8/Noviembre
Detective William Woods.
En aquel momento, sentados el uno frente al otro,
no pude evitar recordar nuestro primer encuentro. Pero ahora, apenas diez días
más tarde, todo había cambiado.
Esta vez, Myst no llevaba ropa prestada, si no su
propia ropa empapada por la lluvia. Su pelo, tan negro como la noche sin luna
que nos rodeaba, le caía húmedo sobre el rostro y la espalda, resaltando aún
más que de costumbre su pálida piel blanca. Pero, a pesar de ello, no parecía
frágil y desvalida, tal y como se había mostrado el día del interrogatorio.
Aquella vez había mostrado una máscara, se había convertido en otra persona
mientras hablábamos. Ahora, frente a mí estaba la verdadera chica… quién quiera
que fuera.
Entre sus manos, ligeramente temblorosas por el
frío, aferraba la taza de café caliente recién comprada. Café con apenas una
pizca de leche, lo justo para convertirlo en marrón en lugar de mantenerlo
negro. Y azúcar, una cantidad increíble de azúcar.
Myst bebió un sorbo del ardiente líquido. Mientras
lo hacía, levantó la vista de la mesa hacia mis ojos y me pilló infraganti en
el acto de observar todos sus movimientos, cada pestañeo, cada respiración.
Lentamente, las comisuras de sus labios se alzaron, esbozando una sonrisa
misteriosa, muy propia de ella. Sus ojos chispearon, divertidos.
Me apresuré a desviar la mirada. Tomé mi propia
taza de café y bebí, pero estaba demasiado caliente y me quemé la lengua en el
acto. Volví a dejar el café sobre la mesa, conteniéndome para no escupirlo.
Myst parecía intentar contener la risa con escaso éxito.
En un intento por aliviar el momento y disipar mi
vergüenza, carraspeé, buscando algo que decir para comenzar la conversación.
-
Bien, ya tienes tu café – lo señalé con el dedo.
Era un bajo precio a pagar si a cambio descubría alguno de los secretos que
aquella enigmática chica escondía tras sus profundos ojos azules.
-
Ajá – recorrió el borde superior del vaso con
los pulgares y sonrió un poco. – Gracias, detective.
-
Llámame Will – repliqué de inmediato.
A través de mi experiencia en el trato con
criminales y en interrogatorios, sabía muy bien que las personas a las que le
estas intentando sonsacar información participan de mejor gana con un relación
más personal.
-
De acuerdo. Will – ronroneó el nombre, de un
modo chispeante.
Tragué despacio. Myst estaba sentada al otro lado
de la mesa, nuestras piernas casi se rozaban bajo ella. Nunca en mi vida había
sentido con tanta claridad la presencia de alguien como la suya. Todo mi cuerpo
reaccionaba a su cercanía. Su olor, a lluvia, a flores y a mujer, impregnaba el
aire, aunque eso quizá se debiera a que éramos los únicos clientes en la
cafetería, que había abierto sus puertas a las cinco de la mañana, apenas cinco
minutos antes. Incluso habíamos tenido que esperar un poco sentado en los
escalones de la entrada, los dos manteniendo un tenso silencio. Era una única
sala, espaciosa, con diversas mesas colocadas ocupando cada hueco que hubiera.
Mesas rojas, sillas blancas, y una barra larga tras la cual una camarera cincuentona
empezaba la jornada laboral.
Encontrar a Myst llorando en el parque había
supuesto un shock para mí. Cada vez que la había visto, que había hablado con
ella, se había mantenido firmemente oculta bajo su escudo, impidiendo que viera
cualquier vulnerabilidad o cualquier característica que mostrara su humanidad.
Pero… esa noche había pasado algo, algo tan terrible que había abierto una
enorme fisura en su armadura que se agrandaba más y más cada segundo que
pasaba. Pero, algo dentro de mí, un presentimiento quizá, me susurraba que
aquella ocasión no se volvería a presentar, que, con la salida del sol al
amanecer, el escudo volvería y la Myst que estaba aquella noche ante mí, con
los ojos rojos de lágrimas y la sonrisa chispeante (pero con un leve trasfondo
de dolor), desaparecería por mucho tiempo.
Por eso, estaba dispuesto a permanecer en vela
tanto tiempo como fuera necesario para estar con aquella Myst real hasta que
volviera a ser sepultada tras la fría apariencia de dureza que normalmente
portaba consigo a todas partes.
-
Me dijiste que me contarías la verdad – insistí.
-
Dije que había condiciones – matizó ella,
enarcando las cejas.
-
Ya tienes tu café.
-
Condiciones, en plural.
Me recosté en el respaldo de la silla. Durante unos
segundos, mantuvimos un reto de miradas. Los labios de ella volvieron a
curvarse hacia arriba y no pude evitar responder de la misma manera.
-
De acuerdo. Oigámoslas.
-
Hm – lo meditó durante unos instantes,
tabaleando con los dedos en la mesa. Sus manos eran delicadas, suaves y muy
femeninas, aunque sus uñas permanecían incoloras, sin pintar. – Antes que nada,
debes prometerme que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, le contarás lo
que te voy a decir a nadie. A nadie, ¿entendido?
-
Sí. Ya habíamos dejado claro que era secreto.
Ante mi tono ligero, Myst agarró una de mis manos y
la apretó con fuerza. Busqué sus ojos, sin saber cómo reaccionar. Ella estaba
inclinada hacia adelante, mirándome con intensidad y con el rostro serio.
-
Esto no es un juego, William. – Aseguró. – Nadie
es nadie. Porque, si se enteran de que sabes más de la cuenta, no dudarán en
matarte. No importa que seas detective, o hijo del presidente de Estados
Unidos, o multimillonario. Acabarán contigo. Promete que no se lo dirás a
nadie.
-
Lo… lo prometo. – Susurré, impelido por su tono
apremiante.
Ella asintió lentamente, soltándome la mano. Su
ausencia dejó un vacío de calor y comodidad.
-
Vale. Debes saber que, si no cumples tu promesa,
yo misma tendré que matarte. – Esperé que se riera, que diera alguna señal de
que se tratara de una broma, pero lo hice en vano.
-
¿Hablas en serio?
Asintió de nuevo con la cabeza.
-
Es una especie de código entre mi… - se detuvo,
dudó. – Nunca sé cómo referirme a lo que somos: ¿raza?, ¿especie? – Lo meditó,
mientras yo me centraba en digerir la información. – Seguimos siendo humanos, al fin y al cabo,
así que esa no es la palabra correcta.
-
Y, si sois humanos, ¿en qué os diferenciáis?
Myst me evaluó mientras bebía otro sorbo de su
café. Aproveché para imitarla.
-
¿Cuánto sabes de genética, detective? – preguntó
de pronto.
-
La verdad que no mucho.
Frunció los labios, molesta.
-
Bien, entonces intentaré ser clara y rápida.
Verás, los humanos compartimos el mismo número de genes, aunque en cada uno
existen distintas variaciones que determinan nuestras características
particulares, como el color del pelo o la altura.
-
Hasta ahí llego – repliqué, entrecerrando los
ojos.
-
De acuerdo. Sigamos. Algunas personas, por
distintos motivos que no se conocen con exactitud, pues muchas veces es puro
azar, cambian. Sus genes mutan. Y de esas mutaciones surgen nuevas
características. Supuestamente, es la evolución de la especie. Los progenitores
con estas nuevas características se las pasan a sus hijos, que son más fuertes
y tienen más probabilidades de supervivencia. Si los humanos fuéramos como el
resto de animales, las personas como yo habrían acabado con los seres humanos
normales como tú, pues nuestras capacidades son superiores y nos permitirían
conseguir mejores alimentos y refugios. Pero, no te preocupes – sonrió de una
forma que no resultó del todo reconfortante – la humanidad es demasiado educada
para eso.
-
¿Lo que me quieres decir es que existen personas
con capacidades por encima de lo normal? ¿Como si fueran superpoderes? – el
escepticismo de mi voz no se podía ocultar.
-
Supongo que es una forma de decirlo – se encogió
de hombros. – Somos una especie de subraza superior. Por eso, nos llamamos los
Supras.
-
Vaya, así que tenemos todos un ego enorme.
Myst se rio. Era una de las pocas veces que la oía
hacerlo. Su risa era ligeramente aguda, de un modo un poco discordante, pero,
aun así, había una gran belleza en ella.
-
Sí, supongo que sí.
-
Y, todos los supras
– no pude evitar ironizar la palabra –, ¿tienen la misma habilidades?
-
No. Cada cual tiene su propia mutación genética
y su propia capacidad. Tú ya has visto la mía – sonrió y de pronto la situación
se volvió incómoda, mientras los dos recordábamos lo sucedido la noche del
robo.
Ese recuerdo en específico me producía emociones
contradictorias, pues, por un lado, ella se había aprovechado de mi ignorancia
y mi despiste para jugar conmigo, pero, por otro, recordaba con demasiado
detalle cómo se sentía su cuerpo contra el mío, el olor de su pelo, el calor
suave de su piel. Y la chispa eléctrica, la química entre nosotros. Imanes
atraídos.
Aparté esos pensamientos de mi mente antes de que
acabara saliendo mal parado y volví a centrarme en la conversación. Estaba
obteniendo bastante información y tenía que aprovechar aquella oportunidad
única.
-
Exactamente, ¿qué es lo que puedes hacer?
Myst abrió la boca para responder, pero volvió a
cerrarla sobre la marcha. Me miró con intensidad, con los ojos entrecerrados y
el ceño fruncido. Sus manos se crisparon.
-
Oye, detective, no tendrás una grabadora oculta
o algo así, ¿verdad? – su voz se tornó lúgubre.
Me quedé paralizado un segundo por la sorpresa. No
podía negar que se me había pasado por la cabeza hacerlo, pues de ese modo
obtendría pruebas reales de que no estaba loco, de que todo lo que había dicho
había sucedido realmente, pero había decidido no hacerlo porque no quería
traicionar la confianza de Myst. Y, también, porque me daba miedo (aunque no me
gustara reconocerlo ni ante mí mismo) las consecuencias que habría si ella me
descubría grabando sus confesiones secretas. Dudaba mucho que pudiera volver a
andar con normalidad después de algo así.
-
No -
aseveré.
-
¿Seguro?
-
Seguro. ¿Por qué lo preguntas?
-
Oh, no sé – su tono destilaba peligro. Ladeó la
cabeza, en un gesto de rebeldía e impetuosidad que me hizo retroceder un poco.
Ahora sí parecía la asesina que había conocido el primer día. – Solo que tus
preguntas parecen muy específicas…, ensayadas. Como si esperaras conseguir una
confesión. Pero son cosas mías, ¿verdad?
-
Por completo – afirmé. La miré a los ojos
directamente, para que viera que decía la verdad. No titubeé al hablar, no
desvié la mirada, no hice ningún tic. Ella tenía que saber que yo no mentía,
pues, de otra manera, jamás confiaría en mí. – Puedes registrarme si quieres.
Pareció plantearse esa opción durante un instante,
pero la descartó finalmente con una negación de cabeza. De pronto, se rio por
lo bajo, sorprendiéndome una vez más con sus cambios de humor erráticos.
-
¿Quieres que te registre, detective? – enarcó
las cejas, para remarcar el doble sentido de sus palabras, lo cual me hizo
atragantarme con mi propia saliva. Disimulé la tos bebiendo más café, hasta
acabar el resto de la taza.
Aproveché esa excusa para levantarme y tirar el
vaso vacío a la papelera y recuperarme de sus palabras provocativas. Myst
causaba importantes estragos en mi control y en mi cuerpo, que debía manejar en
su presencia, o terminaría por volverme loco por completo. Probablemente, loco
por ella, lo cual era tan cuerdo como encerrarme en una habitación un león
hambriento.
-
Centrémonos de nuevo, anda. ¿Tu habilidad? –
repetí.
-
Ah, sí. Bueno, es difícil de explicar, la
verdad. La explicación científica es algo así como que soy capaz de controlar
la materia de mi cuerpo, concentrando o dispersando los electrones que la
conforman para cambiar mi estado físico.
-
¿Es decir…?
-
Que puedo hacer que mi cuerpo se vuelva
incorpóreo.
Antes de que pudiera pedirle que se explicara
mejor, levantó la mano derecha y la puso entre los dos. Justo iba a preguntarle
que qué estaba haciendo, cuando sus dedos empezaron a desaparecer ante mis
ojos. Fueron dispersando en pequeñas volutas de humo, cada vez menos visibles,
hasta volatilizarle por completo. No quedaba ni rastro de su mano.
Empujé la silla hacia atrás por el impacto y ella
sonrió ante mi respuesta. Lentamente, los dedos reaparecieron uno por uno,
primero de una forma inconsistente y nebulosa y, después, carne sólida a través
de la cual no se podía ver.
-
Una imagen vale más que mil palabras – citó
Myst, apoyando de nuevo la mano en la mesa.
Me aproximé de nuevo.
-
¿Puedes hacer eso con todo tu cuerpo?
Asintió. Se terminó su café y llamó a la camarera
para pedir un segundo, igual de cargado que el primero, e incluyó además un sándwich
mixto.
-
No he comido desde hace horas – se explicó
cuando la camarera se fue. – No te preocupes, eso lo pago yo.
-
No me importa – me apresuré a decir. Me
recompensó con otra de sus medias sonrisas, esta vez de agradecimiento.
-
Respondiendo a tu pregunta, sí. Y también puede
extenderlo a objetos que estén en contacto con mi piel.
-
Déjame adivinar – mi cerebro procesaba sus
palabras a toda velocidad, relacionándolo con todo lo que había ocurrido entre
nosotros. – Eso fue lo que le pasó al jarrón.
-
Bingo.
Eso explicaba muchas cosas. Por fin entendía cómo
era posible que, repentinamente, al dar la vuelta a la esquina Myst ya no se
encontrara al otro, cuando había estado siguiéndola hasta ese momento. También
eso le daba sentido a lo que había visto cuando ella se fue de repente en la
noche del robo. Era un alivio saber que no estaba loco, después de todo.
Aunque seguían habiendo muchas cosas que no
entendía o muchas dudas sin resolver. Empezaba a darme cuenta que necesitaría
mucho más que un par de horas antes del amanecer para descubrir todo lo que
deseaba. Y sabía, sabía demasiado bien, que después de aquel desayuno, los
muros entre nosotros volvieran a alzarse, puede que más fuertes que antes. Y,
fuera como fuere, tenía que evitar que eso sucediera.
-
Es increíble. ¿Qué otras habilidades hay? – la
curiosidad me carcomía por dentro.
-
De todo un poco. Gente capaz de leer la mente,
de controlar aparatos informáticos, de atravesar paredes, de controlar el agua
o el fuego, telequinesis… Incluso conocí a un tipo que podía volar.
-
Oh, Dios mío – murmuré. – Esto realmente suena a
ciencia-ficción.
-
Créeme, lo sé – suspiró. – El noventa por cierto
del tiempo siento que vivo dentro de un cómic de Marvel, solo que sin la ropa
fabulosa y el reconocimiento de héroes y las fans.
-
Siempre puedes vestirte como Catwoman, aunque
todos te tomarán por una chiflada – le seguí la broma.
Sonreí sin poder evitarlo. Conocía a los
superhéroes clásicos y los cómics de Marvel, que eran mi pasión secreta. A
pesar de mis reticencias, Myst cada vez me gustaba más.
Ella se rio también. La camarera apareció con su
sándwich y, al dejarlo delante de ella, me dedicó un pícaro guiño. Sin duda,
pensaría que éramos una pareja y me animaba a acercarme más a “mi chica”.
Desvié la vista a la mesa mientras la camarera se marchaba, demasiado incómodo
ante lo que había pensado de nosotros.
-
Oye, ¿y tu amiga? – pregunté de forma
precipitada, buscando cualquier tema de conversación. - ¿Ella también es una
Supra?
Noté de inmediato cómo Myst se ponía tensa. Dejó
con cuidado los cubiertos en el plato y apretó la mandíbula.
-
Tercera condición: no hablamos de mi vida
privada. Y Sam es una parte importante de ella – su rostro tenía un rictus
serio. Sus ojos habían perdido toda la diversión de momentos antes.
-
¿Qué? – balbuceé.
-
Es la nueva condición – repitió, recalcando las
palabras. Cerró las manos en dos puños. – No te contaré mi vida personal. Y
nunca me preguntes sobre Sam. Puede que yo me meta en líos por esto, porque
estoy infringiendo un montón de normas, pero ella no. – Levantó la barbilla, en
un signo de rebelión. – Y, si quieres ir contra alguien, ven contra mí. Pero a
ella la dejas tranquila, ¿queda claro?
-
Sí.
Tras su amenaza, Myst recogió los cubiertos y
comenzó a comerse su sándwich con lentitud. El tema de su amiga había originado
que se alejara de mí, cerrándose ligeramente, refugiándose de nuevo en su
escudo de frialdad e indiferencia.
Lo que se podía deducir claramente de sus palabras
era que entre las dos había una relación que iba más allá de la simple amistad.
Por el modo en el que Myst la defendía, la fiereza de sus palabras, se percibía
que entre ambas existía un lazo de lealtad y amor basado en una profunda
confianza mutua. Eran como hermanas, aunque no compartían la misma sangre. Así
que, probablemente, para dañar a una, tendrías que pasar por encima del cadáver
de la otra.
En esa clase de relación, no importaba qué
sucediera, qué se dijera o se hiciera, el lazo siempre permanecía, pues era más
fuerte que nada. Era más fuerte que las posibles mentiras, que las
contingencias de la vida, que los amores fallidos. Era inquebrantable. Y si
quería ganarme de verdad a Myst, tenía que ser aceptado por Sam.
Tomé nota de ello.
Ahora que había impuesto la norma de no hacer referencia
a su vida personal, mi posibilidad de abordar diversos temas se limitaba
sustancialmente. Intenté pensar algo de lo que pudiéramos hablar que no
aludiera a nada privado, por lo que decidí retomar lo de los Supras.
-
Antes dijiste que infringías las normas al
contarme qué eras – ella asintió, sin despegar los ojos de su comida,
alejándose más a cada segundo. Tenía que recuperarla. Mi voz se tornó ansiosa.
- ¿Por qué es tan secreto? ¿Por qué nadie puede saber qué sois?
Por la forma en la que arrugó el ceño, supe que era
un tema complicado.
-
Supongo que habrás visto las típicas películas
donde aparecen extraterrestres y lo primero que hacen los humanos es
examinarlos, ¿no? – comenzó. – Bien, ¿qué crees que harían con nosotros si
descubrieran lo que somos? Seguro que no dejarnos vivir tranquilos. Nos investigarían.
Querrían saber qué nos pasa y por qué. Y, sobre todo, nos controlarían. – Hizo
una pausa y me miró brevemente, entre sus pestañas. – Seguramente, nos
considerarían un peligro público y nos mantendrían alejados del mundo por algo
de lo que no somos culpables. Nacimos así, ¿sabes? No quisimos ser de este
modo. ¿Por eso tenemos que resignarnos a sufrir el castigo? ¿Solo por ser
diferentes? ¿Por salirnos del patrón establecido? – Negó con la cabeza. – Preferimos
vivir nuestras vidas libremente, sin que el gobierno las controle. Sin ser sus
marionetas o sus presos. Por eso lo mantenemos en silencio.
Sí que lo entendía. Veía claramente su punto de
vista, porque, al fin y al cabo, el ser humano siempre hacía lo mismo con todo
aquello diferente que aparecía en su vida: lo examinaba profundamente y lo
utilizaba en su provecho. Y con habilidades tan increíbles y poderosas como las
que Myst me había explicado, podrían hacer cosas inimaginables. Así que convertirían
a los Supras en sus perros de presa, para que trabajaran para ellos durante
toda su vida, asfixiados por la correa del deber patriótico.
Myst tenía razón. Seguían siendo personas y tenían
el derecho a decidir cómo vivir, al margen de su genética diferente. Y quizá la
humanidad entendiese eso y los dejara libre, pero, ¿quién estaba dispuesto a
correr el riesgo, cuando después no había vuelta atrás? El silencio no era
cómodo, pero era más fácil que las consecuencias.
Perdido en mis reflexiones, no me percaté de que
Myst había terminado de comer hasta que ella se puso en pie. La miré, sin saber
qué hacer. Ella me dirigió una leve sonrisa, ni por asomo tan cálida como las
de antes.
-
Ya es hora de que me vaya, detective – se
despidió. Me di cuenta, una vez más, de que ella se empeñaba en llamarme por mi
profesión (aunque me estuviera tomando unas pequeñas vacaciones) en lugar de
por mi nombre y supe que era su modo de guardar las distancias.
-
Pero…
-
Sé que te quedan preguntas, pero está a punto de
amanecer. Tengo que volver a casa.
-
Entiendo – yo también me puse en pie y la
acompañé hasta la barra. Los dos nos paramos allí. Ella extrajo un billete de
veinte del bolsillo de sus pantalones, pero negué con la cabeza. – Ya te lo
dije, yo invito.
-
No quiero ser una carga – replicó.
-
Información a cambio de un desayuno es un trato
justo – repliqué yo a mi vez.
Nos debatimos en un duelo de miradas de nuevo, pero
esta vez gané yo. Volvió a guardar el dinero en su bolsillo y metió las manos
en ellos, para calentárselas y huir al mismo tiempo de mi contacto.
Estábamos lo suficientemente cerca para que
surgiera la chispa entre ambos, aunque los dos nos resistíamos a sus efectos.
-
Entonces… adiós – Myst se dio la vuelta y se
dirigió hacia la puerta.
-
Hasta pronto – me despedí a mi vez.
-
Conociéndote, seguro que será muy pronto –
respondió ella sin darse la vuelta. Un segundo después, salía por la puerta del
local y desaparecía sin más, dejando solo como recuerdo de su presencia su olor
y un tenue humo blanco arrastrado por el viento.
Ahora que lo pienso, Myst x detective no estaría mal.Por lo menos no es tan cabrón y me-cae-mal como Jack. Pero,eh, Myst tiene que acabar sí o sí con Jack (aunque no me molestaría algún roce con el Woods.No me lo tomaría mal como lo de Salamandra y Thunder).Un beso furtivo.Algo me gustaría que pasara
ResponderEliminarTengo dudas,¿cómo se descubre que se es un Supra? No sé, como lo descubrió Myst y todo eso
"La explicación científica es algo así como que soy capaz de controlar la materia de mi cuerpo, concentrando o dispersando los electrones que la conforman para cambiar mi estado físico"
ResponderEliminar-La materia está compuesta de moléculas y átomos.
-Las moléculas están compuestas de átomos.
-Los átomos están compuestos por electrones, neutrones y protones.
¿Sabes a dónde intento llegar?
Pues no sé si fuiste tú misma quien me lo dijo o creo recordar que fue Yaiza, pero eso ya lo tengo cambiado en la entrada original y justo había puesto "átomos" en lugar de electrones xDDDDDDD Pero me alegra que te hayas dado cuenta (no sé si de nuevo, aunque, realmente, creo que fue Yaiza la que me lo dijo) de ese fallito :)
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