(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


domingo, 20 de enero de 2013

Toda acción tiene su consecuencia (I).

7/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst




Permanecí tumbada en la cama mucho más tiempo de lo habitual esa mañana. Despierta, mirando el techo, con la ventana abierta para dejar pasar el frío de mediados de otoño a la habitación y con la manta tapándome hasta la barbilla.
Me limité a quedarme allí, sin moverme, un número de horas que ni siquiera pude contar, mientras no dejaba de pensar y pensar.
Hacía dos noches que habíamos llevado a cabo lo que Sam denominaba como el golpe. Ella creía que había salido a la perfección. Ambas habíamos llegado sanas y salva a casa, nos habíamos librado de la policía y no quedaba ningún rastro que pudiera delatarnos como las ladronas, porque Sam había cumplido su misión eficacia y había eliminado cualquier posible prueba de las cámaras de seguridad y de la mente del guardia.
Y, lo más importante, habíamos conseguido el jarrón.
Se suponía que todo eso constituía un éxito aplastante, pero yo no dejaba de pensar en que todo me había salido mal. No le había contado nada a mi compañera de piso sobre el incidente con el detective, porque… lo cierto era que me sentía terriblemente estúpida. Cada segundo que había pasado desde que utilicé mi habilidad en su presencia me había repetido ese insulto, cada vez más segura de ello.
Había revelado mi secreto a un humano normal. Me había descubierto, maldita sea. Lo primero que te decían en Tánatos al entrar a formar parte de la organización era que había una norma primordial. Una que nunca debías incumplir.
Nunca reveles tu condición a alguien que no sea un Supra.
Las únicas excepciones a esa regla eran los casos en los que pudieras borrar la memoria de la persona que descubría tu secreto. Pero hacer eso implicaría contarle a Sam todo lo que había sucedido y… no podía. Me moría de vergüenza ante lo patético de mi comportamiento. No podría soportar ver a Sam mirando con sus inexpresivos ojos y sermoneándome sobre mi estupidez. Era algo que ya hacía muy bien yo solita.
Así que la pregunta real era, ¿qué hacer?
Durante un par de horas durante la madrugada del día del golpe me animé a mí misma diciendo que, probablemente, el detective se asustara lo suficiente de lo que había hecho que saldría huyendo con el rabo entre las piernas y nunca volvería a saber de él. Se marcharía y guardaría mi secreto. Bueno, aunque se lo revelara a alguien, nadie lo creería. Eso hubiera solucionado el maldito problema. Pero era una esperanza vana. A la mañana siguiente, cuando me asomé por la ventana que daba a la calle para ver qué tiempo hacía, él estaba apoyado en su coche, en el mismo sitio desde donde siempre me vigilaba. Con un café en la mano y unas ojeras que se marcaban en su pálido rostro de forma notable. Con sus ojos fijos en la ventana desde la que yo lo miraba a él, atónita, mientras el corazón me latía desaforado.
Logré sostenerle la mirada durante unos cinco segundos. Luego, bajé la persiana y me escondí tras ella, convirtiéndome de paso en una cobarde. Permanecí escondida durante todo el día, echando rápidos vistazos por la ventana de vez en cuando para saber si continuaba allí. Y siempre estaba, aunque, cuando las temperaturas descendieron, se metió en su coche.
Esa mañana, tumbada en la cama, intentaba buscar una solución al enorme lío en el que me había metido yo sola a base de hacer cosas estúpidas e imprudentes, sin encontrar ninguna. Solo me repetía a mí misma una y otra vez las cosas que no debería haber hecho. Nunca debería haber hablado de más en la comisaría. Había sido un acto de prepotencia que había acabado por pasarme factura. Debería haber dejado que Sam borrase su memoria desde el principio. No debería haber desaparecido delante de él.
No debería haber intentado ser una persona cruel y fría cuando sabía tan bien que, en realidad, por mucho que lo intentara, no había conseguido extirpar los sentimientos de mi interior. No había dejado de intentarlo en los últimos cuatro años, desde que mi vida se fue a la mierda y yo me encontré nadando a la deriva en medio de una tormenta que me estaba ahogando, pero jamás lo había conseguido. Quizá fuera una Supra, un humano con una ventaja biológica, pero seguía siendo humana, con todo lo que ello conllevaba. La culpa, el auto-desprecio. La duda. El miedo. Sobre todo, el miedo.
Cerré los ojos e inspiré hondo, obligándome a tragarme las lágrimas. Llorar no iba a solucionar nada.
Ahora tienes que concentrarte en buscar una salida.
Solté el aire en forma de suspiro. En realidad, sabía cómo iba a acabar todo aquello. Solo había una solución, pero yo estaba intentando aplazarla. Aun así, tarde o temprano, iba a tener que afrontar las consecuencias de mis actos (de mis estupidez) y confesarle a Sam todo lo que había ocurrido la madrugada del día del robo, para que ella pudiera limpiar de la mente del detective todos los detalles sobre mí. De ese modo, ambos seríamos libres. Yo de su acoso, y él del continuo daño que le provocaba estar relacionado conmigo.
Pero primero tenía que reunir el valor suficiente para confesarlo todo y permitir que Sam me reprendiera con su voz carente de emoción.
Levántate. Afróntalo. Me ordené a mí misma.
Pero ninguno de los músculos de mi cuerpo respondió, ni siquiera mis párpados se abrieron.
Supongo que puedo hacerlo dentro de un ratito más. Me concedí. Luego, fruncí los labios.
Cobarde.
Suspiré. Pelear conmigo misma empezaba a ser agotador.
De pronto, oí cómo alguien abría la puerta de par en par de un golpe, hasta hacerla chocar con la pared, y unos pies que corrían hasta la cama. Pocos segundos después, un cuerpo femenino impactó contra el mío, haciéndome soltar el aire de golpe y ocasionando que dejara escapar un gemido de dolor, pero ni una palabra. Aun estaba en la fase de reunir valor.
-          Hora de levantarse, dormilona – dijo en una voz demasiada alta Sam, aun encima de mí.
Abrí los ojos con resignación. El rostro del súcubo con el que compartía piso estaba unos cinco centímetros por encima del mío. Sam llevaba el pelo suelto, enmarcándole el rostro de facciones perfectas y la sonrisa con la que me daba los buenos días.
-          ¿No sabes tocar antes de entrar? – gruñí en voz baja.
Sabía que la estaba pagando con ella, que ni siquiera tenía idea de la situación en la que me encontraba, pero era mejor eso que seguir maltratándome psicológicamente.
-          ¿Ya estás de mal humor desde por la mañana? – Sam hizo un mohín y rodó hasta quedar acostada a mi lado en lugar de encima de mí.
No percibí en su voz ningún disgusto o enfado. Eso era lo que, a partes iguales, me enfurecía y me hacía sentir culpable como el demonio. A pesar de que mi comportamiento con ella fuera deplorable, nunca se enfadaba conmigo. Y la mayoría de las veces ni siquiera me juzgaba. Era la única persona que me quedaba en el mundo. La única que me conocía de verdad y, aun así, me apoyaba y me quería de forma incondicional.
Era por eso precisamente por lo que me costaba tanto contarle la verdad. Porque sabía que ella me ayudaría de cualquier modo, aunque en realidad debiera gritarme y hacerme sentir pequeña e inútil.
-          Lo siento, Sam – susurré con voz rota.
-          ¿Por estar de mal humor? – me preguntó con un toque de desconcierto y una sonrisa reflejada en su voz.
Durante un instante, estuve a punto de dejarme llevar por un impulso y relatarle lo sucedido. Pero mi cobardía volvió a ganar la batalla y solo negué con la cabeza, sin dar ninguna explicación. A mi gesto le siguió un largo silencio, extraño.
Me giré hacia Sam para ver su expresión. No era habitual en ella no rellenar cada segundo de charla insustancial. En ese instante, sus ojos estaban fijos en mi rostro y pude percibir en ellos un atisbo de preocupación. Era la primera vez que veía esa emoción (esa parte de una emoción real) en ella.
Apretó los labios.
-          Myst, puede que yo no tenga sentimientos ni emociones, pero te conozco lo suficiente como para reconocer las tuyas. – Esperó unos segundos, pero yo no supe qué responder, por lo que decidió continuar, sin apartar su mirada de la mía. –Muchas veces prefiero no decir nada, porque no comprendo demasiado bien cómo funciona todo ese rollo de sentirse de tantas formas distintas, pero me doy cuenta.
>> ¿Crees que no me di cuenta de que ayer estuviste todo el día sin salir de casa, mirando a través de la ventana con expresión aterrada o desconsolada? ¿Crees que no me fijé en que no le diste ninguna importancia al éxito de nuestro primer trabajo? ¿O acaso que me parece normal que apenas me hayas dirigido la palabra desde que terminamos la misión y volvimos con el jarrón?
Hizo una pausa. Antes de seguir, me dirigió una pequeña sonrisa de consuelo.
-          No soy idiota. Sé que algo va mal. Estás descentrada, pensando en algo que te abstrae por completo. Pero esperaré pacientemente el momento en que decidas contármelo. No es mi estilo insistirte, como tampoco lo es consolarte. Sé que soy… muy deficiente como amiga – volvió a esbozar una sonrisa, pero esta tenía un regusto de tristeza. – Sé que mi falta de emociones hace que no sea suficiente, pero… - Suspiró, incapaz de encontrar las palabras. – Joder, esto de no sentir es una mierda. Ni siquiera puedo expresarme correctamente para que sepas que… eres la única persona con la que he llegado a sentir algo parecido a lo que se podría considerar afecto, si yo fuera una persona normal, desde que era pequeña.
Una lágrima se escapó por la comisura de mi ojo derecho y acabó su viaje al chocar contra la almohada. No pronuncié ni una sola palabra. Me limité a estrechar a Sam entre mis brazos con fuerza, mientras sus palabras calaban muy hondo en la parte de mí que se sentía sola y perdida desde que había perdido a toda su familia, a todo lo que alguna vez había querido, cuatro años atrás. Esa parte que yo había intentado envenenar, matar y destruir, pero que seguía estando ahí. Mi parte más humana.
Al principio, los brazos se Sam se mantuvieron rígidos en sus costados, mientras ella respiraba pausadamente cerca de mi oído. No lo sentí como un rechazo. Cuando, sonriendo, le susurré lo que se suponía que debía hacer, Sam me rodeó a su vez en un abrazo. Entonces, me di cuenta de que, probablemente, hacía mucho que no recibía uno. Tanto tiempo que ni siquiera recordaba cómo debía responder a ese gesto de cariño.

***

Aunque Sam me había dicho que no le importaba ir sola, yo había insistido en acompañarla. No podía seguir escondida tras las paredes de nuestro piso y, al fin y al cabo, con mi método de transporte, el detective no podía seguirnos.
En ese momento, nos encontrábamos frente al edificio principal de Tánatos, de fachada impersonal y corriente. No había nada en él que alguien pudiera destacar, ningún detalle que hiciera que te dieras cuenta de su presencia. La gente, al pasar por la calle, ni siquiera giraba la vista para percibir su existencia. Había ventanas, unas cuatro o cinco por planta, y las puertas automáticas eran lo único destacable de la entrada. Especialmente diseñado para que nadie reparara en su presencia.
 La organización se había encargado de tramitar el intercambio del jarrón por el pago que se nos había prometido por cumplir la misión. Ahora estábamos allí para obtener el dinero que habíamos ganado, puesto que el pago se había realizado el día anterior por la tarde.
-          ¿Preparada? – me dijo Sam con seguridad.
Asentí. Seguía estando confusa por el detective, sin saber qué hacer respecto a él. No le había dicho nada a Sam sobre ese tema, pero estaba decidida a hacerlo cuando volviéramos a casa, con el dinero, que estaba segura de que me proporcionaría la seguridad en mí misma que necesitaba, tras completar de manera triunfal una misión complicada y recibir la recompensa que nos merecíamos.
-          No te olvides de ponerte la máscara – me recordó.
Volví a repetir el asentimiento.
Aquella frase era un código que utilizábamos siempre entre nosotras. Con ella nos referíamos a que teníamos que teníamos que ser frías e impersonales, como si no fuéramos humanas, si no máquinas sin sentimientos. Algo similar a esconder cualquier preocupación, temor o duda para que nadie se diera cuenta de nuestra debilidades; ocultar lo que verdaderamente éramos (lo que sentíamos) detrás de una máscara. Sam no tenía ningún problema en hacerlo, así que la advertencia la habíamos creado para mí. Ponerse la máscara era esconder nuestras debilidades, endurecernos exteriormente, una medida necesaria dentro de los muros de Tánatos.
Porque aquel edificio ocultaba dentro una selva, donde solo los más fuertes sobrevivían y las debilidades, por mínimas que fueran, eran utilizadas para destruirte. Era allí donde había ido para aprender todo lo necesario para completar mi venganza y, sin lugar a dudas, había acudido al sitio correcto. No solo había desarrollado mi habilidad, si no que me habían enseñado a utilizar casi cualquier arma, a defenderme, a luchar. Me habían proporcionado los medios para conseguir mi objetivo y, a cambio, había vendido mi alma a su causa, convirtiéndome en lo que ellos quisieran que fuera. Ladrona, espía, secuestradora. Algunas veces, también había llegado a ser una asesina.
Todos éramos así y nuestro trabajo era una competición por saber quién era mejor en su campo, quién era mejor criminal, porque ese conseguía los mejores trabajos.
Endurecí mi expresión mientras seguía a Sam subiendo las escaleras hasta la puerta de entrada. Levanté la barbilla y erguí la espalda, volviéndome de inmediato fría y orgullosa, segura de mí misma y, sobre todo, peligrosa.
Entré en el edificio convertida en la estatua con vida diseñada para obedecer que ellos habían querido hacer de mí. Aquella había sido una de las razones por las que había preferido marcharme, aun teniendo que sobrevivir a base de que Sam manipulara la mente del casero y del dueño del supermercado. Odiaba vivir en aquellos muros y tener que cumplir sus órdenes, por horribles que fueran. Porque, si ellos te mantenían segura dentro de sus muros, te enseñaban y cuidaban de ti, a cambio debías convertirte en su títere, sin voz ni voto.
Cuatro años había soportado aquella horrible situación y solo porque debía terminar mi entrenamiento. Una vez conseguí lo que deseaba, recogí mis escasas pertenencias y me largué sin remordimientos, con Sam guardándome las espaldas. En realidad, a ella no le molestaba demasiado nuestra situación y tanto le daba vivir aquí que allí. Decidió mudarse por estar conmigo, por crear un equipo juntas. Nada la ataba a ese edificio en particular.
La recepción del edificio era una pequeña sala, donde había cuatro butacas, supuestamente para que los clientes pudieran esperar. Un simple atrezo, puesto que nuestros clientes nunca esperaban en esa habitación, un sitio demasiado público. Además de eso, en las paredes habían colgado un par de cuadros, simples y aburridos, que le daban un aspecto monótono, a lo que se le añadía el mostrador de recepción detrás del cual se encontraba una mujer morena, sentada en una silla, leyendo un libro.
Sam le sonrió cortésmente a la recepcionista, que nos dedicó un gesto con la cabeza, apenas despegando un segundo la vista de su lectura.
La tapadera de la organización era que se trataba de una empresa que se encargaba de asuntos bursátiles. De ese modo, explicaban las grandes transferencias de dinero, fruto de los pagos de los clientes satisfechos, y pocos eran los que venían a molestar. Pero, por si alguien decidía venir a preguntar movido por la curiosidad o por un asunto más serio, la recepcionista se encargaba de despacharlo con facilidad. Era una mentalista de nivel bajo, es decir, una Supra capaz de controlar la mente de los humanos en cosas básicas, pero no la de otros Supras. Su poder no era demasiado fuerte y por eso había sido relegada a ese empleo de poca monta.
No eran pocas las ocasiones en las que, con sus habilidades, no podía ocuparse del problema que se presentaba a su puerta. Varias veces habían sido agentes del gobierno investigando y en otras ocasiones, Supras que venían a buscar guerra. Esas veces, avisaban a alguien capaz de arreglar el asunto. En un par de ocasiones habían llamado a Sam, cuando se trataba de un hombre, para que ella borrara su memoria por completo.
Sam y yo continuamos recorriendo los pasillos, que carecían de cualquier tipo de decoración. La organización prefería gastar el dinero del que disponía (que no era poco) en cosas más importantes, como armamento, salas de entrenamiento y comida, antes que hacerlo en rellenar de vida y color las zonas comunes. Los dormitorios, asignados a los miembros que no disponían de recursos para ir a otro sitio o preferían quedarse allí, eran igual de impersonales. Paredes vacías, pintadas de color marrón o gris. Puertas negras, con el mismo pomo en todas. Mientras recorríamos los pasillos, no había ninguna variable que destacar. Eso aumentaba la impresión que yo había desarrollado de que se trataba de una prisión o un centro de entrenamiento militar. Pero lo que era en realidad era peor.
 Saludamos a un par de miembros de la organización que continuaban viviendo allí, porque, a diferencia de nosotras, no se habían “independizado”, que era cómo denominábamos a empezar a trabajar por cuenta propia, y no con misiones adjudicadas por Tánatos. Eso no quería decidir que no perteneciéramos a la organización. Una vez entras, nunca más puedes volver a salir. La mafia no era nada comparado con nuestra propia organización criminal.
Simplemente, te establecías por tu cuenta, elegías los trabajos que desearas y le dabas una porción de los beneficios que obtuvieses a la organización.
Cuando llegamos hasta las puertas del despacho de Bonus, nos detuvimos.
-          Oye, ¿te importa que entre sola? – me preguntó Sam de pronto.
La preguntó me desconcertó.
-          ¿Sola? ¿Por qué?
-          Bonus me dijo que tenía que tratar un par de asuntos en privado conmigo. Así será más rápido. – Me miró y sonrió con despreocupación. – A menos que creas que te voy a robar tu parte del dinero.
Bufé mientras ponía los ojos en blanco.
-          No digas tonterías. Te esperaré aquí. – Me crucé de brazos y me apoyé contra una pared. – Date prisa.
-          Enseguida vuelvo.
Sam tocó dos veces en la puerta y, cuando la voz del otro lado le dio permiso, desapareció en el interior de la habitación.
Bonus era el tipo que se encargaba de las transacciones económicas. Si su trabajo fuera en una empresa normal en lugar de en este edificio, probablemente sería denominado contable, pero el título perdía categoría cuando básicamente se dedicaba a negocios sucios. A él le daban el dinero los clientes y él se lo hacía llegar a su destinatario.
Mientras permanecía en la antesala del despacho, maté el tiempo intentado pensar razones por las que Bonus querría hablar a solas con Sam, pero no se me ocurrió ninguna factible, antes de ser interrumpida.
Me tensé al sentir la presencia a mi espalda.
-          Deberías apartar tu mano de ahí si no quieres perderla – siseé con voz pausada y fría.
Apoyé la daga que acababa de extraer del interior de mi manga sobre la muñeca de la mano que se hallaba una distancia demasiada cercana de mi trasero, el cual se encontraba a unos cuantos centímetros de la pared en la que estaba apoyada.
La mano que había amenazado con cortar procedía directamente de la pared, atravesándola, pero sabía perfectamente a quién pertenecía, aunque el resto del cuerpo se encontrara al otro lado del grueso muro.
Me giré con parsimonia, sin apartar la afilada arma del sitio donde protegía mi retaguardia de contactos no deseados. Retrocedí lentamente, mientras con la mano con la que no sostenía la daga agarraba la parte de un cuerpo que sobresalía de la pared.
Lentamente, el resto de Phantom apareció a través de ella, con su más de metro ochenta de estatura y un atractivo rostro que ocultaba a un pervertido que pretendía a cualquier mujer entre los quince y los treinta y cinco, y con el que no me había quedado más remedio que convivir y lidiar durante varios de los últimos años, hasta que, finalmente, él se largó. Yo lo seguí al poco tiempo, esperando no verlo más.
Una vez apareció por completo, le solté la mano de inmediato, evitando todo contacto posible con él. Volví a esconder mi daga en el lugar donde solía llevarla, en una funda que tapaba con la manga larga de la camisa.
-          Myst – saludó con una sonrisa. – Cuánto tiempo.
-          Y más que debería haber sido – repliqué con frialdad. - ¿Todavía no has aprendido a mantener las manos en los bolsillos?
-          No me culpes a mí. Estabas tentándome.
Inspiré hondo e intenté no perder la paciencia.
-          Estar apoyada en la pared no es tentarte. Solo que tú eres un depravado.
-          Ya veo que me has echado de menos.
Entrecerré los ojos y él me respondió con una sonrisa burlona. Aquel capullo me sacaba de quicio cada vez que topaba con él, y aquella no había sido la primera vez que había tenido que recurrir a un objeto punzante para evitar que posara sus manos descaradas sobre mi cuerpo.
Contuve una sonrisa al recordar la última vez. Había acabado lanzándole una navaja suiza a la cabeza, pero él se había librado atravesando la pared que estaba a su espalda, por lo que la navaja se había clavado en la pared en lugar de en su cráneo. Una lástima. Su habilidad le permitía escapar de ese modo. Por eso su alias era Phantom, porque era capaz de atravesar las paredes, tal y como las leyendas atribuían a los fantasmas.
Pero si no tiene una pared cerca, no podrá huir.
-          ¿Qué te trae por aquí? Creí que habías abandonado el nido.
-          Así es. Solo estoy aquí porque me han solicitado para un encargo. Ya soy muy popular, ¿sabes? – sonrió, mostrando toda la dentadura, lo que le daba un aspecto de prepotencia que me producía unas ganas terrible de descuartizarlo. - ¿Y tú? He oído que nadie te contrata.
-          Pues tus fuentes no son fiables – imité su sonrisa de petulancia. – Precisamente he venido a buscar mis ganancias después de mi último trabajo.
-          ¿Ah, sí? Vaya, vaya…
Nuestra conversación se vio interrumpida por Sam, que salía en ese momento del despacho con un sobre en la mano derecha y la misma expresión indiferente que solía lucir.
Phantom se volvió de inmediato hacia ella, embelesado. Recorrió a Sam con la mirada, deteniéndose en todas las curvas destacables de su cuerpo. Parecía un perrito que acaba de encontrar el hueso perfecto.
-          Hola, Nox – hasta su voz sonaba encandilada y eso que Sam todavía no había utilizado su poder hipnótico sobre él.
-          Ah, Phantom. Cuánto tiempo. – Le dirigió una sonrisa coqueta, la expresión característica de una mujer que sabe que tiene a un hombre en sus redes y piensa aprovecharlo.
Él asintió y dio un paso hacia ella. Visto desde mi punto de vista, aquello podría compararse con un hipnotizador que toca su flauta y con la serpiente que sigue el compás de la música, carente de voluntad. Sam no se movió, y pude vislumbrar en su expresión la realidad de sus deseos. No le agradaba Phantom, ni su actitud, pero era un súcubo y se comportaba como tal, jugando con sus presas.
-          Realmente mucho tiempo – repitió, moldeando su tono hasta adoptar un murmullo suave y encantador. Los ojos de él se entrecerraron por el deseo y avanzó otro paso.
-          Deberíamos… repetir… lo de aquella vez. Tú y yo. Nox… - balbució unas cuantas palabras más de manera incoherente.
Sam se acercó a él y rozó su mejilla con la mano que tenía libre, suavemente.
-          Quizá en otra ocasión, Phantom. Ahora estoy ocupada – aunque seguía manteniendo el efecto hipnótico de su voz, sus palabras se endurecieron. – Así que lárgate, ¿de acuerdo?
Al igual que un robot sin voluntad, él asintió, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo. La verdad es que no sabía si solo iba a marcharse de la habitación o incluso del edificio, siguiendo las órdenes de Sam, pero poco me importaba.
-          Vaya capullo – gruñí.
-          Pues sí. Pero siempre es bueno tener todas las cartas controladas, por si las necesitas. – Sam se encogió de hombros y empezó a andar en dirección a la salida.
La seguí de inmediato.
-          Oye, ¿a qué se refería con lo de “repetir lo de aquella vez”? – inquirí, entrecerrando los ojos con desconfianza y rezando porque no fuera lo que pensaba.
Sam compuso una expresión que casi podría ser de remordimiento.
-          No me juzgues, ¿vale? Tenía hambre y él estaba a mano y más que dispuesto.
-          Oh, por dios, Sam. Es asqueroso.
-          Déjame en paz. ¿No quieres saber cuánto dinero nos han dado o qué?
-          ¡Por supuesto! – repliqué.
Me tendió el sobre. Cuando lo abrí, pude observar varios fajos de billetes todos juntos. Sentí que vibraba de emoción al ver tanto dinero junto.
-          ¿Cuánto hay? – tenía la garganta seca de la impresión.
-          4.000 – Sam sonrió. – Tánatos se ha quedado 1000, pero bueno, seguimos teniendo una buena porción.
-          Si nos hubiéramos encargado nosotras de llevar a cabo el intercambio, ellos se habrían quedado con menos – me quejé.
-          Sí, es cierto. Pero no sé… Había algo en el cliente que me hacía desconfiar, todo eso de no querer revelar su identidad. Y, como es nuestra primera misión, decidí que era mejor ser cautas.
-          Pues sí que has cambiado. Siempre has sido la reina del “hagámoslo y ya está”.
Sam se encogió de hombros y dejó pasar el tema. Cuando llegamos al pasillo que daba a la entrada, se detuvo y me tendió la mano. Apretando el sobre contra mi cuerpo para no perderlo por el camino, agarré la mano que me tendía y nos transporté de vuelta a casa.

1 comentario:

  1. Pues me ha dado lástima Myst.Todo por culpa del detective.¿Sabes quÉ creo? Que al final el detective no delatará a Myst (y a Nox) por alguna razón. Tal vez porque vea algo en ella que lo impida.O en algún momento ella le salve y el se lo agradezca o algo. En definitiva, que el detective dejará de desear su encarcelamiento. Y creo Nox no le borrará la memoria. Tengo esa corazonada. El detective se meterá en terreno pantanoso con lo de Skótadi y Tánatos, será salvado por Myst y Nox y estará en deuda. No se si me equivoco o no, así que podrías decirme cuán encaminada estoy ^^
    Respecto a la entrada, bueno, no tengo nada nuevo que decir. No ha salido nada relevante, sino el cómo se siente Myst y supongo que en la siguiente, o cuando le confiese eso a Nox, habrá acción :D

    ResponderEliminar