4/Noviembre
Ian Howl (Lycos)
Aquella molesta sensación llevaba persiguiéndome
desde hacía tres días. Era… un zumbido, una vibración de baja intensidad que
iba aumentando de frecuencia a medida que pasaba el tiempo. Pero, cuando
intentaba averiguar de qué se trataba, se me escurría entre los dedos. Era… era
como si hubiera algo que hubiera olvidado, pero que fuera de vital importancia.
Pero, si tan relevante era, ¿por qué era incapaz de recordarlo?
Sentado en el tronco de un árbol caído, en medio de
ninguna parte en un bosque de un montón de verdes hectáreas y vestido solo con
unos vaqueros raídos, no tenía nada mejor que hacer que intentar descubrir el
origen de esa sensación. Estaba oscureciendo, pero el tiempo siempre parecía
ralentizarse cuando esperabas algo, así que mis minutos se eternizaban en horas
y solo podía entretenerme con mis pensamientos hasta que llegara la noche
completa y la luna me llamara con su dulce resplandor.
Levanté la vista y miré a través de las copas de
los árboles hacia el cielo, que ahora estaba pintado de naranja oscuro,
tornándose lentamente en negro.
Inspiré hondo y, con mi olfato hipersensible, fui capaz
de percibir el aroma de las hojas caídas del otoño a mi alrededor y de la
tierra húmeda por la lluvia de hacía un par de horas. Esta noche no llovería,
nada presagiaba tormenta.
Un aroma desconocido me invadió. No era algo que
estuviera oliendo en ese momento, allí, en medio del bosque, sino un perfume
que se había quedado en mi memoria. Lo había estado percibiendo desde que
empezó la incómoda sensación. Era un olor exótico, penetrante, seductor. Una
mezcla de especias que era incapaz de identificar, pero que, con solo
recordarla, se me ponía la piel de gallina y tenía la incontrolable necesidad
de encontrar su fuente de origen. Pero, al igual que me sucedía con la
vibración, no recordaba donde encontrarla.
Maldita sea. ¿Cuándo había comenzado a tener tantas
lagunas en la cabeza? ¿Cuándo había olvidado esas cosas? ¿Por qué mi cuerpo
reaccionaba de ese modo ante un recuerdo al que ni siquiera podía acceder? Se
me escapaba. Cada vez que me acercaba a él, a ese enorme enigma que había
aparecido en mi mente en los últimos días, se convertía en humo y ya no podía
saber de qué se trataba.
Cerré los ojos y respiré hondo. Me concentré al
máximo, buceando en mi memoria. Algo me bloqueó el paso cuando me acerqué a la
parte restringida a la que no podía acceder, una especie de muro mental.
¿Alguien había estado jugando con mi mente? Si así había sido, había hecho un
trabajo fantástico, porque no era capaz de acordarme de absolutamente nada de
lo sucedido.
Pero mi mente era solo mía. No me gustaba que nadie
hubiera estado jugueteando con sus circuitos internos, así que debía averiguar
quién había sido y qué quería ocultar al hacerlo. Me tumbé en la tierra húmeda
y me relajé, todos los músculos descansando al compás de mis respiraciones
lentas y profundas.
La barrera me repelía una y otra vez, atacara por
donde atacase. Pero persistí. Y, justo cuando estaba a punto de darlo por
imposible, los descubrí.
Unos preciosos ojos verdes, con unas motitas
doradas alrededor, que me hechizaban. Me precipitaban al abismo, tan profundos
e insondables como un pozo sin fondo. Esos ojos eran los causantes de todos los
males de mi cuerpo, de las reminiscencias del olor, de las taquicardias
repentinas al pensar en la noche de tres días antes, y de los sueños
en los que me veía a mí mismo persiguiendo a alguien a quien nunca lograba
alcanzar.
Esos ojos eran la clave del misterio. Ahora solo
tenía que buscarles un rostro al que asociar la belleza de unos iris como esos.
Aquellos ojos verdes… me habían hecho caer. Me habían
sometido a su voluntad. ¿A quién pertenecían?
Una mujer. No recordaba nada más de ella, pero no
me cabía duda de que eran femeninos, por su forma y el brillo que emitían. Por
el olor que me invadía y que sabía, instintivamente, que era suya.
Durante la siguiente hora, intenté por todos los
medios perpetrar en los huecos de mi cabeza que se mantenían lejos de mi
alcance. Intenté añadirle una nariz, unos labios y un color de pelo a la chica,
pero no conseguí ni siquiera imaginarlos. No descubrí ninguna letra de ningún
nombre. Sin embargo, su olor permaneció anclado en mis fosas nasales como si se
hubiera convertido en el oxígeno que necesitaba para vivir.
Había una fuerza dentro de mí que no había sentido
antes. No se trataba solo de que fuera esta
noche, aunque eso también influía. No, había algo más. Parecía como si la bestia
estuviera rugiendo en mi interior a todo pulmón, ensordeciendo el resto de
sonidos del mundo con sus quejas. Estaba exigiéndomelo. Demandaba… ¿qué?
Ella sí
recuerda aquella noche.
Ese pensamiento se escurrió entre todos los que me
rondaban por la cabeza. Entonces, al fin lo entendí todo. El animal sí sabía
qué era lo que yo no podía recordar y era algo que lo había alterado tanto como
para estar inquieto y nervioso últimamente. Era como si quisiera escapar de su
jaula antes de tiempo para cumplir su misión, pero yo no sabía cuál era.
Joder. Tenía demasiadas preguntas y todas las
malditas respuestas estaban ocultas en mis propios recuerdos.
Mientras permanecía tumbado sobre la tierra, sentí
como mi sangre empezaba a arder en mis venas y arterias. La temperatura se me
disparó, mientras la piel se me tensaba sobre los huesos. Ya había comenzado.
Gemí. La transformación, independientemente de
cuantas veces tuviera que llevarla a cabo, siempre dolía, aunque mientras no me
resistiera a ella, el sufrimiento era soportable.
Los huesos se empezaron a transformar: algunos
crecieron y otros se hicieron más pequeños; se doblaron, se recolocaron. El dolor me hizo apretar los dientes, pero no
me moví.
El oído se me agudizó más de lo normal, al igual
que el olfato y la vista. Las uñas de mis manos y pies crecieron hasta mutar en
afiladas garras que se clavaron en la tierra que había debajo de mí. El pelo de
todo mi cuerpo creció, formando una tupida mata de pelaje color marrón oscuro.
Los dientes se volvieron más afilados, el morro más alargado…
Cuando volví a abrir los ojos, el dolor ya había
terminado.
La transformación estaba completa.
Levanté la vista hacia la luna llena que brillaba
encima de mí, con sus rayos plateados, y el lobo que ahora era aulló, dándole
la bienvenida a la única noche del mes en que escapaba de su jaula por completo.
Mi conciencia permanecía dentro de la mente del
animal en que me había convertido, pero ahora era un mero espectador de lo que
sucedía con mi peludo cuerpo lobuno. No podía controlar la mayor parte de mis
actos, solo me guiaba por puro instinto y deseo animal. Ahora, el lobo tenía
hambre.
Olisqueé el aire de mi alrededor en busca de una
presa. Había un conejo escondido en una madriguera a menos de doscientos metros
de distancia.
Después de cenar, aun con la sangre de mi presa
manchándome los bigotes, el lobo miró a la luna y volvió a aullar, pero esta
vez de forma lastimera. La mente del lobo no era tan aguda como la humana, era
más atávica, mucho más simple y primitiva, por lo que no podía comprender todos
los detalles de sus pensamientos, si es que había. Muchas veces, eran solo
sensaciones, colores o sonidos, nada tan concreto como para interpretarlo.
Pero esa noche, el lobo estaba terriblemente
angustiado. Para paliar la pena que lo consumía, empezó a correr. Y, mientras
los kilómetros pasaban bajos sus potentes patas, recordó, derribando cualquier
barrera de mi memoria humana. Él era capaz de acceder a todos los recuerdos,
porque los trucos mentales que me habían hecho no afectaban al cerebro del
lobo, solo a mi parte humana.
Y así fue como apareció un cabello rubio rojizo
justo a los ojos verdes, y el rostro más bello que jamás hubiera contemplado.
¿Cómo era posible que hubiera olvidado semejante preciosidad? La chica, de unos
veintipocos años, parecía una ninfa etérea, con la piel color caramelo claro y
una sonrisa que dejaría sin aliento a cualquier hombre con capacidad de
raciocinio.
¿Dónde la había encontrado? Rebobiné la escena de
la visión de ella hasta situarme en la discoteca. Estaba rodeado de personas
bailando, bebiendo, coqueteando. Humanos buscando contacto con otros iguales
que ellos. ¿Qué hacía yo allí?
Ah, sí. Aquel aroma. Lo había olido a un par de
calles de distancia y lo había seguido hasta aquel local atestado de hormonas.
Y luego, ella había atravesado el local para venir a buscarme, desde la barra,
de algún modo sabiendo que yo también estaba allí para encontrarla a ella.
Llevaba un vestido que remarcaba sus sensuales curvas y una media sonrisa que
me dejó sin habla.
Sin musitar una palabra, aquella belleza pasó por
mi lado y me dirigió una mirada sugerente que me impelió a seguirla hasta una
sala del fondo, donde alguien había almacenado un par de mesas y sillas sin
orden ni concierto. Ella me estaba esperando allí dentro, recostada contra la
pared.
Cuando entré, me miró como si fuera una depredadora
que acabara de cazar a su presa, pero yo no me sentía cazado, sino cazador. Al
fin la había encontrado. Después de tanto tiempo buscándola, estaba justo
delante de mí…
Me detuve en secó en mitad de la carrera. Seguía en
medio del bosque, en ninguna parte en particular. A mi alrededor, la misma vegetación
corriente y los mismos sonidos nocturnos.
Pero el corazón me latía tan rápido que estaba
seguro de que me iba a salir del pecho a medida que los recuerdos afloraban a
la superficie.
Ella, atrayéndome a su cuerpo, susurrándome
palabras ronroneantes que me hicieron perder la cabeza; yo presionando mis
labios contra los suyos, sintiendo estallar todos mis órganos al tocarla por
fin. Sus manos en mis espaldas, con sus… garras clavadas en mis omóplatos.
¿Garras?
No me paré a analizar ese detalle. La memoria del
lobo no se detenía y los recuerdos seguían bombardeándome sin descanso.
Yo la había agarrado por la cintura, totalmente
fuera de control. En mi mente no había cabida para la razón, solo existía la
lujuria, el intenso deseo que me desgarraba por dentro y la necesidad de
hacerla mía, de fusionarme con su cuerpo.
Sus piernas rodearon mis caderas mientras bebía de
mis labios… extrayéndome la vida poco a poco. Yo lo sentía, sentía como con
cada uno de sus besos mi cuerpo se debilitaba, como ella se estaba alimentando
de mi energía, pero no me importaba. Eso era lo que ella necesitaba de mí y yo
estaba dispuesto a dárselo.
Le desabroché el vestido y me alejé de sus labios
un instante para recorrerle la clavícula y, después, el cuello esbelto con mis
labios, hasta detenerme sobre sus hombros. Ella se aferró a mí con más fuerza,
mientras de su boca escapaba un gemido agudo de satisfacción.
Apoyé su cuerpo sobre una mesa mientras ella me
arrancaba, literalmente, la camisa del cuerpo, convirtiéndola en jirones
destrozados de tela que no tuvo reparo en tirar al suelo. Eso tampoco me
importó. Solo estábamos ella y yo. Nada más era relevante. Si una guerra
hubiera estallado en la habitación de al lado y el apocalipsis hubiera
comenzado en la tierra, ni siquiera me habría dado cuenta, porque la tenía
entre mis brazos justo en ese momento.
Cuando mis pantalones desaparecieron, también lo
hizo su ropa interior. Nuestras pieles se fusionaron, chocaron una y otra vez,
se convirtieron en una extensión de la otra. La besé con suficiente pasión como
para dejar pequeño un incendio.
Ella enterró los dedos en mi pelo, acercándome más
a su boca ansiosa. Cada vez que nuestros labios chocaban, que su lengua
encontraba la mía, podía sentir como extraía mi fuerza vital.
Permanecimos así, una lucha encarnizada de cuerpos
sudorosos, hasta que ella me dejó las marcas de sus garras en la espalda al
llegar al orgasmo y yo la seguí en el éxtasis.
Los recuerdos eran tan vívidos que había empezado a
jadear, casi como si en ese mismo instante nuestros cuerpos estuvieran unidos
en lo más íntimo. Pero no era así. Yo no estaba con ella, estaba solo en el
bosque. ¿Por qué la había dejado escapar?
Cuando nos separamos, ambos respirábamos a toda
velocidad, intentado recuperar el oxígeno. Yo me sentía enfermo, falto de
energía. Ella me había robado gran parte de mi fuerza, así que tuve que
sujetarme a la pared para no caerme al suelo. Las rodillas me temblaban.
Pero entonces, sentí el roce de sus dedos contra mi
mejilla derecha. Levanté la vista y me encontré con sus profundos ojos verdes.
Caí al abismo sin remedio. Me embrujó sin ninguna dificultad, extenuado como
estaba y pletórico de éxtasis tras haberla encontrado.
-
Gracias – susurró. Las yemas de sus dedos
trazaron un sendero imaginario descendente hasta mi cuello. – Sé que me he
alimentado demasiado, lo siento. Pero… es tu culpa, supongo – se rió en voz
baja. Su risa era el sonido más bello que había oído nunca. – Eres delicioso,
¿sabes?
Yo quería responder algo, pronunciar una sola
palabra, pero mis labios decidieron no acatar mis órdenes. Solo podía
contemplar sus intensos ojos verdes y respirar al mismo tiempo. Mi vida
dependía de la cadencia de su voz, de sus palabras.
-
Ahora, quiero que me escuches atentamente. Sé
que solo tienes ganas de dormir, pero es importante que primero me escuches,
¿vale? – Asentí con la cabeza de manera automática. Haría lo que ella quisiera,
aunque para ello tuviera que ir al mismo Infierno. Su mirada se puso seria y su
voz se tornó hipnótica. – Olvidarás todo lo que ha sucedido esta noche. Cuando
pienses en ello, solo encontrarás una barrera inaccesible. Nunca nos hemos
visto, nunca hemos estado juntos. Ni siquiera has venido a esta discoteca hoy.
Y, cuando te haga una señal, te marcharás de inmediato, olvidándolo todo.
Quería negarme. ¿Cómo iba a ser capaz de olvidar
aquella noche? La más importante de mi vida. No. No podía. Quise decírselo,
pero mis músculos no reaccionaron. Miraba fijamente sus ojos y mi mente se
espesaba cada vez más. Apenas podía mantenerme en pie.
Entonces, me ordenó vestirme, mientras ella también
lo hacía. Acaté sus órdenes como un
robot sin vida, solo capaz de obedecer los dictámenes de su dueño.
Finalmente, ella me miró con tristeza y entonces,
lentamente, dulcemente, posó sus labios sobre los míos. Aquel beso no tenía
nada que ver con los apasionados que le habían precedido. Era un beso sentido,
un beso de despedida.
No podía permitirlo. Intenté rebelarme contra mi
cuerpo inmovilizado, pero ella me había robado demasiadas fuerzas y ya no podía
luchar. El poder de sus ojos había aplastado mi capacidad de combatir por
completo.
-
Gracias – volvió a repetir en un apenas audible
murmullo junto a mi oído.
Después, chasqueó los dedos. De inmediato, me
dirigí hacia la puerta, la abrí, la cerré a mi espalda y me largué del local,
dejándola atrás. La parte racional de mí intentaba hacer que regresara e
hiciera lo que fuera necesario para mantenerme a su lado, pero mi cuerpo
obedecía las órdenes de su ama. Al cabo de unos segundos, todos los recuerdos
de aquella noche acabaran sepultados tras un muro infranqueable.
Pero ahora, mi mente de lobo había conseguido dar
con ellos. Con ella, que permanecía en los recovecos de mi cabeza, aunque
hubiera intentado eliminar su rastro de mi pasado. Había tratado de someterme,
pero me había subestimado. Mi mente, mitad humana, mitad animal, era demasiada
compleja para ser controlada por un truco mental, por unos ojos hipnóticos y
una voz suave.
Ahora que la recordaba, por fin, entendía las
reacciones de mi cuerpo, la inquietud de la bestia y sus ganas de irse tras
ella.
Porque, al fin y al cabo, ella era mía. Lo había
sabido desde la primera vez que olí su aroma, aun si verla, y lo había
confirmado tras besarla por primera vez. Fuera quien fuera aquella preciosa
chica de ojos verdes capaces de hacerme perder la conciencia de mí mismo,
estaba destinada a ser mía.
Y la encontraría. Costara lo que costara, acabaría
encontrándola.
Que sepas que he leído la entrada escuchando el aullido de unos lobos de una película del oeste que estaba viendo mi padre.
ResponderEliminarSobre la entrada, ya te lo dejé en un mensaje.
PD. echo de menos a Myst :(