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sábado, 9 de marzo de 2013

Solo deseaba dejarlo todo atrás.


Primeras horas del 8/Noviembre

Samantha Petes (Nox) 



Le eché un ojo a los monitores, comprobando que ninguno de mis amigos alemanes tenía ganas de hacerme una visita en ese momento. El que había escapado de la daga de Myst había ido en busca de refuerzos, pero de momento estaban lo suficientemente entretenidos encargándose de los heridos, aunque sospechaba que no tardarían en venir a investigar qué pasaba a la habitación de los rehenes.
Cuando Myst desapareció con Clark, tras hacerme un gesto de despedida apenas perceptible, abandoné mi puesto al lado de las pantallas de seguridad. En un intento (seguramente inútil) de retrasar el momento en que los guardias irrumpirían en la habitación y yo tendría que enfrentarme sola a los que seguían vivos, que eran, al menos, cuatro, coloqué las sillas bajo el picaporte de la puerta, de modo que fuera un poco más costoso poder abrirlas. De cualquier manera, no los retrasaría más de un minuto escaso, así que empecé a registrar la sala con la mirada en busca de una salida de emergencia, de la cual carecía completamente, o de un escondite. Ni lo uno ni lo otro.
Con un suspiro, volví junto a los monitores y decidí esperar, rogando para ser capaz de salir viva en caso de que tuviera que improvisar una pelea contra los guardias.
La voz a mi espalda me sobresaltó, pero no le di el gusto de demostrarle que había conseguido asustarme y me mantuve impertérrita.
-          ¿Sabes? Está mal que le mientas tanto – su tono burlón me hizo apretar la mandíbula, pero me tragué la rabia y me mostré tan ecuánime como él.
-          No entiendo a qué te refieres. Ni por qué coño estás aquí.
-          Oh, vamos, no seas así.
De las sombras del final de la habitación, de donde había salido la voz, surgió ahora un cuerpo que segundos antes no estaba en la habitación.
El recién llegado era bastante alto, casi rozando el metro noventa de altura. Debía de tener un año o dos menos que yo, pero jamás le había preguntado su edad. Al igual que todos los demás aspectos de su vida, era algo por lo que sentía curiosidad y horror al mismo tiempo, el mismo tiempo de morboso interés que cuando ves un accidente de tráfico en mitad de la autopista y tienes que pararte un segundo para saber qué ha ocurrido, aun sabiendo que la imagen no será agradable y que te provocará un nudo en el estómago.
Eso era exactamente lo que me pasaba cuando estaba cerca de Aaron. Él tenía el cabello también rubio, pero mi color era ligeramente rojizo, mientras que el de él era más bien dorado. En cambio, sus ojos eran muy oscuros, de un gris que se tornaba negro de vez en cuando, tan negro como yo suponía que era su alma contaminada. Su atractivo físico era indudable, pues contaba con unos rasgos bellos desde una perspectiva objetiva, pero a mí siempre me había parecido igual que una serpiente. Elegante y traicionera.
Se acercó a mí con su andar lento y seguro, tan característico. Se comportaba como si fuera el dueño del suelo que pisara, estuviera donde estuviera.
-          Y sabes a qué me refiero – continuó. Ladeó la cabeza y me regaló su sonrisa irónica favorita, esa que rezumaba veneno por los bordes. – Le has dicho a Myst que no volverías a mentirle. E, incluso mientras se lo decías, ya estabas mintiéndole de nuevo.
-          ¿A qué has venido? – le espeté con tono frío.
Odiaba su presencia casi tanto como odiaba el olor del tabaco. Precisamente porque ambos tenían en mí el mismo maldito efecto: traerme a la mente todos los fragmentos del pasado que prefería mantener enterrados bajo tierra bien lejos de mi presente. Me recordaban de forma irremediable el pasado que deseaba sepultar en el olvido, como si nunca hubiera existido. Me hacían revivir mi infancia, volver a los momentos en el pequeño apartamento, con hambre y frío y nadie a quien le importara.
Odiaba recordar esos instantes. Odiaba volver a ser, aunque solo fuera a través de los recuerdos, aquella niña indefensa y vulnerable que temblaba encima del colchón que se suponía que era su cama, llorando. La última vez que había llorad desde que tenía memoria había sido aquel día, cuando murió mi abuela. Después, los sentimientos se esfumaron, impelidos por el instinto de supervivencia, que era más fuerte que cualquier otra cosa. Y me prometí a mí misma que, pasara lo que pasara, saldría adelante por mí misma. Que nunca volvería a llorar porque una persona a la que quería me hubiera abandonado.
El pasado no era algo agradable, como tampoco lo era la presencia de Aaron allí para mí.
-          Oh – compuso un gesto de tristeza totalmente fingido, pues sus ojos seguían chispeando de diversión mientras me provocaba. – No seas tan dura conmigo. Solo quería hablar un rato contigo…hermanita.
Apreté los puños al oír el apelativo cariñoso en sus labios, que sonaba como un insulto. Sentí unas casi incontenible ganas de estrangularlo y mancharme las manos con su sangre, que, en cierta parte, también era la mía. Ese era el único rasgo que nos unía: la genética.
Físicamente quizá alguien podría encontrarnos un parecido, pero él se parecía más al padre que compartíamos, y yo a la madre que me había criado lejos de él. Aaron había tenido otra madre, pero la verdad era que yo desconocía quién era o cualquier otro dato sobre ella, incluyendo si seguía viva. Solo sabía que él había sido criado por nuestro padre, siguiendo sus enseñanzas, mientras que yo había vivido sola con mi madre. No sabía cuál de los dos había tenido peor suerte, pues mi dos progenitores poseían una inconmensurable cantidad de defectos y muy pocas virtudes (al menos, yo no conocía casi ninguna). Ambos llevaban tras de sí a donde quiera que fueran su alma podrida. Ninguno podía ser considerado un ejemplo a seguir por un niño, ni mucho menos un buen padre en ningún caso.
Quizá por eso tanto Aaron como yo éramos personas deficientes. Yo carecía de sentimientos y él, de cualquier tipo de conciencia moral. Probablemente, eran rasgos que habíamos heredados de unos padres que no nos querían, que solo nos utilizaban como instrumentos, aun siendo solo niños.
-          No me llames así – gruñí. – No somos hermanos.
-          No puedes negar la realidad – replicó él, con un encogimiento de hombros y una fría sonrisa de condescendencia.
-          No me interesa tu palabrería. ¿Qué haces aquí? – pronuncié las palabras de la pregunta con deliberada lentitud, vocalizándolas una por una, e impregnándola de un matiz amenazador.
Me di cuenta entonces de que los guardias me habían quitado los cuchillos que mantenía escondidos en las mangas del jersey y el que tenía en la parte baja de la espalda, a la altura de la cintura. Pero un rápido movimiento del pie me bastó para comprobar que seguía teniendo el que había metido en la bota.
Bien, al menos contaba con un arma para defenderme.
-          Ya sabes qué hago aquí – paseó la mirada por la habitación, sin apenas detenerse al llegar a los dos guardias muertos. – Soy el mensaje.
-          ¿Él te ha enviado?
Aaron se rio y empezó a pasearse por la habitación, dándome la espalda mientras lo hacía. Aproveché su despiste para coger el cuchillo y esconderlo en la manga, manteniéndole cerca de las manos para poder usarlo en casa de necesidad.
-          Claro. Quién si no. – Percibí en el trasfondo de su voz, tras la aparente obediencia, un matiz de desidia y de frustración, que manifestaban que Aaron cumplía aquellas órdenes, pero lo hacía con aburrimiento.
-          ¿Cuál es el mensaje, entonces? – me tensé.
Aaron me miró por encima del hombro y se detuvo. Se paró cerca del cadáver al que le había roto el cuello, pero ni siquiera le prestó atención al cuerpo del hombre, que se descomponía poco a poco. En apenas media hora ya empezaría a emanar de él el olor putrefacto característico de la muerte, que tan poco agradable resultaba.
-          “Tu lucha es inútil. Ambos sabemos que ganaré la partida. Ríndete ahora y únete a mí, Samantha. Hazlo antes de que sea demasiado tarde y tenga que matarte.” – Citó, palabra por palabra, sin quitarme la vista de encima.
Bajé la mirada al suelo tras oírlo. Así que esa había sido la razón de mi secuestro.
Un simple juego de poder.
Quería demostrarme que podía conmigo, que era más fuerte. Que podía secuestrarme si quería y yo no podría hacer nada por evitarlo. Que, de haberlo querido, habría podido asesinarme sin ningún impedimento. Que no podía escapar de su control.
Pero estaba equivocado. Había conseguido liberarme de sus cadenas. Había matado a sus guardias y ahora me daba a la fuga, ilesa.
-          ¿Le darás un mensaje de mi parte? – pregunté. Sin esperar a la respuesta de Aaron, continué hablando. – Dile que no esté tan seguro de su victoria. Dile que aun me quedan fichas por jugar y que soy digna hija de mi padre, así que hazle saber que esperar una rendición por mi parte es una esperanza vana. Dile que mientras viva lucharé… y protegeré a Myst. – Endurecí mi tono. – No permitiré que le haga nada.
-          ¿De verdad quieres que le diga eso? No seas estúpida. Te aplastará sin piedad.
-          Que lo intente. – El reto en mi voz vibró en el aire un segundo, mientras levantaba de nuevo la vista y convertía mi expresión en una máscara de determinación.
Por toda respuesta, Aaron me contempló con una total falta de interés, como si dedicara a observar los patéticos intentos de un niño por alcanzar el sol. Hizo un gesto despectivo con la mano, dejando a las claras que no tomaba en serio mi rebeldía.
-          Sam, eres más inteligente que eso. Vamos. – Se detuvo un instante. – Lo único que tienes que hacer es entregarnos a Myst.
-          Nunca – la negación escapó de mis labios como una sentencia, firme y rotunda. Ni siquiera me detuve a pensarlo antes de expresarlo en voz alta.
Para mí, Myst era más familia que cualquiera de ellos. Myst era mi hermana, no porque compartiéramos la sangre de nuestras venas, sino porque entre ella y yo existía un vínculo que iba más allá de genética. Ella había estado conmigo, me había querido, durante más tiempo que ninguna otra persona desde la muerte de mi abuela. Había luchado por mí.
Esa misma noche, había acudido en mi rescate al saber que algo malo me estaba ocurriendo.
Ningún miembro de mi familia jamás hubiera hecho eso por mí. Mi madre me había abandonado desde la primera vez que me atreví a pedirle cualquier tipo de ayuda. Mi padre solo quería utilizarme como un peón más en su partida. A mi medio hermano no le importaba para otra cosa que para servir a los intereses de su progenitor.
Ninguno de ellos constituía para mí una familia tan real como Myst. Y era por eso que no la traicionaría, que seguiría luchando por ella, aunque tuviera que mentirle en el proceso para hacerlo. No me importaba tener que ser secuestrada si con ello aseguraba que ella estuviera a salvo.
Así funcionaban las familias de verdad. O, al menos, eso suponía, pues carecía de un referente propio con el que poder comparar.
-          No importa cuánto luches – aseguró Aaron, parándose de nuevo frente a mí. Estaba apenas a cuatro metros en línea recta y ambos nos miramos mutuamente a los ojos, con el desafío pintado en la expresión de nuestras caras. – No importa cuánto desees salvarla. Acabaremos con ella. Y contigo si te metes en medio.
-          No os lo permitiré – aseveré de nuevo.
Extraje el cuchillo del interior de la manga con un movimiento rápido y fluido. Apenas lo dejé reposar en la palma de la mano, sintiendo el reconfortante peso del arma, antes de lanzarlo con precisión hacia el cuerpo de Aaron.
El cuchillo voló, cortando el aire, entre los dos, a una velocidad vertiginosa que para mí se hizo eterna. Observé cómo, finalmente, el arma colisionaba contra su cuerpo. Atravesaba su pecho a la altura del esternón… y continuaba de largo, volando por la sala hasta perder la fuerza que le había aportado al lanzarlo y caía al suelo con un ruido de metal resonando.
Aaron se rio ante mi intento de asesinato.
-          Quizá la próxima vez, hermanita. – Con una nueva risita de prepotencia, la imagen de su cuerpo tembló y poco a poco fue perdiendo color e intensidad hasta desaparecer por completo, dejándome sola de nuevo en la habitación.
Con un resoplido, me apoyé en la pared y cerré los ojos. Había sabido de antemano las pocas probabilidades que tenía de matarlo de verdad, pues la habilidad de Aaron, al igual que la de Myst, lo hacía casi inmune a un ataque físico, pero había tenido tanta rabia bullendo en mi interior que no había podido contenerme. Había sentido una intensa furia, un sentimiento sin edulcorar, no como a los que estaba acostumbrada. Por una vez, había sentido como una persona normal y eso me había llevado a cometer una estupidez.
Ya sabía que el cuerpo de Aaron no era el real, claro. Su habilidad Supra consistía en poder crear copias de sí mismo, una especie de hologramas que podían ser percibidos como reales, pero que en realidad eran solo imágenes intangibles, pues su cuerpo verdadero estaba en otra parte. No conocía bien las limitaciones de su capacidad, pues mi medio hermano era lo suficiente listo como para no darme a conocer sus debilidades, pero básicamente sabía que era capaz de materializar una imagen de sí mismo que no podía sufrir ningún daño. Seguramente habría restricciones respecto a la cantidad o al lugar, pero tenía ni idea de cómo funcionaba.
-          Maldito bastardo – mascullé en voz baja. Apenas unos segundos de que él desapareciera de mi vista, ya me había calmado por completo, volviendo a mi habitual estado de insensibilidad. Incluso me sentía un poco más vacía que de costumbre, como si experimentar una sensación en toda su plenitud hubiera mermado mi capacidad habitual de sentir emociones levemente.
-          ¿Con quién hablas, Sam? – preguntó de pronto la voz de Myst.
Cuando abrí los ojos, me la encontré justo delante de mí, observándome con el ceño fruncido. No pude contener una pequeña sonrisa al ver que estaba a salvo. Así debía mantenerla tanto tiempo como fuera posible, por lo que contesté con naturalidad.
-          Pensaba en voz alta – amplié la sonrisa.
-          No me digas – enarcó una ceja, dejando claro tanto por su expresión como por su tono que no me creía.
-          En serio.
Antes de que Myst pudiera cuestionar una vez más la veracidad de mi afirmación, unos fuertes golpes sonaron en la puerta.
Las dos nos giramos en esa dirección y observamos cómo las sillas que yo había colocado empezaban a ceder con presteza, mientras alguien al otro lado, en el pasillo, intentaba abrir la puerta con todas sus fuerzas. Varias personas. Probablemente armadas.
De inmediato, Myst y yo nos miramos.
-          Quizá sea buen momento para salir pitando – sugerí.
-          Pero esto no se va a quedar así – replicó ella, entrecerrando los ojos.
Sin decir nada más, me agarró de la mano y, justo en el momento en el que las sillas cedieron y la puerta se abrió de par en par, ambas desaparecimos de la habitación, dejando atrás al grupo de alemanes furiosos tras la muerte de varios de sus compañeros y la fuga de los rehenes. También había sido una mala noche para ellos, al igual que para mí. 

1 comentario:

  1. No me esperaba que Sam tuviera un hermano, no le pegaba, la verdad xD
    No me gusta demasiado la frialdad y la desconfianza con la que Myst está tratando a Sam en estas últimas entradas D: Y tampoco me gusta demasiado el nombre Aaron, no sé xD .Por cierto, me estaba acordando de una cosa,¿no había un hombre lobo por aquí?¿qué pasó con el?

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