la muchacha de mis recuerdos. La diferencia, la razón por la que no la pude reconocer nada más verla, no estaba ahí. No era algo tan notable como un corte de pelo o un tinte.
El cambio estaba en ella misma.
Ya no se mantenía encogida, como si tratara de empequeñecerse y esconderse del mundo, si no erguida. Sus ojos, a pesar de que ahora estaban llenos de angustia, no mostraban la inseguridad que había estado permanentemente en ellos.
Podía recordar a la perfección que sus pequeñas manos de uñas cortas siempre estaban temblando. Lo recordaba porque siempre las atrapaba entre las mías para detener aquel movimiento inconsciente, como una forma de jurarle protección. Ahora ya no temblaban.
Pero, a pesar de todo ello, seguía siendo ella. Una punzada me atravesó el corazón, mientras ella retrocedía medio paso más, alejándose de mí lentamente.
-          ¿Annalysse…? – susurré, sin poderme contener.
Llevaba cuatro años obligándome a reprimir el sonido de su nombre en mis labios, sabiendo el dolor que conllevaba pronunciarlo en voz alta cuando ella no iba a responder a la llamada. Me había prometido no volver a decirlo nunca, aunque no dejara de pensarlo ni un solo día de mi vida. Me prometí mantenerla oculta en mi coraza, donde nadie supiera que mi corazón todavía sangraba por la chica a la que había amado. A la que aún amaba.
Me había obligado a mí mismo a pensar que jamás volvería a verla. Me había asegurado de que ella nunca quisiera buscarme, rompiendo su corazón. Me había marchado a otra ciudad, aunque su recuerdo jamás me había abandonado. Sí, la había seguido amando, pero a la suficiente distancia como para no tener la tentación de volver junto a ella y abrazarla contra mi pecho para siempre, negándome a separarme de su pequeño cuerpo nunca más.
Y ahora… ella estaba frente a mí, como un espectro surgido de ninguna parte para atormentarme y aliviarme a partes iguales. Verla me había desgarrado por dentro como nada más habría podido hacerlo, pero, al mismo tiempo, me llenaba de una felicidad que sabía que solo estando a su lado podría alcanzar.
Definitivamente, me había convertido en un estúpido masoquista.
Y ella era mi dolor favorito.
Avancé un paso hacia ella.
En ese momento, sucedieron varios cosas a la vez. Sentí la mano de Clark en mi hombro, instándome a detenerme, mientras la expresión de Annalysse se contraía un poco más de angustia y sufrimiento y empalidecía incluso más de lo habitual. Parecía a punto de desmayarse.
Por otro lado, la otra chica, a la cual había olvidado tras ver a Annalysse, se movió en ese momento, situándose frente a su compañera, protegiéndola con su cuerpo a medias de mi mirada y mis avances. Desvié la vista hacia ella casi perezosamente, puesto que no quería dejar de contemplar a Annalysse por un segundo, temeroso de que desapareciera.
La expresión de la chica era una fría mueca de desprecio y algo similar al odio. Sus ojos relucían fieros, duros como el acero, y pude comprobar mirándolos que su belleza era solo una mera distracción. La realidad que se escondía era la de una depredadora y, por la forma en la que me contemplaba, no tuve ninguna duda de que deseaba convertirme en su próxima presa… y no de una forma agradable.
No sabía quién era ella, pero estaba claro que la chica sí me conocía. Y me odiaba.
La mano de Clark me retenía con fuerza. Cuando le dirigí una mirada de soslayo, me di cuenta de su expresión preocupada, de su ceño fruncido, de sus labios apretados en una línea. Me miró con seriedad y negó con la cabeza, pero tan aturdido como estaba en ese momento, no pude entender el mensaje que intentaba transmitirme en silencio.
Volví a mirar a Annalysse. Sentí una punzada de alivio al comprobar que seguía allí.
Lentamente, ella, sin apartar sus ojos abiertos de par en par de mí, empezó a desvanecerse. Su cuerpo se distorsionó, como un holograma que desaparece poco a poco. Su piel comenzó a convertirse en jirones de un humo blanco que se mezclaban con el aire que entraba por la ventana entreabierta. Su rostro se volvió borroso ante mis ojos, mientras yo me quedaba paralizado, incapaz de comprender qué sucedía. Intenté acercarme más a ella, pero tanto la mano de mi hermano como la expresión amenazante de la otra chica y la daga que sostenía me obligaron a detenerme.
Ante mi atónita mirada, Annalysse desaparecía de nuevo. Quizá aquella vez realmente no volviera a verla. Ella estaba huyendo de mí, aun sin borrar de su cara aquella expresión de profunda angustia que había tenido desde que me vio llegar a la habitación. Quise decir algo para que se quedara conmigo, sabiendo que no podía soportar de nuevo el dolor de su pérdida, pero no pude pronunciar ninguna palabra.
Y, de pronto, algo cambió en ella.
Justo antes de desvanecerse del todo y desaparecer sin dejar rastro, se detuvo. Su cuerpo no era del todo sólido, pero todavía podían apreciarse los contornos de su figura y los detalles de su cara. Sus ojos azules se volvieron entonces de hierro, con determinación. Su boca dejó de estar entreabierta de asombro y pena, para convertirse en una fina línea de furia. Apretó los puños y volvió a adoptar su apariencia normal, corpórea por completo. Su mirada se clavó en mí y en ella no quedaba ni rastro de la chica a la que conocí. En aquellos ojos azules ya no estaban el miedo y la inseguridad de cuatro años atrás, no quedaba ni un ápice de la chica asustada que se aferraba a mí como si la vida se le fuera en ello. Había recuperado la seguridad en sí misma que ya había visto chispear en sus ojos. De algún modo, en los últimos cuatro años desde la última vez que la había visto, que la había besado y tocado, Annalysse había cambiado por completo, dejando atrás el miedo para ser la persona fuerte y segura que ahora tenía delante. Una completa desconocida con el aspecto de la chica a la que yo seguía amando.
-          No sé qué haces aquí – pronunció las palabras con lentitud, con deliberación, como si las degustara antes de lanzármelas cual cuchillos afilados – pero deberías largarte.
Con dolorosa claridad, me di cuenta de que su voz tampoco había cambiado. Al menos, no su timbre, aunque su tono ahora era duro, inflexible. Nada de los titubeos que antes habían protagonizado nuestros diálogos, ni las palabras tímidas susurradas en mi oído. Habló con firmeza, y su tono resultó casi dañino.
La otra chica se relajó ligeramente al oír a su compañera hablar con tanta seguridad, sabiendo que había recuperado el dominio de sí misma. Su expresión se aligeró un poco, aunque seguía habiendo resentimiento en sus ojos. Se sentó en el sofá y empezó a juguetear con el cuchillo que seguía en su mano.
La mano de Clark apretó un poco más fuerte, pero lo ignoré.
Necesitaba quedarme allí. Necesitaba… que Annalysse volviera a ser la chica que yo conocí y amé, porque no podía soportar a la fría desconocida que había ocupado su lugar.
-          Annalysse… - susurré, mi voz impregnada de nostalgia.
Ella apretó la mandíbula.
-          Ya no me llamo así – me espetó. – Dejé de ser esa persona hace mucho tiempo.
Sus palabras cayeron como una losa sobre mí y me tambaleé ligeramente. ¿Qué le había pasado a mi mundo? ¿Por qué de repente todo estaba boca abajo? ¿Por qué se me estaba cayendo todo lo que había construido para siempre, directamente sobre la cabeza?
-          No entiendo… - musité.
Ella avanzó un paso hacia mí, rodeada de un aura de rabia y odio que me provocó un leve escalofrío. Cuando nuestras miradas se cruzaron, pude ver que me odiaba de todo corazón, y esa confirmación hizo que me desgarrara por dentro.
-          ¿No te has dado cuenta? – ella ladeó la cabeza. Un nuevo sentimiento en su voz: desprecio.  – Ya no soy la chica asustada que tú conociste. Ya no huyo de todo y de todos, ya no me escondo. Ahora soy lo suficientemente fuerte como para enfrentarme al mundo y salir victoriosa. – Se detuvo y su voz titubeó un momento. Cuando habló de nuevo, sus palabras estaban cargadas de dolor. – No me quedó más remedio que ser fuerte.
La contemplé fijamente, intentando traspasar sus defensas, el escudo tras el cual se mantenía. Y vi el sufrimiento que la había llevado a ser la persona que era ahora.
-          ¿Qué te ha pasado? Por el amor de Dios… ¿Qué te llevo a ser… así?
Ella desvió la vista, en un intento de que no viera las lágrimas que se habían conglomerado en sus ojos.
-          ¿Que qué me ha pasado? – susurró con voz rota. – La vida me pasó por encima. Me arrolló y me dejó en una cuneta desangrándome. ¿Que cómo llegué a ser esta persona? ¡Porque me obligué a sobrevivir, joder! – gritó, perdiendo el control.
-          Annalysse…
-          ¡Ya te he dicho que no me llamó así! – se giró hacia mí, furiosa. – Annalysse murió hace cuatro años. Era débil y no tenía nadie que la protegiera, así que acabó por desaparecer. Ahora solo estoy yo, el monstruo frío y sin sentimientos. Siento mucho si te llevas una decepción, Jack, pero estoy es lo que soy ahora – levantó las manos, con ambas palmas hacia arriba, y me sonrió con desprecio. – Los restos de una chica a la que le arrebataron el corazón. Los despojos que sobrevivieron.
Me temblaban las rodillas, pero me mantuve en pie. Quería gritar. De dolor, de furia, de impotencia. Quería gritar hasta que todo desapareciera, hasta que todo volviera atrás. Pero no había modo de cambiarlo. Un estremecimiento de baja intensidad se adhirió a mi piel, que empezó a calentarse, pero me obligué a controlarme.
-          Dime que no fue culpa mía – supliqué. – Dime que esto no fue el resultado de lo que te hice.
Ella me miró con desdén.
-          No puedo negar que contribuiste.
-          ¡No pretendía que nada de esto sucediera! – grité yo también, abandonando mi intento de contenerme. La vibración de mi cuerpo subió de intensidad. – Solo quería protegerte, maldita sea.
-          ¡Protegerme! ¡Cómo te atreves! – volvió a apretar los puños y entrecerró los ojos, furibunda. - ¿Cómo coño pretendías protegerme de ese modo, Jack? ¿De qué modo abandonarme era una forma de protegerme?
-          ¡Estar conmigo solo te hubiera causado daño! Soy un veneno, joder.  No quería que tú también acabaras contaminada.
Ella lanzó una dura carcajada sin pizca de humor.
-          ¿Y esa era tu forma de solucionarlo todo? ¿Salir corriendo? – Golpeó la pared con el puño, incapaz de contener la rabia que la desbordaba. -  Te marchaste sin ni siquiera dejar una nota, Jack. La noche anterior estaba acurrucada en tu pecho, escuchando los latidos de tu corazón mientras me quedaba dormida, con tus brazos rodeándome, y por la mañana, estaba sola entre las sábanas vacías. ¿Cómo crees que me sentí? – gritó. Las lágrimas se desbordaron por completo, empapando su rostro; sus mejillas sonrojadas por los sentimientos que la ahogaban. - ¿Sabes lo duro que es que la persona que amas, a la que le has entregado todo tu corazón, toda tu confianza, se marche sin una maldita despedida? ¿Sabes lo que es esperarla durante horas, con el desayuno preparado, sin que nunca volviera a atravesar la puerta? Sin ni siquiera saber por qué. – Su voz se quebró. – Pensé que te había pasado algo terrible. No podía creer que me hubieras abandonado.
Se detuvo, respirando con esfuerzo.
Bajé la mirada al suelo, sintiendo por primera vez con demasiada intensidad el sufrimiento que había causado. Sabía que a ella le dolería, pero nunca me detuve a pensar cuánto, porque yo estaba demasiado ocupado sobrellevando mi propia condena. Pero ahora, escuchándola, incapaz de replicar, pues carecía de excusas, me di cuenta de lo egoísta que había sido.
-          Dime, Jack. ¿Tanto te costaba decirme adiós? – las lágrimas resonaban en su voz. - ¿Tanta prisa tenías por escapar de mí que ni siquiera pudiste quedarte unas horas más para decirme la verdad? Yo te amaba, ¿sabes? Y tú me abandonaste, como a un juguete en el que se ha perdido el interés. Nunca signifiqué nada para ti, ahora lo sé.
-          ¡Sí! – vociferé. - ¡Yo también te amaba, maldita sea!
-          Entonces, ¿por qué? – exigió saber. - ¡Explícamelo!
-          Mi vida es peligrosa. Cuando mis padres murieron, me quedé solo y con un hermano al que había prometido cuidar – la mano de Clark se aflojó y desapareció de mi hombro. – No tenía nada. Nada. Así que hice lo único que pude, lo único para lo que servía. Entré en una organización y vendí mi habilidad. – Bajé el volumen hasta el susurro. – Yo soy el monstruo. Yo soy el que mato gente a cambio de dinero.
Con un movimiento rápido, dejé a la vista la marca de Skótadi que me habían tatuado en el hombro en cuanto entré a formar parte de la organización: dos espadas cruzadas con un símbolo similar a un ojo entre ambas.
-          Demasiada gente quería matarme. No podía arriesgarme a que fueran a por ti. Por eso me fui. Para que no pudieran dar contigo. Y sabía que solo así podría dejarte. – Tomé aire profundamente. - Porque si permanecía un segundo más a tu lado, no podría alejarme nunca de ti.
Durante un segundo, el silencio se instaló de forma tensa entre ambos. Luego, de pronto, ella se rio, pero de nuevo se trataba de un sonido carente de humor. Era más bien descorazonador.
-          Qué ironía. Tú tratando de salvarme…  - se bajó la manga de su camisa hasta revelar el tatuaje de su muñeca – cuando yo acabé eligiendo un destino mucho peor.
Reconocí de inmediato el símbolo que me mostraba. Lo había visto muchas veces, en fotos, en personas, en cadáveres. Tánatos.
Se me secó la boca y estuve a punto de caer desplomado sobre las rodillas ante aquella revelación. Temblé de forma incontrolable y me agarré a la butaca que había cerca de mí para mantenerme en pie.
-          No es posible. – Gemí.
-          Ya ves, Jack – replicó ella, tapando de nuevo el tatuaje. – Al final me condené de igual manera.
-          Entonces, tú también eres… una Supra.
Ella me dirigió una mirada desapasionada.
-          Sorpresa.
-          Pero… pero… no es posible. – Repetí, estancado. – Nunca me dijiste nada. Nunca hiciste nada extraño.
-          Podría decir lo mismo de ti, ¿no crees? – esbozó una sonrisa socarrona. – Supongo que los dos sabemos guardar muy bien nuestros secretos – se encogió de hombros y me dio la espalda, dirigiéndose hacia la ventana, que seguía entreabierta.
Se apoyó en el alféizar mientras yo repasaba la situación en mi mente, buscando la lógica a todo aquello.
-          Pero… antes no tenías el tatuaje. Cuando estábamos juntos.
Sin mirarme, ella negó con la cabeza, con la vista perdida en la calle. La suave brisa nocturna jugueteaba con su melena negra.
-          Entré a formar parte de Tánatos después de que me dejaras.
-          ¿Por qué? -  contuve el “¿por mí?” que estuvo a punto de escapar de mis labios.
En esta ocasión, tardó mucho en responder. Se dedicó a contemplar la calle, en un silencio que solo se veía interrumpido ocasionalmente por algún conductor tardío que recorría la ciudad de madrugada.
-          Después de que… tú te fueras – musitó, su voz apenas un susurro, tan bajo que tuve que esforzarme para oírlo; percibí con claridad su terrible dolor, el temblor de sus piernas, la forma en la que sus hombros se habían encorvado – yo estaba destrozada, claro. Pero no te preocupes, eso no me llevó hasta Tánatos.
>> No. Poco tiempo después, pasó algo terrible, algo que acabó conmigo por completo.
Se paró e inspiró hondo, buscando fuerzas para continuar. No me atreví a interrumpirla.
Se volvió hacia mí nuevamente ante de seguir.
-          Una noche, mi hermana pequeña, June, y yo fuimos a cenar juntas. No sé si te acordarás de ella. Todo el mundo decía que se parecía mucho a mí, aunque ella era más resulta, más despreocupada, más divertida – se encogió de hombros, embargada de nostalgia. – Aquella noche yo no quería salir, pero ella me obligó, diciendo que ya no soportaba verme por más tiempo llorando en la cama. Después de cenar, unos amigos le propusieron ir a dar una vuelta. Yo me negué y volví a casa, pero June fue con ellos. Me dijo que no tardaría mucho, una hora o dos.
Bajó la vista y se mordió el labio.
-          Aquella fue la última vez que la vi. Montada en la parte trasera del coche de una de sus amigas, sonriendo y despidiéndose con la mano. La esperé hasta muy tarde despierta, pero no volvió. Tampoco lo hizo a la mañana siguiente. Ni nunca. Aquella noche secuestraron y mataron a mi hermana pequeña.
Sentí como sin un golpe me sacara todo el aire de los pulmones de golpe.
-          Dios mío.
Había conocido a June. Era una chica feliz, despierta e inteligente. Y sabía lo estrecha que era la relación entre las dos hermanas, porque ella era la única que persona a la que Annalysse quería más que a nada en el mundo.
Y sabía por experiencia propia lo que era tener un hermano pequeño al que tienes que cuidar y proteger, así que podía comprender con perfecta claridad lo desgarrador que debía haber sido todo aquello. La culpa que la acompañaría para siempre, aunque ella no hubiera sido realmente la que lo hubiera causado.
-          Pero… ¿quién?
-          La mafia rusa, según descubrí. Algunos testigos vieron cómo se la llevaban. – Hizo una leve pausa, intentando afrontar el dolor de la pérdida. – Por eso entré a formar parte de Tánatos. – Levantó la vista y pude ver la resolución en sus ojos, mezclada con una pizca de satisfacción macabra. – Quería ser fuerte. Quería venganza. – Las comisuras de sus labios se elevaron para mostrar una sonrisa dura. – Me pasé cuatro años entrenándome hasta lograr ser la asesina perfecta y, cuando lo logré, maté uno a uno a los hijos de perra que me arrebataron a mi hermana. Y créeme, me aseguré de que cada uno sufriera tanto como lo hice yo.
Sus ojos brillaron rememorando su venganza, el modo de hacer justicia por su hermana. Aquel acto de venganza era lo que la había llevado a entrar a formar parte de una organización de crimen organizado… sabiendo que una vez entras, nunca puedes volver a salir. Entró en una mafia para vengarse de otra.
Y en ese momento, todas las piezas se unieron en mi mente con inesperada facilidad.
-          Eres tú – aseveré. – Eres el nuevo miembro de Tánatos, la sanguinaria y cruel asesina a la que todos temen. – Mi objetivo.
Ella me dedicó una nueva sonrisa burlona.
-          Ahora ya sabes quién soy. Soy la venganza de mi hermana muerta. Soy la chica a la que le destrozaron el corazón y abandonaron, sin una mísera nota de despedida. Soy el sufrimiento en carne viva, la desesperación. Soy la obligación de ser más fuerte que el mundo, de no dejar que nadie nunca más vuelva a aplastarme. – Hizo una reverencia. – Soy una Supra. Soy parte de Tánatos, la temida asesina que destaca entre las filas de criminales. Mi nombre ahora es Myst.
Me miró con dureza una vez más, sus labios contraídos en una mueca, sus ojos aun brillantes de furia. Me di cuenta de que se había hecho daño en la mano cuando había golpeado la pared, porque un hilillo de sangre recorría sus nudillos.
-          No soy la chica a la que conociste. – Concluyó. – Y la persona que soy ahora te odia con tanta fuerza como antes te amé. Por eso, Jack, te aviso. Nunca, jamás, quiero volver a verte. No vuelvas a mi piso. No te atrevas a entrar en mi vida. Porque, si lo haces, te juro que te mataré.
Con esas últimas palabras, Myst cerró los ojos y su cuerpo se disolvió hasta convertirse en humo blanco, intangible, que se dispersó por la habitación hasta desaparecer por completo. 

viernes, 22 de marzo de 2013

No podríamos impedir para siempre lo inevitable.


8/Noviembre


Clark Dawson (Flames



Tras la marcha de Myst, me quedé solo en el piso en el que ambas vivían. Myst me había hecho prometer que no me marcharía hasta que ella volviera y aclaráramos toda la historia del secuestro, así que no me quedaba más remedio que permanecer solo en la casa vacía, por lo que me puse a curiosear a mi alrededor.
El salón, que era donde me encontraba, parecía normal. Había un sillón grande de color beige, en el que podían sentarse como mínimo tres personas, y una butaca de un tono más oscuro. Frente a estos, se encontraba un gran armario empotrado con una televisión pequeña que había salido al mercado hacía unos cuantos años. El resto de estantes del armario estaba repleto de libros. Completamente lleno, amontonados unos encimas de otros. Excepto en las bibliotecas públicas de la ciudad, nunca había visto una colección semejante, y además era variada, desde guías de viaje de países exóticos hasta novelas clásicas como Crimen y castigo, incluyendo también otros autores importantes como Kafka o Dickens.  También había numerosas novelas contemporáneas, media docena de libros de poesía, unos cuantos de teatro, al menos seis o siete libros para aprender hablar diferentes idiomas (ruso, alemán, francés…) y enormes tomos científicos, que versaban de diferentes temas, como astronomía o genética.
Había un par de novelas cuyo lomo estaba doblado, síntoma claro de que sus páginas habían sido leídas muchas veces. Una de las chicas, o a los dos, eran lectores ávidas.
Pero, aparte de los libros, la habitación tenía un aire impersonal, debido a la ausencia notable de recuerdos personales. Solo había dos fotos en la estantería, ambas de las dos muchachas. No había ninguna de familiares u otros amigos. No había figuritas o recuerdos. Solo un reloj que marcaba las dos y media de la madrugada y una pequeña caja de música que no toqué.
Las paredes estaban también casi desnudas, a excepción de un espejo de buen tamaño.
Parecía la casa de alguien que se acaba de mudar o de una persona que no quería coger cariño al sitio donde vivía. O de una persona que había dejado atrás su pasado y no quería ver nada que lo trajera de vuelta.
Conocía de primera mano el último caso.
El piso donde vivía no era muy diferente a ese, en realidad. La misma frialdad, las paredes vacías, los marcos de fotos ausentes. Los únicos recuerdos que conservaba estaban en un álbum en el fondo del armario de mi habitación, escondidos en la casa. No eran hogares, en realidad, solo lugares donde matar el tiempo en el que no tenían que estar en otro sitio. Un sitio funcional para comer, dormir, y darte una ducha.
Si no hubiera sido por el montón de libros y los pocos objetos personales, incluso podría haber parecido una habitación de hotel.
Me adentré por la casa. La primera habitación con la que me topé fue la cocina-comedor, que poseía más vida y personalidad que el salón. Había recipientes de comida desperdigados por ahí, un paquete de galletas a medias sobre la mesa, un paño sobre una de las sillas. Incluso había un par de figuritas de un gato y un perro sobre el microondas, y alguien llenado la nevera de imanes de distintas formas y colores, lo que le daba un toque de color a la sala.
Seguí recorriendo la casa, en un intento por conocer mejor a sus habitantes.
La siguiente habitación era un dormitorio, claramente femenino, pero eso no revelaba nada. Intenté descubrir si sería de Nox o de Myst observando el caos reinante en la sala, con un montón de ropa sin doblar sobre una silla, una caja de zapatos tirada bajo la cama, y un paquete de patatas en la mesa de noche.
Las paredes estaban pintadas de un escandaloso color amarillo, con varios pósters de películas (curiosamente, en todos aparecía en primer plano un actor guapo y joven) en las paredes. La cama, el elemento principal de la estancia, era de matrimonio, y destacaba por las mantas con dibujos de estrellas y algún que otro cometa.
Tras echar una ojeada a la ropa tirada por todas partes, supuse que se trataría de la habitación de Nox, puesto que era su estilo habitual para vestir, y no creía que Myst hubiera cambiado tanto en cuatro años como para abandonar su costumbre habitual de dejarlo todo ordenado a su paso. Al menos, durante la época que pasó con mi hermano, siempre fue así, recogiendo la casa y limpiando. No la recordaba como una maniática de la limpieza, pero tampoco la veía reflejada en el desorden que tenía ante mis ojos.
Decidí investigar un poco más a fondo. En la cómoda había una caja repleta de artículos de maquillaje y un par de botes de cremas.
Justo cuando había cogido un artículo extraño, algo así como un tubo largo y fino con un mango que parecía necesitar ser enchufado a la corriente eléctrica, sonó el timbre de forma estridente en el silencio nocturno que impregnaba la casa.
Durante un segundo, me quedé paralizado, mirando embobado hacia la puerta sin saber qué hacer. No podía ir a abrir la puerta tranquilamente… ¿o sí?
No era mi casa. No tenía derecho.
Pero… si alguien estaba tocando en la madrugada, debía ser algo importante, ¿no? ¿Quién molestaría a las dos y media si no fuera por un asunto urgente?
Dejé el objeto sin identificar en su sitio y caminé con lentitud hacia la puerta, como si creyera que la persona del otro lado pudiera escucharme acércame a ella. No encendí ninguna luz, pero había dejado la del salón encendida, y no podía estar seguro de que no se viera desde fuera. Miré por la mirilla con cuidado y entonces definitivamente me quedé paralizado de la sorpresa.
Al otro lado de la puerta, estaba mi hermano, Jack Dawson en persona, tocando en la puerta de la casa de su antiguo amor sin saberlo.
¿Cómo me ha encontrado?, me pregunté, desesperado.
Mi cerebro aun no era capaz de procesar la situación, mucho menos de buscar un modo de salir de semejante embrollo. Mientras intentaba pensar, Jack se impacientó y volvió a tocar el timbre, con insistencia, dos, tres veces. Sabía que había alguien en la casa y era lo suficientemente cabezota como para quedarse esperando hasta que abrieran.
Volví a mirar por la mirilla. Tenía ojeras bajo los ojos y el rostro contorsionado de preocupación. Su mirada brillaba con desesperación. ¿Qué habría pasado?
Entonces, me di cuenta. Habría llegado a casa hacía algunas horas. Me habría buscado, llamado al móvil medio centenar de veces, sin respuesta. Por eso mostraba semejante preocupación en su mirada, por eso estaba allí. Me estaba buscando y, de algún modo, había acabado dando con el lugar donde me encontraba, el mismo lugar en el que debía evitar que estuviera.
Tras tomar aire y armarme de valor, abrí la puerta rápidamente y compuse una sonrisa.
-          ¡Jack! – dije, intentando sonar despreocupado. - ¿Qué haces tú aquí?
Su mirada se tornó oscura y apretó los puños hasta que sus nudillos se quedaron blancos.
-          Hijo de perra… - susurró. -  ¿Te crees muy gracioso o qué?
-          ¿Qué quieres decir? – fingí desconcierto, intentando hacerle creer que no entendía qué estaba mal con mi comportamiento. Era una salida estúpida, pero no se me ocurría nada mejor, y en pocos minutos volverían Myst y Nox. Y ese encuentro era algo que realmente deseaba evitar.
-          ¡Clark, joder! ¡Llevo horas buscándote! ¿Qué coño haces aquí? – aunque no elevó el tono, para no llamar la atención de los vecinos de la planta, su tono reflejaba una intensa furia. - ¡Podrías haberme avisado, maldita sea! Casi me muero de preocupación.
-          Ya te he dicho muchas veces que eres demasiado sobreprotector – chasqueé la lengua.
Apretó la mandíbula, en un intento de controlar la rabia.
-          ¿Demasiado protector? Joder, Clark, sabes todo lo que he hecho durante todos estos años para mantenerte a salvo. Cosas de las que no me siento orgulloso en su mayoría, pero que necesitaba hacer para que estuvieras… estuviéramos bien. Así que no atrevas a echarme nada en cara. ¡Solo te pido que me avises cuando te marchas de madrugada, para no pasarme horas consumido por el miedo de que te hayan asesinado!
Reculé ante el sufrimiento que embargaba su voz. Consideré sus palabras, dejé caer los hombros y suspiré, derrotado.
-          Tienes razón. Lo siento, Jack. Vámonos.
Hice ademán y de cerrar la puerta a mi espalda, pero mi hermano la detuvo colocando el pie antes de que se cerrara por completo. Maldije en silencio.
-          No tan rápido.
Pensando tan rápido como era posible, intenté buscar una excusa creíble para largarnos de allí lo antes posible, pero no se me ocurrió nada que Jack pudiera creerse. Antes de que pudiera evitarlo, volvió a abrir la puerta por completo y entró en el piso. Entré detrás de él y dejé la puerta abierta.
-          ¿No podemos irnos? – pregunté con voz queda.
-          No, aun no. Primero quiero saber quién vive aquí y por qué vienes a esta casa a las dos de la mañana – exigió, enarcando una ceja.
Desde donde él se encontraba, se veía el salón, y recorrió con un vistazo rápido la habitación. No encontró nada especial en su reconocimiento, por lo que volvió a encararme, esperando explicaciones.
-          Te lo contaré en casa – dije de inmediato, ansioso por salir de allí.
-          Mejor ahora – replicó.
-          Por favor, Jack. Por… favor. Vámonos.
Mi hermano me sopesó nuevamente, desconcierto ante la súplica de mis palabras.
-          Clark… ¿qué pasa? – preguntó con voz más suave, abandonando por completo su furia anterior.
Negué con la cabeza, frustrado, sin saber qué más hacer o decir para lograr sacar de allí a Jack. No podía explicarle la verdad, porque eso daría lugar a un montón de explicaciones y quizá él quisiera quedarse y ver a Myst. Ella me había prometido matarlo si volvía a verlo y sabía perfectamente que mi hermano no se defendiera de un ataque proveniente de ella, no cuando su corazón aun tenía su nombre grabado a fuego en él.
Además, tras ver a Myst a través de la imagen de las cámaras de vigilancia, sabía perfectamente que podía matar a mi hermano sin ningún problema si deseaba hacerlo. Y la habilidad de él serviría de poco si no podía tocar un cuerpo tangible. Maldita sea, ella siempre había sido su debilidad, incluso desde un punto de vista físico, aparte del sentimental.
Ya que no podía hacerlo entrar a razón, decidí recurrir a otros métodos más emocionales.
-          Te lo contaré en casa. Salgamos de aquí – miré a ambos lados, simulando una mirada de terror. – Aquí no estamos seguridad – y, en realidad, no mentía.
-          Clark, no pasa nada. Te protegeré…
-          No puedes – susurré. – Esta vez, no podrás hacer nada.
-          ¡Qué dices! – ahora sí parecía alarmado, ante la amenaza de un peligro que no conocía pero que sentía acecharlo en cualquier parte. Me agarró de los hombros. – Por favor, dime que pasa. ¿Estás bien?
-          Jack… No es por mí… - Musité. – Si vuelven… tú…
-          ¿Yo qué?
Levanté la vista del suelo, donde la tenía clavada, para mirar sus ojos, de un color tan similar a los míos, salvo por un par de tonos de diferencia. Los de Jack eran más color avellana y los míos más oscuros.
Abrí la boca, pero no tenía ninguna respuesta que darle que no fuera la aplastante verdad.
Se me habían acabado las excusas, las mentiras. Nunca se me había dado bien nada de aquello, yo no era el hermano fuerte. Yo era el que se quedaba en casa y hacía el trabajo detrás del ordenador, sin vivir ninguna de primera mano, solo a través de la pantalla. Y ahora estaba de mierda hasta el cuello.
Estaba a punto de soltarlo todo, de contar hasta el último detalle, cuando una voz femenina emergió del salón.
-          Vaya viaje más movidito. – Gimió Nox.
Jack se giró a la velocidad del rayo y por su rostro pasó primero la sorpresa y después el desconcierto. Me miró durante una fracción de segundo. A pesar de que agarré la manga de su camisa, el intento de detenerlo fue vano, y antes de que pudiera evitarlo, estaba entrando por las puertas de la sala, seguido por mí de cerca, mientras Myst respondía.
-          Lo siento, no conocía muy bien el camino. Y había… - sus palabras se quedaron atascadas en la garganta cuando nos vio a Jack y a mí en la puerta.
En los siguientes segundos, el silencio solo fue roto por el sonido de nuestras respiraciones. Yo permanecía detrás de Jack, mirándolas alternativamente a ambas.
Nox estaba sentada en el sillón grande, con una expresión resentida y furiosa en el rostro, o tanto como pudiera serlo siendo ella. Se levantó de un salto y se sitúo frente a su compañera de armas, como si estuviera protegiéndola del peligro.
Jack evaluó a las dos mujeres como posibles enemigos.
Myst simplemente se quedó paralizada. Sus ojos estaban abiertos de par en par, desenfocadas, y una lágrima se había deslizado por su mejilla derecha. Se tapó los labios entreabiertos con la mano y emitió un pequeño sonido de angustia.
Entonces, de algún modo, como si hubiera reconocido su voz o su rostro hubiera encajado en su memoria, mi hermano imitó su gesto de profunda sorpresa.
-          ¿Annalysse…? – susurró, su voz impregnada de dolor.