(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


viernes, 22 de marzo de 2013

No podríamos impedir para siempre lo inevitable.


8/Noviembre


Clark Dawson (Flames



Tras la marcha de Myst, me quedé solo en el piso en el que ambas vivían. Myst me había hecho prometer que no me marcharía hasta que ella volviera y aclaráramos toda la historia del secuestro, así que no me quedaba más remedio que permanecer solo en la casa vacía, por lo que me puse a curiosear a mi alrededor.
El salón, que era donde me encontraba, parecía normal. Había un sillón grande de color beige, en el que podían sentarse como mínimo tres personas, y una butaca de un tono más oscuro. Frente a estos, se encontraba un gran armario empotrado con una televisión pequeña que había salido al mercado hacía unos cuantos años. El resto de estantes del armario estaba repleto de libros. Completamente lleno, amontonados unos encimas de otros. Excepto en las bibliotecas públicas de la ciudad, nunca había visto una colección semejante, y además era variada, desde guías de viaje de países exóticos hasta novelas clásicas como Crimen y castigo, incluyendo también otros autores importantes como Kafka o Dickens.  También había numerosas novelas contemporáneas, media docena de libros de poesía, unos cuantos de teatro, al menos seis o siete libros para aprender hablar diferentes idiomas (ruso, alemán, francés…) y enormes tomos científicos, que versaban de diferentes temas, como astronomía o genética.
Había un par de novelas cuyo lomo estaba doblado, síntoma claro de que sus páginas habían sido leídas muchas veces. Una de las chicas, o a los dos, eran lectores ávidas.
Pero, aparte de los libros, la habitación tenía un aire impersonal, debido a la ausencia notable de recuerdos personales. Solo había dos fotos en la estantería, ambas de las dos muchachas. No había ninguna de familiares u otros amigos. No había figuritas o recuerdos. Solo un reloj que marcaba las dos y media de la madrugada y una pequeña caja de música que no toqué.
Las paredes estaban también casi desnudas, a excepción de un espejo de buen tamaño.
Parecía la casa de alguien que se acaba de mudar o de una persona que no quería coger cariño al sitio donde vivía. O de una persona que había dejado atrás su pasado y no quería ver nada que lo trajera de vuelta.
Conocía de primera mano el último caso.
El piso donde vivía no era muy diferente a ese, en realidad. La misma frialdad, las paredes vacías, los marcos de fotos ausentes. Los únicos recuerdos que conservaba estaban en un álbum en el fondo del armario de mi habitación, escondidos en la casa. No eran hogares, en realidad, solo lugares donde matar el tiempo en el que no tenían que estar en otro sitio. Un sitio funcional para comer, dormir, y darte una ducha.
Si no hubiera sido por el montón de libros y los pocos objetos personales, incluso podría haber parecido una habitación de hotel.
Me adentré por la casa. La primera habitación con la que me topé fue la cocina-comedor, que poseía más vida y personalidad que el salón. Había recipientes de comida desperdigados por ahí, un paquete de galletas a medias sobre la mesa, un paño sobre una de las sillas. Incluso había un par de figuritas de un gato y un perro sobre el microondas, y alguien llenado la nevera de imanes de distintas formas y colores, lo que le daba un toque de color a la sala.
Seguí recorriendo la casa, en un intento por conocer mejor a sus habitantes.
La siguiente habitación era un dormitorio, claramente femenino, pero eso no revelaba nada. Intenté descubrir si sería de Nox o de Myst observando el caos reinante en la sala, con un montón de ropa sin doblar sobre una silla, una caja de zapatos tirada bajo la cama, y un paquete de patatas en la mesa de noche.
Las paredes estaban pintadas de un escandaloso color amarillo, con varios pósters de películas (curiosamente, en todos aparecía en primer plano un actor guapo y joven) en las paredes. La cama, el elemento principal de la estancia, era de matrimonio, y destacaba por las mantas con dibujos de estrellas y algún que otro cometa.
Tras echar una ojeada a la ropa tirada por todas partes, supuse que se trataría de la habitación de Nox, puesto que era su estilo habitual para vestir, y no creía que Myst hubiera cambiado tanto en cuatro años como para abandonar su costumbre habitual de dejarlo todo ordenado a su paso. Al menos, durante la época que pasó con mi hermano, siempre fue así, recogiendo la casa y limpiando. No la recordaba como una maniática de la limpieza, pero tampoco la veía reflejada en el desorden que tenía ante mis ojos.
Decidí investigar un poco más a fondo. En la cómoda había una caja repleta de artículos de maquillaje y un par de botes de cremas.
Justo cuando había cogido un artículo extraño, algo así como un tubo largo y fino con un mango que parecía necesitar ser enchufado a la corriente eléctrica, sonó el timbre de forma estridente en el silencio nocturno que impregnaba la casa.
Durante un segundo, me quedé paralizado, mirando embobado hacia la puerta sin saber qué hacer. No podía ir a abrir la puerta tranquilamente… ¿o sí?
No era mi casa. No tenía derecho.
Pero… si alguien estaba tocando en la madrugada, debía ser algo importante, ¿no? ¿Quién molestaría a las dos y media si no fuera por un asunto urgente?
Dejé el objeto sin identificar en su sitio y caminé con lentitud hacia la puerta, como si creyera que la persona del otro lado pudiera escucharme acércame a ella. No encendí ninguna luz, pero había dejado la del salón encendida, y no podía estar seguro de que no se viera desde fuera. Miré por la mirilla con cuidado y entonces definitivamente me quedé paralizado de la sorpresa.
Al otro lado de la puerta, estaba mi hermano, Jack Dawson en persona, tocando en la puerta de la casa de su antiguo amor sin saberlo.
¿Cómo me ha encontrado?, me pregunté, desesperado.
Mi cerebro aun no era capaz de procesar la situación, mucho menos de buscar un modo de salir de semejante embrollo. Mientras intentaba pensar, Jack se impacientó y volvió a tocar el timbre, con insistencia, dos, tres veces. Sabía que había alguien en la casa y era lo suficientemente cabezota como para quedarse esperando hasta que abrieran.
Volví a mirar por la mirilla. Tenía ojeras bajo los ojos y el rostro contorsionado de preocupación. Su mirada brillaba con desesperación. ¿Qué habría pasado?
Entonces, me di cuenta. Habría llegado a casa hacía algunas horas. Me habría buscado, llamado al móvil medio centenar de veces, sin respuesta. Por eso mostraba semejante preocupación en su mirada, por eso estaba allí. Me estaba buscando y, de algún modo, había acabado dando con el lugar donde me encontraba, el mismo lugar en el que debía evitar que estuviera.
Tras tomar aire y armarme de valor, abrí la puerta rápidamente y compuse una sonrisa.
-          ¡Jack! – dije, intentando sonar despreocupado. - ¿Qué haces tú aquí?
Su mirada se tornó oscura y apretó los puños hasta que sus nudillos se quedaron blancos.
-          Hijo de perra… - susurró. -  ¿Te crees muy gracioso o qué?
-          ¿Qué quieres decir? – fingí desconcierto, intentando hacerle creer que no entendía qué estaba mal con mi comportamiento. Era una salida estúpida, pero no se me ocurría nada mejor, y en pocos minutos volverían Myst y Nox. Y ese encuentro era algo que realmente deseaba evitar.
-          ¡Clark, joder! ¡Llevo horas buscándote! ¿Qué coño haces aquí? – aunque no elevó el tono, para no llamar la atención de los vecinos de la planta, su tono reflejaba una intensa furia. - ¡Podrías haberme avisado, maldita sea! Casi me muero de preocupación.
-          Ya te he dicho muchas veces que eres demasiado sobreprotector – chasqueé la lengua.
Apretó la mandíbula, en un intento de controlar la rabia.
-          ¿Demasiado protector? Joder, Clark, sabes todo lo que he hecho durante todos estos años para mantenerte a salvo. Cosas de las que no me siento orgulloso en su mayoría, pero que necesitaba hacer para que estuvieras… estuviéramos bien. Así que no atrevas a echarme nada en cara. ¡Solo te pido que me avises cuando te marchas de madrugada, para no pasarme horas consumido por el miedo de que te hayan asesinado!
Reculé ante el sufrimiento que embargaba su voz. Consideré sus palabras, dejé caer los hombros y suspiré, derrotado.
-          Tienes razón. Lo siento, Jack. Vámonos.
Hice ademán y de cerrar la puerta a mi espalda, pero mi hermano la detuvo colocando el pie antes de que se cerrara por completo. Maldije en silencio.
-          No tan rápido.
Pensando tan rápido como era posible, intenté buscar una excusa creíble para largarnos de allí lo antes posible, pero no se me ocurrió nada que Jack pudiera creerse. Antes de que pudiera evitarlo, volvió a abrir la puerta por completo y entró en el piso. Entré detrás de él y dejé la puerta abierta.
-          ¿No podemos irnos? – pregunté con voz queda.
-          No, aun no. Primero quiero saber quién vive aquí y por qué vienes a esta casa a las dos de la mañana – exigió, enarcando una ceja.
Desde donde él se encontraba, se veía el salón, y recorrió con un vistazo rápido la habitación. No encontró nada especial en su reconocimiento, por lo que volvió a encararme, esperando explicaciones.
-          Te lo contaré en casa – dije de inmediato, ansioso por salir de allí.
-          Mejor ahora – replicó.
-          Por favor, Jack. Por… favor. Vámonos.
Mi hermano me sopesó nuevamente, desconcierto ante la súplica de mis palabras.
-          Clark… ¿qué pasa? – preguntó con voz más suave, abandonando por completo su furia anterior.
Negué con la cabeza, frustrado, sin saber qué más hacer o decir para lograr sacar de allí a Jack. No podía explicarle la verdad, porque eso daría lugar a un montón de explicaciones y quizá él quisiera quedarse y ver a Myst. Ella me había prometido matarlo si volvía a verlo y sabía perfectamente que mi hermano no se defendiera de un ataque proveniente de ella, no cuando su corazón aun tenía su nombre grabado a fuego en él.
Además, tras ver a Myst a través de la imagen de las cámaras de vigilancia, sabía perfectamente que podía matar a mi hermano sin ningún problema si deseaba hacerlo. Y la habilidad de él serviría de poco si no podía tocar un cuerpo tangible. Maldita sea, ella siempre había sido su debilidad, incluso desde un punto de vista físico, aparte del sentimental.
Ya que no podía hacerlo entrar a razón, decidí recurrir a otros métodos más emocionales.
-          Te lo contaré en casa. Salgamos de aquí – miré a ambos lados, simulando una mirada de terror. – Aquí no estamos seguridad – y, en realidad, no mentía.
-          Clark, no pasa nada. Te protegeré…
-          No puedes – susurré. – Esta vez, no podrás hacer nada.
-          ¡Qué dices! – ahora sí parecía alarmado, ante la amenaza de un peligro que no conocía pero que sentía acecharlo en cualquier parte. Me agarró de los hombros. – Por favor, dime que pasa. ¿Estás bien?
-          Jack… No es por mí… - Musité. – Si vuelven… tú…
-          ¿Yo qué?
Levanté la vista del suelo, donde la tenía clavada, para mirar sus ojos, de un color tan similar a los míos, salvo por un par de tonos de diferencia. Los de Jack eran más color avellana y los míos más oscuros.
Abrí la boca, pero no tenía ninguna respuesta que darle que no fuera la aplastante verdad.
Se me habían acabado las excusas, las mentiras. Nunca se me había dado bien nada de aquello, yo no era el hermano fuerte. Yo era el que se quedaba en casa y hacía el trabajo detrás del ordenador, sin vivir ninguna de primera mano, solo a través de la pantalla. Y ahora estaba de mierda hasta el cuello.
Estaba a punto de soltarlo todo, de contar hasta el último detalle, cuando una voz femenina emergió del salón.
-          Vaya viaje más movidito. – Gimió Nox.
Jack se giró a la velocidad del rayo y por su rostro pasó primero la sorpresa y después el desconcierto. Me miró durante una fracción de segundo. A pesar de que agarré la manga de su camisa, el intento de detenerlo fue vano, y antes de que pudiera evitarlo, estaba entrando por las puertas de la sala, seguido por mí de cerca, mientras Myst respondía.
-          Lo siento, no conocía muy bien el camino. Y había… - sus palabras se quedaron atascadas en la garganta cuando nos vio a Jack y a mí en la puerta.
En los siguientes segundos, el silencio solo fue roto por el sonido de nuestras respiraciones. Yo permanecía detrás de Jack, mirándolas alternativamente a ambas.
Nox estaba sentada en el sillón grande, con una expresión resentida y furiosa en el rostro, o tanto como pudiera serlo siendo ella. Se levantó de un salto y se sitúo frente a su compañera de armas, como si estuviera protegiéndola del peligro.
Jack evaluó a las dos mujeres como posibles enemigos.
Myst simplemente se quedó paralizada. Sus ojos estaban abiertos de par en par, desenfocadas, y una lágrima se había deslizado por su mejilla derecha. Se tapó los labios entreabiertos con la mano y emitió un pequeño sonido de angustia.
Entonces, de algún modo, como si hubiera reconocido su voz o su rostro hubiera encajado en su memoria, mi hermano imitó su gesto de profunda sorpresa.
-          ¿Annalysse…? – susurró, su voz impregnada de dolor.

sábado, 9 de marzo de 2013

Solo deseaba dejarlo todo atrás.


Primeras horas del 8/Noviembre

Samantha Petes (Nox) 



Le eché un ojo a los monitores, comprobando que ninguno de mis amigos alemanes tenía ganas de hacerme una visita en ese momento. El que había escapado de la daga de Myst había ido en busca de refuerzos, pero de momento estaban lo suficientemente entretenidos encargándose de los heridos, aunque sospechaba que no tardarían en venir a investigar qué pasaba a la habitación de los rehenes.
Cuando Myst desapareció con Clark, tras hacerme un gesto de despedida apenas perceptible, abandoné mi puesto al lado de las pantallas de seguridad. En un intento (seguramente inútil) de retrasar el momento en que los guardias irrumpirían en la habitación y yo tendría que enfrentarme sola a los que seguían vivos, que eran, al menos, cuatro, coloqué las sillas bajo el picaporte de la puerta, de modo que fuera un poco más costoso poder abrirlas. De cualquier manera, no los retrasaría más de un minuto escaso, así que empecé a registrar la sala con la mirada en busca de una salida de emergencia, de la cual carecía completamente, o de un escondite. Ni lo uno ni lo otro.
Con un suspiro, volví junto a los monitores y decidí esperar, rogando para ser capaz de salir viva en caso de que tuviera que improvisar una pelea contra los guardias.
La voz a mi espalda me sobresaltó, pero no le di el gusto de demostrarle que había conseguido asustarme y me mantuve impertérrita.
-          ¿Sabes? Está mal que le mientas tanto – su tono burlón me hizo apretar la mandíbula, pero me tragué la rabia y me mostré tan ecuánime como él.
-          No entiendo a qué te refieres. Ni por qué coño estás aquí.
-          Oh, vamos, no seas así.
De las sombras del final de la habitación, de donde había salido la voz, surgió ahora un cuerpo que segundos antes no estaba en la habitación.
El recién llegado era bastante alto, casi rozando el metro noventa de altura. Debía de tener un año o dos menos que yo, pero jamás le había preguntado su edad. Al igual que todos los demás aspectos de su vida, era algo por lo que sentía curiosidad y horror al mismo tiempo, el mismo tiempo de morboso interés que cuando ves un accidente de tráfico en mitad de la autopista y tienes que pararte un segundo para saber qué ha ocurrido, aun sabiendo que la imagen no será agradable y que te provocará un nudo en el estómago.
Eso era exactamente lo que me pasaba cuando estaba cerca de Aaron. Él tenía el cabello también rubio, pero mi color era ligeramente rojizo, mientras que el de él era más bien dorado. En cambio, sus ojos eran muy oscuros, de un gris que se tornaba negro de vez en cuando, tan negro como yo suponía que era su alma contaminada. Su atractivo físico era indudable, pues contaba con unos rasgos bellos desde una perspectiva objetiva, pero a mí siempre me había parecido igual que una serpiente. Elegante y traicionera.
Se acercó a mí con su andar lento y seguro, tan característico. Se comportaba como si fuera el dueño del suelo que pisara, estuviera donde estuviera.
-          Y sabes a qué me refiero – continuó. Ladeó la cabeza y me regaló su sonrisa irónica favorita, esa que rezumaba veneno por los bordes. – Le has dicho a Myst que no volverías a mentirle. E, incluso mientras se lo decías, ya estabas mintiéndole de nuevo.
-          ¿A qué has venido? – le espeté con tono frío.
Odiaba su presencia casi tanto como odiaba el olor del tabaco. Precisamente porque ambos tenían en mí el mismo maldito efecto: traerme a la mente todos los fragmentos del pasado que prefería mantener enterrados bajo tierra bien lejos de mi presente. Me recordaban de forma irremediable el pasado que deseaba sepultar en el olvido, como si nunca hubiera existido. Me hacían revivir mi infancia, volver a los momentos en el pequeño apartamento, con hambre y frío y nadie a quien le importara.
Odiaba recordar esos instantes. Odiaba volver a ser, aunque solo fuera a través de los recuerdos, aquella niña indefensa y vulnerable que temblaba encima del colchón que se suponía que era su cama, llorando. La última vez que había llorad desde que tenía memoria había sido aquel día, cuando murió mi abuela. Después, los sentimientos se esfumaron, impelidos por el instinto de supervivencia, que era más fuerte que cualquier otra cosa. Y me prometí a mí misma que, pasara lo que pasara, saldría adelante por mí misma. Que nunca volvería a llorar porque una persona a la que quería me hubiera abandonado.
El pasado no era algo agradable, como tampoco lo era la presencia de Aaron allí para mí.
-          Oh – compuso un gesto de tristeza totalmente fingido, pues sus ojos seguían chispeando de diversión mientras me provocaba. – No seas tan dura conmigo. Solo quería hablar un rato contigo…hermanita.
Apreté los puños al oír el apelativo cariñoso en sus labios, que sonaba como un insulto. Sentí unas casi incontenible ganas de estrangularlo y mancharme las manos con su sangre, que, en cierta parte, también era la mía. Ese era el único rasgo que nos unía: la genética.
Físicamente quizá alguien podría encontrarnos un parecido, pero él se parecía más al padre que compartíamos, y yo a la madre que me había criado lejos de él. Aaron había tenido otra madre, pero la verdad era que yo desconocía quién era o cualquier otro dato sobre ella, incluyendo si seguía viva. Solo sabía que él había sido criado por nuestro padre, siguiendo sus enseñanzas, mientras que yo había vivido sola con mi madre. No sabía cuál de los dos había tenido peor suerte, pues mi dos progenitores poseían una inconmensurable cantidad de defectos y muy pocas virtudes (al menos, yo no conocía casi ninguna). Ambos llevaban tras de sí a donde quiera que fueran su alma podrida. Ninguno podía ser considerado un ejemplo a seguir por un niño, ni mucho menos un buen padre en ningún caso.
Quizá por eso tanto Aaron como yo éramos personas deficientes. Yo carecía de sentimientos y él, de cualquier tipo de conciencia moral. Probablemente, eran rasgos que habíamos heredados de unos padres que no nos querían, que solo nos utilizaban como instrumentos, aun siendo solo niños.
-          No me llames así – gruñí. – No somos hermanos.
-          No puedes negar la realidad – replicó él, con un encogimiento de hombros y una fría sonrisa de condescendencia.
-          No me interesa tu palabrería. ¿Qué haces aquí? – pronuncié las palabras de la pregunta con deliberada lentitud, vocalizándolas una por una, e impregnándola de un matiz amenazador.
Me di cuenta entonces de que los guardias me habían quitado los cuchillos que mantenía escondidos en las mangas del jersey y el que tenía en la parte baja de la espalda, a la altura de la cintura. Pero un rápido movimiento del pie me bastó para comprobar que seguía teniendo el que había metido en la bota.
Bien, al menos contaba con un arma para defenderme.
-          Ya sabes qué hago aquí – paseó la mirada por la habitación, sin apenas detenerse al llegar a los dos guardias muertos. – Soy el mensaje.
-          ¿Él te ha enviado?
Aaron se rio y empezó a pasearse por la habitación, dándome la espalda mientras lo hacía. Aproveché su despiste para coger el cuchillo y esconderlo en la manga, manteniéndole cerca de las manos para poder usarlo en casa de necesidad.
-          Claro. Quién si no. – Percibí en el trasfondo de su voz, tras la aparente obediencia, un matiz de desidia y de frustración, que manifestaban que Aaron cumplía aquellas órdenes, pero lo hacía con aburrimiento.
-          ¿Cuál es el mensaje, entonces? – me tensé.
Aaron me miró por encima del hombro y se detuvo. Se paró cerca del cadáver al que le había roto el cuello, pero ni siquiera le prestó atención al cuerpo del hombre, que se descomponía poco a poco. En apenas media hora ya empezaría a emanar de él el olor putrefacto característico de la muerte, que tan poco agradable resultaba.
-          “Tu lucha es inútil. Ambos sabemos que ganaré la partida. Ríndete ahora y únete a mí, Samantha. Hazlo antes de que sea demasiado tarde y tenga que matarte.” – Citó, palabra por palabra, sin quitarme la vista de encima.
Bajé la mirada al suelo tras oírlo. Así que esa había sido la razón de mi secuestro.
Un simple juego de poder.
Quería demostrarme que podía conmigo, que era más fuerte. Que podía secuestrarme si quería y yo no podría hacer nada por evitarlo. Que, de haberlo querido, habría podido asesinarme sin ningún impedimento. Que no podía escapar de su control.
Pero estaba equivocado. Había conseguido liberarme de sus cadenas. Había matado a sus guardias y ahora me daba a la fuga, ilesa.
-          ¿Le darás un mensaje de mi parte? – pregunté. Sin esperar a la respuesta de Aaron, continué hablando. – Dile que no esté tan seguro de su victoria. Dile que aun me quedan fichas por jugar y que soy digna hija de mi padre, así que hazle saber que esperar una rendición por mi parte es una esperanza vana. Dile que mientras viva lucharé… y protegeré a Myst. – Endurecí mi tono. – No permitiré que le haga nada.
-          ¿De verdad quieres que le diga eso? No seas estúpida. Te aplastará sin piedad.
-          Que lo intente. – El reto en mi voz vibró en el aire un segundo, mientras levantaba de nuevo la vista y convertía mi expresión en una máscara de determinación.
Por toda respuesta, Aaron me contempló con una total falta de interés, como si dedicara a observar los patéticos intentos de un niño por alcanzar el sol. Hizo un gesto despectivo con la mano, dejando a las claras que no tomaba en serio mi rebeldía.
-          Sam, eres más inteligente que eso. Vamos. – Se detuvo un instante. – Lo único que tienes que hacer es entregarnos a Myst.
-          Nunca – la negación escapó de mis labios como una sentencia, firme y rotunda. Ni siquiera me detuve a pensarlo antes de expresarlo en voz alta.
Para mí, Myst era más familia que cualquiera de ellos. Myst era mi hermana, no porque compartiéramos la sangre de nuestras venas, sino porque entre ella y yo existía un vínculo que iba más allá de genética. Ella había estado conmigo, me había querido, durante más tiempo que ninguna otra persona desde la muerte de mi abuela. Había luchado por mí.
Esa misma noche, había acudido en mi rescate al saber que algo malo me estaba ocurriendo.
Ningún miembro de mi familia jamás hubiera hecho eso por mí. Mi madre me había abandonado desde la primera vez que me atreví a pedirle cualquier tipo de ayuda. Mi padre solo quería utilizarme como un peón más en su partida. A mi medio hermano no le importaba para otra cosa que para servir a los intereses de su progenitor.
Ninguno de ellos constituía para mí una familia tan real como Myst. Y era por eso que no la traicionaría, que seguiría luchando por ella, aunque tuviera que mentirle en el proceso para hacerlo. No me importaba tener que ser secuestrada si con ello aseguraba que ella estuviera a salvo.
Así funcionaban las familias de verdad. O, al menos, eso suponía, pues carecía de un referente propio con el que poder comparar.
-          No importa cuánto luches – aseguró Aaron, parándose de nuevo frente a mí. Estaba apenas a cuatro metros en línea recta y ambos nos miramos mutuamente a los ojos, con el desafío pintado en la expresión de nuestras caras. – No importa cuánto desees salvarla. Acabaremos con ella. Y contigo si te metes en medio.
-          No os lo permitiré – aseveré de nuevo.
Extraje el cuchillo del interior de la manga con un movimiento rápido y fluido. Apenas lo dejé reposar en la palma de la mano, sintiendo el reconfortante peso del arma, antes de lanzarlo con precisión hacia el cuerpo de Aaron.
El cuchillo voló, cortando el aire, entre los dos, a una velocidad vertiginosa que para mí se hizo eterna. Observé cómo, finalmente, el arma colisionaba contra su cuerpo. Atravesaba su pecho a la altura del esternón… y continuaba de largo, volando por la sala hasta perder la fuerza que le había aportado al lanzarlo y caía al suelo con un ruido de metal resonando.
Aaron se rio ante mi intento de asesinato.
-          Quizá la próxima vez, hermanita. – Con una nueva risita de prepotencia, la imagen de su cuerpo tembló y poco a poco fue perdiendo color e intensidad hasta desaparecer por completo, dejándome sola de nuevo en la habitación.
Con un resoplido, me apoyé en la pared y cerré los ojos. Había sabido de antemano las pocas probabilidades que tenía de matarlo de verdad, pues la habilidad de Aaron, al igual que la de Myst, lo hacía casi inmune a un ataque físico, pero había tenido tanta rabia bullendo en mi interior que no había podido contenerme. Había sentido una intensa furia, un sentimiento sin edulcorar, no como a los que estaba acostumbrada. Por una vez, había sentido como una persona normal y eso me había llevado a cometer una estupidez.
Ya sabía que el cuerpo de Aaron no era el real, claro. Su habilidad Supra consistía en poder crear copias de sí mismo, una especie de hologramas que podían ser percibidos como reales, pero que en realidad eran solo imágenes intangibles, pues su cuerpo verdadero estaba en otra parte. No conocía bien las limitaciones de su capacidad, pues mi medio hermano era lo suficiente listo como para no darme a conocer sus debilidades, pero básicamente sabía que era capaz de materializar una imagen de sí mismo que no podía sufrir ningún daño. Seguramente habría restricciones respecto a la cantidad o al lugar, pero tenía ni idea de cómo funcionaba.
-          Maldito bastardo – mascullé en voz baja. Apenas unos segundos de que él desapareciera de mi vista, ya me había calmado por completo, volviendo a mi habitual estado de insensibilidad. Incluso me sentía un poco más vacía que de costumbre, como si experimentar una sensación en toda su plenitud hubiera mermado mi capacidad habitual de sentir emociones levemente.
-          ¿Con quién hablas, Sam? – preguntó de pronto la voz de Myst.
Cuando abrí los ojos, me la encontré justo delante de mí, observándome con el ceño fruncido. No pude contener una pequeña sonrisa al ver que estaba a salvo. Así debía mantenerla tanto tiempo como fuera posible, por lo que contesté con naturalidad.
-          Pensaba en voz alta – amplié la sonrisa.
-          No me digas – enarcó una ceja, dejando claro tanto por su expresión como por su tono que no me creía.
-          En serio.
Antes de que Myst pudiera cuestionar una vez más la veracidad de mi afirmación, unos fuertes golpes sonaron en la puerta.
Las dos nos giramos en esa dirección y observamos cómo las sillas que yo había colocado empezaban a ceder con presteza, mientras alguien al otro lado, en el pasillo, intentaba abrir la puerta con todas sus fuerzas. Varias personas. Probablemente armadas.
De inmediato, Myst y yo nos miramos.
-          Quizá sea buen momento para salir pitando – sugerí.
-          Pero esto no se va a quedar así – replicó ella, entrecerrando los ojos.
Sin decir nada más, me agarró de la mano y, justo en el momento en el que las sillas cedieron y la puerta se abrió de par en par, ambas desaparecimos de la habitación, dejando atrás al grupo de alemanes furiosos tras la muerte de varios de sus compañeros y la fuga de los rehenes. También había sido una mala noche para ellos, al igual que para mí. 

domingo, 3 de marzo de 2013

Soy más fuerte de lo que parezco.


7/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst




Entré en la habitación y cerré la puerta a mi espalda. Me obligué a mí misma a respirar hondo y a no perder los nervios, mientras recorría con la mirada la escena que había ante mis ojos.
La habitación estaba impregnada por completo por el aroma de la sangre, con ese leve olor a hierro y óxido que la caracterizaba. Había dos cadáveres. Uno de ellos se desangraba rápidamente, pero no quedaba ni un hálito de vida en ninguno. Estaba claro que había sido obra de Sam, porque no podía imaginarme a Clark, que era inofensivo cuánto mínimo, peleando y haciéndole daño a alguien. No con aquella cara que tenía en ese momento, la ineludible expresión de absoluta culpa, con los remordimientos rebosando en su mirada y la angustia en su rostro. Mientras tanto, Sam permanecía con una leve sonrisa en los labios, imperturbable. Ni rastro de culpa, de vergüenza o arrepentimiento.
Enarqué una ceja, esperando una respuesta.
-          Coincidimos aquí. Pura casualidad – respondió ella con desenvoltura, ensanchando su sonrisa.
Aun en el caso de que yo hubiera sido lo suficientemente estúpida como para creerme esa explicación, la cara de desconcierto delató a Clark, dejando claro por completo que eso no era lo que había sucedido.
Apreté la mandíbula, crucé los brazos en el pecho y me recosté contra la puerta.
-          ¿De verdad? – fruncí los labios. – No sigas por ese camino. No te atrevas a mentirme, Samantha.
La sonrisa se evaporó de sus labios. Ella sabía tan bien como yo que solo usaba su nombre completo cuando no era el momento oportuno para chistes, cuando la situación era tan seria e importante que no podía soportar sus bromas inoportunas. Y aquella lo era.
Porque, en ese instante, no entendía nada. Había recorrido buena parte de la ciudad, en mitad de la noche, siguiendo el rastro de Sam, la cual había desaparecido sin más. Había descubierto que estaba en un edificio custodiado por hombres armados y dispuestos a disparar al primer intruso que encontraran en su camino, sin ni siquiera pararse a interrogarme ni un por momento. Había tenido que atacarlos y, probablemente, al menos uno, sino los dos, morirían a causa de las heridas que les había provocado. Aunque había sido en defensa física y, por tanto, justificado, a mí sí me pesaban los remordimientos. Y todo eso, para llegar a aquella sala, y descubrir que Sam estaba de rositas con el hermano del cabrón que me había partido al corazón y al que le había dicho pocos días antes que no quería volver a ver. Nunca más en mi vida.
En ese momento, la verdad, no estaba precisamente contenta, ni siquiera tras saber que mi compañera de piso estaba a salvo. De algún modo, me sentía terriblemente traicionada. Y confusa, sobre todo confusa, porque no entendía cómo aquellas dos personas podían haberse relacionado. Su único nexo en común era… yo.
Así que, fueran cuales fueran las razones que los habían llevado a estar secuestrados juntos en aquella sala, yo tenía algo que ver. Y quería saber exactamente qué.
Sam intercambió una breve mirada con Clark y supe que estaba decidiendo qué estaba dispuesta a revelarme acerca de lo que sucedía y qué prefería que yo no supiera. Verla hacer eso me enfureció aún más. Yo era perfectamente capaz de lidiar con toda la mierda de mi vida, sin necesidad de que ella tuviera que elegir cuánta podía soportar.
-          La verdad, Sam. – Repetí.
Ella se giró una vez más hacia mí. Nos miramos fijamente, los ojos de la una clavados en la otra. Me mostré firme y segura, aunque por dentro estaba temblorosa y confusa. Una parte de mí confiaba ciegamente Sam y la intentaba justificar, pero la otra, la racional, no podía negar lo que veían mis ojos.
Finalmente, mi compañera suspiró y dejó caer los hombros, en una especie de gesto de derrota.
-          Es una historia larga.
-          Pues habla deprisa – repliqué, inflexible.
Ella asintió. De un salto, se sentó encima de la mesa donde se encontraban los monitores. Luego, se pasó la lengua por el labio superior y se aclaró la garganta.
-          Hace algunos días… tres o cuatro, quizá más, me encontré con Clark fuera del edificio. Yo estaba volviendo de comprar cuando lo vi y… lo iba a obligar a marcharse, para que no tuvieras que verlo, cuando él me dijo que tenía información importante que debías saber. – Sam hizo una pausa, buscando las palabras correctas. Sabía que no quería hacerme daño y que por eso dudaba tanto al pronunciar cada frase. Esperé. – Como no iba a permitir que hablara contigo, lo persuadí para que me contara a mí cuál era el problema.
-          ¿Y…? ¿Cuál era?
La tensión se hizo casi palpable en el ambiente. Clark desvió la mirada y apretó los puños. Sam se mantuvo serena, con su rostro neutro, pero pude percibir un ligero atisbo de compasión en su mirada, que desapareció en apenas un segundo.
-          Clark me contó que Skótadi le había ordenado a su hermano matarte.
Solté todo el aire que retenía en los pulmones de golpe.
-          ¿A Jack? – pregunté de forma estúpida e innecesaria. Sabía perfectamente que Clark solo tenía un hermano.
-          Sí.
Aun sabiéndolo, la confirmación en boca de mi mejor amiga fue un duro golpe. Me tambaleé, insegura sobre mis propios pies. Estar apoyada en la pared fue lo que impidió que perdiera por completo el equilibrio. Me mantuve estable y respiré profundamente, tratando de calmarme, mientras la cabeza me daba vuelta, repitiendo una y otra vez las palaras de Sam.
Skótadi le había ordenado a su hermano matarte.
Así que no solo me había arrebatado el corazón cuatro años atrás, ahora estaba planeando acabar con mi vida por completo. Terminar el trabajo.
Cerré los ojos, intentando sobreponerme. Sentía cómo todo el peso del pasado del que había tratado de escapar se cernía ahora sobre mis hombros y me ahogaba, impidiéndome respirar y volver a la superficie. Estaba cayendo a un pozo sin fondo, hundiéndome en mi pasado tortuoso.
Por un instante, volví a recordar aquella mañana. Los rayos de sol entrando por la ventana. El olor a café revoloteando por todas partes. Las sábanas blancas entrelazadas en mis piernas desnudas, mi rostro sobre la almohada. La cama vacía…
Zarandeé la cabeza y alejé el recuerdo. Volví a esconderlo en la cajita en la que mantenía encerrados todos aquellos momentos demasiado descorazonadores como para regodearme en ellos, y me centré en lo que pasaba ahora, en el momento actual, en el rostro serio de Sam y la inseguridad reflejada en el de Clark, que parecía incapaz de mirarme directamente.
-          ¿Y cómo eso os ha llevado a estar secuestrados por un montón de alemanes?
Sam se encogió de hombros con ligereza.
-          La verdad es que de eso no estoy segura – reconoció sin preocupaciones. – Verás, cuando Clark me contó eso, le pedí que me mantuviera informada de los avances de su hermano para poder protegerte. Ayer vino a contarme las novedades y, mientras hablábamos, aparecieron esos tipos, nos metieron en su camión y nos trajeron hasta aquí. No sé mucho más.
Reflexioné lentamente sobre sus palabras. Sam había resumido muchísimo la información, así que encontraba numerosas lagunas entre unos datos y otros, lo cual me hizo mirarla con los ojos entrecerrados. Ella mantenía su gesto despreocupado, pero la conocía lo suficiente como para saber que podía mentirme u ocultarme cosas de forma deliberada sin que su rostro revelara cualquier gesto que delatara que lo estaba haciendo. Y, sin duda, había muchas cosas que se estaba guardando en ese momento.
Consideré lo que sabía.
-          Sam… - suspiré. - ¿Por qué no me dijiste nada? – la verdad era que aquella era la preguntaba que me martilleaba por dentro, la que más me entristecía y me indignaba a partes iguales. - ¿Por qué me lo ocultaste, maldita sea?
-          Porque… - se detuvo y ladeó la cabeza. Me miró como si yo fuera una niña pequeña, incapaz de comprender las cosas más sencillas y lógicas, y prosiguió hablando en un tono bajo e íntimo. – Sé lo mucho que te afecta todo lo relacionado con tu pasado. Has intentando alejarte de él durante los últimos cuatro años y, cuando al fin casi habías alcanzado tu propósito, aparece de repente uno de los principales causantes de tu infelicidad. No podía permitir que estropeara todo cuanto has hecho, que estos años hayan sido en balde. Quería protegerte.
Por un breve instante, me sentí furiosa con ella, por haberme tratado como si no tuviera más de cinco años y fuera incapaz de enfrentarme a mis problemas sola. Pero luego, la rabia se convirtió en emoción y no pude evitar una minúscula sonrisa. Sam había tratado de cuidar de mí. La chica sin sentimientos había intentado mantenerme a salvo y feliz, aunque para ello tuviera que tratar ella con mi molesto pasado.
Así que, en el fondo, Sam sí seguía siendo humana. Seguía importándole el mundo. O, al menos, la parte representada por mi felicidad y mi seguridad.
-          Lo entiendo. – Ensanché la sonrisa y le proporcioné calidez, para hacerle saber que agradecía su gesto. Luego, volví a ponerme seria. – Pero, Sam, soy mayorcita. Mi pasado es algo que debo superar por mí misma, así que… no vuelvas a ocultarme nada como esto, ¿vale?
Tras pensarlo un instante, ella asintió. Bajó de un salto de su asiento improvisado.
-          Así que ya está todo aclarado.
-          Sí, bueno… - de pronto, recordé otro detalle importante de la cuestión. – Espera, entonces, ¿los alemanes son miembros de Skótadi?
Sam y Clark compartieron una mirada de desconcierto, como si aquella fuera la primera vez que se les pasaba por la cabeza esa posibilidad. Luego, ambos negaron con la cabeza y fue ella la que empezó a explicar el porqué de su razonamiento.
-          No creo. Por lo que he entendido, querían secuestrarme a mí en concreto. Clark fue solo un contratiempo – le dedicó un gesto desdeñoso con la mano. – Skótadi no sabe nada de mí, ellos quieren secuestrarte a ti.
Me lo planteé durante un instante, intentando unir las piezas inconexas del rompecabezas. Pero faltaban demasiadas y era incapaz de comprender por completo la situación sin saber más.
-          Puede ser que te descubrieran y decidieran separarnos. Divide y vencerás – cité.
-          ¿Y cómo han descubierto que existo? No hemos dejado pruebas que hagan sospechar que somos un equipo. Y, por lo que Clark ha leído en los informes, solo tienen información sobre ti, no se me menciona en lo más mínimo.
El aludido mostró su acuerdo asintiendo de inmediato con la cabeza.
-          Además – intervino él – si hubiera sido obra de Skótadi, significaría que Jack está implicado. De ser así, no hubiera permitido que me pasara nada malo, ni me hubiera encerrado en este habitación – Clark bufó y puso los ojos en blanco. – No sabes lo sobreprotector que es.
Sí, sí lo sé. Pensé sin remedio. En otra época, también me había protegido a mí. Pero eso había sido antes, mucho antes, cuando yo había sido una niña llena de miedo e inseguridad, que necesitaba de alguien que la salvara del mundo. Ahora me había convertido en una persona capaz de luchar y no necesitaba a nadie que viniera a protegerme, a ningún caballero de armadura reluciente. Era la heroína de mi propia historia.
-          Bien. Entonces… - recapitulé – si los alemanes no trabajan para Skótadi, ¿para quién lo hacen?
Ambos se encogieron de hombros, incapaz de darme una respuesta que no conocían.
-          Los oí hablando de un jefe, pero no dijeron nada que pudiera ser útil. – Explicó Sam.
Asentí. No era la primera vez que la capacidad de Sam de hablar un montón de idiomas era útil en una investigación. Además que le permitía manipular hombres de distintas partes del mundo y eso siempre era un beneficio, pues nunca se sabe a dónde te van a mandar a una misión.
Mi compañera piso se cruzó los brazos y enarcó una ceja, como si estuviera esperando algo.
-          ¿Y bien? ¿Salimos ya de aquí o qué? Podemos seguir discutiendo luego.
Clark, que apenas había hablado desde mi llegada, dio un paso adelante y la interpeló.
-          ¿Cómo planeas que lo hagamos?
-          Bueno, es obvio – replicó el súcubo. Me señaló con la mano derecha. – Ella nos sacará de aquí.
El chico me dirigió una mirada curiosa, preguntándose qué as escondía en la manga que nos permitiera salir de allí sin morir asesinados en el intento.
Negué con la cabeza.
-          Sam, sabes que no puedo llevaros a los dos al mismo tiempo. Solo puedo transportar conmigo un cuerpo del tamaño de un humano.
Arrugó la nariz, molesta ante el imprevisto.
-          Entonces, supongo que Clark tendrá que quedarse aquí con los alemanes – resolvió. Se giró hacia él y se encogió de hombros, esbozando una sonrisa de disculpa totalmente irónica.
-          ¡Qué! – replicó él. Su rostro empalideció de miedo, con los ojos desorbitados y una mirada de terror absoluto. Balbuceó algunas palabras más, pero en voz tan baja que no pude oírlas.
No pude contener la risa al observar el gesto malicioso y burlón de Sam, que disfrutaba aterrorizando al chico.
-          Sam – la reñí ligeramente. Ella no se dio por aludida y se acercó a mí, con sus pasos fluidos, como de bailarina.
-          ¿No pensaréis dejarme tirado aquí, verdad? Por favor. Por favor. Haré lo que sea, pero sacadme de aquí – la voz de Clark estaba teñida de súplica. Hubiera apostado todo el dinero de la recompensa de nuestro último trabajo a que, en pocos minutos, estaría llorando de rodillas y rogando que lo salváramos.
Su actitud confirmó mi sospecha. No había sido entrenado y, aunque quizá fuera un Supra, no sabía utilizar su habilidad a su favor. Los miembros de organizaciones como Tánatos o Skótadi adquiríamos algo junto con el entrenamiento: un orgullo excesivo. La mayoría de nosotros preferíamos la muerte a suplicar por el favor de un enemigo, y pocas veces recurríamos a pedir ayuda incluso a una persona de nuestro bando, a menos que fuera alguien de confianza, como lo era Sam para mí.
Ambas nos quedamos en silencio unos segundos más, pero yo no pude soportarlo más. No tenía ganas de verlo desmoronarse y arrastrarse más.
-          No te preocupes, Clark. Aunque pueda parecer un monstruo, aún me queda algo de conciencia. No me sentiría bien dejándote morir aquí.
-          Tonterías – bufó Sam en voz baja. – Seguro que podrías sobreponerte.
-          Sam – volví a reñirla, pero se me escapó una nueva carcajada.
-          Muchas gracias – musitó el chico, que corrió de inmediato a situarse a mi lado. – Te prometo que no te arrepentirás – entonces, sintiéndose al fin seguro de sobrevivir a su secuestro, me sonrió.
Una punzada me atravesó el corazón. Cuando sonreía, se parecía mucho más a su hermano en la época en la que lo había amado. Ahora ya no sabía si seguiría igual, pero… antes, cada vez que sonreía, sus ojos brillaban y todo su rostro se iluminaba, igual que el de Clark.
Me sobrepuse al dolor y a los sentimientos confusos que me embargaban y me giré hacia Sam, que me observaba atentamente.
-          Lo llevaré primero a él y luego volveré a por ti. No tardaré más de quince minutos o veinte en regresar, lo prometo.
-          ¿Y por qué él primero? A mí me quieres más – imitó el tono de voz de una niña consentida e incluso puso morritos, lo que me hizo volver a reír. Esa era una de las cosas que me hacía querer tanto a Sam, su capacidad de levantarme el ánimo en cualquier situación con su perenne buen humor.
-          Porque, en caso de que vuelva alguno de los alemanes, tú podrás ocuparte de ellos… - señalé los cadáveres como prueba notable de mi alegato – y él no.
Sam contempló un segundo a los dos guardias muertos, y después suspiró de forma exagerada y dramática.
-          Está bien, me sacrificaré porque soy la más fantástica del equipo.
-          Sin duda – corroboré, con una enorme sonrisa. – Pero, por si acaso se complique la situación, mantén el ojo puesto en esos monitores y las puertas cerradas a cal y canto.
-          Sí, señora – me dedicó un saludo militar mientras ponía los ojos en blanco.
La ignoré y me centré en Clark, que estaba mirando a Sam, absorto. En ese justo instante fue cuando me di cuenta de que el muchacho había quedado irremediablemente atraído por ella, lo cual no me sorprendió. Seguía siendo un hombre y todos caían bajo el hechizo del súcubo.
-          Clark – lo llamé. Se giró hacia mí, sorprendido, y se sonrojó al haber sido pillado infraganti. Fingí no haberme dado cuenta. – Mi modo de transporte es… distinto a los habituales. Como es la primera vez que viajas así, probablemente te sientas mareado y enfermo. Es normal. Cierra los ojos y mantente agarrado a mi mano. La sensación durara unos cuantos minutos, hasta que te acostumbres.
-          Es como montarte por primera vez en una montaña rusa. – Añadió Sam. – La sensación de vértigo en el estómago, el cerebro ligeramente comprimido y la falta de tierra firme bajo los pies.
-          No me gustan demasiado las montañas rusas – gimió él en voz baja.
-          Pues esto no te va a resultar nada divertido.
-          Nada de lo sucedido esta noche lo ha sido – farfulló Clark, clavando la vista en el suelo.
De inmediato, sentí compasión por el muchacho. Estaba claro que no estaba acostumbrado a nuestro mundo.
Sin más dilación, le dediqué un gesto de despedida a Sam, que ahora estaba de nuevo tras el mostrador, atenta a las cámaras; tomé la mano de Clark y me desvanecí de la sala.