1/Noviembre
Annalysse Tyler (Myst)
Aun tenía en los labios la sonrisilla de
suficiencia que se me había quedado en el rostro, tras mi encuentro con el
detective, cuando entré en nuestro piso, con un café recién comprado en cada
mano. Había sido tremendamente sencillo engañar al pobrecillo, hacerle creer
que se había equivocado en todo. Por ejemplo, decirle que aquel no era mi
apartamento, cuando llevaba viviendo allí dos meses. Pero él se lo había
tragado sin dudar siquiera. Casi me daba pena. Casi.
Llamé a Sam. Cuando no obtuve ninguna respuesta,
supuse (acertadamente) que estaba escuchando música a un volumen demasiado alto
con los auriculares puestos. La encontré tumbada en su cama, con el portátil
sobre los muslos y revisando nuestra dirección de correo.
Al verme, desconectó los auriculares, dejando que
la música inundara, muy alta, todo el piso. Me recosté a su lado y le pasé uno
de los cafés que aun llevaba entre las manos, y que me estaban quemando las
yemas de los dedos.
-
¡Me has traído café! – gimió de satisfacción. –
Ya sabía yo que compartía piso contigo por una razón.
-
Me abrumas con tanto cariño. – Ambas dimos un
sorbo del líquido caliente. Éramos completamente adictas al café, sobre todo al
de la cafetería que había a dos manzanas del piso.
Miré la pantalla, en la cual se veía aun la página
que había estado mirando Sam antes de que yo la interrumpiera.
-
¿Alguna novedad? – pregunté, aun sabiendo la
respuesta.
-
Ninguna – replicó ella, encogiéndose de hombros.
Se pasó la lengua por el labio inferior y actualizó la página.
El resultado volvió a ser el mismo: cero mensajes
nuevos. Suspiré y apoyé la cabeza en la pared, sintiendo cómo el desánimo
anidaba en mi pecho.
-
¿Qué estamos haciendo mal?
-
Nada. Simplemente, somos nuevas en el negocio.
Deja que los rumores sobre nuestras maravillosas habilidades circulen por ahí y
relájate.
Miré a Sam por el rabillo del ojo. Permanecía
imperturbable. Su imagen de tranquilidad e indiferencia nunca se alteraba, por
complicadas que fueran las circunstancias y eso, en cierto sentido, me
tranquilizaba, pero a la vez me hacía sentir una intensa angustia y rabia. Mi
compañera de piso había sufrido tanto a lo largo de su vida, que había obtenido
como resultado un trastorno que le impedía sentir emociones demasiado
profundas. Nunca estaba preocupada, ni sentía miedo. La mayor parte del tiempo,
no había ni una cosa en el mundo que la inquietara. Estaba tan hecha pedazos y
llena de cicatrices por dentro que su modo de sobrevivir había sido despojarse
de los sentimientos, para poder avanzar sin que estos la derrumbasen. Eso era
terrible y odiaba a todos los que habían hecho eso de ella. Sobre todo, a su
madre.
Aunque ella no pudiera sentirlo, yo veía que
nuestra situación estaba complicándose. No teníamos trabajo ni modo de
conseguir dinero hasta que consiguiéramos uno.
-
Tendremos que pagar el alquiler al final del
mes. – Le recordé con un suspiro.
-
No te preocupes. – Sam esbozó una sonrisa
traviesa. – Yo me encargo del casero.
Fruncí el ceño.
-
Estamos jugando con las vidas de los demás.
-
Myst, soy un súcubo. – Me miró como si estuviera
evidenciando lo más obvio. - Mi especialidad es controlar la mente de los
hombres para que hagan todo cuanto desee. Y el casero no será un problema.
Estará completamente de acuerdo en perdonarnos un mes de alquiler. - Centró su atención de nuevo en la pantalla.
– O en no cobrárnoslo nunca, si se lo pido por favor.
- Aun
así. Ese hombre necesita el dinero.
Sam suspiró y dejó el portátil sobre la cama, aun
con la música a demasiado volumen. Me miró con tranquilidad, se pasó la lengua
por el labio, repitiendo su tic involuntario, y bebió café de nuevo antes de
hablar.
-
Y nosotras necesitamos un sitio donde vivir.
¿Quieres volver a compartir una habitación de dos metros cuadrados y un baño
común para todos los miembros de la organización? Porque yo no.
-
Ya. – Me mordí el labio. – Supongo que podríamos
hablar con el casero. Solo hasta que nos den algún trabajo. – Realmente, no nos
quedaba otro remedio. Acabábamos de empezar en el mundo de los trabajos
extraoficiales, como lo llamaba Sam, y aun nadie nos había contratado para
poner en práctica nuestras habilidades con alguna misión. Y eso que habíamos
hecho una buena puesta en escena, con el asesinato de aquellos tres mafiosos.
-
Esa es mi chica.
Tampoco podíamos volver a la Organización.
Estábamos demasiado cansadas de vivir allí, teniendo que obedecer órdenes para
obtener comida y alejamiento. Pero se suponía que debíamos estar agradecidas.
Ellos nos habían enseñado a defendernos, nos habían rescatado del enorme pozo
de nuestra vida anterior. Aun así, Sam y yo habíamos preferido largarnos lo
antes posible, aunque eso supusiera tener que buscar trabajo por nuestra
cuenta.
Teniendo en cuenta las habilidades de Sam, que no
tenía ningún problema en conseguir que todos los hombres de nuestro entorno se
arrodillasen a nuestros pies, habíamos sobrevivido bastante bien, pero no de un
modo del todo legal. Aunque claro, sobrevivir era lo importante, así que de
momento, debíamos dejar los peros más tarde. Bueno, yo debía dejarlos. Sam no veía ninguno en ese estilo de vida,
puesto que así era como había sido su vida siempre: si quería algo, con
lanzarle una sonrisa al primer ser masculino que entrara en su camino bastaba.
Otra repercusión de la mala influencia de su madre, que también era un súcubo y
se aprovechaba de sus habilidades para satisfacer todos sus caprichos, sin
tener en cuenta los daños que causaba.
Eso había ocasionado en su hija una visión borrosa
de lo que estaba bien y de lo que estaba mal. Para Sam, lo que se ajustaba a
sus propósitos era, indudablemente, bueno, y viceversa.
Me recosté en la cama y me terminé el café. Volví a
recordar mi último encuentro con el detective, en su coche, y las comisuras de
mis labios se elevaron de forma involuntaria.
-
¿Sabes? Me he encontrado con nuestro amigo el
detective – la informé. – Sigue vigilándome.
Sam se rio al oírlo. La verdad es que aquel pobre
policía había sido nuestra víctima predilecta en los últimos tiempos. Lo
estábamos volviendo loco poco a poco.
-
Bueno, si se pone muy pesado, también puedo
encargarme de él. – Esbozó de nuevo su sonrisa pícara. – La verdad es que no
está nada mal.
Negué con la cabeza lentamente. No sabía muy bien
por qué, pero no quería que el tira y afloja que nos traíamos el detective y yo
acabara aun. Me resultaba bastante divertido verlo intentando encontrar pistas
sobre mí y frustrándose día a día. Solo recurriría a mi mejor amiga súcubo si
las cosas se volvían demasiado problemáticas respecto a él.
Sam evaluó mi reacción con ojo crítico. Intenté imitar
su expresión neutral, sin sentimientos, pero a mí no me salía de la misma forma
natural que a ella, porque, por mucho que lo hubiera intentado y llevara
siempre la máscara de la frialdad, aun seguía teniendo sentimientos, aunque
estos ya no me afectaran como antes de entrar en la organización.
-
Vaya, vaya. Creo que a alguien le gusta el
detective.
-
No digas boberías – me sonrojé un poco. Maldita
sea.
-
Oh, vamos, Myst. El detective está… para
comérselo. – Sam se pasó la lengua por el labio una vez más, componiendo su
mejor expresión de súcubo descarado.
-
¡Que no! – me puse seria. – Nada de relaciones,
¿recuerdas? Es nuestro pacto. – Bajé la voz y musité en voz baja. – Sabes tan
bien como yo que el afecto lo complica todo.
-
Sí, sí. Pero puedes divertirte un poco. El sexo
sin compromiso está bien. – Sam se encogió de hombros. Para ella, el sexo era
solo un acto físico sin complicaciones, la satisfacción de una necesidad y,
como súcubo, la búsqueda de alimento.
Pero, para mí, era mucho más. Era una demostración
de amor. Solo lo había hecho con una persona, el único al que había amado…
Sacudí la cabeza, obligando a esos recuerdos a marcharse, a ocultarse de nuevo
en donde no me estorbaran. Recordar solo era una fuente de dolor.
Cuando giré la cabeza para responder al último
comentario de Sam, contemplé horrorizada cómo sus pupilas se expandían hasta
cubrir la totalidad de sus ojos, convirtiéndolos en dos pozos negros como una
noche sin luna. Ella me miró con fijeza, inhaló con fuerza y gruñó en voz baja.
-
Mierda, Sam – susurré. Sabía perfectamente qué
significa aquello; lo había visto en el pasado varias veces.
Ella zarandeó la cabeza, recuperando el control de
nuevo. Sus ojos adoptaron el color normal, el profundo tono verdoso que hacía
recordar a un bosque muy espeso, y me miró con cautela.
-
¿Cuánto hace que no te alimentas? – le pregunté
finalmente.
-
No tanto – su respuesta fue una clara evasiva.
Sam mentía bien, puesto que no tenía ningún reparo moral en hacerlo, pero yo la
conocía demasiado y la solía calar en el acto.
-
Y una mierda. – Mi voz se tornó dura y fría. Ya
que ella no se preocupa por sí misma, no me quedaba más remedio que hacerlo yo,
y para ello debía comportarme de forma intransigente.
Si sus ojos se habían vuelto negros por completo,
debía de estar muriéndose de hambre. Como súcubo, debía alimentarse de energía
masculina cada cierto tiempo. El máximo que podía aguantar era,
aproximadamente, quince días. El cambio de color en sus ojos significaba que
llevaba más de ese tiempo sin alimentarse de ningún hombre, lo que la llevaba
al límite de su auto-control. Cuando más desesperada estuviera por alimentarse,
más posibilidades había de que perdiera toda su humanidad y se convirtiera en
una depredadora carente de cualquier conciencia y emoción. Y eso que ya no
tenía mucho de ninguna de las dos cosas.
-
Tienes que salir de caza. – No era una petición.
Se lo estaba ordenando. – Esta noche.
-
No es necesario. Estoy bien. – Sus ojos
volvieron a metamorfosearse durante un segundo y Sam clavó sus uñas, que se
habían alargado en busca de una presa, en el cojín del sofá.
-
A mí no me lo parece. – Mi tono dejó claro que
aquello no era un juego. Ambas sabíamos que Sam tenía que alimentarse, y
pronto. No iba a permitir que sucumbiera al súcubo.
Mi mejor y única amiga me calibró durante un segundo,
estudiando sus cartas. Pero sabía que en mi rostro no iba a encontrar ni un
recoveco de duda. Estaba decidida. Si debía ir y encontrarle yo misma una
presa, lo haría. No estaba dispuesta a
permitir que la única persona con la que contaba, la única con la que podía
quitarme la máscara inhumana que llevaba siempre como protección ante el mundo,
me abandonara también.
-
Esta noche, entonces – accedió finalmente.
(Felices 17 otoños, Irene)
Hasta el nombre es perfecto,Myst *-*
ResponderEliminarQué crack, cómo engañó al detective, pobrecito. Bueno, también me engañaste a mí e_e
Pues yo que me imaginaba al detective como un don señor, con su barrigita cervecera y todo...por lo que has escrito parece que es del estilo de Vic y Mark *,...,*
Ahora voy a ser crítica con la entrada: es de las mejores entradas, es un paso más hacia el interior de la historia, dejando muchas dudas que espero que sean resueltas. Tienes un estilo envidiable y único,y, no sé como lo haces, pero siempre me sacas alguna sonrisa porque hay partes realmente buenas.Bastante buena
En esté capítulo hay demasiados "aun" intenta sustituirlos o algo
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