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domingo, 5 de mayo de 2013

Al final, el destino siempre juega en nuestra contra.


8/Noviembre


Jack Dawson (Boom) 



Aunque hacía ya bastante que la moto había superado los doscientos kilómetros por hora, aceleré un poco más, logrando que ronroneara con más fuerza entre mis muslos. La carretera volaba bajo mis ruedas y el viento, gélido a esas horas de la madrugada, era lo único que enfriaba el ardor que se extendía con rapidez bajo mi piel, arrasando toda cordura a su paso. Sentía los músculos tirantes y un leve cosquilleo que crecía más y más entre los dedos, en los hombros, en el cuello y en las ingles.
Conocía suficientemente bien las señales para saber lo que inevitablemente iba a pasar. Lo único que podía hacer (lo que estaba haciendo) era retrasar levemente el momento, hasta que consiguiera llegar a mi destino. Pero no me quedaba mucho tiempo; por eso había dejado atrás todos los límites de velocidad, volando sobre dos ruedas en mitad de la noche. Durante un tiempo, una fugaz sirena de policía me había seguido en la oscuridad, pero había acabado dándose por vencida al verme desaparecer a toda velocidad delante de ella. Hasta para la justicia era ya una causa perdida, como también lo era para mí mismo.
Había olvidado la chaqueta al salir precipitadamente del apartamento cuando Annalysse… Myst desapareció. Ni siquiera me había molestado en averiguar que estaba pasando, solo necesitaba largarme a toda prisa antes de explotar en medio del salón por el caos de emociones que me hacía temblar. Una vez sobre la moto, todo había sido más fácil. Ninguna sensación se podía igualar a correr como un demonio por las calles vacías: la adrenalina burbujeando en mis venas, el regusto del aire nocturno en la boca, la lluvia mojando mi piel y aliviando el fuego de mi sangre. Y, aun así,  seguía sin ser suficiente. No había podido calmar del todo la vibración, solo había conseguido reducirla un poco. Pero eso era algo normal, algo que yo ya sabía: ella era más fuerte que cualquier otra cosa en el mundo, me alteraba de un modo que desafiaba a toda lógica. Y ahora, con su imagen en mi cabeza, era incapaz de concentrarme en nada más. El recuerdo de sus ojos azules cargados de dolor me llevaba justo al límite del control, donde el paso siguiente hacia el abismo colorearía el mundo del color rojo del fuego.
Esa era la otra razón por la que yo era tan jodidamente peligroso. Porque, cuando no me controlaba rígidamente, manteniendo mis emociones y mi cuerpo bajo un férreo dominio, acababa estallando. Ya había progresado lo suficiente como para mantener a raya mi habilidad en el día a día, pero… había ocasiones en las que algo me alteraba demasiado y no podía evitar que las chispas escaparan entre mis dedos. Sin duda, volver a Myst había hecho que salieran a la superficie la enorme cantidad de sentimientos que había intentado enterrar cuando me marché de su lado: la culpa, el sentimiento de pérdida, el constante dolor de echarla de menos a cada segundo que pasaba, la necesidad física de estrecharla en mis brazos. Dejarla había sido como una droga que me hubieran arrebatado de pronto, dejándome con ganas de muchas más dosis. Había conseguido mantener la cabeza fría y el cuerpo sereno los últimos cuatro años, siendo frío e implacable, sin pensar en las consecuencias de mis actos ni plantearme mucho nada que no fuera ella en mis mañanas y mi rutina diaria, que se mostraba un camino vacío sin fin.
Pero ahora se había destapado la caja de Pandora. Todo estaba saliendo a la superficie a raudales. Los recuerdos…
La primera vez que la vi estaba saliendo del instituto. Había ido a buscar a Clark, en uno de esos actos sobreprotectores de hermano mayor que me caracterizaban. Y entonces, ella emergió de las puertas dobles, con el cabello negro como una noche sin luna suelto, en contraste con su piel blanco marfil.
A pesar de que su belleza no era la habitual, de esa que ves en las revistas de moda, había algo en ella que llamó mi atención inevitablemente. Quizá fue la forma en la que parecía mantenerse alejada del mundo, encerrada en su propia burbuja invisible, como también me pasaba a mí. Aunque, probablemente, fuera la forma en la que me miró cuando pasó a mi lado, taladrándome con sus enormes ojos azules como si fuera capaz de ver directamente mi alma desnuda. La mirada apenas duró cinco segundos, pero durante ese tiempo, los segundos se convirtieron en horas. Solo estábamos ella y yo, los dos perdidos en ese mirada que me había cortado la respiración. El mundo ralentizó el ritmo. Y luego volvió a retomar la velocidad habitual como si nada hubiera pasado, ella se fue con una media sonrisa en los labios, y yo juré que volvería a verla, costara lo que costase.
Al igual que si le hubiera dado al botón de acelerado rápido, las imágenes pasaron borrosas tras mis ojos: haber ido a verla cada día a la salida del instituto, el intercambio de miradas, su sonrisa, y finalmente, el día que me atreví a preguntarle su nombre.
El siguiente recuerdo fue el de nuestra primera cita. Ella llevaba un vestido hasta las rodillas de color rojo y negro y estaba más preciosa de lo habitual. En aquel momento, me había sentido el hombre más afortunado de la tierra, sobre todo cuando la atraje hacia mí de improviso y estrellé mis labios contra los suyos. Tras el momento de sorpresa inicial, en el que el pánico casi detuvo mi corazón, ella me devolvió el beso, entrelazando las manos en mi nuca. Nunca podría olvidar aquella noche. Su olor, a flores y a lluvia. La suavidad de sus labios, el sabor de su brillo labial de fresa. El tacto de su pelo entre mis dedos.
El recuerdo se fragmentó y desapareció tras mis ojos. Tras otro avance rápido del tiempo, se detuvo en otro momento. Esta vez, Annalysse llevaba unos vaqueros y una camiseta amplia. Se reía de alguna cosa que ahora no recordaba con exactitud, mientras me guiaba, cogida de mi mano, hacia el cine. La razón por la que ese día se me había quedado grabado en la memoria era porque fue el día en el que decidí que, más pronto que tarde, tendría que irme de su lado, una de las decisiones más dolorosas y horribles que había tomado jamás. Siempre había sabido que estar con ella era peligroso, que lo único que podía hacerle era daño, al menos a largo plazo. Y sabía, lo sabía con dolorosa certeza, que ella merecía algo mejor que un tipo que hacía cualquier cosa por dinero. Que robaba por dinero, que mataba por dinero. Por eso había decidido que tenía que marcharme de la ciudad y nunca volver a verla. Sabía que sería una agonía para ambos, pero esperaba que, en cierto modo, si lo hacía de golpe, como si me arrancara una venda rápido, dolería menos que decirle la verdad cara a cara. Al menos, así no la vería llorar.
Ahora me daba cuenta de lo egoísta y estúpido que había sido. Y de cómo, al final, el destino siempre juega en nuestra contra. Había abandonado a Annalysse para que nunca tuviera que formar parte de mi mundo y había acabado convirtiéndose en una de las figuras más importantes de la partida: Myst, mi oponente directo, mi misión.
De algún modo, aun perdido en los recuerdos desgarradores que me dejaban un regusto amargo en la boca, llegué al fin a la vieja fábrica abandonada de las afueras de la ciudad. Allí, la noche era tan oscura como la boca de un lobo y se sentía en el aire esa sensación de aislamiento y vacío de los lugares que han sido dejados atrás por la mano del hombre. Antes, había sido una empresa que se dedicaba a fabricar productos alimenticios, pero había quebrado muchos atrás y, estando a las afueras de la ciudad, en una zona conocida por el tráfico de drogas y por ser el vertedero de cadáveres de la mafia local, nadie quería comprar el terreno. Las ruinas del anterior edificio seguían ahí, como un testigo impotente del paso del tiempo, aunque se veía que no le habían dado ni un respiro. Había graffitis en cada centímetro de la pared, todas las ventanas estaban rotas en cientos de pedazos, la basura se amontonaba por todas partes y el aire estaba lleno del olor de los desperdicios que el mundo abandonaba allí para no volver a ver nunca más.
Esa noche no había nada cerca, así que el único ruido que se podía oír eran los grillos y el murmullo del río que estaba a unos doscientos metros de distancia.
Abandoné la moto de cualquier modo y corrí hacia el interior del edificio. Dentro había aún más pilas de porquería. Una rata chilló cuando entré a toda prisa. Las paredes, originalmente blancas, ahora estaban ennegrecidas en muchas zonas, con la pintura descascarillada o desaparecida por completo.
Esta noche, yo mismo me iba a encargar de añadir una nueva aportación a la lúgubre decoración del interior del edificio.
Cerré los ojos, inspiré hondo y escuché con atención. Solo se percibía el ulular del viento de fondo. Incapaz de contenerme ni un segundo más, dejé que todo flotara a la superficie. El dolor que me ahogaba por dentro, el sentimiento de culpa por Myst, la nostalgia. La impotencia, la frustración, el saber que había renunciado a todo para salvarla cuando al final había acabado tan condenada como yo.
La furia demoledora por no haber estado ahí cuando lo había necesitado, por no haberla protegido, a pesar de que cada noche le había susurrado que siempre lo haría, mientras ella se dormía entre mis brazos.
Tras mis párpados cerrados, aparecieron de nuevo sus ojos azules, tal y como eran ahora. Fríos, despiadados. Sin ningún rastro de la chica asustada y tímida a la que yo había amado, sin ni un vestigio de la persona que yo había conocido. La había perdido. No solo de forma física. Ahora, ni siquiera existía Annalysse… Estaba enamorado de un fantasma que se había perdido para siempre dentro de su propio cuerpo.
Aquello fue la chispa que faltaba. El calor, que seguía hirviendo bajo mi piel, ardió como un incendio, extendiéndose por mis venas y arterias con cada latido. La temperatura de mis manos superó rápidamente la normal en cualquier ser vivo y siguió ascendiendo. La corriente surgió entre las yemas de mis dedos, me erizó el vello por todas partes. Se propagó como el fuego en un bosque en pleno verano. Y, cuando ya mi cuerpo no pudo contener tal cantidad de energía, el calor salió disparado hacia fuera.
Con un sonido propio de una explosión, la pared recibió el primer pacto. Aguantó a duras penas, pero la pintura se derritió sin remedio, dejando a la vista los feos ladrillos grises ocultos debajo, mientras del techo caían restos de yeso.
Tras unos breves instantes, el calor volvió a revivir en mi interior, mientras me hundía más y más en la vorágine de mis emociones. Elevé la cabeza hacia el techo, con los ojos cerrados, y grité. De rabia, de frustración, de cansancio. De odio. En una sinfonía perfecta, tres explosiones más sucedieron a la primera, dos de ellas sobre la misma pared. Antes de que la tercera impactara también contra ella, la pared se derrumbó y mi expulsión de energía chocó esa vez contra las ruinas que quedaban, destrozándolas por completo, hasta dejarlas reducidas a pequeño polvo.
Caí de rodillas y enterré la cara entre mis manos. Estaba ardiendo. La corriente seguía sobre mi piel, recorriéndola de un lado a otro. Y, cuando se volvía demasiado potente para contenerse en la barrera de mi cuerpo, salía disparada hacia cualquier parte, haciendo que explotara a mi alrededor.
Era un monstruo. Destruía todo cuanto me rodeaba. Había destruido a Annalysse. Y, después, me había destruido también a mí mismo.
Aunque deseaba hacerlo, para así poder aflojar el apretado nudo que me obstruía la garganta, no lloré. Nunca había sido una de esas personas que se desahogaban llorando, porque siempre me había obligado a mantener la apariencia de seguridad que los demás esperaban de mí. Tenía que hacerlo sobre todo por Clark, para que mi hermano pequeño no tuviera miedo ante un mundo al que teníamos que enfrentarnos solos.
Y ahora, ya ni siquiera era capaz de llorar cuando estaba solo. Me había arrebatado esa capacidad a mí mismo, condenándome a mantener esa angustia constante dentro de mí, sin ningún modo de aliviar la presión. Me maldije entre dientes.
Después de unos cuantos minutos, la última explosión destruyó unas cajas abandonadas. Su contenido, fuera el que fuera, quedó convertido en polvo negro, que se amontonó en el suelo, ya sucio por la inmundicia y los efectos de mis pérdidas de control.
Suspiré. Al menos, esa vez había llegado a tiempo y había conseguido estallar dentro del edificio. Otras veces no había tenido tanto autocontrol y suerte.
Me levanté lentamente. Tras el extremo gasto de energía que mi cuerpo había decidido protagonizar, me sentía débil y enfermo. Muy cansado; pero no solo de forma física. Estaba agotado de luchar contra un mundo que solo quería hacerme daño. Cansado de intentar mantenerme en pie cuando la realidad no hacía más que hacerte caer, una y otra vez.
Por una vez, hubiera querido rendirme. Solo por esa vez, podría dejar que el mundo me pasara por encima, ¿no? Una vez no importaría.
Inspiré hondo y solté una dura carcajada, que hizo eco en el silencio de la noche.
Sabía que no podía simplemente dejar de luchar. Tenía que salir adelante, porque Clark dependía de mí…
Clark.
En ese momento, me di cuenta de que, cuando había salido corriendo del apartamiento de Myst, él ya no estaba allí. Se había marchado en algún momento durante mi conversación con ella sin que yo me diera cuenta, lo cual no era difícil, porque toda mi atención, todos mis sentidos, habían estado centrados por completo en aquella aparición de mi pasado. Cuando me largué a toda prisa, allí solo se había quedado la preciosa chica que había protegido a Myst cuando intenté acercarme a ella.
Volví a suspirar. Extraje el paquete de cigarros del bolsillo de los pantalones y saqué un cigarrillo. Nunca había necesitado tanto una calada de nicotina como en ese momento, porque nada me aliviaba tanto como matarme poco a poco.
Rebusqué en busca del mechero, para darme cuenta de que lo había metido dentro de la chaqueta aquella tarde. Joder.
Concentré mis escasas energías en la punta apagada del cigarro y conseguí a duras penas producir una leve explosión. Me sentí aliviado cuando vi que había sido suficiente como para encenderlo, aunque por muy poco.
Inhalé profundamente, llenándome los pulmones con el nocivo humo. Cuando lo dejé escapar entre sus labios, su forma, repentinamente, me recordó a Myst evaporándose ante mis ojos y desapareciendo, fundiéndose con el viento que escapaba por la ventana. ¿Esa era su habilidad? ¿Realmente era una Supra? Joder. ¿Nada tenía sentido o qué?
Unos pasos detrás de mí me alertaron de que tenía compañía. Me giré lentamente. En la puerta había un hombre mayor, de unos cincuenta años, que me miraba con el ceño fruncido y cara de preocupación.
-          ¿Va todo bien, chico? – me preguntó sin más. – Me ha parecido oír explosiones o disparos aquí dentro…
Me encogí de hombros con fingida ignorancia.
-          No tengo la menor idea. Acabo de llegar – me dirigí con largas zancadas hacia la puerta – y ya me voy.
-          Pero…
-          No le dé importancia. Será lo mejor. – Mi voz sonó amenazadora incluso en mis oídos.
El hombre retrocedió cuando pase a su lado, asintiendo con la cabeza, entendiendo el mensaje indirecto que se escondía en mis palabras. Métase en sus asuntos.
Aun con el pitillo entre los labios, me monté de nuevo en la moto. Arranqué sin pararme a pensar ni por un segundo en nada más. De nuevo, el viento helado me azotó el rostro mientras me largaba a toda velocidad de la fábrica abandonada donde había dejado la marca de mis emociones descontroladas.
Como siempre, huía. Siempre igual. Una vez más, escapando.
Quizá algún día llegara la hora de que le plantase cara a mi destino.
Pero no esa noche.
Aceleré más y más, perdiéndome en la carretera a ciento cincuenta kilómetros por hora (y cada vez más rápido).

1 comentario:

  1. Ahí va mi crítica constructiva: ha sido un puntazo comentar cómo se conocieron Jack y Myst peo veo demasiado repetitivo los lamentos de Jack recordando una y otra vez el momento en el que la dejó,la decisión en sí. Aunque, por otro lado está bien la repetición constante del intenso dolor que siente.No sé, es un dilema.Tal vez sea necesaria una segunda o tercera opinión.
    Pero, quitando ese asunto, no veo nada deficiente, lo contrario, está al mismo nivel que las demás, aunque hubiera preferido leer a Myst o Sam...Jack...es mala gente...

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