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viernes, 23 de noviembre de 2012

El pasado nunca se aleja demasiado de tu puerta. (Parte II)


1 y 2/Noviembre


Annalysse Tyler (Myst



El local era demasiado pequeño para tanta gente, que se concentraba en la pista de baile, moviéndose al son de una música demasiada alta y demasiado vacía para mi gusto. Solo unos acordes pegadizos con una letra sin ningún significado. Cuerpos restregándose unos contra otras, sudorosos; dos desconocidos que se buscan sin saberlo.
Odiaba las discotecas. En realidad, odiaba cualquier sitio donde hubiera una multitud, pero no me quedaba otro remedio que acompañar a Sam a aquel lugar abarrotado, porque era el mejor sitio para que encontrara una presa fácil y accesible.
Alimentar a un súcubo no es una tarea sencilla. No puedes ir a la tienda de la esquina y pedirle al dependiente que se meta un momento en el almacén, se acuesta con tu amiga guapísima y que permita que ella absorba parte de su energía durante el sexo. Bueno, Sam sí podía hacerlo, con el poder persuasorio de sus ojos, pero en un sitio público siempre había complicaciones. En una discoteca, en cambio, a nadie le sorprendía que una pareja se encerrara en un baño y no saliera en 15 minutos. Ni que cuando volvieran a aparecer, él estuviera blanco y con aspecto de enfermo; había tantas drogas circulando entre la multitud como vasos con alguna bebida alcohólica.
Me senté en un taburete y Sam tomó asiento en el otro, mientras echaba un vistazo desganado a su alrededor. No le gustaba alimentarse, aunque yo no entendía por qué. Su filosofía de vida consistía en buscar el placer sin ningún remordimiento, así que sexo y comida no parecían ser un problema. Pero, por alguna razón, ella siempre retrasaba lo máximo posible aquel momento. Siempre había supuesto que se debía a una mala experiencia del pasado, pero con Sam, era mejor no insistir demasiado o se encerraba tras su sonrisa artificial.
-          ¿Ves algo interesante? – yo también eché un vistazo al local.
Sam negó con la cabeza con desinterés. Cruzó las piernas y se pasó la lengua por el labio en un gesto irremediablemente sensual. Ese tic había enloquecido a todos los hombres que había encontrado a su paso, y más esa noche, cuando llevaba un vestido que resaltaba todas sus curvas y dejaba poco a la imaginación. La seda negra se adhería a sus pechos y los tirantes se entrelazaban en el cuello, dejando la totalidad de la espalda a la vista hasta la cintura, donde volvía a cerrase para tapar sus nalgas y luego, el vestido se extendía hasta varios centímetros por encima de sus rodillas. Había ganado un par de centímetros con unos zapatos de tacón muy fino de color plateado, que conjuntaba con unos pendientes y el bolso. Estaba arrebatadora y hasta yo, que era completamente heterosexual, podía sentir el influjo de súcubo en busca de cena. Todos los seres masculinos en un radio de veinte metros la estaban contemplando embobados, mientras ella se colocaba un mechón de pelo rubio rojizo tras la oreja.
Aunque yo también me había arreglado para la ocasión, a su lado permanecía completamente desapercibida. No era solo por el aspecto físico, en el que Sam me llevaba la delantera (cuestión de supervivencia, era como las plantas carnívoras: un envoltorio hermoso que atrae a las presas), si no por el aroma que su cuerpo desprendía, que hipnotizaba a sus víctimas cuando se acercaban.
-          Vamos, Sam. Hay bastantes tíos disponibles esta noche. – Enarqué una ceja, imitando su gesto pícaro. Tenía que conseguir que aquella noche se alimentara o tendríamos un problema.
-          Sabes que tengo un gusto específico. Déjame solo un poco más de tiempo – paseó la mirada por los rostros, y los cuerpos que los acompañaban, que estaban cerca. Frunció los labios, disgustada. Siempre era demasiado exigente, lo que hacía aquella labor aun más ardua.
-          ¿Qué les sirvo? – me preguntó de pronto un camarero.
Me giré para responderle, porque Sam seguía demasiado ocupada revisando el material. Entonces, me di cuenta de que los ojos del camarero me estaban recorriendo de arriba abajo, fijándose en el escote de palabra de honor de mi vestido azul y en la piel que quedaba expuesta en los brazos y las piernas, de abajo a arriba, hasta detenerse en mi ceño fruncido. Sonrió, en un intento vano de coqueteo, al cual no me mostré nada receptiva.
Maldita sea, por eso odiaba las discotecas. La presencia atrayente de Sam no siempre me evitaba a ese tipo de problemas. Me contuve para mandar al tipo a la mierda con un gruñido.
-          Un vodka con…
-          Tequila – me interrumpió Sam. – Para las dos.
Cuando el camarero se marchó en busca de la botella correcta, miré a Sam con ambas cejas enarcadas, esta vez con una curiosidad. Ella se encogió de hombros y volvió a girarse hacia el espectáculo de cuerpos bailando.
-          Esta noche vamos a necesitar tequila.
Me reí ante el tono disgustado de su voz (o lo más cercano al disgusto que una persona sin sentimientos puede experimentar). Había aprendido a detectar las mínimas trazas de emociones que se mantenían en Sam, aunque estas no fueran profundas ni ella las exteriorizara demasiado. Era su mejor intérprete.
El camarero regresó con dos pequeños vasos llenos del líquido casi transparente, con un limón y un poco de sal, por si queríamos tomárnoslos según la tradición.
-          Son diez dólares con cincuenta.
Sam se giró sobre su taburete y clavó la mirada en el rostro del camarero, que se había apoyado en la barra y acercado ligeramente a nosotras, claramente interesado. Luego, mi amiga sonrió lentamente y su cuerpo empezó a emanar un leve aroma exótico, algo indescriptible, que yo había percibido muchas veces antes.
-          Vaya. Se nos ha olvidado la cartera – su voz era hipnótica, un tono sensual y lento que convirtió la expresión sonriente del chico en un rostro vacío, totalmente a su merced. Se acercó más a él, hasta que el camarero la miró con embeleso. – Pero estoy segura de que no te importará invitarnos, ¿verdad? – sonrió y ladeó un poco la cabeza, consiguiendo que el pobre inocente cayera víctima de su mirada.
El chico asintió, completamente bajo el control de Sam. Ella le guiñó un ojo y lo hizo marcharse sin más miramientos, devolviéndole la conciencia.
No pude contener la sonrisilla al ver semejante espectáculo. El poder que Sam tenía sobre los hombres era increíble y, en cierto modo, podía entender que lo usara para lograr lo que quería, puesto que era terriblemente fácil usarlos. Era como encontrarse las llaves de una caja de seguridad de un banco, sabiendo que dentro de ella se encontraban un par de millones. Una tentación irresistible.
Sam y yo nos miramos un segundo a los ojos con una sonrisa. Nos colocamos la cantidad justa de sal en la mano, entre el pulgar y el índice, y, al unísono, la chupamos. Luego, aun con los restos de ella en la boca y los labios, agarramos ambas el pequeño vasito y nos bebimos de un trago el chupito de tequila. El alcohol me nubló la vista por un segundo, como siempre, para luego bajar quemándome la garganta.
Entonces, chupamos el limón, siguiendo al pie de la letra la costumbre. Para nosotras, el tequila se debía tomar de la forma correcta, o de ninguna.
Cerré los ojos durante un par de segundos, mientras mi cuerpo se estabilizaba tras la dosis de alcohol casi puro. No solía beber mucho, así que la bebida me atontaba ligeramente y me producía una sensación de vértigo que no me agradaba del todo. Pero también me permitía alejarme de la realidad mientras durara su efecto y eso era siempre bienvenido.
Cuando volví a abrir los ojos, la mirada de Sam estaba clavada en algún lugar del fondo a la derecha, y, por su expresión voraz, supe que ya había encontrado a su presa de esa noche. Una leve sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se volvían negros de hambre y ansias. Inhaló con fuerza y sus garras se extendieron, listas para agarrar a su próxima víctima y retenerla contra ella hasta que terminara de cenar.
-          Disfrútalo – le sugerí.
Ella asintió con la cabeza, sin responderme una sola palabra antes de irse. Cuando llegaba a ese estado, perdía casi la totalidad de su parte humana y se convertía solo en una depredadora. El resto del mundo perdía consistencia para ella; nada importaba excepto su necesidad de comer.
La seguí con la vista unos instantes, hasta que se sumergió en la marea humana y ya no pude verla.
Fue justo en ese momento cuando sentí que alguien me vigilaba. No del modo en que los hombres de aquella discoteca miraban a las mujeres; no de forma lujuriosa, ni con interés sexual. Podía percibir unos ojos fijos en mí, atentos a mis movimientos, pero no a mi cuerpo.
Era una percepción que había conseguido desarrollar con el tiempo. En nuestro negocio, saber que hay alguien vigilando tu cuello es una de las pocas formas de salvarlo.
Me levanté del taburete de forma natural, como si simplemente mi amiga me hubiera dejado tirada por un polvo y no tuviera ganas de quedarme sola, y me dirigí hacia la salida trasera del local, que sabía que daba al garaje.
Cerré la puerta tras de mí y, una vez fuera del local, me desvanecí hasta volverme invisible. Me desplacé con el aire hasta quedar oculta tras un monovolumen bastante grande, pero no retorné a mi forma corpórea aun. Esperé a que mi perseguidor apareciera.
El chico salió un minuto después. Un primer vistazo ya me dejó claro que era bastante joven, un año o dos menor que mis veintiuno. Era alto; superaba el metro ochenta, y su altura quedaba aun más resaltaba por su cuerpo delgado. Llevaba el pelo corto, castaño, y unas gafas que le daban aspecto de ratón de biblioteca. Indudablemente, era mono, con su porte desgarbado, pero no de un modo sensual e irresistible, si no de forma adorable.
No lo conocía de nada, o al menos, no lo recordaba, pero era evidente que él me buscaba a mí, porque paseó su mirada por el aparcamiento vacío buscándome. Al no encontrarme, empezó a caminar, revisando los huecos de los coches.
Cuando llegó casi a donde yo estaba, volví a desmaterializarme por completo y me coloqué detrás de él.
-          Es de mala educación seguir a las señoritas, ¿sabes? – retorné a mi estado corpóreo habitual.
Sonreí con malicia cuando mi voz desde su espalda lo asustó y pegó un salto, antes de girarse a la velocidad de la luz. Al principio, me contempló aterrorizado, pero poco a poco, su expresión se volvió… curiosa y ¿nostálgica?
-          Así que de verdad eres tú – me dijo de pronto.
Lo contemplé una vez más. Evidentemente, él me conocía, pero yo no era capaz de ubicarlo en mis recuerdos.
-          Sí, soy yo. ¿Y tú quién eres? – le espeté.
Se removió incómodo. Me repasó otra vez con la mirada, como si no creyera que yo estuviera allí.
-          Supongo que es normal que no me recuerdes. Dicen que he crecido bastante en estos cuatro años. – Su voz descendió de volumen, a la vez que yo me quedaba congelada en el sitio.
Cuatro años. Solo cuatro años que para mí habían sido una eternidad, la pérdida de mi vida y el inicio de aquel sucedáneo que mantenía ahora, siempre hostil. Él, aquel chico, pertenecía al antes. Antes de que todo se volviera oscuro y terrible, antes de que yo tuviera que convertirme en un monstruo. Pertenecía al pasado en el que todavía era humana, en que todavía tenía una hermana y estaba enamorada. Solo cuatro años.
-          ¿Quién eres? – volví a repetir, pero esta vez con un gruñido. Odiaba que el pasado volviera, porque los recuerdos solo me producían dolor. Las cosas, mi vida, todo había cambiado y había caído por un abismo infinito. No había necesidad de recordar los momentos en los que el mundo me sonreía.
-          Clark.
Al principio, no encontré ningún rostro que asociar a ese nombre. Pero claro, solo lo había visto un puñado de veces y, efectivamente, había crecido mucho en ese tiempo. Yo recordaba a un chico mucho más pequeño, de expresión tímida y carácter bastante apartado, siempre en el ordenador de su habitación cuando yo estaba en su casa. La casa que compartía con su hermano. Jack. La persona a la que amé con toda mi alma.
Apreté la mandíbula para contener la oleada de sufrimiento que me invadió. Recordar a Jack era como clavarme una docena de puñales en el corazón y en todos los nervios del cuerpo. Una maldita tortura, que siempre me dejaba sin aliento y con lágrimas en los ojos. Pero yo ya no era de la clase de personas que lloraban, ni que sentían. Me obligué a recomponerme.
-          ¿Qué haces aquí? – hablé en voz baja, pero con un tono gélido. Clavé los ojos en el suelo, para contenerme mejor.
-          Leí el artículo de tu… bueno, ya sabes. Vi la foto y te reconocí, aunque no estaba del todo seguro de que fueras tú. También has cambiado – en su voz hubo un matiz de desconcierto. Era lógico, mi cambio no había sido físico, sino mucho más profundo. – Así que decidí investigar. Y… te encontré, Annalysse.
La mención de esa palabra, de ese nombre, me hizo exhalar todo el aire de los pulmones de golpe. Cuatro años sin oírlo. Dios santo, ¿solo había pasado ese tiempo? Annalysse. La chica menuda que se aferra a sus miedos, que huía de la oscuridad. Una chica con familia, con amor. Con Jack rodeándome la cintura. Una vida casi feliz.
Annalysse había muerto el mismo día que murió mi hermana. Las dos desaparecieron para siempre de la faz de la tierra exactamente en el mismo instante, cuando el corazón de mi hermana se detuvo.
-          Ya no soy esa persona. – Repliqué. Apreté los puños hasta que los nudillos se me quedaron blancos.
-          ¿Qué?
-          No soy la misma persona. – Levanté la vista y miré con furia a los ojos aturdidos de Clark. – Ahora soy Myst.
Clark me miró confuso, probablemente planteándose mi locura como una razón a mi comportamiento. Me importaba una mierda lo que pensara, mientras dejara de usar ese maldito nombre. Porque, si volvía a oírlo, tendría que matar a alguien para liberarme de todo el veneno que estaba segregando mi corazón.
-          De… de acuerdo. – Él se encogió de hombros, pero la postura fue demasiado tensa como para que yo me creyera su indiferencia.
-          ¿Él también lo sabe? – no pude contener las palabras, aunque lo deseaba con todas mis fuerzas. Clark ya era malo, pero… ver a Jack me haría perder la razón por completo. Me destrozaría.
El muchacho negó lentamente con la cabeza y suspiró.
-          No quise decirle nada.  Él… él también sufrió con vuestra separación. – Las palabras descendieron de volumen, pero las escuché de cualquier modo y eso convirtió mi sangre en fuego. Hervía de rabia.
-          ¡No me digas! - mascullé. - ¿Él sufrió? – Emití una dura carcajada, cargada de resentimiento. – Ojalá  se pudra en el infierno. – El silencio se espesó entre nosotros. Inspiré profundamente para relajarme. – Dile que no quiero verlo. Porque, como aparezca en mi camino, te juro que lo mataré.
Los ojos de Clark se llenaron de angustia y se alejó un paso de mí, aterrado.
-          No sabe que estás aquí. – Me reveló de pronto, como si tampoco hubiera podido contenerse.
-          Pues que permanezca así. – Levanté el brazo para colocarme el pelo suelto detrás de la oreja, intentando mantenerme bajo control.
-          No puede ser…
Clark se había quedado helado, mientras observaba con horror algo a la altura de mi hombro. Seguí la dirección de su mirada. En mi muñeca, se veía con claridad bajo las luces del aparcamiento el tatuaje de Tánatos, que me habían hecho cuando entré en la Organización: una media luna en el medio de un intricado símbolo celta que simbolizaba la muerte.
Los dos nos contemplamos en un rígido silencio durante unos segundos que se hicieron eternos. Entonces, esbocé mi mejor sonrisa de crueldad.
-          Así que, por lo visto, ahora somos enemigos, eh.
-          Tú… Yo… - parecía que se estaba ahogando.  – Annalysse, yo…
-          ¡Myst! – grité, incapaz de mantener a raya la burbujeante ira que me ahogaba. - ¡Me llamo Myst! – el eco de mi voz se expandió por el garaje vacío.
Clark retrocedió una vez más, cada vez con un pánico mayor reflejado en sus pupilas. Yo estaba perdiendo el control y lo sabía. Respiraba con jadeos cortos, mantenía el cuerpo rígido y los puños apretados, lista para atacar. El golpe de mi pasado retornando me había hecho perder el dominio de mí misma, la cuidosa máscara de frialdad que siempre mantenía.
Unos tacones resonaron contra el suelo, acercándose. No me giré, podía percibir a Sam sin necesidad de mirarla. Se detuvo unos pasos por detrás de mí.
-          ¿Todo bien? – me preguntó con tranquilidad (siempre todo lo hacía con esa maldita tranquilidad), aunque era visible que yo estaba alterada.
-          Sí. Clark ya se iba.
El susodicho me miró desconcertado. Luego, asintió lentamente. Se despidió con un gesto de la mano y se marchó con paso rápido, perdiéndose entre la multitud de coches sin musitar una sola palabra más. Quizá no pudiera hacerlo. Clark siempre había tenido problemas para relacionarse y la situación era muy tensa en ese momento.
Sentí la mano de Sam en mi hombro.
-          ¿Qué ha pasado?
Su voz indiferente me ayudó a tranquilizarme por completo. Me aferré a su estado de vacío emocional y lo copié en mi cuerpo alterado.
-          El pasado ha vuelto a joderme, cómo no. – Suspiré. - ¿Recuerdas a aquel chico del que me enamoré hasta perder la razón?
-          Por supuesto. El capullo que te abandonó.
-          Pues ese era su hermano. Y ambos son parte de Skótadi.
Sam se colocó a mi lado y miró en la dirección en la que Clark se había ido, aunque ya no hubiera rastro de él por allí.
-          Pues menuda fiesta, ¿no? – su voz tenía un matiz de diversión que me hizo cerrar los ojos de cansancio. No podía culparla de que fuera una caja emocional vacía.
-          ¿Qué tal tu cena? – le pregunté, por cambiar de tema. Realmente, no tenía ningún interés en la respuesta.
-          Deliciosa – ronroneó.
No respondí. Estaba demasiado ocupada con la cantidad de pensamientos que me estaban produciendo un dolor de cabeza como para que darle importancia a su alimentación de súcubo satisfecha en ese momento.
Levanté la mano, con la palma hacia arriba, en el espacio que había entre las dos, ofreciéndosela a Sam. Cuando sentí que su mano cálida se aferraba a la mía, cerré los ojos y nos desvanecí a las dos de aquel lugar, dejando tras nuestra desaparición una nube de denso humo.

1 comentario:

  1. Pues qué quieres que diga, se me ha hecho muy corta la entrada :(
    Pero ya entendí el poder de Myst y mola bastante *-*
    Necesito saber urgentemente lo que pasó exactamente con Jack y Myst porque, no sé, es todo muy extraño y misterioso.¿No me podrías hacer un pequeño avance?
    Ha sido una de las mejores entradas y en cada una Myst es tan guay y Sam tan genial *-* Myst, Myst, me encanta *-*

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