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martes, 23 de octubre de 2012

Doscientos kilómetros por hora no son suficientes para huir de la realidad.


30/Septiembre


   Jack Dawson (Boom



Encendí otro cigarrillo y aspiré con fuerza. Me concentré en observar cómo salía el humo de mis labios entreabiertos, cómo el viento lo arrastraba de un lado a otro, cómo desaparecía sin dejar rastro, convirtiéndose en nada.
Cerré los ojos. Una brisa de viento onduló la hierba a mi alrededor y yo, tumbado sobre ella, flexioné y estiré los dedos lentamente, concentrándome en ese simple movimiento. Luego, imaginé que los cuatro últimos años nunca habían sucedido. Por un segundo, me torturé con un presente alternativo, uno que se había borrado del golpe cuando la perdí aquella noche.
Cuatro años. Ya habían pasado cuatro años (y dos meses).
Imaginé que su mano estaba aferrada a la mía, de la forma en la que solía hacerlo cuando paseábamos juntos. Ella siempre decía que yo era su ancla, la persona que la mantenía fija al mundo; que, sin mí, saldría volando y acabaría estrellándose contra algún asteroide y nadie volvería a saber de ella. Que, por eso, se aferraba a mis manos y a mi cuerpo con fuerza, para no abandonarme nunca.
Y yo sonreía, siempre sonreía, como el idiota enamorado que era, y que aun seguía siendo. Solo que ahora la realidad me había pegado una paliza y me había dejado desangrándome en una cuneta, incapaz de pedir ayuda ni de lograrla por mí mismo. Muriendo lentamente, degustando el sabor frío de un futuro desolador, y sabiendo que, en cualquier momento, mi corazón dejaría de latir y a mí ya no me importaría.
Alejé todos esos pensamientos de mi mente y volví a centrarme en la ensoñación de volver a tenerla junto a mí, en ese bosque perdido. Intenté recordar su risa. Entonces, me di cuenta horrorizado de que casi había olvidado los matices de ese sonido o el tacto de sus labios.
Cuatro años es mucho, muchísimo tiempo, sobre todo cuando no la tenía a ella a mi lado para recordarme cómo era ser feliz, aunque solo fueran tres segundos al día. La memoria se me estaba oxidando. Ese siempre había sido mi mayor terror, el que me secaba la boca y me provocaba taquicardias. No podía olvidar nada de ella. Nada. Quería tenerla conmigo aunque solo pudiera ser en forma de recuerdos y sueños.
Le di otra calada al cigarro y me concentré más. Recreé su melena corta  apoyada en mi hombro y su mano apoyada dulcemente en mi pecho. Por un segundo, su tacto fue real. Pero solo era mi mente, por supuesto.
Annalysse tiene los ojos azul oscuro y en sus pupilas siempre había miedo, me dije a mí mismo. Ese era un detalle visible en sus gestos. Ella era incapaz de mantener la mirada fija en los ojos de otra persona, se aterraba ante cualquier ruido que sonara con fuerza en la oscuridad de la noche y sus manos siempre mostraban un ligero temblor. Todo ello se debía a que, una vez, de pequeña, había estado a punto de ser secuestrada.
Desde entonces, todo le daba miedo. Huía de los callejones en los que se había roto alguna farola, nunca se acercaba a desconocidos si podía evitarlo y se tensaba cuando alguien le hablaba mientras andaba por la calle, aunque solo fuera una anciana para preguntarle la hora. Veía amenazas tras cada sombra.
Yo me había empeñado en ser, a la vez que su ancla, su escudo. Ella se aferraba a mí y yo le decía una y otra vez que no permitiría que nadie, nunca, le hiciera daño. Annalysse me miraba con la duda patente en la mirada. ¿De verdad puedo creerte? Me preguntaba solo con los ojos. Como respuesta, la apretaba contra mi pecho y le besaba el cabello. Sí, sí.
Pero la inseguridad nunca la abandonaba. Ella sufría, y yo con ella. Odiaba verla encogerse cuando se tumbaba para dormir, como si quisiera hacerse muy muy pequeña para que nadie pudiera verla. Me moría por rescatarla de esa condena, pero nunca supe cómo. Ninguna de mis palabras logró cambiarla, ni tampoco mis actos. Solo podía permanecer con ella hasta que me creyera…
Abrí los ojos y me senté. Tiré la colilla al suelo, me puse en pie, la aplasté con la bota.
Había acabado. Yo ya no era su ancla, ni su escudo, ni su amante. Probablemente, ni siquiera fuera un pensamiento en su mente durante una milésima de segundo al día. Cada cual había tomado su camino y, por mucho que yo deseara regresar al pasado, no había nada que pudiera hacer para lograrlo.
Solté una amarga carcajada en la soledad del bosque. ¿De qué coño me estaba quejando?
Al fin y al cabo, todo, todo, era culpa mía.
El móvil sonó en el bolsillo interior de la chaqueta. La música, Highway to hell, resultaba apropiada de un modo lúgubre para el momento.
Cogí el aparato y lo miré durante un par de segundos, deliberando acerca de destruirlo para siempre. Estaba harto de él.
Con un suspiro, acepté la llamada.
-          ¿Qué?
-          Yo también me alegro de oírte, Jack – replicó una voz masculina al otro lado de la línea, con tono mordaz. – Solo me preguntaba si seguías vivo.
-          Ya ves que sí.
Me acerqué a la moto y me apoyé sobre ella, contemplando el bosque a mi alrededor. Realmente, no sabía dónde estaba. Solo había conducido hasta allí siguiendo la primera carretera que encontraba, intentando perder a la realidad de vista. No lo había logrado, por descontado, pero aquel espacio verde en medio de ninguna parte al menos era un buen lugar para estar solo.
-          ¿Por qué no te vas a la mierda, eh? – me espetó Clark con frialdad.
-          ¿No te has dado cuenta de que ya vivo ahí?
Mi interlocutor hizo un sonido de disgusto y soltó una palabrota en voz baja. Sonreí un poco, sabiendo que había conseguido sacarlo de quicio.
-          Está bien, Jack. – De pronto, su voz cambió. Bajó de volumen y se llenó de una especie de miedo extraño. - ¿Has leído el periódico hoy?
-          No, he estado… - miré el paisaje que me rodeaba. No había una explicación lógica, así que me limité a no dar una. – No importa. ¿Algo que deba saber? – Debía ser algo sumamente importante para que Clark reaccionara así.
-          No – respondió demasiado rápido. Luego, retrocedió, dándose cuenta de su error, pero ya era tarde. – Quiero decir, nada grave. Lo único… relevante es que, quizás… bueno…
-          Escúpelo de una vez, Clark – exigí impaciente.
-          Podría ser que haya alguien nuevo en la ciudad.
Cambié el teléfono de oreja. La noticia era ligeramente rara, sin duda, porque hacía años que no entraba nadie en nuestro mundo, pero tampoco era para reaccionar así. Entrecerré los ojos, intentando descifrar aquellas crípticas palabras, pero no se me ocurrió nada.
Tendría que volver a casa e interrogar a mi hermano personalmente para sonsacarle la verdad.
-          Oye, tengo que encontrarme con Strike en media hora. No creo que tarde mucho. Y, luego, - mi voz se tornó amenazadora – volveré a casa, ¿vale?
-          Sí… Hasta luego.
Clark cortó la llamada. Observé el móvil unos instantes, volviéndome a plantear su destrucción. Podría estrellarlo contra un árbol y ver como sus circuitos se desparramaban por la alfombra verde del suelo.
Suspiré una vez más. Guardé el móvil, le quité el soporte a la moto y la arrastré hasta la cuneta a través de los árboles, dejando un sendero con forma de neumático a mi espalda y una colilla gastada aplastada contra la tierra.
Y luego, me fui tal y como había llegado, demasiado rápido, huyendo.

1 comentario:

  1. ¿Sabes esa sensación de odio y frustración que uno tiene cuando se va el internet instantes antes de que una descarga importante y que has estado mucho tiempo pendiente de ella finalice? Pues así me siento yo ahora. Eres rematadamente cruel. Otra vez me dejas así, con esta intriga, aunque me hago un poco la idea de qué pone el periódico, ¿tal vez algo que ver con lo que pasó en la primera entrada de esta historia?
    Yo pensaba que la más triste y fragmentada iba a ser Annalysse, no Jack. Pero ya veré cuando hables de ella.
    Pues a mí me ha gustado más esta entrada, tiene como más sentimiento.
    Oh,oh, por cierto, felicidades por la apertura de este nuevo blog cuyo nombre es perfecto *-* Eso es que al final Annalysse y Jack acaban juntos de nuevo ♥

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