(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


sábado, 10 de agosto de 2013

Confesiones al anochecer.


13/Noviembre

      Annalysse Tyler (Myst) 



Llevaba un rato tirada en la cama con la mirada clavada en el techo y la cabeza dándome vueltas a toda velocidad cuando oí una llave metiéndose en la cerradura y el ruido inequívoco de la puerta abriéndose y cerrándose apenas unos segundos.
Con los ojos cerrados y un suspiro suspendido de mis labios, oí a Sam caminando con energía por la casa y… tatareando en voz baja. Vaya, alguien estaba de buen humor. Me pregunté qué habría originado ese cambio de humor, porque cuando salió del apartamento apenas un par de horas antes, estaba realmente alterada.
A través de la ventana que estaba al lado de la cama observé cómo poco a poco el sol se hundía en el horizonte dejando al mundo sin su luz para alumbrar todas las sombras que lo poblaban. Otro día más que llegaba a su fin, solo que aquel en particular había sido especialmente confuso. E interesante. Me sonrojé al recordar la razón exacta por la que había sido tan interesante. Giré sobre la cama y cerré los ojos. Llevaba veinte minutos recreando en mi cabeza el momento en el que William me había besado como una estúpida quinceañera enamorada.
Pero no lo era. Era solo que… hacía tanto que nadie me besaba. Que nadie me miraba con ese brillo en los ojos. Y la forma en la que él me había sostenido, apretándome contra su propio cuerpo. Su olor. Sus manos en la parte baja de mi espalda cuando el beso se volvió más profundo.
Gemí muy bajito y volví a revolverme en la cama, hasta quedarme mirando directamente hacia la ventana. A cámara lenta, como si alguien hubiera ralentizado la escena, observé como el cielo iba cambiado de colores: del naranja al rojo que poco a poco se oscurecía hasta ser por completo negro. Y una a una, las estrellas despertándose para jugar en el cielo nocturno, con la luna presidiendo nuestra parte del firmamento. Aquella noche, había luna menguante, muy cerca de convertirse en nueva, de modo que parecía una sonrisa burlona dirigida expresamente para mí y lo absurdo de mi situación.
En su habitación, Sam encendió el equipo de música y de inmediato empezó a sonar una canción alegre y optimista, de esas que te dan ganas de sonreír sin razón y bailar aunque sea moviéndote como un pato. Sonreí al oírla y casi pude ver a Sam dando vueltas en su habitación mientras cantaba en susurros.
¿Qué habría pasado para que estuviera tan contenta?
Miré durante unos pocos minutos más por la ventana, centrada en las farolas que se iluminaban en la acera de enfrente y en la música que seguía llegando, amortiguada por mi puerta cerrada.
Cuando la canción acabó, aún seguía en la misma postura, con las sábanas enrolladas en mi piernas y abrazando la almohada contra mi cabeza. Entonces empezó a sonar una preciosa canción en la que la cantante maldecía a la vida por el dolor que nos deparaba, pero que realmente sabía que no nos queda otro remedio que vivirla de la mejor forma posible.
Cada día, cada segunda, vívelo. Siéntelo. No hay mejor forma de morir que no arrepentirte de nada.”
La voz de la chica me desgarraba por dentro lentamente mientras me daba cuenta que, a lo largo de mi vida, siempre había vivido con demasiado miedo. Era ese puto miedo el que había hecho que dedicara todos mis esfuerzos a protegerme en lugar de a hacer lo que quería hacer, a luchar por mis sueños. Y ya era suficiente.
Me levanté de la cama y me dirigí a la habitación de Sam. Tenía la habitación abierta. Estaba sentada en la cama, cantando la letra en apenas un murmullo casi sin darse cuenta, mientras se pintaba las uñas de los pies de color púrpura.
Sin molestarme en tocar a la puerta o advertir mi presencia de cualquier otra manera demasiado formal, entré sin más y me senté a su lado en la cama. Ella me miró de reojo, concentrada en su tarea, y me dedicó una leve sonrisa mientras terminaba con el dedo gordo del pie derecho. Se había puesto ese chisme que separaba los dedos para evitar que se estropease la pintura al unirse unos con otros.
-          ¿Empiezas tú o empiezo yo? – como siempre, fue directa al grano. Eso me hizo sonreír, porque, de algún modo, volvía a ser mi mejor amiga. Pero, por otro lado, era imposible no darse cuenta de los pequeños cambios que estaba experimentando. Solo me faltaba determinar si eran positivos o no.
-          ¿Qué prefieres?
Se encogió de hombros.
-          Me es indiferente, siempre y cuando, si yo desembucho, tú lo hagas también.
-          Trato hecho. Empieza tú. – Vale, había decidido no ser más una cobarde, pero retrasarlo no era igual que ocultarlo. Había ido a su cuarto a decirle la verdad. Solo iba a tardar un poco más en hacerlo.
Sam miró con ojo crítico sus pies una vez más antes de asentir satisfecha con su trabajo y tapar la pintura de uñas, dejándola en su mesilla de noche. Como era habitual, en ella se amontonaban multitud de objetos que estaban fuera de lugar, pero que Sam había ido dejando allí simplemente por no querer levantarse de la cama para colocarlos o que había olvidado hace tiempo.
Eché un vistazo a la habitación y me di cuenta de que pronto sería urgente hacer una ordenación de emergencia. Normalmente, la hacíamos una vez al mes. Nos poníamos ropa cómoda, nos recogíamos en el pelo y nos sumergíamos en el caos de los objetos desperdigados por la habitación de Sam. Dejábamos la habitación completamente limpiado y con cada objeto en su lugar correspondiente. Al día siguiente ya empezaba a repetirse el fenómeno del desorden perezoso, como yo lo llamaba.
-          La verdad es que… - comenzó Sam. Se acomodó mejor, tumbándose en la cama de manera perpendicular a la colocación habitual. Imité su ejemplo y me acosté a su lado, pero con la cabeza en donde ella tenía las piernas y viceversa. – Todo esto es bastante confuso para mí – me espetó de pronto.
-          ¿Qué tal si me cuentas a dónde has ido? – propuse.
-          ¿Cuándo salí corriendo? A casa del licántropo, por supuesto. Seguí el rastro de su esencia, porque aun tenía un poco dentro de mí de la última vez que me alimenté.
-          ¿Cómo es su apartamento? – era una pregunta banal, pero supuse que la conversación sería menos incómoda para Sam si hablábamos un poco de temas intrascendentes y no solo de la montaña rusa que estaba pasando en ese momento.
Lo cierto es que pensándolo con calma, mi mejor amiga lo llevaba más crudo que yo. Al menos yo ya sabía a qué me enfrentaba y tenía una ligera experiencia en toda aquella mierda, pero Sam ni siquiera era capaz de entender sus propios sentimientos porque no estaba acostumbrada a tenerlos. Y eso la dejaba indefensa y vulnerable porque no sabía controlarlos ni reaccionar ante ellos de forma adecuada.
-          Al parecer, no es realmente suyo -  explicó. – Un amigo lo ha dejado quedarse de momento porque no tenía donde quedarse mientras estuviera en la ciudad.
-          ¿Por qué se queda en la ciudad?
-          Porque no está dispuesto a marcharse sin mí – noté una nota de pesar en su voz, indudablemente, pero… había un trasfondo de emoción que, de haber sido yo otra persona, no hubiera podido percibir. Pero tanto tiempo interpretando las emociones reducidas al mínimo de mi compañera de piso me permitían percatarme de esos matices.
Así que, después de todo, no era inmune por completo a los encantos del licántropo. El corazón marchito de Sam estaba volviendo poco a poco a la vida. Aunque eso me preocupaba enormemente, también me alegraba, porque, si bien era cierto que Sam nunca sufría grandes penas o sufrimientos, ni había nostalgia o cualquier emoción negativa en ella, tampoco podía alcanzar la felicidad. Pero si su corazón consiguiera curarse…
-          ¿Y qué le has dicho?
-          Le he dejado muy claro que para mí los hombres son solo comida y que no quiero nada romántico con él.
-          ¿Y qué ha respondido ante eso? – arrugué el ceño ante la posibilidad de que él se hubiera echado atrás después de que Sam le dijera eso con tanta frialdad. Él no la conocía. Él no sabría que, en realidad, Sam estaba mintiendo, porque lo hacía tan bien que solía engañarse hasta a sí misma. Solo yo podía darme cuenta de que Sam había empezado a tener esperanzas de nuevo.
-          Me ha dicho que prefiere estar conmigo de la forma que sea a no estarlo en absoluto – susurró ella y en su voz se notaba la impresión que esas palabras habían causado en ella. Y le había gustado.
El licántropo parecía realmente dispuesto a soportar toda la mierda que Sam arrastraba consigo. Era paciente con ella, sin presionarla, porque, si lo hubiera hecho, ella se habría puesto a la defensiva y lo habría mandado a la mierda de inmediato. Pero le había seguido la corriente, haciendo que se acostumbrara a la nueva situación a su propio ritmo. Realmente, podía haber una posibilidad para ellos. Y él era juguetón y divertido, por lo que su carácter era bastante compasible con las risas y el sentido del humor de mi mejor amiga.
-          Entonces, ¿habéis llegado a algún acuerdo o solo habéis discutido? – pregunté finalmente, cruzando los dedos para que todo hubiera acabado de buena manera y no con ellos dos gritándose y con Sam marchándose dando un portazo.
-          Estamos algo así como juntos. – Emití un ruidito ahogado que hizo que Sam se apresurara a aclararse. – Quiero decir, no somos una pareja. Nada de sentimientos. Solo que… me alimentaré de él a partir de ahora… en exclusiva – titubeó antes de decir esa última parte de la frase.
-          Vaya – murmuré despacio, alargando esa única palabra. – Es un paso importante. – Y tanto que sí. Sam alimentándose en exclusiva de un nombre implicaba teniendo relaciones sexuales solo con él. Viéndolo al menos una vez cada quince días, quizá más si todo marchaba bien. No pude contener la enorme sonrisa que iluminó mi rostro.
Por desgracia, Sam la vio y frunció el ceño mientras me golpeaba el tobillo con su hombro.
-          Te estoy viendo. Nada de imaginar finales felices. Sabes que no hay de eso para mí.
-          De acuerdo, de acuerdo. Tranquila – sabía que no valía la pena discutirlo. Si tenía que pasar, pasaría. Y yo le daría un empujoncito cuando hiciera falta.
-          ¿Sabes? Me resulta sorprendente que no estés escandalizada y tirándome de los pelos cuando te acabo de contar que tengo algo así como un relación especial (no romántico, recalco) con un hombre específico. ¿Qué pasa con nuestro pacto? Nada de hombres, ¿recuerdas? – me contempló con ojos especulativos y los labios fruncidos.
-          Bueno, la verdad… - me tapé los ojos con el brazo antes de confesar. – El detective me ha besado.
Sentí que la cama se movía cuando Sam se sentó de golpe. Ahora, la parte de arriba de su tronco quedaba justo al lado de mi cadera. Levanté un poco mi brazo para mirarla. Como esperaba, tenía los ojos fijos en mí, chispeando y con un leve sonrisilla de triunfo.
-          ¡No me lo puedo creer! ¿Me vas a hacer caso por una vez? Ya sabes, disfrutar de un magnífico sexo sin compromisos. Porque el detective lo merece – me guiñó un ojo de forma exagerada para que me diera cuenta del doble sentido, lo que me hizo reír. Fue mi torno de golpearla con el brazo.
-          No sé qué está pasando entre nosotros. Es todo tan… raro. Antes él me odiaba, pero al parecer ya no.
-          Eso está claro – replicó ella con tono socarrón.
-          ¡Sam!
-          Perdón, perdón – levantó las manos en un gesto conciliador. Vaya, esa era una respuesta atípica en Sam, ligeramente más humana de lo normal. – Continúa.
Miré al techo durante unos instantes para reordenar mis pensamientos con el ojo que no seguía tapado con el brazo. Volví a recordar con detalle nuestro encuentro en la calle y me sonrojé una vez más.
-          Es todo culpa de la maldita química que hay entre nosotros. No lo entiendo, pero cuando estoy con él…  - emití un suspiro  - no puedo pensar en nada que no sean sus labios o su cuerpo o… su cama.
Sam estalló en carcajadas ante mi comentario y, sobre todo, ante mi tono de voz, a medias pícaro y a medias avergonzado.
-          No, en serio – me puse seria. – Es como si nuestros cuerpos respondieron el uno al otro de un modo tan básico y elemental que mi cerebro no puede argumentar nada en contra. Y eso me está volviendo loca. Siempre había confiado en mi cerebro hasta ahora.
-          ¿Nunca te había pasado nada así? Ya sabes… - Sam se interrumpió de golpe antes de atreverse a preguntar el nombre que las dos sabíamos que tenía en la punta de la lengua. No hacía falta que lo dijera en voz alta. Las dos sabíamos perfectamente que solo había habido otro hombre para mí antes… y por desgracia, aún seguía rondando por ahí, demasiado cerca para que no fuera peligroso.
Negué con la cabeza.
-          Con él, no fue algo tan visceral. Me atraía, claro, pero no de esta forma tan salvaje e inevitable.
-          Myst, cariño – Sam posó una mano en mi brazo. – Acabas de descubrir la verdadera química, la pasión. Y te daré un consejo realmente bueno: aprovéchala. Porque el sexo con química es mil veces mejor, te lo aseguro. Es devastador.
-          Ah, con que es eso. – La miré de reojo. – Tú también tienes química con tu lobo.
Sam se lo pensó un segundo y después se encogió de hombros.
-          Lo nuestro no es química – afirmó. – Lo nuestro es una explosión nuclear.
Tras esa declaración, las dos nos quedamos en silencio por un momento. Luego, sin ninguna razón para hacerlo, empezamos a reírnos a carcajadas, una junto a la otra en la cama, tronchándonos de risa sin motivo. Quizá era porque nuestras vidas se estaban moviendo a toda velocidad y las dos habíamos quedado boca abajo en todo aquel lío y se nos estaba acumulando demasiada sangre en la cabeza. Quizá era porque llevábamos demasiado tiempo sin reírnos solo por el placer de hacerlo juntas. Por el exceso de preocupaciones o por todas las cosas que habían salido mal y que podrían haber ido peor.
Sam volvió a tumbarse en donde estaba y ninguna dijo nada hasta que se nos pasó aquel estúpido y sinsentido ataque de risa. Luego, mi compañera de piso apoyó levemente la cabeza contra mi pierna.
-          ¿Y qué hiciste? Después de que te besara.
-          Supongo que respondí al beso. Estábamos devorándonos mutuamente en plena calle y creo que a los dos nos daba completamente igual quién pudiera vernos.
-          Has vuelto a la adolescencia de repente – bromeó Sam. Decidí ignorarla. – ¿Y luego?
-          Cuando recuperé un poco la cordura y dejé de estar nublada por el deseo animal que él despierta en mí cada vez que está cerca, me alejé de él, lo miré con los ojos abiertos de par en par y me vi envuelta en una situación jodidamente incómoda. No sabía qué decir ni qué hacer. Así que le espeté un “hasta la vista” y desapareció.
-          No te creo. ¿Hiciste eso de verdad?
-          Sí. Estaba asustada, ¿vale? – hice una mueca de dolor. – Sé que estropeé el momento y la cagué a lo grande, pero… tenía que salir de ahí. Si me hubiera quedado, seguramente ahora seguiría en el callejón, con él empotrándome contra la pared. O en su cama. O quién sabe dónde.
Tras decir eso, las dos nos quedamos en total silencio, cada una absorta en sus pensamientos. Sí que había sido una idiota al huir encima. William tenía razón, siempre salía huyendo cuando las cosas entre él y yo iban un poco más allá del límite cómodo que había impuesto entre nosotros. Maldita sea, no tenía experiencia suficiente con ese tipo de situaciones y me había entrado el pánico.
Pero debería haber dicho algo, ¿no? Algo que no le hiciera pensar que me arrepentía de lo que habíamos hecho. Porque lo cierto era que no era así. No me arrepentía en absoluto.
Me mordí el labio, sin ser capaz de ser del todo racional.
-          Sabes que la próxima vez que lo veas, acabarás tirándotelo, ¿verdad? No vas a conseguir seguir aguantando. – Sam rompió la quietud (aunque la música seguía sonando de fondo) para vaticinar mi inevitable futuro.
-          Lo sé.
Asintió, satisfecha.
Un ruido similar al canto de un pájaro nos devolvió a la realidad. Sam alargó la mano para coger su móvil, que también se peleaba en la mesilla de noche para conseguir un hueco.
-          ¿Tu lobo ya te está mandando mensajes? – pregunté para martirizarla.
-          No, no es él – dijo ella, pasando por alto mi pulla. – No le he dado mi número.
-          ¿Quién es, entonces?
-          La organización – respondió ella, de forma misteriosa. Volvió a sentarse, leyendo rápidamente el mensaje del móvil. Luego, levantó la vista y me dedicó una sonrisa radiante. – Al parecer tenemos una nueva misión.
Lentamente, mis labios imitaron su sonrisa y emití un chillido de emoción. Volvíamos a la carga.

1 comentario:

  1. No me negarás que es cortísima,¿eh?
    Si no recuerdo mal te dije en un comentario en otro capítulo que te señalaría los fallos que encontrara así que : la habitación completamente limpiado || Sam alimentándose en exclusiva de un nombre (tengo dudas sobre si quisiste decir hombre) ||
    En primer lugar, espero que ocurra algo más que un beso apasionado entre el detective y Myst (supongo que lo sabes).Qué rayos. Por lo que he leído hasta ahora me gusta más Detec. x Myst que Jack x Myst.
    En segundo lugar, me gustaría leer una entrada sobre los sentimientos profundos y tal del Detective.
    En tercer lugar: no sabes cuánto añoraba leerte.
    Bien, espero que sepas que me encanta la entrada y espero y deseo que hagas lo que sabes que quiero que pase con determinados personajes (sí,también Clark muerto.¿No iba a morir uno?Pues ahí lo tienes)

    ResponderEliminar