(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


sábado, 9 de marzo de 2013

Solo deseaba dejarlo todo atrás.


Primeras horas del 8/Noviembre

Samantha Petes (Nox) 



Le eché un ojo a los monitores, comprobando que ninguno de mis amigos alemanes tenía ganas de hacerme una visita en ese momento. El que había escapado de la daga de Myst había ido en busca de refuerzos, pero de momento estaban lo suficientemente entretenidos encargándose de los heridos, aunque sospechaba que no tardarían en venir a investigar qué pasaba a la habitación de los rehenes.
Cuando Myst desapareció con Clark, tras hacerme un gesto de despedida apenas perceptible, abandoné mi puesto al lado de las pantallas de seguridad. En un intento (seguramente inútil) de retrasar el momento en que los guardias irrumpirían en la habitación y yo tendría que enfrentarme sola a los que seguían vivos, que eran, al menos, cuatro, coloqué las sillas bajo el picaporte de la puerta, de modo que fuera un poco más costoso poder abrirlas. De cualquier manera, no los retrasaría más de un minuto escaso, así que empecé a registrar la sala con la mirada en busca de una salida de emergencia, de la cual carecía completamente, o de un escondite. Ni lo uno ni lo otro.
Con un suspiro, volví junto a los monitores y decidí esperar, rogando para ser capaz de salir viva en caso de que tuviera que improvisar una pelea contra los guardias.
La voz a mi espalda me sobresaltó, pero no le di el gusto de demostrarle que había conseguido asustarme y me mantuve impertérrita.
-          ¿Sabes? Está mal que le mientas tanto – su tono burlón me hizo apretar la mandíbula, pero me tragué la rabia y me mostré tan ecuánime como él.
-          No entiendo a qué te refieres. Ni por qué coño estás aquí.
-          Oh, vamos, no seas así.
De las sombras del final de la habitación, de donde había salido la voz, surgió ahora un cuerpo que segundos antes no estaba en la habitación.
El recién llegado era bastante alto, casi rozando el metro noventa de altura. Debía de tener un año o dos menos que yo, pero jamás le había preguntado su edad. Al igual que todos los demás aspectos de su vida, era algo por lo que sentía curiosidad y horror al mismo tiempo, el mismo tiempo de morboso interés que cuando ves un accidente de tráfico en mitad de la autopista y tienes que pararte un segundo para saber qué ha ocurrido, aun sabiendo que la imagen no será agradable y que te provocará un nudo en el estómago.
Eso era exactamente lo que me pasaba cuando estaba cerca de Aaron. Él tenía el cabello también rubio, pero mi color era ligeramente rojizo, mientras que el de él era más bien dorado. En cambio, sus ojos eran muy oscuros, de un gris que se tornaba negro de vez en cuando, tan negro como yo suponía que era su alma contaminada. Su atractivo físico era indudable, pues contaba con unos rasgos bellos desde una perspectiva objetiva, pero a mí siempre me había parecido igual que una serpiente. Elegante y traicionera.
Se acercó a mí con su andar lento y seguro, tan característico. Se comportaba como si fuera el dueño del suelo que pisara, estuviera donde estuviera.
-          Y sabes a qué me refiero – continuó. Ladeó la cabeza y me regaló su sonrisa irónica favorita, esa que rezumaba veneno por los bordes. – Le has dicho a Myst que no volverías a mentirle. E, incluso mientras se lo decías, ya estabas mintiéndole de nuevo.
-          ¿A qué has venido? – le espeté con tono frío.
Odiaba su presencia casi tanto como odiaba el olor del tabaco. Precisamente porque ambos tenían en mí el mismo maldito efecto: traerme a la mente todos los fragmentos del pasado que prefería mantener enterrados bajo tierra bien lejos de mi presente. Me recordaban de forma irremediable el pasado que deseaba sepultar en el olvido, como si nunca hubiera existido. Me hacían revivir mi infancia, volver a los momentos en el pequeño apartamento, con hambre y frío y nadie a quien le importara.
Odiaba recordar esos instantes. Odiaba volver a ser, aunque solo fuera a través de los recuerdos, aquella niña indefensa y vulnerable que temblaba encima del colchón que se suponía que era su cama, llorando. La última vez que había llorad desde que tenía memoria había sido aquel día, cuando murió mi abuela. Después, los sentimientos se esfumaron, impelidos por el instinto de supervivencia, que era más fuerte que cualquier otra cosa. Y me prometí a mí misma que, pasara lo que pasara, saldría adelante por mí misma. Que nunca volvería a llorar porque una persona a la que quería me hubiera abandonado.
El pasado no era algo agradable, como tampoco lo era la presencia de Aaron allí para mí.
-          Oh – compuso un gesto de tristeza totalmente fingido, pues sus ojos seguían chispeando de diversión mientras me provocaba. – No seas tan dura conmigo. Solo quería hablar un rato contigo…hermanita.
Apreté los puños al oír el apelativo cariñoso en sus labios, que sonaba como un insulto. Sentí unas casi incontenible ganas de estrangularlo y mancharme las manos con su sangre, que, en cierta parte, también era la mía. Ese era el único rasgo que nos unía: la genética.
Físicamente quizá alguien podría encontrarnos un parecido, pero él se parecía más al padre que compartíamos, y yo a la madre que me había criado lejos de él. Aaron había tenido otra madre, pero la verdad era que yo desconocía quién era o cualquier otro dato sobre ella, incluyendo si seguía viva. Solo sabía que él había sido criado por nuestro padre, siguiendo sus enseñanzas, mientras que yo había vivido sola con mi madre. No sabía cuál de los dos había tenido peor suerte, pues mi dos progenitores poseían una inconmensurable cantidad de defectos y muy pocas virtudes (al menos, yo no conocía casi ninguna). Ambos llevaban tras de sí a donde quiera que fueran su alma podrida. Ninguno podía ser considerado un ejemplo a seguir por un niño, ni mucho menos un buen padre en ningún caso.
Quizá por eso tanto Aaron como yo éramos personas deficientes. Yo carecía de sentimientos y él, de cualquier tipo de conciencia moral. Probablemente, eran rasgos que habíamos heredados de unos padres que no nos querían, que solo nos utilizaban como instrumentos, aun siendo solo niños.
-          No me llames así – gruñí. – No somos hermanos.
-          No puedes negar la realidad – replicó él, con un encogimiento de hombros y una fría sonrisa de condescendencia.
-          No me interesa tu palabrería. ¿Qué haces aquí? – pronuncié las palabras de la pregunta con deliberada lentitud, vocalizándolas una por una, e impregnándola de un matiz amenazador.
Me di cuenta entonces de que los guardias me habían quitado los cuchillos que mantenía escondidos en las mangas del jersey y el que tenía en la parte baja de la espalda, a la altura de la cintura. Pero un rápido movimiento del pie me bastó para comprobar que seguía teniendo el que había metido en la bota.
Bien, al menos contaba con un arma para defenderme.
-          Ya sabes qué hago aquí – paseó la mirada por la habitación, sin apenas detenerse al llegar a los dos guardias muertos. – Soy el mensaje.
-          ¿Él te ha enviado?
Aaron se rio y empezó a pasearse por la habitación, dándome la espalda mientras lo hacía. Aproveché su despiste para coger el cuchillo y esconderlo en la manga, manteniéndole cerca de las manos para poder usarlo en casa de necesidad.
-          Claro. Quién si no. – Percibí en el trasfondo de su voz, tras la aparente obediencia, un matiz de desidia y de frustración, que manifestaban que Aaron cumplía aquellas órdenes, pero lo hacía con aburrimiento.
-          ¿Cuál es el mensaje, entonces? – me tensé.
Aaron me miró por encima del hombro y se detuvo. Se paró cerca del cadáver al que le había roto el cuello, pero ni siquiera le prestó atención al cuerpo del hombre, que se descomponía poco a poco. En apenas media hora ya empezaría a emanar de él el olor putrefacto característico de la muerte, que tan poco agradable resultaba.
-          “Tu lucha es inútil. Ambos sabemos que ganaré la partida. Ríndete ahora y únete a mí, Samantha. Hazlo antes de que sea demasiado tarde y tenga que matarte.” – Citó, palabra por palabra, sin quitarme la vista de encima.
Bajé la mirada al suelo tras oírlo. Así que esa había sido la razón de mi secuestro.
Un simple juego de poder.
Quería demostrarme que podía conmigo, que era más fuerte. Que podía secuestrarme si quería y yo no podría hacer nada por evitarlo. Que, de haberlo querido, habría podido asesinarme sin ningún impedimento. Que no podía escapar de su control.
Pero estaba equivocado. Había conseguido liberarme de sus cadenas. Había matado a sus guardias y ahora me daba a la fuga, ilesa.
-          ¿Le darás un mensaje de mi parte? – pregunté. Sin esperar a la respuesta de Aaron, continué hablando. – Dile que no esté tan seguro de su victoria. Dile que aun me quedan fichas por jugar y que soy digna hija de mi padre, así que hazle saber que esperar una rendición por mi parte es una esperanza vana. Dile que mientras viva lucharé… y protegeré a Myst. – Endurecí mi tono. – No permitiré que le haga nada.
-          ¿De verdad quieres que le diga eso? No seas estúpida. Te aplastará sin piedad.
-          Que lo intente. – El reto en mi voz vibró en el aire un segundo, mientras levantaba de nuevo la vista y convertía mi expresión en una máscara de determinación.
Por toda respuesta, Aaron me contempló con una total falta de interés, como si dedicara a observar los patéticos intentos de un niño por alcanzar el sol. Hizo un gesto despectivo con la mano, dejando a las claras que no tomaba en serio mi rebeldía.
-          Sam, eres más inteligente que eso. Vamos. – Se detuvo un instante. – Lo único que tienes que hacer es entregarnos a Myst.
-          Nunca – la negación escapó de mis labios como una sentencia, firme y rotunda. Ni siquiera me detuve a pensarlo antes de expresarlo en voz alta.
Para mí, Myst era más familia que cualquiera de ellos. Myst era mi hermana, no porque compartiéramos la sangre de nuestras venas, sino porque entre ella y yo existía un vínculo que iba más allá de genética. Ella había estado conmigo, me había querido, durante más tiempo que ninguna otra persona desde la muerte de mi abuela. Había luchado por mí.
Esa misma noche, había acudido en mi rescate al saber que algo malo me estaba ocurriendo.
Ningún miembro de mi familia jamás hubiera hecho eso por mí. Mi madre me había abandonado desde la primera vez que me atreví a pedirle cualquier tipo de ayuda. Mi padre solo quería utilizarme como un peón más en su partida. A mi medio hermano no le importaba para otra cosa que para servir a los intereses de su progenitor.
Ninguno de ellos constituía para mí una familia tan real como Myst. Y era por eso que no la traicionaría, que seguiría luchando por ella, aunque tuviera que mentirle en el proceso para hacerlo. No me importaba tener que ser secuestrada si con ello aseguraba que ella estuviera a salvo.
Así funcionaban las familias de verdad. O, al menos, eso suponía, pues carecía de un referente propio con el que poder comparar.
-          No importa cuánto luches – aseguró Aaron, parándose de nuevo frente a mí. Estaba apenas a cuatro metros en línea recta y ambos nos miramos mutuamente a los ojos, con el desafío pintado en la expresión de nuestras caras. – No importa cuánto desees salvarla. Acabaremos con ella. Y contigo si te metes en medio.
-          No os lo permitiré – aseveré de nuevo.
Extraje el cuchillo del interior de la manga con un movimiento rápido y fluido. Apenas lo dejé reposar en la palma de la mano, sintiendo el reconfortante peso del arma, antes de lanzarlo con precisión hacia el cuerpo de Aaron.
El cuchillo voló, cortando el aire, entre los dos, a una velocidad vertiginosa que para mí se hizo eterna. Observé cómo, finalmente, el arma colisionaba contra su cuerpo. Atravesaba su pecho a la altura del esternón… y continuaba de largo, volando por la sala hasta perder la fuerza que le había aportado al lanzarlo y caía al suelo con un ruido de metal resonando.
Aaron se rio ante mi intento de asesinato.
-          Quizá la próxima vez, hermanita. – Con una nueva risita de prepotencia, la imagen de su cuerpo tembló y poco a poco fue perdiendo color e intensidad hasta desaparecer por completo, dejándome sola de nuevo en la habitación.
Con un resoplido, me apoyé en la pared y cerré los ojos. Había sabido de antemano las pocas probabilidades que tenía de matarlo de verdad, pues la habilidad de Aaron, al igual que la de Myst, lo hacía casi inmune a un ataque físico, pero había tenido tanta rabia bullendo en mi interior que no había podido contenerme. Había sentido una intensa furia, un sentimiento sin edulcorar, no como a los que estaba acostumbrada. Por una vez, había sentido como una persona normal y eso me había llevado a cometer una estupidez.
Ya sabía que el cuerpo de Aaron no era el real, claro. Su habilidad Supra consistía en poder crear copias de sí mismo, una especie de hologramas que podían ser percibidos como reales, pero que en realidad eran solo imágenes intangibles, pues su cuerpo verdadero estaba en otra parte. No conocía bien las limitaciones de su capacidad, pues mi medio hermano era lo suficiente listo como para no darme a conocer sus debilidades, pero básicamente sabía que era capaz de materializar una imagen de sí mismo que no podía sufrir ningún daño. Seguramente habría restricciones respecto a la cantidad o al lugar, pero tenía ni idea de cómo funcionaba.
-          Maldito bastardo – mascullé en voz baja. Apenas unos segundos de que él desapareciera de mi vista, ya me había calmado por completo, volviendo a mi habitual estado de insensibilidad. Incluso me sentía un poco más vacía que de costumbre, como si experimentar una sensación en toda su plenitud hubiera mermado mi capacidad habitual de sentir emociones levemente.
-          ¿Con quién hablas, Sam? – preguntó de pronto la voz de Myst.
Cuando abrí los ojos, me la encontré justo delante de mí, observándome con el ceño fruncido. No pude contener una pequeña sonrisa al ver que estaba a salvo. Así debía mantenerla tanto tiempo como fuera posible, por lo que contesté con naturalidad.
-          Pensaba en voz alta – amplié la sonrisa.
-          No me digas – enarcó una ceja, dejando claro tanto por su expresión como por su tono que no me creía.
-          En serio.
Antes de que Myst pudiera cuestionar una vez más la veracidad de mi afirmación, unos fuertes golpes sonaron en la puerta.
Las dos nos giramos en esa dirección y observamos cómo las sillas que yo había colocado empezaban a ceder con presteza, mientras alguien al otro lado, en el pasillo, intentaba abrir la puerta con todas sus fuerzas. Varias personas. Probablemente armadas.
De inmediato, Myst y yo nos miramos.
-          Quizá sea buen momento para salir pitando – sugerí.
-          Pero esto no se va a quedar así – replicó ella, entrecerrando los ojos.
Sin decir nada más, me agarró de la mano y, justo en el momento en el que las sillas cedieron y la puerta se abrió de par en par, ambas desaparecimos de la habitación, dejando atrás al grupo de alemanes furiosos tras la muerte de varios de sus compañeros y la fuga de los rehenes. También había sido una mala noche para ellos, al igual que para mí. 

domingo, 3 de marzo de 2013

Soy más fuerte de lo que parezco.


7/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst




Entré en la habitación y cerré la puerta a mi espalda. Me obligué a mí misma a respirar hondo y a no perder los nervios, mientras recorría con la mirada la escena que había ante mis ojos.
La habitación estaba impregnada por completo por el aroma de la sangre, con ese leve olor a hierro y óxido que la caracterizaba. Había dos cadáveres. Uno de ellos se desangraba rápidamente, pero no quedaba ni un hálito de vida en ninguno. Estaba claro que había sido obra de Sam, porque no podía imaginarme a Clark, que era inofensivo cuánto mínimo, peleando y haciéndole daño a alguien. No con aquella cara que tenía en ese momento, la ineludible expresión de absoluta culpa, con los remordimientos rebosando en su mirada y la angustia en su rostro. Mientras tanto, Sam permanecía con una leve sonrisa en los labios, imperturbable. Ni rastro de culpa, de vergüenza o arrepentimiento.
Enarqué una ceja, esperando una respuesta.
-          Coincidimos aquí. Pura casualidad – respondió ella con desenvoltura, ensanchando su sonrisa.
Aun en el caso de que yo hubiera sido lo suficientemente estúpida como para creerme esa explicación, la cara de desconcierto delató a Clark, dejando claro por completo que eso no era lo que había sucedido.
Apreté la mandíbula, crucé los brazos en el pecho y me recosté contra la puerta.
-          ¿De verdad? – fruncí los labios. – No sigas por ese camino. No te atrevas a mentirme, Samantha.
La sonrisa se evaporó de sus labios. Ella sabía tan bien como yo que solo usaba su nombre completo cuando no era el momento oportuno para chistes, cuando la situación era tan seria e importante que no podía soportar sus bromas inoportunas. Y aquella lo era.
Porque, en ese instante, no entendía nada. Había recorrido buena parte de la ciudad, en mitad de la noche, siguiendo el rastro de Sam, la cual había desaparecido sin más. Había descubierto que estaba en un edificio custodiado por hombres armados y dispuestos a disparar al primer intruso que encontraran en su camino, sin ni siquiera pararse a interrogarme ni un por momento. Había tenido que atacarlos y, probablemente, al menos uno, sino los dos, morirían a causa de las heridas que les había provocado. Aunque había sido en defensa física y, por tanto, justificado, a mí sí me pesaban los remordimientos. Y todo eso, para llegar a aquella sala, y descubrir que Sam estaba de rositas con el hermano del cabrón que me había partido al corazón y al que le había dicho pocos días antes que no quería volver a ver. Nunca más en mi vida.
En ese momento, la verdad, no estaba precisamente contenta, ni siquiera tras saber que mi compañera de piso estaba a salvo. De algún modo, me sentía terriblemente traicionada. Y confusa, sobre todo confusa, porque no entendía cómo aquellas dos personas podían haberse relacionado. Su único nexo en común era… yo.
Así que, fueran cuales fueran las razones que los habían llevado a estar secuestrados juntos en aquella sala, yo tenía algo que ver. Y quería saber exactamente qué.
Sam intercambió una breve mirada con Clark y supe que estaba decidiendo qué estaba dispuesta a revelarme acerca de lo que sucedía y qué prefería que yo no supiera. Verla hacer eso me enfureció aún más. Yo era perfectamente capaz de lidiar con toda la mierda de mi vida, sin necesidad de que ella tuviera que elegir cuánta podía soportar.
-          La verdad, Sam. – Repetí.
Ella se giró una vez más hacia mí. Nos miramos fijamente, los ojos de la una clavados en la otra. Me mostré firme y segura, aunque por dentro estaba temblorosa y confusa. Una parte de mí confiaba ciegamente Sam y la intentaba justificar, pero la otra, la racional, no podía negar lo que veían mis ojos.
Finalmente, mi compañera suspiró y dejó caer los hombros, en una especie de gesto de derrota.
-          Es una historia larga.
-          Pues habla deprisa – repliqué, inflexible.
Ella asintió. De un salto, se sentó encima de la mesa donde se encontraban los monitores. Luego, se pasó la lengua por el labio superior y se aclaró la garganta.
-          Hace algunos días… tres o cuatro, quizá más, me encontré con Clark fuera del edificio. Yo estaba volviendo de comprar cuando lo vi y… lo iba a obligar a marcharse, para que no tuvieras que verlo, cuando él me dijo que tenía información importante que debías saber. – Sam hizo una pausa, buscando las palabras correctas. Sabía que no quería hacerme daño y que por eso dudaba tanto al pronunciar cada frase. Esperé. – Como no iba a permitir que hablara contigo, lo persuadí para que me contara a mí cuál era el problema.
-          ¿Y…? ¿Cuál era?
La tensión se hizo casi palpable en el ambiente. Clark desvió la mirada y apretó los puños. Sam se mantuvo serena, con su rostro neutro, pero pude percibir un ligero atisbo de compasión en su mirada, que desapareció en apenas un segundo.
-          Clark me contó que Skótadi le había ordenado a su hermano matarte.
Solté todo el aire que retenía en los pulmones de golpe.
-          ¿A Jack? – pregunté de forma estúpida e innecesaria. Sabía perfectamente que Clark solo tenía un hermano.
-          Sí.
Aun sabiéndolo, la confirmación en boca de mi mejor amiga fue un duro golpe. Me tambaleé, insegura sobre mis propios pies. Estar apoyada en la pared fue lo que impidió que perdiera por completo el equilibrio. Me mantuve estable y respiré profundamente, tratando de calmarme, mientras la cabeza me daba vuelta, repitiendo una y otra vez las palaras de Sam.
Skótadi le había ordenado a su hermano matarte.
Así que no solo me había arrebatado el corazón cuatro años atrás, ahora estaba planeando acabar con mi vida por completo. Terminar el trabajo.
Cerré los ojos, intentando sobreponerme. Sentía cómo todo el peso del pasado del que había tratado de escapar se cernía ahora sobre mis hombros y me ahogaba, impidiéndome respirar y volver a la superficie. Estaba cayendo a un pozo sin fondo, hundiéndome en mi pasado tortuoso.
Por un instante, volví a recordar aquella mañana. Los rayos de sol entrando por la ventana. El olor a café revoloteando por todas partes. Las sábanas blancas entrelazadas en mis piernas desnudas, mi rostro sobre la almohada. La cama vacía…
Zarandeé la cabeza y alejé el recuerdo. Volví a esconderlo en la cajita en la que mantenía encerrados todos aquellos momentos demasiado descorazonadores como para regodearme en ellos, y me centré en lo que pasaba ahora, en el momento actual, en el rostro serio de Sam y la inseguridad reflejada en el de Clark, que parecía incapaz de mirarme directamente.
-          ¿Y cómo eso os ha llevado a estar secuestrados por un montón de alemanes?
Sam se encogió de hombros con ligereza.
-          La verdad es que de eso no estoy segura – reconoció sin preocupaciones. – Verás, cuando Clark me contó eso, le pedí que me mantuviera informada de los avances de su hermano para poder protegerte. Ayer vino a contarme las novedades y, mientras hablábamos, aparecieron esos tipos, nos metieron en su camión y nos trajeron hasta aquí. No sé mucho más.
Reflexioné lentamente sobre sus palabras. Sam había resumido muchísimo la información, así que encontraba numerosas lagunas entre unos datos y otros, lo cual me hizo mirarla con los ojos entrecerrados. Ella mantenía su gesto despreocupado, pero la conocía lo suficiente como para saber que podía mentirme u ocultarme cosas de forma deliberada sin que su rostro revelara cualquier gesto que delatara que lo estaba haciendo. Y, sin duda, había muchas cosas que se estaba guardando en ese momento.
Consideré lo que sabía.
-          Sam… - suspiré. - ¿Por qué no me dijiste nada? – la verdad era que aquella era la preguntaba que me martilleaba por dentro, la que más me entristecía y me indignaba a partes iguales. - ¿Por qué me lo ocultaste, maldita sea?
-          Porque… - se detuvo y ladeó la cabeza. Me miró como si yo fuera una niña pequeña, incapaz de comprender las cosas más sencillas y lógicas, y prosiguió hablando en un tono bajo e íntimo. – Sé lo mucho que te afecta todo lo relacionado con tu pasado. Has intentando alejarte de él durante los últimos cuatro años y, cuando al fin casi habías alcanzado tu propósito, aparece de repente uno de los principales causantes de tu infelicidad. No podía permitir que estropeara todo cuanto has hecho, que estos años hayan sido en balde. Quería protegerte.
Por un breve instante, me sentí furiosa con ella, por haberme tratado como si no tuviera más de cinco años y fuera incapaz de enfrentarme a mis problemas sola. Pero luego, la rabia se convirtió en emoción y no pude evitar una minúscula sonrisa. Sam había tratado de cuidar de mí. La chica sin sentimientos había intentado mantenerme a salvo y feliz, aunque para ello tuviera que tratar ella con mi molesto pasado.
Así que, en el fondo, Sam sí seguía siendo humana. Seguía importándole el mundo. O, al menos, la parte representada por mi felicidad y mi seguridad.
-          Lo entiendo. – Ensanché la sonrisa y le proporcioné calidez, para hacerle saber que agradecía su gesto. Luego, volví a ponerme seria. – Pero, Sam, soy mayorcita. Mi pasado es algo que debo superar por mí misma, así que… no vuelvas a ocultarme nada como esto, ¿vale?
Tras pensarlo un instante, ella asintió. Bajó de un salto de su asiento improvisado.
-          Así que ya está todo aclarado.
-          Sí, bueno… - de pronto, recordé otro detalle importante de la cuestión. – Espera, entonces, ¿los alemanes son miembros de Skótadi?
Sam y Clark compartieron una mirada de desconcierto, como si aquella fuera la primera vez que se les pasaba por la cabeza esa posibilidad. Luego, ambos negaron con la cabeza y fue ella la que empezó a explicar el porqué de su razonamiento.
-          No creo. Por lo que he entendido, querían secuestrarme a mí en concreto. Clark fue solo un contratiempo – le dedicó un gesto desdeñoso con la mano. – Skótadi no sabe nada de mí, ellos quieren secuestrarte a ti.
Me lo planteé durante un instante, intentando unir las piezas inconexas del rompecabezas. Pero faltaban demasiadas y era incapaz de comprender por completo la situación sin saber más.
-          Puede ser que te descubrieran y decidieran separarnos. Divide y vencerás – cité.
-          ¿Y cómo han descubierto que existo? No hemos dejado pruebas que hagan sospechar que somos un equipo. Y, por lo que Clark ha leído en los informes, solo tienen información sobre ti, no se me menciona en lo más mínimo.
El aludido mostró su acuerdo asintiendo de inmediato con la cabeza.
-          Además – intervino él – si hubiera sido obra de Skótadi, significaría que Jack está implicado. De ser así, no hubiera permitido que me pasara nada malo, ni me hubiera encerrado en este habitación – Clark bufó y puso los ojos en blanco. – No sabes lo sobreprotector que es.
Sí, sí lo sé. Pensé sin remedio. En otra época, también me había protegido a mí. Pero eso había sido antes, mucho antes, cuando yo había sido una niña llena de miedo e inseguridad, que necesitaba de alguien que la salvara del mundo. Ahora me había convertido en una persona capaz de luchar y no necesitaba a nadie que viniera a protegerme, a ningún caballero de armadura reluciente. Era la heroína de mi propia historia.
-          Bien. Entonces… - recapitulé – si los alemanes no trabajan para Skótadi, ¿para quién lo hacen?
Ambos se encogieron de hombros, incapaz de darme una respuesta que no conocían.
-          Los oí hablando de un jefe, pero no dijeron nada que pudiera ser útil. – Explicó Sam.
Asentí. No era la primera vez que la capacidad de Sam de hablar un montón de idiomas era útil en una investigación. Además que le permitía manipular hombres de distintas partes del mundo y eso siempre era un beneficio, pues nunca se sabe a dónde te van a mandar a una misión.
Mi compañera piso se cruzó los brazos y enarcó una ceja, como si estuviera esperando algo.
-          ¿Y bien? ¿Salimos ya de aquí o qué? Podemos seguir discutiendo luego.
Clark, que apenas había hablado desde mi llegada, dio un paso adelante y la interpeló.
-          ¿Cómo planeas que lo hagamos?
-          Bueno, es obvio – replicó el súcubo. Me señaló con la mano derecha. – Ella nos sacará de aquí.
El chico me dirigió una mirada curiosa, preguntándose qué as escondía en la manga que nos permitiera salir de allí sin morir asesinados en el intento.
Negué con la cabeza.
-          Sam, sabes que no puedo llevaros a los dos al mismo tiempo. Solo puedo transportar conmigo un cuerpo del tamaño de un humano.
Arrugó la nariz, molesta ante el imprevisto.
-          Entonces, supongo que Clark tendrá que quedarse aquí con los alemanes – resolvió. Se giró hacia él y se encogió de hombros, esbozando una sonrisa de disculpa totalmente irónica.
-          ¡Qué! – replicó él. Su rostro empalideció de miedo, con los ojos desorbitados y una mirada de terror absoluto. Balbuceó algunas palabras más, pero en voz tan baja que no pude oírlas.
No pude contener la risa al observar el gesto malicioso y burlón de Sam, que disfrutaba aterrorizando al chico.
-          Sam – la reñí ligeramente. Ella no se dio por aludida y se acercó a mí, con sus pasos fluidos, como de bailarina.
-          ¿No pensaréis dejarme tirado aquí, verdad? Por favor. Por favor. Haré lo que sea, pero sacadme de aquí – la voz de Clark estaba teñida de súplica. Hubiera apostado todo el dinero de la recompensa de nuestro último trabajo a que, en pocos minutos, estaría llorando de rodillas y rogando que lo salváramos.
Su actitud confirmó mi sospecha. No había sido entrenado y, aunque quizá fuera un Supra, no sabía utilizar su habilidad a su favor. Los miembros de organizaciones como Tánatos o Skótadi adquiríamos algo junto con el entrenamiento: un orgullo excesivo. La mayoría de nosotros preferíamos la muerte a suplicar por el favor de un enemigo, y pocas veces recurríamos a pedir ayuda incluso a una persona de nuestro bando, a menos que fuera alguien de confianza, como lo era Sam para mí.
Ambas nos quedamos en silencio unos segundos más, pero yo no pude soportarlo más. No tenía ganas de verlo desmoronarse y arrastrarse más.
-          No te preocupes, Clark. Aunque pueda parecer un monstruo, aún me queda algo de conciencia. No me sentiría bien dejándote morir aquí.
-          Tonterías – bufó Sam en voz baja. – Seguro que podrías sobreponerte.
-          Sam – volví a reñirla, pero se me escapó una nueva carcajada.
-          Muchas gracias – musitó el chico, que corrió de inmediato a situarse a mi lado. – Te prometo que no te arrepentirás – entonces, sintiéndose al fin seguro de sobrevivir a su secuestro, me sonrió.
Una punzada me atravesó el corazón. Cuando sonreía, se parecía mucho más a su hermano en la época en la que lo había amado. Ahora ya no sabía si seguiría igual, pero… antes, cada vez que sonreía, sus ojos brillaban y todo su rostro se iluminaba, igual que el de Clark.
Me sobrepuse al dolor y a los sentimientos confusos que me embargaban y me giré hacia Sam, que me observaba atentamente.
-          Lo llevaré primero a él y luego volveré a por ti. No tardaré más de quince minutos o veinte en regresar, lo prometo.
-          ¿Y por qué él primero? A mí me quieres más – imitó el tono de voz de una niña consentida e incluso puso morritos, lo que me hizo volver a reír. Esa era una de las cosas que me hacía querer tanto a Sam, su capacidad de levantarme el ánimo en cualquier situación con su perenne buen humor.
-          Porque, en caso de que vuelva alguno de los alemanes, tú podrás ocuparte de ellos… - señalé los cadáveres como prueba notable de mi alegato – y él no.
Sam contempló un segundo a los dos guardias muertos, y después suspiró de forma exagerada y dramática.
-          Está bien, me sacrificaré porque soy la más fantástica del equipo.
-          Sin duda – corroboré, con una enorme sonrisa. – Pero, por si acaso se complique la situación, mantén el ojo puesto en esos monitores y las puertas cerradas a cal y canto.
-          Sí, señora – me dedicó un saludo militar mientras ponía los ojos en blanco.
La ignoré y me centré en Clark, que estaba mirando a Sam, absorto. En ese justo instante fue cuando me di cuenta de que el muchacho había quedado irremediablemente atraído por ella, lo cual no me sorprendió. Seguía siendo un hombre y todos caían bajo el hechizo del súcubo.
-          Clark – lo llamé. Se giró hacia mí, sorprendido, y se sonrojó al haber sido pillado infraganti. Fingí no haberme dado cuenta. – Mi modo de transporte es… distinto a los habituales. Como es la primera vez que viajas así, probablemente te sientas mareado y enfermo. Es normal. Cierra los ojos y mantente agarrado a mi mano. La sensación durara unos cuantos minutos, hasta que te acostumbres.
-          Es como montarte por primera vez en una montaña rusa. – Añadió Sam. – La sensación de vértigo en el estómago, el cerebro ligeramente comprimido y la falta de tierra firme bajo los pies.
-          No me gustan demasiado las montañas rusas – gimió él en voz baja.
-          Pues esto no te va a resultar nada divertido.
-          Nada de lo sucedido esta noche lo ha sido – farfulló Clark, clavando la vista en el suelo.
De inmediato, sentí compasión por el muchacho. Estaba claro que no estaba acostumbrado a nuestro mundo.
Sin más dilación, le dediqué un gesto de despedida a Sam, que ahora estaba de nuevo tras el mostrador, atenta a las cámaras; tomé la mano de Clark y me desvanecí de la sala.

sábado, 16 de febrero de 2013

Quizá seas tan idiota como para subestimarme.

7/Noviembre

Samantha Petes (Nox



Maldita sea.
El sonido de mi suspiro quedó ahogado por la mordaza que me impedía hablar y por el saco que aún tenía en la cabeza y que no me permitía ver nada de lo que sucedía a mi alrededor. Las manos, atadas a la espalda, empezaban a molestarme de verdad, después de tenerlas más de una hora en la misma postura incómoda.
Me tumbé en el suelo de la parte de atrás de la furgoneta, donde los secuestradores nos habían metido de malos modos y sin darnos ninguna explicación. Al principio, había estado segura de que Clark era parte del plan, el cebo con el que me habían atraído hasta la trampa (en la cual yo había caído como un ratoncillo ingenuo), pero ahora ya no estaba tan segura.
Podía oírlo, cerca de mí, respirando de manera entrecortada y muerto de miedo. Su terror era tan grande que podía percibirlo en el aire, casi como si desprendiera un aroma propio y se hubiera espesado hasta hacerse tangible. No se había acercado a mí y tampoco había dicho una sola palabra, aunque eso probablemente se debía a que también estaría atado y amordazado.
Aun así, no me fiaba de él del todo. Todavía no. Podía seguir funcionando como cebo, fingiendo ser un rehén al igual que yo (actuando francamente bien) para sonsacarme información cuando nos dejaran a solas. Claro, pondría la excusa de “ambos estamos secuestrados, necesito que me cuentes todo lo posible para buscar un modo de escapar” y, cuando yo soltara todo lo que él necesitaba oír, llamaría a sus secuaces, se liberaría y me mataría. ¿Me había tenido engañada todo ese tiempo?
Nunca lo había tomado como una amenaza real, la verdad. Era… tan aparentemente débil. Parecía inseguro y pequeño, intentando comportarse como un adulto sin dejar de ser un niño del todo. Se notaba que nunca había lidiado con el mundo exterior de lleno.
Si toda esa fachada era una mentira, era un actor consumado y me había hecho caer por completo, pues me había tragado toda su historia y su apariencia de inocente.
Pero ahora, tumbada en el suelo de una furgoneta rumbo a quién sabe dónde, ya no estaba tan dispuesta a fiarme de él. Me estaban arrastrando a la fuerza lejos de mi casa y habían encontrado un maldito modo de evitar que mi poder les afectase, lo cual me dejaba con el culo al aire. Además, eran muchos más que yo, así que me vencerían en una pelea física (como ya había pasado en el callejón).
Inspiré hondo y espiré lentamente. Tenía que pensar una solución factible, un plan que se ajustara a las circunstancias y me permitiera salir de aquí… viva, a ser posible. Aunque, primero, tenía que descubrir quiénes eran mis secuestradores, cómo sabían tanto de mí (lo suficiente como para eludir mis habilidades y ser capaces de someterme) y para quién coño trabajaban.
Si el que ha orquestado todo esto es el cabrón de Jack, lo mataré. Ya estaba harta de Skótadi y, sobre todo, de él. No solo le había arruinado la vida a mi mejor amiga. No, ahora tenía que resurgir de entre los olvidados para jodernos de nuevo. Si se atrevía a tocar a Myst…
Apreté los dientes. Me obligué a cerrar los ojos, a inspirar hondo una vez más, y a relajarme. Dejando fluir la ira no conseguiría nada, tenía que permanecer calmada y elaborar un plan de acción que me sacara de toda aquella mierda.
De pronto, la furgoneta se detuvo. El zumbido del motor, que se había convertido en un compás en el fondo de mi cabeza, desapareció por completo, lo que supuso un alivio. Sentí cómo Clark se tensaba a mi lado y su terror se espesó aún más, se hizo más perceptible. Casi sentí lástima por él, pero ese no era mi estilo.
Alguien abrió las puertas de la parte de atrás de la furgoneta. Era de noche, así que supuse que las leves luces que pude percibir a través de la tela del saco serían farolas o luces de una casa.
Había movimiento fuera del vehículo. Gente bajando de él, manteniendo conversaciones en voz baja en el idioma que habíamos oído antes, caminando de aquí para allá. Ladeé la cabeza, intentando discernir cuántas personas eran en total. Conté, como mínimo, unas seis, por lo cual borré de la mente cualquier posibilidad de llevar a cabo un acto kamikaze en plan ninja. Me habían quitado dos dagas y no disponía de munición necesaria para hacerme cargo de ellos antes de que reaccionaran y me placaran de nuevo. Aquellos tipos eran bastante más grandes que la media y, por ende, más pesados.
Si a eso le sumábamos que con la mordaza puesta no podía hablar y, por tanto, no podía obligarlos a cumplir mis órdenes, no me quedaba más remedio que ser buena… de momento.
Cuando sentí que unas manos tiraban de uno de mis pies y me obligaban a salir de la furgoneta, no me resistí, tal como ellos esperaban. Dejé el cuerpo laxo y permití que me arrastraran, asemejando a una muñeca de trapo. Al principio, el que me transportaba se mostró susceptible ante mi cooperación y se mantuvo rígido, ejerciendo una fuerza innecesaria para hacerme caminar. Al cabo de unos cuantos minutos, se relajó.
Nos condujeron a mí y a Clark (lo supe por el ruido de sus pasos detrás de mí) por una serie de largos pasillos. Incapaz de ver, me centré en el sentido del oído, pero eso tampoco me sirvió de mucho. El silencio de la noche solo era roto por un goteo incontinuo, por nuestros pasos y por la conversación de los secuestradores, siempre en el mismo idioma.
Escuché con atención.
Al cabo de cuatro pasillos largos y cinco giros en distintas direcciones, alguien abrió una puerta delante de nosotros. Entramos en otra estancia, que parecía ser más amplia. Tras caminar unos cuantos pasos más, me choqué contra una silla. El tipo que me mantenía sujeta me obligó a sentarme. Luego, ató mis manos, que seguían amarradas a mi espalda, en los postes de la silla y me quitó el saco de la cabeza.
Efectivamente, nos encontrábamos en una sala grande, aunque quizá su tamaño parecía mayor debido a su falta de mobiliario. En ella solo había dos sillas, una ocupada por mí y otra por Clark, y una larga mesa con monitores al fondo, pegada a la pared, detrás de la cual se encontraba un hombre.
No había más puertas. Parecía un enorme almacén que había sido abandonado y ahora se utilizaba para otros propósitos totalmente distintos.
Otro hombre le quitó el saco de la cabeza a Clark, que estaba sentado justo frente a mí. Él parpadeó, con una inconfundible expresión de pánico en el rostro. Fue capaz de controlarla y hacerla desaparecer en pocos segundos, pero yo pude verla.
Los tipos volvieron a hablar entre sí. Clark los miraba confuso, sin entender ni una palabra de las muchas que barbotaban. El idioma que hablaban era rápido, duro, inflexible. La pronunciación, agresiva.
Finalmente, uno de ellos se colocó unos tapones en las orejas, idénticos a los que habían usado cuando luché contra ellos y acompañó a los demás hasta la puerta. Cuando todos los demás salieron (eran siete, aparte del de los tapones y el que estaba detrás de los monitores), cerró la puerta y se quedó dentro, con nosotros. Luego, se acercó de nuevo y nos quitó las mordazas, pero no las ataduras.
Supuse que nos concedían el privilegio de hablar entre nosotros, puesto que ellos se habían protegido contra mis posibles ataques verbales.
Clark no despegó sus ojos de mí. Yo, en cambio, recorrí la habitación con la mirada, buscando salidas alternativas. No había ninguna. Un breve vistazo me confirmó que el otro tipo, el del mostrador, también llevaba tapones. Genial.
-          Así que… ¿me has traicionado, Clark? – le espeté sin más.
Clavé mi mirada en él y observó cuidadosamente su reacción. No mostró culpabilidad, solo sorpresa y, después, desconcierto.
-          ¿Cómo puedes pensar eso? ¿No ves que yo también estoy atado a una silla o qué? – replicó con tono mordaz.
Me encogí de hombros con indiferencia y crucé las piernas.
-          A lo mejor solo estás fingiendo. A lo mejor, en realidad, eres un topo y estás aquí para intentar sacarme información con todo ese rollo de compis de secuestro.
-          Pues no es así. Siento arruinar tus fantasías, pero también estoy secuestrado – bufó, poniendo los ojos en blanco.
Se recostó en la silla, todo lo cómodo que se podía estar con las manos atadas a una silla a tu espalda, y me fulminó con la mirada. Lo ignoré mientras me replanteaba mis alternativas.
-          Bien. Voy a suponer que dices la verdad, porque tu versión coincide con el resto de la historia.
-          Genial – el sarcasmo quedó patente en su tono de voz. Desvió la vista hacia los guardas, que nos observaban con gesto neutral, puesto que no podían oírnos. - ¿Puedes… controlarlos?
-          No, llevan esos estúpidos tapones. – Me quejé. De verdad eran una molestia.
-          Me gustaría saber qué estaban hablando mientras veníamos hacia aquí – musitó él, sin quitarle la vista de encima al que estaba cerca de la puerta.
Seguí su mirada. Hablé sin volver a girarme hacia él.
-          Decían que no sabían qué hacer contigo. Al fin y al cabo, el jefe solo me quería a mí, pero no podían dejarte atrás después de haber sido testigo de todo. Podrías ir a la policía o algo parecido. Además – continué sin detenerme, impidiendo que me interrumpiera – saben que eres también un Supra y creen que su jefe, sea quien sea, también estará interesado en ti, aunque yo fuera el objetivo del secuestro.
-          ¿Lo... los entiendes? – su voz sonó profundamente admirada.
Asentí con la cabeza y sonreí.
-          ¿Qué idioma hablan? – me preguntó Clark entonces, evidentemente curioso.
-          Alemán. De ahí esa pronunciación brusca y agresiva.
-          ¿Sabes hablar alemán? – volvió a repetir.
-          Ya te he dicho que sí. Es uno de los idiomas que hablo.
-          ¿Uno? ¿Cuántos idiomas hablas? – me miró como si estuviera viendo una estrella del pop.
-          Cinco… No, seis. Inglés, alemán, español, ruso, japonés y un dialecto africano. – Enumeré. – Además, estoy empezando con el chino, pero apenas sé la base.
-          Vaya – silbó por lo bajo, impresionado. – Nunca me hubiera imaginado eso.
-          En realidad, es lógico – deslicé la vista de nuevo hacia los guardas. – Mi habilidad consiste en hacer que los hombres cumplan mis órdenes. Para que lo hagan, deben ser capaces de entenderlas. Así que debo expresarlas en su idioma.
Clark asintió y frunció el ceño. Se quedó callado durante un par de minutos, reflexionando sobre Dios sabe qué.
Yo aproveché también para reordenar mis pensamientos, apuntar los datos nuevos a los que ya tenía y buscar nuevas alternativas de escape.
Había decidido creer a Clark (al menos, de momento). Si no pertenecía al bando enemigo, podía tomarlo como aliado. Él también querría escapar, así que dos mejor que uno. O…
Lo analicé rápidamente, recorriendo su cuerpo desgarbado con la mirada. En un combate físico ya había demostrado que no sería de mucha utilidad, porque carecía por completo de entrenamiento. Solo era un inconveniente y no podía encargarme de cuidarlo y de sacarlo de aquí al mismo tiempo.
Pero… los alemanes habían dicho que era un Supra, así que decidí tantear ese terreno.
-          Oye – llamé su atención. – Sé que esto es algo personal y todo ese rollo, pero como estamos en una situación… sí, cabe dentro de la denominación de desesperada, necesito que me digas cuál es tu habilidad.
-          ¿Qué? – enarcó ambas cejas, en una clara expresión de incomprensión.
-          Eres un Supra, ¿no? Pues entonces tienes que tener una habilidad sobrehumana. Quizá nos puede ayudar a salir de aquí. – Hablé lentamente, al igual que haría con un niño pequeño, pues empezaba a exasperarme contar con un aliado como él.
-          Ah – frunció los labios. – No, no te será útil.
-          Prueba.
-          Yo… - lo meditó un instante, buscando las palabras. Parecía que aún desconfiaba de mí, lo cual en realidad no me extrañaba. Yo lo había acusado de rata traidora, así que podía entender que no se fiara del todo, pero era la única salida y se lo hice saber con una única expresión. Asintió y siguió hablando. – Soy capaz de controlar el fuego.
Me quedé callada un instante y luego sonreí.
-          Pero, ¡eso es genial! Solo tienes que quemar las cuerdas y entre los dos nos encargaremos de los guardas. – Empecé a elaborar el plan rápidamente en mi mente: los movimientos, las tácticas de lucha, el modo de evitar que nos dispararan antes de tiempo…
-          No. – Esa simple palabra cortó de raíz todos mis pensamientos. – No lo has entendido. Puedo controlar el fuego, no crearlo.
-          Entonces… - enarqué una ceja - ¿de qué sirve eso?
-          Pues… si tuviera un mechero a mano, podría crear un incendio o quemar las cuerdas. Podría aumentar el fuego hasta reducir el edificio a escombros y convertir a los guardas en cenizas.
-          Pero no tienes un mechero – aseveré.
-          No. – Suspiró y se repantigó un poco en la silla. Con esa postura le dolieron las manos, por lo que volvió a sentarse como antes al instante. – Suelo llevar uno, pero los guardas me lo quitaron cuando nos metieron en la furgoneta, así que… no te valgo para nada.
-          Pues vaya.
Se me estaban acabando las alternativas. Observé por el rabillo del ojo primero a un guardia y luego al otro. Ambos estaban distraídos. Lentamente, fui girando la silla, evitando hacer ruido, hasta que me desplacé apenas unos milímetros, lo suficiente para que mis manos quedaran ocultas de la mirada de ambos.
-          Coloca tu silla frente a la mía. – Le ordené de inmediato a Clark.
-          ¿Para qué? – gruñó él.
-          Hazlo, maldita sea – cuando Clark comenzó a colocarse como le había dicho, haciendo el mínimo ruido posible, le expliqué la lógica de su acción. – Si los guardias ven que no estamos frente a frente, sospecharán.
-          ¿Y en que mejorará nuestra situación estar así?
-          Dame tiempo – susurré con tono pícaro. – Pero no dejes de hablar o sospecharán.
Mientras Clark buscaba un tema de conversación con el que rellenar el silencio, empecé a trabajar en mi liberación. Zarandeé con cuidado la mano derecha y la pulsera que siempre llevaba empezó a deslizarse hacia abajo, hasta llegar al final de mi muñeca. Entonces, lentamente, empecé a girar los dedos intentando alcanzarla y sacarla de mi brazo.
-          No sé de qué hablar. – Acabó por admitir Clark.
Tras unos cuantos intentos fallidos, conseguí hacerme con la pulsera. La giré entre mis dedos, con mucho cuidado de que no se cayera, y rodé hacia un lado la tapa que ocultaba la parte afilada de una cuchilla de apenas tres centímetros. Con la tapa puesta, parecía un simple adorno más de la pulsera, por lo que nadie sospecharía de ella. Esa era la razón por la que no me la habían quitado los tipos cuando me cachearon antes de meterme en la furgoneta. No le habían dado importancia.
Mientras me concentraba en romper las cuerdas con la pequeña cuchilla, retomé la conversación.
-          Di cualquier cosa.
-          Pues… yo… - frunció el ceño. Pareció considerar una opción, descartarla y luego retomarla de nuevo. Finalmente, abrió la boca, pero tardó aun un poco más en atreverse a pronunciar las palabras. – Hay algo en ti que no comprendo.
-          ¿Solo una cosa? Entonces, eres mucho más listo de lo que pensaba – repliqué.
-          Una cosa en concreto, quiero decir – apretó los labios, visiblemente molesto. Le dediqué un gesto con la cabeza, alentándolo a continuar, sin cesar de cortar la cuerda. Estaba a punto de conseguir romper la primera. – A menudo, cuando hablo contigo, siento que… no reaccionas como una persona normal. Más bien, pareces siempre extrañamente vacía. – Sacudió la cabeza. – No sé cómo expresarlo bien. Pero… por ejemplo, justo ahora mismo, estando secuestrada por un puñado de alemanes peligrosos, ni siquiera pareces preocupada.
Me reí. Sí que era más listo de lo que pensaba. Se había dado cuenta de… lo que yo era.
-          No estoy preocupada. Nunca lo estoy.
-          ¿Cómo es posible? – su voz se llenó de curiosidad y acercó un poco más de su cuerpo a mí, como esperando escuchar una confidencia.
Justo en ese momento, terminé de romper la primera cuerda. Liberé la mano derecha y no pude contener una sonrisilla de triunfo. Me puse entonces con la izquierda.
-          Es un trastorno. Lo padezco desde que tengo memoria. Se llama ataraxia. Básicamente, consiste en que soy incapaz de sentir emociones o sentimientos intensos, como la preocupación, el odio, el amor, la felicidad o la angustia. Ya sabes.
-          Pero… eso no puede ser – reculó, totalmente asombrado.
Volví a reírme.
-          Myst también dijo lo mismo cuando se lo conté. Pero con el paso del tiempo, es imposible no darse cuenta de que es verdad.
-          ¿Cómo funciona exactamente? Quiero decir, ¿no sientes nada de nada? ¿Siempre estás indiferente?
Lo medité un instante, buscando el modo correcto de explicar el complejo funcionamiento de mi circuito interno, que se caracterizaba básicamente por sus múltiples anomalías.
-          Sí, siento… algo. Pero en mucha menor medida que una persona normal. Es como… si sintiera una décima parte de una emoción normal, ¿entiendes? Mi sentimiento de alegría es muchísimo más leve que el tuyo, por ejemplo. No me embarga del mismo modo, es solo… un cosquilleo. Pero siento algo, sí. Aunque al ser tan pequeño, es mucho más fácil de ignorar.
-          Es realmente extraño – musitó Clark, aun asombrado.
-          Lo sé. Realmente soy un monstruo, ¿eh? – sonreí ante la expresión disgustada de su rostro. Luego, me puse seria. Hacía unos segundos que había conseguido liberar mi otra mano. – Bien, ahora escúchame atentamente, ¿vale?
Asintió con la cabeza, pendiente de todas mis palabras.
-          Necesito que causes una distracción.
-          ¿Qué?
-          Ya sabes, algo que altere a los guardias. Tiene que ser algo visual, porque no te podrán oír. Improvisa algo, me da igual qué. Pero tienes que conseguir que, como mínimo, uno de ellos acuda en tu auxilio, ¿está claro?
-          Y si lo consigo, luego, ¿qué?
-          Del resto ya me encargo yo. Pero, por si acaso, intenta ponerte todo lo a cubierto que puedas, ¿vale? Tírate al suelo, por ejemplo. Será mejor que no te dé una bala perdida.
-          Buen consejo.
Fingí tener las manos atadas mientras Clark pensaba el modo de interpretar su papel de la mejor manera. Tensé las piernas, relajé los hombros y me preparé para lo que venía a continuación. Sabía, por experiencia, que el momento sería rápido y que solo tendría una oportunidad antes de que fuera demasiado tarde. No podía perder el tiempo ni fallar.
Clark me miró entonces a los ojos, con determinación.
-          Finge que me estás hechizando… como sueles hacer con los otros.
Sonreí y asentí, entendiendo su plan. Empecé a musitar palabras en voz baja, con expresión concentrada y seductora, imitando la que solía poner cuando estaba tomando el control de la mente de alguien.
De inmediato, Clark empezó a chillar y a retorcerse. Parecía que un millón de cuchillos estuvieran clavándosele en el cuerpo y él sufriera un enorme dolor. Tiró con fuerza de las cuerdas, se retorció y acabó tirando la silla al suelo, en donde continuó fingiendo una tortura. Yo no paré de susurrar palabras incoherentes, sin apartar la vista de él, manteniendo nuestro numerito a la perfección.
El guardia de la puerta vino corriendo hacia nosotros, con el arma colgada del hombro, y blasfemando sin cesar en alemán. Se acercó a mí, con una máscara de pura furia en su rostro. Cuando estuvo lo suficiente cerca, me levanté de un salto y le realicé un corte profundo en el cuello con mi pequeña cuchilla. No era suficiente para matarlo, pero al menos lo dejé desconcertado e inestable. Aproveché esa pequeña distracción por su parte, los cinco segundos que le hubiera costado reponerse de mi ataque, para subirme a la silla (puesto que era más alto que yo), rodearle el cuello con los brazos y partírselo con un sonoro crujido.
Para ese momento, la primera bala me pasó muy cerca, casi rozando el brazo, disparada desde la pistola del guardia que estaba tras el mostrador con los monitores. Utilicé el cuerpo del guardia que había matado como escudo para evitar que una de las balas me diera y recogí el arma que se encontraba ahora tirada en el suelo.
Con un movimiento veloz, apunté hacia el otro guardia, tan escondida tras el cuerpo como podía para apuntar correctamente y disparé.
Mi bala atravesó el aire en un par de milésimas de segundos, demasiada rápida para que mi víctima pudiera apartarse de su trayectoria perfecta. Le atravesó el cuerpo a la altura del corazón, exactamente en el pulmón izquierdo. El guardia cayó como un fardo, con un grito ahogado en sangre. La pistola, que sostenía en su mano derecha, voló hasta parar unos tres metros más allá de su cuerpo.
Me levanté con tranquilidad, sabiendo que ya no podría contraatacar. Sus dolores eran demasiado intensos. El pulmón estaba encharcándose poco a poco de sangre. Dentro de poco sería totalmente inútil y perdería a medias la facultad de respirar, mientras no dejaba de desangrarse. Moriría poco a poco.
Para ahorrarle ese sufrimiento, me acerqué a él y le atravesé el cerebro con otro bala. Su sangre salió disparada, manchándome la ropa y la cara. Me limpié la de la cara con la manga de la sudadera y me colgué el arma del hombro, por si acaso recibíamos alguna visita inesperada de otros de los alemanes.
Tras coger aire profundamente una única vez, me dirigí a liberar a Clark. Seguía tirado en el suelo, atado a la silla, de espaldas a todo lo acontecido, aunque desde su posición empezaba a ver el charco de sangre que se extendía rápidamente por el suelo.
Cuando me acerqué a él lo suficiente, pude ver que también había un pequeño charco de sangre cerca de su hombro derecho.
Mierda.
Me agaché frente a él. Al sentir el roce de mi mano sobre él, abrió los ojos de inmediato, con una expresión de dolor pintada en ellos.
-          Joder.
-          Tenías razón con lo de la bala perdida.
-          Mierda, mierda. Tengo que llevarte a un hospital. – Desgarré la manga de la camisa hasta llegar a la zona herida.
La piel estaba levantada alrededor de un corte que se extendía en redondo por el bíceps, de apenas un centímetro de grosor. Suspiré de alivio y me senté en el suelo.
-          No te han dado.
-          ¿Qué dices? Claro que me han dado. Me duele – se quejó él con malhumor.
-          La bala solo te ha rozado la piel. No es una herida grave, novato. Si te hubieran dado de verdad, el dolor sería mucho peor.
Liberé sus manos y lo ayudé a ponerse de pie. Él echó un vistazo a la sala y no pudo contener la expresión horrorizada de su rostro al ver a los dos cadáveres, uno de ellos rodeado de su propia sangre, que manaba de las dos heridas de bala. Luego me miró a mí y en sus ojos pude leer que ahora sí me creía: veía un monstruo.
Ignoré deliberadamente su mirada juzgadora y me dirigí a los monitores. Mostraban las imágenes de las cámaras de seguridad, lo que resultaba perfecto. Desde allí podría ver todo lo que sucedía fuera de nuestra sala y descubrir el mejor modo de salir.
De pronto, percibí un movimiento extraño en una de las cámaras… Una figura de pelo largo y negro que entraba en ese momento en el primero de los pasillos, tras haber destrozado la puerta de entrada.
Sonreí.
-          ¿Cuánto tiempo hace que estamos aquí? – pregunté, sin despegar la mirada de la pantalla.
-          No lo sé. Cuarenta y cinco minutos quizá. ¿Por?
Sumado a la hora que habíamos estado en carretera y al tiempo que habíamos pasado hablando el callejón Clark y yo… debían ser, al menos, las once de la noche. Hacía mucho que había salido a comprar café, sin regresar.
-          Ya han llegado los refuerzos – sonreí abiertamente al ver como Myst se deslizaba en completo silencio por los pasillos en mi busca.
Clark se acercó a los monitores y echó un vistazo. Percibí su expresión de sorpresa al reconocer a la persona que había venido a rescatarnos, deslizándose silenciosamente por los pasillos. Aunque las cámaras de seguridad no contaban con audio, no me hacía falta para saber que Myst apenas estaba tocando el suelo y que solo estaba en estado semi-corpóreo. Casi podía percibir los contornos de su cuerpo fluctuando, cambiando, enroscándose con el aire, sin ser sólida del todo, pero tampoco habiéndose desvanecido por completo.
-          Pues vaya refuerzos – suspiró Clark.
No pude contener la sonrisa que estiró las comisuras de mis labios ante su estupidez. Quizá él esperaba que Myst apareciera cargada de munición, con una escopeta en cada brazo y un pitillo entre los labios, como en las películas malas de acción que reponían hasta la saciedad. Que dijera una frase manida y empezara a pegar tiros sin ton ni son.
Si esperaba eso, estaba completamente equivocado. El estilo de lucha de Myst no tenía nada que ver con los disparos por doquier y los tiroteos. Ella era rápida, silenciosa y completamente letal. Mataba con una precisión inigualable, seccionando los puntos clave y sin desperdiciar tiempo ni movimientos.
Pero no dije nada. Al fin y al cabo, tal como dicen, una imagen valía más que mil palabras y podía ver, gracias a las cámaras del siguiente pasillo, que cuando mi compañera de piso girara la esquina se toparía de frente con un grupo de tres de los alemanes que nos habían secuestrado, los cuales se habían parado para hablar. No podía escuchar su conversación, pero tampoco tenía un interés especial en saber qué estaban diciendo.
Clark se tensó a mi lado, observando el inevitable encuentro.
-          ¿Crees que será capaz de escapar?
-          ¿Por qué iba a escapar? – le pregunté con un bufido. A Myst le quedaban tres pasos para darse de frente con nuestros captores.
-          Porque… son tres contra uno.
Me reí sin poder contenerme.
-          Sí, es cierto – afirmé. Justo en ese momento Myst giró la esquina. – Es injusto para ellos.
Durante un segundo, Myst se quedó completamente quieta, observando y evaluando a los tipos que había frente a ella. Eran grandes e iban bien armados. Su reconocimiento duró apenas un par de segundos, pero ambas estábamos entrenadas para utilizarlos a fondo y averiguar todo lo necesario sobre la batalla que se nos presentaba.
Luego, uno de los alemanes la vio. Dio un grito, alertando a los otros, que estaban de espaldas a ella. Los dos se giraron, intentando apuntar con sus armas antes de ser atacados por la espalda, mientras el primero, el que había gritado, disparaba dos balas directas hacia Myst.
La primera le atravesó el cuerpo a la altura del hígado. La segunda fue directamente al lugar donde se encontraba su corazón.
Ambas balas atravesaron su cuerpo inmaterial y se incrustaron en la pared a su espalda.
Esa era la gran ventaja de la capacidad de Myst para solo desmaterializarse a medias. No era lo suficientemente corpórea como para que un ataque físico pudiera dañarla, ya que los objetos la atravesaban como si fuera simplemente aire condensado. Y, sin embargo, seguía manteniendo una apariencia física que le permitía disponer de sus sentidos y engañar a sus enemigos haciéndolos creer que era vulnerable.
En los siguientes segundos, que transcurrieron mucho más lentos de lo habitual, como si alguien hubiera reducido la velocidad del tiempo, los hombres miraron a Myst, completamente estupefactos. Su cuerpo no sangraba y ni siquiera tenía heridas de bala. Otro de los hombres volvió a disparar, como si quisiera comprobar que lo que sus ojos habían visto la primera vez no había sido una ilusión. Esta vez, la bala la atravesó a la altura del hombro antes de acabar en la misma pared que las otras.
Entonces, Myst desapareció. Su cuerpo se desvaneció por completo. Si te fijabas con muchísima atención, sabiendo lo que debías buscar de antemano, podías apreciar una acumulación de humo blanco según se iba desplazando por la habitación, pero los guardias no conocían ese dato, así que se dedicaron a girarse hacia todos lados, buscándola sin hallarla en ninguna parte, con las pistolas en ristre.
Myst volvió a materializarse detrás del primer tipo que le había disparado, que era el más grande y le sacaba casi dos cabezas. En esta ocasión, llevaba una daga en la mano derecha. Con un movimiento fugaz, se agachó y le cortó al tipo los tendones de la parte trasera de ambas rodillas, haciéndolo caer hacia adelante, incapaz de sostenerse sobre sus piernas. El alemán empezó a gritar (no podíamos oír nada, pero era obvio por el movimiento de sus labios y por el gesto de profundo dolor de su rostro) y los otros dos se giraron a la vez, con las escopetas en ristre. Pero para entonces, Myst había vuelto a convertirse en humo blanco.
Los guardias observaron a su compañero caído, con la cara deformada de terror y rabia. Luego, uno de ellos empezó a disparar al aire, intentando acertar un objetivo invisible, pero fue en vano.
Mientras perdía el tiempo de esa manera, el humo blanco volvió a condensarse a su espalda, hasta formar la conocida figura femenina. Volvía a tener la daga en la misma mano. Esperó hasta que el alemán se girara para quedar frente a ella, con el arma preparada. Él tardó en reaccionar, sorprendido ante su repentina aparición, y ella aprovechó para desviar el cañón del arma que él cargaba de la trayectoria de su cuerpo  y clavarle la daga en el pecho.
Por suerte para el guardia, Myst tenía un desarrollado sentido de la moralidad, derivado de su educación como una niña buena en un hogar acogedor con una familia agradable (al menos, así fue durante gran parte de su infancia). Por eso, tenía importantes reparos en matar a la gente, a menos que supiera con seguridad que estaba obrando adecuadamente al hacerlo. Por ejemplo, si el tipo era asesino o violador.
Ante aquellos alemanes secuestradores, al no disponer de suficientes datos para saber si merecían o no la muerte, les estaba causando heridas graves, que los incapacitarían, pero de las que podrían salvarse si eran atendidos pronto por un médico.
El lugar en el que le clavó el arma al segundo era un sitio muy específico. Bajo aquella zona de piel, no había ningún órgano vital, solo un par de venas y arterias poco importantes, que le producirían una pérdida de sangre abundante, pero que no le harían morir desangrado pronto.
Tras extraer la daga, volvió a desvanecerse en el aire.
El tipo cayó al suelo de rodillas, inspiró hondo y comenzó a imitar a su compañero, uniéndose al concierto de gritos. El último alemán echó un último vistazo alrededor, claramente aterrado ante la visión que estaba contemplando. El humo blanco se acercaba a él, buscándolo para acabar con la molestia que suponía.
Pero, antes de que Myst lo alcanzara, el guardia tiró el arma al suelo, levantó ambas manos hacia el techo, y se marchó corriendo por el pasillo por el que había llegado mi salvadora, dando alaridos.
Ella se materializó de nuevo y observó al hombre huir, con una expresión de sorpresa, que pronto derivó a alivio. Sonreí. Myst, siempre tan bondadosa. No había deseado hacerle daño a ninguno de ellos, pero ellos habían sido los que nos habían hecho daño primero, secuestrándome. Solo estábamos defendiéndonos, y nos habían enseñado a hacerlo de modo que nuestro enemigo no pudiera seguir presentando batalla, ya fuera por incapacidad o por miedo. El último en pie sobrevivía.
Sin detenerse más en aquella habitación, Myst pasó entre los cuerpos de los guardias caídos, que la miraron con el odio pintado en la mirada, y siguió andando. Al llegar al siguiente pasillo, extrajo de alguna parte un pequeño aparato electrónico y miró durante un momento la pantalla. Luego, siguió andando, acercándose paso a paso a la habitación donde nos encontrábamos.
-          Dios… mío – musitó Clark.
Me giré hacia él. Lo cierto era que me había olvidado por completo de su presencia mientras contemplaba a Myst librarse con facilidad de sus atacantes. Si antes había parecido asustado e impresionado, ahora estaba casi en estado de shock.
-          Ya te lo dije – repliqué, encogiéndome de hombros.
-          Pero… No… No es posible – susurró. - ¿Cuándo se convirtió la amada de mi hermano en un monstruo? – había cierta nota acusadora en su tono.
-          Supongo que cuando él la destrozó – ni siquiera yo pude ignorar la furia latente en mi voz. – Es difícil ser feliz cuando los demás te hacen tanto daño.
-          No lo culpes a él. – Clark se giró hacia mí, enfrentándome directamente, nuestros cuerpos tensos. Sus puños estaban cerrados y, por un segundo, pensé que intentaría atacarme, llevado por la rabia.
Aunque hubiera tenido la capacidad de estremecerme de miedo, no lo habría hecho en aquella situación. Sabía con certeza que era capaz de encargarme de Clark, por muy furioso que pudiera estar. No podía resistirse a la voz del súcubo y era superior a él en la lucha física. Precisamente por eso me extrañó, habiendo visto de qué era yo capaz, que se atreviera a desafiarme de ese modo, como si no me temiera.
Entrecerré los ojos.
-          Deja el espectáculo para luego, novato. – Susurré.
Él me miró, aún enfadado y sin comprender, pero antes de que pudiera decir ni una palabra, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Ambos nos giramos hacia ella, aun con la tensión en nuestros cuerpos.
Allí, parada en la puerta, estaba Myst, apoyada en el marco y con las cejas enarcadas en una expresión que auguraba un montón de preguntas ante la situación que estaba contemplando.
Aun sabiendo que probablemente me esperaban largas horas de explicaciones, y reproches por su parte, sonreí, alegre de verla.
-          Bienvenida a casa, cariño – exclamé, imitando la voz del ama de casa que lleva todo el día esperando a su marido. Una comedia de situación en la que nunca ocurría nada anormal, todo lo opuesto a nuestra vida y, en concreto, a la situación que se estaba desarrollando en ese instante.
Myst bajó la vista al suelo y vi que intentaba contenerse, pero al fin acabó riéndose entre dientes al entender mi chiste. Después, suspiró, un sonido que denotaba todo su cansancio.
-          Nox, maldita sea, ¿en qué mierda andas metida? – esa fue su primera pregunta. Luego, clavó la mirada en mi acompañante y su gesto se convirtió en una fría máscara inexpresiva. - ¿Y qué coño hace él aquí?