7/Noviembre
Annalysse Tyler (Myst)
Permanecí tumbada en la cama mucho más tiempo de lo
habitual esa mañana. Despierta, mirando el techo, con la ventana abierta para
dejar pasar el frío de mediados de otoño a la habitación y con la manta
tapándome hasta la barbilla.
Me limité a quedarme allí, sin moverme, un número
de horas que ni siquiera pude contar, mientras no dejaba de pensar y pensar.
Hacía dos noches que habíamos llevado a cabo lo que
Sam denominaba como el golpe. Ella
creía que había salido a la perfección. Ambas habíamos llegado sanas y salva a
casa, nos habíamos librado de la policía y no quedaba ningún rastro que pudiera
delatarnos como las ladronas, porque Sam había cumplido su misión eficacia y
había eliminado cualquier posible prueba de las cámaras de seguridad y de la
mente del guardia.
Y, lo más importante, habíamos conseguido el
jarrón.
Se suponía que todo eso constituía un éxito
aplastante, pero yo no dejaba de pensar en que todo me había salido mal. No le
había contado nada a mi compañera de piso sobre el incidente con el detective,
porque… lo cierto era que me sentía terriblemente estúpida. Cada segundo que
había pasado desde que utilicé mi habilidad en su presencia me había repetido
ese insulto, cada vez más segura de ello.
Había revelado mi secreto a un humano normal. Me
había descubierto, maldita sea. Lo primero que te decían en Tánatos al entrar a
formar parte de la organización era que había una norma primordial. Una que
nunca debías incumplir.
Nunca reveles
tu condición a alguien que no sea un Supra.
Las únicas excepciones a esa regla eran los casos
en los que pudieras borrar la memoria de la persona que descubría tu secreto.
Pero hacer eso implicaría contarle a Sam todo lo que había sucedido y… no
podía. Me moría de vergüenza ante lo patético de mi comportamiento. No podría
soportar ver a Sam mirando con sus inexpresivos ojos y sermoneándome sobre mi
estupidez. Era algo que ya hacía muy bien yo solita.
Así que la pregunta real era, ¿qué hacer?
Durante un par de horas durante la madrugada del
día del golpe me animé a mí misma
diciendo que, probablemente, el detective se asustara lo suficiente de lo que
había hecho que saldría huyendo con el rabo entre las piernas y nunca volvería
a saber de él. Se marcharía y guardaría mi secreto. Bueno, aunque se lo
revelara a alguien, nadie lo creería. Eso hubiera solucionado el maldito
problema. Pero era una esperanza vana. A la mañana siguiente, cuando me asomé
por la ventana que daba a la calle para ver qué tiempo hacía, él estaba apoyado
en su coche, en el mismo sitio desde donde siempre me vigilaba. Con un café en
la mano y unas ojeras que se marcaban en su pálido rostro de forma notable. Con
sus ojos fijos en la ventana desde la que yo lo miraba a él, atónita, mientras
el corazón me latía desaforado.
Logré sostenerle la mirada durante unos cinco
segundos. Luego, bajé la persiana y me escondí tras ella, convirtiéndome de
paso en una cobarde. Permanecí escondida durante todo el día, echando rápidos
vistazos por la ventana de vez en cuando para saber si continuaba allí. Y
siempre estaba, aunque, cuando las temperaturas descendieron, se metió en su
coche.
Esa mañana, tumbada en la cama, intentaba buscar una
solución al enorme lío en el que me había metido yo sola a base de hacer cosas
estúpidas e imprudentes, sin encontrar ninguna. Solo me repetía a mí misma una
y otra vez las cosas que no debería haber hecho. Nunca debería haber hablado de
más en la comisaría. Había sido un acto de prepotencia que había acabado por
pasarme factura. Debería haber dejado que Sam borrase su memoria desde el
principio. No debería haber desaparecido delante de él.
No debería haber intentado ser una persona cruel y
fría cuando sabía tan bien que, en realidad, por mucho que lo intentara, no
había conseguido extirpar los sentimientos de mi interior. No había dejado de
intentarlo en los últimos cuatro años, desde que mi vida se fue a la mierda y
yo me encontré nadando a la deriva en medio de una tormenta que me estaba
ahogando, pero jamás lo había conseguido. Quizá fuera una Supra, un humano con
una ventaja biológica, pero seguía siendo humana, con todo lo que ello
conllevaba. La culpa, el auto-desprecio. La duda. El miedo. Sobre todo, el
miedo.
Cerré los ojos e inspiré hondo, obligándome a
tragarme las lágrimas. Llorar no iba a solucionar nada.
Ahora tienes
que concentrarte en buscar una salida.
Solté el aire en forma de suspiro. En realidad,
sabía cómo iba a acabar todo aquello. Solo había una solución, pero yo estaba
intentando aplazarla. Aun así, tarde o temprano, iba a tener que afrontar las
consecuencias de mis actos (de mis estupidez) y confesarle a Sam todo lo que
había ocurrido la madrugada del día del robo, para que ella pudiera limpiar de
la mente del detective todos los detalles sobre mí. De ese modo, ambos seríamos
libres. Yo de su acoso, y él del continuo daño que le provocaba estar
relacionado conmigo.
Pero primero tenía que reunir el valor suficiente
para confesarlo todo y permitir que Sam me reprendiera con su voz carente de
emoción.
Levántate.
Afróntalo. Me ordené a mí misma.
Pero ninguno de los músculos de mi cuerpo
respondió, ni siquiera mis párpados se abrieron.
Supongo que
puedo hacerlo dentro de un ratito más. Me concedí. Luego, fruncí los
labios.
Cobarde.
Suspiré. Pelear conmigo misma empezaba a ser
agotador.
De pronto, oí cómo alguien abría la puerta de par
en par de un golpe, hasta hacerla chocar con la pared, y unos pies que corrían
hasta la cama. Pocos segundos después, un cuerpo femenino impactó contra el
mío, haciéndome soltar el aire de golpe y ocasionando que dejara escapar un
gemido de dolor, pero ni una palabra. Aun estaba en la fase de reunir valor.
-
Hora de levantarse, dormilona – dijo en una voz
demasiada alta Sam, aun encima de mí.
Abrí los ojos con resignación. El rostro del súcubo
con el que compartía piso estaba unos cinco centímetros por encima del mío. Sam
llevaba el pelo suelto, enmarcándole el rostro de facciones perfectas y la
sonrisa con la que me daba los buenos días.
-
¿No sabes tocar antes de entrar? – gruñí en voz
baja.
Sabía que la estaba pagando con ella, que ni
siquiera tenía idea de la situación en la que me encontraba, pero era mejor eso
que seguir maltratándome psicológicamente.
-
¿Ya estás de mal humor desde por la mañana? –
Sam hizo un mohín y rodó hasta quedar acostada a mi lado en lugar de encima de
mí.
No percibí en su voz ningún disgusto o enfado. Eso
era lo que, a partes iguales, me enfurecía y me hacía sentir culpable como el
demonio. A pesar de que mi comportamiento con ella fuera deplorable, nunca se
enfadaba conmigo. Y la mayoría de las veces ni siquiera me juzgaba. Era la
única persona que me quedaba en el mundo. La única que me conocía de verdad y,
aun así, me apoyaba y me quería de forma incondicional.
Era por eso precisamente por lo que me costaba
tanto contarle la verdad. Porque sabía que ella me ayudaría de cualquier modo,
aunque en realidad debiera gritarme y hacerme sentir pequeña e inútil.
-
Lo siento, Sam – susurré con voz rota.
-
¿Por estar de mal humor? – me preguntó con un
toque de desconcierto y una sonrisa reflejada en su voz.
Durante un instante, estuve a punto de dejarme
llevar por un impulso y relatarle lo sucedido. Pero mi cobardía volvió a ganar
la batalla y solo negué con la cabeza, sin dar ninguna explicación. A mi gesto
le siguió un largo silencio, extraño.
Me giré hacia Sam para ver su expresión. No era
habitual en ella no rellenar cada segundo de charla insustancial. En ese
instante, sus ojos estaban fijos en mi rostro y pude percibir en ellos un
atisbo de preocupación. Era la primera vez que veía esa emoción (esa parte de
una emoción real) en ella.
Apretó los labios.
-
Myst, puede que yo no tenga sentimientos ni
emociones, pero te conozco lo suficiente como para reconocer las tuyas. –
Esperó unos segundos, pero yo no supe qué responder, por lo que decidió
continuar, sin apartar su mirada de la mía. –Muchas veces prefiero no decir
nada, porque no comprendo demasiado bien cómo funciona todo ese rollo de
sentirse de tantas formas distintas, pero me doy cuenta.
>> ¿Crees que no me di cuenta de que ayer estuviste todo el día
sin salir de casa, mirando a través de la ventana con expresión aterrada o
desconsolada? ¿Crees que no me fijé en que no le diste ninguna importancia al
éxito de nuestro primer trabajo? ¿O acaso que me parece normal que apenas me
hayas dirigido la palabra desde que terminamos la misión y volvimos con el
jarrón?
Hizo una pausa. Antes de seguir, me dirigió una pequeña
sonrisa de consuelo.
-
No soy idiota. Sé que algo va mal. Estás
descentrada, pensando en algo que te abstrae por completo. Pero esperaré
pacientemente el momento en que decidas contármelo. No es mi estilo insistirte,
como tampoco lo es consolarte. Sé que soy… muy deficiente como amiga – volvió a
esbozar una sonrisa, pero esta tenía un regusto de tristeza. – Sé que mi falta
de emociones hace que no sea suficiente, pero… - Suspiró, incapaz de encontrar
las palabras. – Joder, esto de no sentir es una mierda. Ni siquiera puedo
expresarme correctamente para que sepas que… eres la única persona con la que
he llegado a sentir algo parecido a lo que se podría considerar afecto, si yo
fuera una persona normal, desde que era pequeña.
Una lágrima se escapó por la comisura de mi ojo
derecho y acabó su viaje al chocar contra la almohada. No pronuncié ni una sola
palabra. Me limité a estrechar a Sam entre mis brazos con fuerza, mientras sus
palabras calaban muy hondo en la parte de mí que se sentía sola y perdida desde
que había perdido a toda su familia, a todo lo que alguna vez había querido,
cuatro años atrás. Esa parte que yo había intentado envenenar, matar y
destruir, pero que seguía estando ahí. Mi parte más humana.
Al principio, los brazos se Sam se mantuvieron
rígidos en sus costados, mientras ella respiraba pausadamente cerca de mi oído.
No lo sentí como un rechazo. Cuando, sonriendo, le susurré lo que se suponía
que debía hacer, Sam me rodeó a su vez en un abrazo. Entonces, me di cuenta de
que, probablemente, hacía mucho que no recibía uno. Tanto tiempo que ni
siquiera recordaba cómo debía responder a ese gesto de cariño.
***
Aunque Sam me había dicho que no le importaba ir
sola, yo había insistido en acompañarla. No podía seguir escondida tras las
paredes de nuestro piso y, al fin y al cabo, con mi método de transporte, el
detective no podía seguirnos.
En ese momento, nos encontrábamos frente al
edificio principal de Tánatos, de fachada impersonal y corriente. No había nada
en él que alguien pudiera destacar, ningún detalle que hiciera que te dieras
cuenta de su presencia. La gente, al pasar por la calle, ni siquiera giraba la
vista para percibir su existencia. Había ventanas, unas cuatro o cinco por
planta, y las puertas automáticas eran lo único destacable de la entrada.
Especialmente diseñado para que nadie reparara en su presencia.
La
organización se había encargado de tramitar el intercambio del jarrón por el
pago que se nos había prometido por cumplir la misión. Ahora estábamos allí
para obtener el dinero que habíamos ganado, puesto que el pago se había
realizado el día anterior por la tarde.
-
¿Preparada? – me dijo Sam con seguridad.
Asentí. Seguía estando confusa por el detective,
sin saber qué hacer respecto a él. No le había dicho nada a Sam sobre ese tema,
pero estaba decidida a hacerlo cuando volviéramos a casa, con el dinero, que
estaba segura de que me proporcionaría la seguridad en mí misma que necesitaba,
tras completar de manera triunfal una misión complicada y recibir la recompensa
que nos merecíamos.
-
No te olvides de ponerte la máscara – me
recordó.
Volví a repetir el asentimiento.
Aquella frase era un código que utilizábamos
siempre entre nosotras. Con ella nos referíamos a que teníamos que teníamos que
ser frías e impersonales, como si no fuéramos humanas, si no máquinas sin
sentimientos. Algo similar a esconder cualquier preocupación, temor o duda para
que nadie se diera cuenta de nuestra debilidades; ocultar lo que verdaderamente
éramos (lo que sentíamos) detrás de una máscara. Sam no tenía ningún problema
en hacerlo, así que la advertencia la habíamos creado para mí. Ponerse la máscara era esconder nuestras
debilidades, endurecernos exteriormente, una medida necesaria dentro de los
muros de Tánatos.
Porque aquel edificio ocultaba dentro una selva,
donde solo los más fuertes sobrevivían y las debilidades, por mínimas que
fueran, eran utilizadas para destruirte. Era allí donde había ido para aprender
todo lo necesario para completar mi venganza y, sin lugar a dudas, había
acudido al sitio correcto. No solo había desarrollado mi habilidad, si no que
me habían enseñado a utilizar casi cualquier arma, a defenderme, a luchar. Me
habían proporcionado los medios para conseguir mi objetivo y, a cambio, había
vendido mi alma a su causa, convirtiéndome en lo que ellos quisieran que fuera.
Ladrona, espía, secuestradora. Algunas veces, también había llegado a ser una
asesina.
Todos éramos así y nuestro trabajo era una
competición por saber quién era mejor en su campo, quién era mejor criminal,
porque ese conseguía los mejores trabajos.
Endurecí mi expresión mientras seguía a Sam
subiendo las escaleras hasta la puerta de entrada. Levanté la barbilla y erguí
la espalda, volviéndome de inmediato fría y orgullosa, segura de mí misma y,
sobre todo, peligrosa.
Entré en el edificio convertida en la estatua con
vida diseñada para obedecer que ellos habían querido hacer de mí. Aquella había
sido una de las razones por las que había preferido marcharme, aun teniendo que
sobrevivir a base de que Sam manipulara la mente del casero y del dueño del
supermercado. Odiaba vivir en aquellos muros y tener que cumplir sus órdenes,
por horribles que fueran. Porque, si ellos te mantenían segura dentro de sus
muros, te enseñaban y cuidaban de ti, a cambio debías convertirte en su títere,
sin voz ni voto.
Cuatro años había soportado aquella horrible
situación y solo porque debía terminar mi entrenamiento. Una vez conseguí lo
que deseaba, recogí mis escasas pertenencias y me largué sin remordimientos,
con Sam guardándome las espaldas. En realidad, a ella no le molestaba demasiado
nuestra situación y tanto le daba vivir aquí que allí. Decidió mudarse por estar
conmigo, por crear un equipo juntas. Nada la ataba a ese edificio en
particular.
La recepción del edificio era una pequeña sala,
donde había cuatro butacas, supuestamente para que los clientes pudieran
esperar. Un simple atrezo, puesto que nuestros clientes nunca esperaban en esa
habitación, un sitio demasiado público. Además de eso, en las paredes habían
colgado un par de cuadros, simples y aburridos, que le daban un aspecto
monótono, a lo que se le añadía el mostrador de recepción detrás del cual se
encontraba una mujer morena, sentada en una silla, leyendo un libro.
Sam le sonrió cortésmente a la recepcionista, que
nos dedicó un gesto con la cabeza, apenas despegando un segundo la vista de su
lectura.
La tapadera de la organización era que se trataba
de una empresa que se encargaba de asuntos bursátiles. De ese modo, explicaban
las grandes transferencias de dinero, fruto de los pagos de los clientes
satisfechos, y pocos eran los que venían a molestar. Pero, por si alguien
decidía venir a preguntar movido por la curiosidad o por un asunto más serio,
la recepcionista se encargaba de despacharlo con facilidad. Era una mentalista
de nivel bajo, es decir, una Supra capaz de controlar la mente de los humanos
en cosas básicas, pero no la de otros Supras. Su poder no era demasiado fuerte
y por eso había sido relegada a ese empleo de poca monta.
No eran pocas las ocasiones en las que, con sus
habilidades, no podía ocuparse del problema que se presentaba a su puerta.
Varias veces habían sido agentes del gobierno investigando y en otras
ocasiones, Supras que venían a buscar guerra. Esas veces, avisaban a alguien
capaz de arreglar el asunto. En un par de ocasiones habían llamado a Sam,
cuando se trataba de un hombre, para que ella borrara su memoria por completo.
Sam y yo continuamos recorriendo los pasillos, que
carecían de cualquier tipo de decoración. La organización prefería gastar el
dinero del que disponía (que no era poco) en cosas más importantes, como
armamento, salas de entrenamiento y comida, antes que hacerlo en rellenar de
vida y color las zonas comunes. Los dormitorios, asignados a los miembros que
no disponían de recursos para ir a otro sitio o preferían quedarse allí, eran
igual de impersonales. Paredes vacías, pintadas de color marrón o gris. Puertas
negras, con el mismo pomo en todas. Mientras recorríamos los pasillos, no había
ninguna variable que destacar. Eso aumentaba la impresión que yo había
desarrollado de que se trataba de una prisión o un centro de entrenamiento
militar. Pero lo que era en realidad era peor.
Saludamos a
un par de miembros de la organización que continuaban viviendo allí, porque, a
diferencia de nosotras, no se habían “independizado”, que era cómo
denominábamos a empezar a trabajar por cuenta propia, y no con misiones
adjudicadas por Tánatos. Eso no quería decidir que no perteneciéramos a la
organización. Una vez entras, nunca más puedes volver a salir. La mafia no era
nada comparado con nuestra propia organización criminal.
Simplemente, te establecías por tu cuenta, elegías
los trabajos que desearas y le dabas una porción de los beneficios que
obtuvieses a la organización.
Cuando llegamos hasta las puertas del despacho de Bonus,
nos detuvimos.
-
Oye, ¿te importa que entre sola? – me preguntó
Sam de pronto.
La preguntó me desconcertó.
-
¿Sola? ¿Por qué?
-
Bonus me dijo que tenía que tratar un par de
asuntos en privado conmigo. Así será más rápido. – Me miró y sonrió con despreocupación.
– A menos que creas que te voy a robar tu parte del dinero.
Bufé mientras ponía los ojos en blanco.
-
No digas tonterías. Te esperaré aquí. – Me crucé
de brazos y me apoyé contra una pared. – Date prisa.
-
Enseguida vuelvo.
Sam tocó dos veces en la puerta y, cuando la voz
del otro lado le dio permiso, desapareció en el interior de la habitación.
Bonus era el tipo que se encargaba de las
transacciones económicas. Si su trabajo fuera en una empresa normal en lugar de
en este edificio, probablemente sería denominado contable, pero el título
perdía categoría cuando básicamente se dedicaba a negocios sucios. A él le
daban el dinero los clientes y él se lo hacía llegar a su destinatario.
Mientras permanecía en la antesala del despacho,
maté el tiempo intentado pensar razones por las que Bonus querría hablar a
solas con Sam, pero no se me ocurrió ninguna factible, antes de ser
interrumpida.
Me tensé al sentir la presencia a mi espalda.
-
Deberías apartar tu mano de ahí si no quieres
perderla – siseé con voz pausada y fría.
Apoyé la daga que acababa de extraer del interior
de mi manga sobre la muñeca de la mano que se hallaba una distancia demasiada
cercana de mi trasero, el cual se encontraba a unos cuantos centímetros de la
pared en la que estaba apoyada.
La mano que había amenazado con cortar procedía
directamente de la pared, atravesándola, pero sabía perfectamente a quién
pertenecía, aunque el resto del cuerpo se encontrara al otro lado del grueso
muro.
Me giré con parsimonia, sin apartar la afilada arma
del sitio donde protegía mi retaguardia de contactos no deseados. Retrocedí
lentamente, mientras con la mano con la que no sostenía la daga agarraba la
parte de un cuerpo que sobresalía de la pared.
Lentamente, el resto de Phantom apareció a través
de ella, con su más de metro ochenta de estatura y un atractivo rostro que
ocultaba a un pervertido que pretendía a cualquier mujer entre los quince y los
treinta y cinco, y con el que no me había quedado más remedio que convivir y
lidiar durante varios de los últimos años, hasta que, finalmente, él se largó.
Yo lo seguí al poco tiempo, esperando no verlo más.
Una vez apareció por completo, le solté la mano de
inmediato, evitando todo contacto posible con él. Volví a esconder mi daga en
el lugar donde solía llevarla, en una funda que tapaba con la manga larga de la
camisa.
-
Myst – saludó con una sonrisa. – Cuánto tiempo.
-
Y más que debería haber sido – repliqué con
frialdad. - ¿Todavía no has aprendido a mantener las manos en los bolsillos?
-
No me culpes a mí. Estabas tentándome.
Inspiré hondo e intenté no perder la paciencia.
-
Estar apoyada en la pared no es tentarte. Solo
que tú eres un depravado.
-
Ya veo que me has echado de menos.
Entrecerré los ojos y él me respondió con una
sonrisa burlona. Aquel capullo me sacaba de quicio cada vez que topaba con él,
y aquella no había sido la primera vez que había tenido que recurrir a un
objeto punzante para evitar que posara sus manos descaradas sobre mi cuerpo.
Contuve una sonrisa al recordar la última vez.
Había acabado lanzándole una navaja suiza a la cabeza, pero él se había librado
atravesando la pared que estaba a su espalda, por lo que la navaja se había
clavado en la pared en lugar de en su cráneo. Una lástima. Su habilidad le
permitía escapar de ese modo. Por eso su alias era Phantom, porque era capaz de
atravesar las paredes, tal y como las leyendas atribuían a los fantasmas.
Pero si no
tiene una pared cerca, no podrá huir.
-
¿Qué te trae por aquí? Creí que habías
abandonado el nido.
-
Así es. Solo estoy aquí porque me han solicitado
para un encargo. Ya soy muy popular, ¿sabes? – sonrió, mostrando toda la
dentadura, lo que le daba un aspecto de prepotencia que me producía unas ganas
terrible de descuartizarlo. - ¿Y tú? He oído que nadie te contrata.
-
Pues tus fuentes no son fiables – imité su
sonrisa de petulancia. – Precisamente he venido a buscar mis ganancias después
de mi último trabajo.
-
¿Ah, sí? Vaya, vaya…
Nuestra conversación se vio interrumpida por Sam,
que salía en ese momento del despacho con un sobre en la mano derecha y la
misma expresión indiferente que solía lucir.
Phantom se volvió de inmediato hacia ella,
embelesado. Recorrió a Sam con la mirada, deteniéndose en todas las curvas
destacables de su cuerpo. Parecía un perrito que acaba de encontrar el hueso
perfecto.
-
Hola, Nox – hasta su voz sonaba encandilada y
eso que Sam todavía no había utilizado su poder hipnótico sobre él.
-
Ah, Phantom. Cuánto tiempo. – Le dirigió una
sonrisa coqueta, la expresión característica de una mujer que sabe que tiene a
un hombre en sus redes y piensa aprovecharlo.
Él asintió y dio un paso hacia ella. Visto desde mi
punto de vista, aquello podría compararse con un hipnotizador que toca su
flauta y con la serpiente que sigue el compás de la música, carente de voluntad.
Sam no se movió, y pude vislumbrar en su expresión la realidad de sus deseos.
No le agradaba Phantom, ni su actitud, pero era un súcubo y se comportaba como
tal, jugando con sus presas.
-
Realmente mucho tiempo – repitió, moldeando su
tono hasta adoptar un murmullo suave y encantador. Los ojos de él se
entrecerraron por el deseo y avanzó otro paso.
-
Deberíamos… repetir… lo de aquella vez. Tú y yo.
Nox… - balbució unas cuantas palabras más de manera incoherente.
Sam se acercó a él y rozó su mejilla con la mano
que tenía libre, suavemente.
-
Quizá en otra ocasión, Phantom. Ahora estoy
ocupada – aunque seguía manteniendo el efecto hipnótico de su voz, sus palabras
se endurecieron. – Así que lárgate, ¿de acuerdo?
Al igual que un robot sin voluntad, él asintió, se
dio la vuelta y desapareció por el pasillo. La verdad es que no sabía si solo
iba a marcharse de la habitación o incluso del edificio, siguiendo las órdenes
de Sam, pero poco me importaba.
-
Vaya capullo – gruñí.
-
Pues sí. Pero siempre es bueno tener todas las
cartas controladas, por si las necesitas. – Sam se encogió de hombros y empezó
a andar en dirección a la salida.
La seguí de inmediato.
-
Oye, ¿a qué se refería con lo de “repetir lo de
aquella vez”? – inquirí, entrecerrando los ojos con desconfianza y rezando
porque no fuera lo que pensaba.
Sam compuso una expresión que casi podría ser de
remordimiento.
-
No me juzgues, ¿vale? Tenía hambre y él estaba a
mano y más que dispuesto.
-
Oh, por dios, Sam. Es asqueroso.
-
Déjame en paz. ¿No quieres saber cuánto dinero
nos han dado o qué?
-
¡Por supuesto! – repliqué.
Me tendió el sobre. Cuando lo abrí, pude observar
varios fajos de billetes todos juntos. Sentí que vibraba de emoción al ver
tanto dinero junto.
-
¿Cuánto hay? – tenía la garganta seca de la
impresión.
-
4.000 – Sam sonrió. – Tánatos se ha quedado
1000, pero bueno, seguimos teniendo una buena porción.
-
Si nos hubiéramos encargado nosotras de llevar a
cabo el intercambio, ellos se habrían quedado con menos – me quejé.
-
Sí, es cierto. Pero no sé… Había algo en el
cliente que me hacía desconfiar, todo eso de no querer revelar su identidad. Y,
como es nuestra primera misión, decidí que era mejor ser cautas.
-
Pues sí que has cambiado. Siempre has sido la
reina del “hagámoslo y ya está”.
Sam se encogió de hombros y dejó pasar el tema.
Cuando llegamos al pasillo que daba a la entrada, se detuvo y me tendió la
mano. Apretando el sobre contra mi cuerpo para no perderlo por el camino,
agarré la mano que me tendía y nos transporté de vuelta a casa.
Pues me ha dado lástima Myst.Todo por culpa del detective.¿Sabes quÉ creo? Que al final el detective no delatará a Myst (y a Nox) por alguna razón. Tal vez porque vea algo en ella que lo impida.O en algún momento ella le salve y el se lo agradezca o algo. En definitiva, que el detective dejará de desear su encarcelamiento. Y creo Nox no le borrará la memoria. Tengo esa corazonada. El detective se meterá en terreno pantanoso con lo de Skótadi y Tánatos, será salvado por Myst y Nox y estará en deuda. No se si me equivoco o no, así que podrías decirme cuán encaminada estoy ^^
ResponderEliminarRespecto a la entrada, bueno, no tengo nada nuevo que decir. No ha salido nada relevante, sino el cómo se siente Myst y supongo que en la siguiente, o cuando le confiese eso a Nox, habrá acción :D