(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


domingo, 19 de mayo de 2013

Ya sé que vuelves a aparecer solo para acabar de complicarlo todo. Pero creo que me gusta.


13/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst) 




De algún modo, después del cúmulo de emociones y actividad de la semana anterior, los últimos días habían vuelto a la rutina habitual de mi vida. Bueno, similar a la rutina habitual, supongo aunque no exactamente igual.
Jack seguía por ahí. Cerca de mí, pero lo suficientemente lejos como para que yo pudiera imaginar que no tendría que volver a verlo. Sabía que me estaba mintiendo a mí misma, por descontado. Los ojos de Jack, su expresión cuando desaparecí, me habían prometido en silencio un reencuentro. Tarde o temprano volveríamos a colisionar, tal y como habíamos hechos noches atrás. Pero la próxima vez no me cogería por sorpresa, estaría preparada y no me derrumbaría ante los recuerdos y los sentimientos pasados. Ante su voz, tan grave como siempre, que me producía escalofríos en la columna. Me daba igual que él hubiera creído estar salvándome al abandonarme.
Había más opciones. Si quería protegerme, podría haberme dicho la verdad, por ejemplo. Podríamos haber huido a otra ciudad, a otro país, a cualquier otra parte del mundo donde escondernos. Que Clark se viniera con nosotros. Los problemas siempre tienen más de una solución.
Él eligió dejarme atrás y seguir su camino en solitario por medio a perderme. Porque creía que acabaría muerta por su culpa. Podía entenderlo, de verdad que sí, porque probablemente yo hubiera hecho lo mismo por mi hermana pequeña o por Sam. Pero, aun así, seguía doliendo. Cuando pensaba en Jack, su recuerdo siempre venía acompañado del dolor de despertar aquella maldita mañana estando sola en la cama, con la reminiscencia de su olor en el aire y la casa vacía. Las horas esperándolo, sentada en la mesa de la cocina, con el desayuno preparado para darle una sorpresa enfriándose a cada minuto. Las llamadas a su móvil, una y otra vez, sin recibir respuesta. Descubrir el armario completamente vacío. Saber que se había llevado sus cosas, que me había abandonado para siempre durante la noche, como un ladrón furtivo. Y sin ni siquiera saber por qué.
Jack había sido la primera persona en la que realmente había confiado en toda mi vida. Siempre había tenido miedo. Desde que mi padre nos abandonara a mi madre, a mi hermana y a mí, había tenido pánico a que todas las personas importantes para mí siguieran su estela. Por eso, me había negado a depender de nadie, creyendo que así evitaría que me hicieran tantísimo daño de nuevo.
Pero Jack llegó a mi vida de golpe una mañana y se empeñó en colarse entre las grietas de mi corazón. Lo intentó de forma persistente día tras día hasta que acabé, sin más remedio, confiando en él por completo. Amándolo de forma incondicional. Nunca había estado tan segura de nada como de que él y yo estaríamos juntos para siempre, que él me cuidaría, que nunca me abandonaría como había hecho mi padre.
Pero lo hizo. Sin importar sus razones, lo hizo.
Y, poco después, me arrebataron a mi hermana. Todo el mundo me dejaba atrás, sola. Por eso, desde que conocí a Sam, quise ser como ella, que nada ni nadie me calara, que nada atravesara mi escudo. Así nunca sufriría de nuevo. Sin esperanzas, sin sueños, sin amor; esa era la única forma de que mi fatal destino no se repitiera una y otra vez.
Pero ahora, una vez más, volvía a caer en mi propia trampa.
No solo me había permitido encariñarme con Sam, llegando a considerarla mi hermana, aunque no compartiéramos la sangre. Por si fuera poco, estaba el maldito detective William Woods, que, centímetro a centímetro, estaba destruyendo el grueso muro que había construido para aislarme del mundo. Y maldito fuera por ello.
En los últimos días, desde nuestro desayuno en la cafetería lleno de secretos susurrados, había vuelto a la táctica de evitar todo contacto con él. Pero me odiaba por ello, porque solo estaba escondiéndome, huyendo, y eso es lo que me prometí que nunca más haría cuando entré a formar parte de Tánatos. Me juré a mí misma que Annalysse moriría aquel mismo día, la chica asustada, insegura y tímida, la que se ocultaba por miedo a todo cuanto la rodeaba. Cuando nació Myst en su lugar, quise que fuera lo que yo nunca había sido. Fuerte, valiente, letal. Annalysse era la que evitaba a un hombre porque temía lo que pudiera pasar, no Myst.
Myst se enfrentaba a las cosas cara a cara.
Pero ahora… ahora ya ni siquiera sabía cuál de las dos era. Quizá una mezcla. Quizá ninguna.
Rememoré una vez más mi última charla con William. A pesar de sus intentos, no lo había llamado por su nombre, porque sabía que eso crearía entre nosotros una intimidad que prefería evitar. No quería que intimáramos más. No quería que me volviera a mirar como lo había hecho en el parque, como si pudiera mirar directamente en el interior de mi alma y me comprendiera. Odiaba la química entre nuestros cuerpos, el magnetismo que explotaba cada vez que nos acercábamos más de la cuenta. Porque lo odiaba, ¿verdad? Eso tenía que ser lo que sentía y no ninguna otra estupidez. Nada de sentimientos bonitos, o mariposas en el estómago.
Recuerda lo que pasó la última vez que sentiste algo parecido. Recuérdalo.
Sam y yo habíamos hecho la promesa por una razón. Nada de hombres en nuestras vidas, solo traían complicaciones y dolores de cabeza. Solo destrozaban los corazones y hacían daño. Mejor no tenerlos cerca. Eso habíamos decidido.
Precisamente por eso, estando con el detective, me había mostrado tan fría y distinta. Había usado todos los trucos que Sam me había enseñado para tratar con los hombres sin involucrarte realmente, sin dejar que tu parte emocional interfiriera. Las miradas coquetas, las medias sonrisas, los comentarios con doble sentido.
Pero, aun así, no creía que nada de eso hubiera servido, porque, cada vez que él me sonreía o se sonrojaba, me hundía un poco más. Cuando la camarera le había guiñado el ojo y él se había ruborizado y apartado la mirada, no pude contener la sonrisa de ternura que se extendió por el rostro. Era tan… normal. Tan humano. Sin juegos, sin caras falsas, sin medias verdades o directamente mentiras. Solo era William, tratando de averiguar la verdad, persiguiendo sus objetivos con demasiada persistencia.
Quizá por eso me gustaba. A diferencia de todos los demás, del resto del mundo, que solo fingía todo el tiempo, jugando a quién daña a quién primero, él era tal cual se mostraba y no parecía tener miedo de hacerlo, mientras que a mí me aterraba que alguien pudiera ver la vulnerabilidad que escondía tras mi apariencia indiferente y mortal.
En ese instante sonó el timbre de la puerta. Abrí los ojos y me quedé contemplando el techo de mi habitación como si allí estuviera grabada alguna de las respuestas a preguntas que ni siquiera sabía formular sin retroceder de mí misma.
Estaba tumbada en la cama una vez más, escondida del mundo. Incluso me estaba escondiendo de Sam, porque no le había mencionado nada de lo ocurrido con William. En realidad, desde la noche de su secuestro, apenas habíamos hablado, al menos de Jack o el detective. Habíamos repasado los sucesos anteriores, pensando quiénes podían ser los hombres que se la llevaron o qué querían, sin obtener ninguna respuesta. Habíamos intentando extraer información de distintas fuentes, pero, al parecer, nadie sabía nada, lo cual me parecía una enorme mentira. Por otro lado, tenía el presentimiento de que Sam me estaba ocultando una parte de la historia, que tenía una gran relevancia en el esquema global, pero, puesto que no quería que ella me sonsacara a mí mis secretos, prefería no presionarla para hablar de los suyos.
Necesitaba más tiempo.
El timbre volvió a sonar con insistencia. Dejé de vagar con la mente y me centré en el momento, sentándome en la cama.
-          ¿Puedes abrir tú? – gritó Sam. Su voz sonaba amortiguada por las paredes y por el ruido de agua cayendo. – Me estoy duchando.
Con un suspiro malhumorado, me puse en pie y arrastré los pies por todo el pasillo hasta detenerme tras la puerta cerrada. El timbre sonó una vez más, insistente.
Antes de abrir, miré por la mirilla. Al otro lado descubrí a un chico bastante más alto de lo normal, con el pelo corto castaño oscuro cayéndole de forma desordenada alrededor de la cara y unos ojos azules muy bonitos. No eran el mismo azul oscuro que el mío, al que le faltaban un par de tonos para ser más bien negro, sino añil. Indudablemente atractivo y completamente desconocido.
Me puse en guardia rápidamente. Tensé el cuerpo, cuadré los hombros y materialicé sobre la mano el cuchillo que solía llevar escondido en alguna parte de mi cuerpo.
Luego, muy lentamente, abrí la puerta.
-          ¿Sí? – pregunté de forma cortante.
El chico se quedó totalmente quieto durante unos largos segundos, mirando de una forma tan fija que me empecé a sentir incómoda ante su escrutinio. No dijo ni una sola palabra. Parecía estar sopesándome. Justo cuando mi paciencia estaba a punto de alcanzar su límite, finalmente cambió de expresión. Obviamente, estaba decepcionado, aunque no podía imaginar la razón.
-          Tú no eres ella – musitó con voz apenada. Me contempló un par de segundos más y luego sacudió la cabeza.
-          ¿Perdón?
-          ¿Me he equivocado? – murmuró para sí. Dio la vuelta sobre sí mismo, elevó la barbilla y cerró los ojos. Y, entonces, olfateó el aire, tal y como haría un perro rastreando una presa por su olor.
Abrí los ojos como platos ante tan inesperada acción. Retrocedí un poco, lista para cerrar la puerta si aquel chiflado seguía haciendo cosas tan extrañas.
-          No – proclamó de pronto. Volvió a girarse hacía mí, con expresión decidida. – Estoy seguro. Está aquí.
-          ¿Se puede saber de qué estás hablando? – espeté, confusa.
 Ese fue el momento que Sam eligió para salir de la ducha, vistiendo una camiseta larga masculina que debía de haber robado a alguna de sus presas y que le llegaba a las rodillas, y sin llevar pantalones debajo. Se estaba secando el pelo húmedo con una toalla. Se acercó a mí por detrás con una expresión curiosa, manteniéndose fuera de la vista del extraño en todo momento.
-          ¿Va todo bien? – me preguntó al llegar a mi lado. Y, entonces, dando un pequeño paso, se sitúo de tal modo que ella pudiera ver al desconocido misterioso de la puerta y él a ella.
Cuando vi la expresión del chico al ver aparecer a Sam, lo entendí todo.
Su rostro se llenó de una alegría profunda y completo éxtasis, como si estuviera viendo la cosa más maravillosa e increíble del mundo. Su sonrisa iluminó el pasillo.
-          Eres tú – musitó, la emoción reflejada en su voz. – Al fin te he encontrado.
Dio un paso hacia adelante y Sam y yo retrocedimos el mismo espacio, manteniendo la distancia con el tipo loco que había aparecido de repente ante nuestra puerta.
-          ¿Perdona? – preguntó Sam, tan confusa como yo. - ¿Nos conocemos?
-          Por supuesto que nos conocemos. – Esta vez, su tono mostraba fiereza y seguridad, mientras que en su rostro había claras marcas de que su pregunta lo había herido.
Mi compañera de piso y yo compartimos una mirada desconcertada. Ella se encogió de hombros, sin saber qué más decir, pero antes de que yo pudiera salvar la situación (sin saber de qué manera iba a hacerlo), él intervino de nuevo.
-          Nos conocimos hace doce días – aseveró él. Miraba a Sam fijamente, como si todo lo que importara en el mundo fuera ella. Nunca había visto tal ferocidad en una mirada. Por un segundo, pensé que iba a agarrarla y a… ¿besarla? ¿golpearla? No estaba del todo segura de sus intenciones.
-          ¿Doce días? No recuerdo… - susurró Sam, tratando de hacer memoria.
-          En la discoteca – continuó él.
Lentamente, las dos caíamos en la cuenta al mismo tiempo. Volvimos a compartir una mirada, esta vez de compresión.
-          En la… - musité yo.
-          Discoteca – completó Sam.
Durante apenas un instante, las dos nos quedamos en un silencio atónito, contemplando a nuestro ahora ya no tan desconocido visitante. Lo cierto es que, sabiendo quién era, sí podía situar su cara, entre la enorme muchedumbre que bailaba en la discoteca. Y podía recordar con toda claridad a Sam caminando en dirección a él, muerta de hambre, lista para cenar. Al parecer, él también lo recordaba.
De pronto, me giré hacia Sam, disgustada y enfurecida.
-          ¡Maldita sea, Sam! ¡No le borraste la memoria!
Ella me miró a su vez. Su rostro inexpresivo varió ligeramente, con ciertos matices de confusión y frustración.
-          ¡Claro que lo hice! – replicó de inmediato.
-          ¿Ah, sí? – señalé a su presa, que seguía delante de nuestra puerta. – Pues entonces explícame esto.
-          ¡No puedo explicártelo porque no tengo ni idea de qué está pasando!
-          Pues… - comenzó el chico.
-          ¡Se te olvidó limpiarlo cuando acabaste con él! – insistí, interrumpiéndolo e ignorando sus palabras por completo. Sabía que Sam no daría su brazo a torcer, pero yo tampoco tenía ganas de hacerlo. No siempre podía ir detrás de ella, sacándola de todos los líos en los que acaba metida debido a su falta de conciencia moral. Por una vez, necesitaba gritarle y echarle la culpa, y sacar todos aquellos sentimientos podridos de rabia hacía mí misma que se almacenaban dentro de mi pecho.
Sam no se alteró. Entrecerró los ojos ligeramente y se cruzó de brazos, en una actitud defensiva.
-          Le. Borré. La. Puñetera. Memoria. – Recalcó cada palabra por separado, como si cada una de ellas fuera un balazo certero. – Lo recuerdo a la perfección, créeme. Cuando salió del local, estaba limpio.
-          Pues ahora te recuerda. Y si te recuerda a ti…
-          También recuerda lo que puedo hacer – terminó ella por mí.
Las dos nos giramos al mismo tiempo hacia el chico. Él se limitaba a estar allí de pie, mirándonos alternativamente la una a la otra, sin intervenir de nuevo, como si estuviera contemplando un partido de tenis. Al darse cuenta de nuestras expresiones serias y amenazadoras, retrocedió un paso, pero antes de que pudiera escapar, Sam lo agarró de un brazo y yo del otro y lo empujamos al interior del apartamento.
Justo en ese momento, la cabeza llena de rulos de la vecina de enfrente apareció en el hueco de la puerta entreabierta, antes de que pudiéramos cerrar la nuestra. Nos miró a ambas, enarcando la ceja, con una mezcla de curiosidad y molestia por el ruido, y en un claro intento de fisgonear. Como si de una respuesta automática se tratara, tanto Sam y yo esbozamos sendas sonrisas de cortesía, tan falsas que podrían ser de plástico.
-          ¿Todo bien, chicas? – preguntó la vecina, su voz rebosante de las ganas de un buen cotilleo.
-          Estupendamente – canturreó Sam.
-          No podría ir mejor – reforcé yo.
Nos metimos dentro del apartamento sin dar pie a más preguntas y cerramos la puerta de golpe. Nada más hacerlo, las sonrisas se esfumaron de nuestros rostros. En ellas había habido tanta mentira como en nuestras palabras. Porque, si una de las presas de Sam la recordaba, teníamos problemas, y gordos.
Nos volvimos hacia el chico, que seguía plantado en medio del recibidor. Al ver nuestras expresiones, retrocedió un paso, asustado.
En ese momento, volvíamos a ser las letales asesinas de siempre.

1 comentario:

  1. Esto es confuso: "Mi compañero de piso y compartimos una mirada desconcertada".
    Me parece absurdo y muy poco profesional que Myst y Sam estén hablando de asuntos extremamente privados delante de un desconocido al que es incapaz borrarle la memoria.Ahí lo dejo.Ah, y lo de la vecina fue un puntazo.Muy buena esa parte.
    Espero que si en un momento detienen a Myst por los asesinatos o a Sam la vecina diga "pues siempre saludaba"
    Pero en general está bastante guay el capítulo, es la 27 ya?*-*

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