1 y 2/Noviembre
Annalysse Tyler (Myst)
El local era demasiado pequeño para tanta gente,
que se concentraba en la pista de baile, moviéndose al son de una música
demasiada alta y demasiado vacía para mi gusto. Solo unos acordes pegadizos con
una letra sin ningún significado. Cuerpos restregándose unos contra otras,
sudorosos; dos desconocidos que se buscan sin saberlo.
Odiaba las discotecas. En realidad, odiaba
cualquier sitio donde hubiera una multitud, pero no me quedaba otro remedio que
acompañar a Sam a aquel lugar abarrotado, porque era el mejor sitio para que
encontrara una presa fácil y accesible.
Alimentar a un súcubo no es una tarea sencilla. No
puedes ir a la tienda de la esquina y pedirle al dependiente que se meta un
momento en el almacén, se acuesta con tu amiga guapísima y que permita que ella
absorba parte de su energía durante el sexo. Bueno, Sam sí podía hacerlo, con
el poder persuasorio de sus ojos, pero en un sitio público siempre había
complicaciones. En una discoteca, en cambio, a nadie le sorprendía que una
pareja se encerrara en un baño y no saliera en 15 minutos. Ni que cuando
volvieran a aparecer, él estuviera blanco y con aspecto de enfermo; había
tantas drogas circulando entre la multitud como vasos con alguna bebida
alcohólica.
Me senté en un taburete y Sam tomó asiento en el
otro, mientras echaba un vistazo desganado a su alrededor. No le gustaba
alimentarse, aunque yo no entendía por qué. Su filosofía de vida consistía en
buscar el placer sin ningún remordimiento, así que sexo y comida no parecían
ser un problema. Pero, por alguna razón, ella siempre retrasaba lo máximo
posible aquel momento. Siempre había supuesto que se debía a una mala experiencia
del pasado, pero con Sam, era mejor no insistir demasiado o se encerraba tras
su sonrisa artificial.
-
¿Ves algo interesante? – yo también eché un
vistazo al local.
Sam negó con la cabeza con desinterés. Cruzó las
piernas y se pasó la lengua por el labio en un gesto irremediablemente sensual.
Ese tic había enloquecido a todos los hombres que había encontrado a su paso, y
más esa noche, cuando llevaba un vestido que resaltaba todas sus curvas y dejaba
poco a la imaginación. La seda negra se adhería a sus pechos y los tirantes se
entrelazaban en el cuello, dejando la totalidad de la espalda a la vista hasta
la cintura, donde volvía a cerrase para tapar sus nalgas y luego, el vestido se
extendía hasta varios centímetros por encima de sus rodillas. Había ganado un
par de centímetros con unos zapatos de tacón muy fino de color plateado, que
conjuntaba con unos pendientes y el bolso. Estaba arrebatadora y hasta yo, que
era completamente heterosexual, podía sentir el influjo de súcubo en busca de
cena. Todos los seres masculinos en un radio de veinte metros la estaban
contemplando embobados, mientras ella se colocaba un mechón de pelo rubio
rojizo tras la oreja.
Aunque yo también me había arreglado para la ocasión,
a su lado permanecía completamente desapercibida. No era solo por el aspecto
físico, en el que Sam me llevaba la delantera (cuestión de supervivencia, era
como las plantas carnívoras: un envoltorio hermoso que atrae a las presas), si
no por el aroma que su cuerpo desprendía, que hipnotizaba a sus víctimas cuando
se acercaban.
-
Vamos, Sam. Hay bastantes tíos disponibles esta
noche. – Enarqué una ceja, imitando su gesto pícaro. Tenía que conseguir que
aquella noche se alimentara o tendríamos un problema.
-
Sabes que tengo un gusto específico. Déjame solo
un poco más de tiempo – paseó la mirada por los rostros, y los cuerpos que los
acompañaban, que estaban cerca. Frunció los labios, disgustada. Siempre era
demasiado exigente, lo que hacía aquella labor aun más ardua.
-
¿Qué les sirvo? – me preguntó de pronto un
camarero.
Me giré para responderle, porque Sam seguía
demasiado ocupada revisando el material. Entonces, me di cuenta de que los ojos
del camarero me estaban recorriendo de arriba abajo, fijándose en el escote de
palabra de honor de mi vestido azul y en la piel que quedaba expuesta en los
brazos y las piernas, de abajo a arriba, hasta detenerse en mi ceño fruncido.
Sonrió, en un intento vano de coqueteo, al cual no me mostré nada receptiva.
Maldita sea, por eso odiaba las discotecas. La
presencia atrayente de Sam no siempre me evitaba a ese tipo de problemas. Me
contuve para mandar al tipo a la mierda con un gruñido.
-
Un vodka con…
-
Tequila – me interrumpió Sam. – Para las dos.
Cuando el camarero se marchó en busca de la botella
correcta, miré a Sam con ambas cejas enarcadas, esta vez con una curiosidad.
Ella se encogió de hombros y volvió a girarse hacia el espectáculo de cuerpos
bailando.
-
Esta noche vamos a necesitar tequila.
Me reí ante el tono disgustado de su voz (o lo más
cercano al disgusto que una persona sin sentimientos puede experimentar). Había
aprendido a detectar las mínimas trazas de emociones que se mantenían en Sam,
aunque estas no fueran profundas ni ella las exteriorizara demasiado. Era su
mejor intérprete.
El camarero regresó con dos pequeños vasos llenos
del líquido casi transparente, con un limón y un poco de sal, por si queríamos
tomárnoslos según la tradición.
-
Son diez dólares con cincuenta.
Sam se giró sobre su taburete y clavó la mirada en
el rostro del camarero, que se había apoyado en la barra y acercado ligeramente
a nosotras, claramente interesado. Luego, mi amiga sonrió lentamente y su
cuerpo empezó a emanar un leve aroma exótico, algo indescriptible, que yo había
percibido muchas veces antes.
-
Vaya. Se nos ha olvidado la cartera – su voz era
hipnótica, un tono sensual y lento que convirtió la expresión sonriente del
chico en un rostro vacío, totalmente a su merced. Se acercó más a él, hasta que
el camarero la miró con embeleso. – Pero estoy segura de que no te importará
invitarnos, ¿verdad? – sonrió y ladeó un poco la cabeza, consiguiendo que el
pobre inocente cayera víctima de su mirada.
El chico asintió, completamente bajo el control de
Sam. Ella le guiñó un ojo y lo hizo marcharse sin más miramientos,
devolviéndole la conciencia.
No pude contener la sonrisilla al ver semejante
espectáculo. El poder que Sam tenía sobre los hombres era increíble y, en
cierto modo, podía entender que lo usara para lograr lo que quería, puesto que
era terriblemente fácil usarlos. Era como encontrarse las llaves de una caja de
seguridad de un banco, sabiendo que dentro de ella se encontraban un par de
millones. Una tentación irresistible.
Sam y yo nos miramos un segundo a los ojos con una
sonrisa. Nos colocamos la cantidad justa de sal en la mano, entre el pulgar y
el índice, y, al unísono, la chupamos. Luego, aun con los restos de ella en la
boca y los labios, agarramos ambas el pequeño vasito y nos bebimos de un trago
el chupito de tequila. El alcohol me nubló la vista por un segundo, como
siempre, para luego bajar quemándome la garganta.
Entonces, chupamos el limón, siguiendo al pie de la
letra la costumbre. Para nosotras, el tequila se debía tomar de la forma
correcta, o de ninguna.
Cerré los ojos durante un par de segundos, mientras
mi cuerpo se estabilizaba tras la dosis de alcohol casi puro. No solía beber
mucho, así que la bebida me atontaba ligeramente y me producía una sensación de
vértigo que no me agradaba del todo. Pero también me permitía alejarme de la
realidad mientras durara su efecto y eso era siempre bienvenido.
Cuando volví a abrir los ojos, la mirada de Sam
estaba clavada en algún lugar del fondo a la derecha, y, por su expresión
voraz, supe que ya había encontrado a su presa de esa noche. Una leve sonrisa
se extendió por su rostro, mientras sus ojos se volvían negros de hambre y
ansias. Inhaló con fuerza y sus garras se extendieron, listas para agarrar a su
próxima víctima y retenerla contra ella hasta que terminara de cenar.
-
Disfrútalo – le sugerí.
Ella asintió con la cabeza, sin responderme una
sola palabra antes de irse. Cuando llegaba a ese estado, perdía casi la
totalidad de su parte humana y se convertía solo en una depredadora. El resto
del mundo perdía consistencia para ella; nada importaba excepto su necesidad de
comer.
La seguí con la vista unos instantes, hasta que se
sumergió en la marea humana y ya no pude verla.
Fue justo en ese momento cuando sentí que alguien
me vigilaba. No del modo en que los hombres de aquella discoteca miraban a las
mujeres; no de forma lujuriosa, ni con interés sexual. Podía percibir unos ojos
fijos en mí, atentos a mis movimientos, pero no a mi cuerpo.
Era una percepción que había conseguido desarrollar
con el tiempo. En nuestro negocio, saber que hay alguien vigilando tu cuello es
una de las pocas formas de salvarlo.
Me levanté del taburete de forma natural, como si
simplemente mi amiga me hubiera dejado tirada por un polvo y no tuviera ganas
de quedarme sola, y me dirigí hacia la salida trasera del local, que sabía que
daba al garaje.
Cerré la puerta tras de mí y, una vez fuera del
local, me desvanecí hasta volverme invisible. Me desplacé con el aire hasta
quedar oculta tras un monovolumen bastante grande, pero no retorné a mi forma
corpórea aun. Esperé a que mi perseguidor apareciera.
El chico salió un minuto después. Un primer vistazo
ya me dejó claro que era bastante joven, un año o dos menor que mis veintiuno.
Era alto; superaba el metro ochenta, y su altura quedaba aun más resaltaba por
su cuerpo delgado. Llevaba el pelo corto, castaño, y unas gafas que le daban
aspecto de ratón de biblioteca. Indudablemente, era mono, con su porte
desgarbado, pero no de un modo sensual e irresistible, si no de forma adorable.
No lo conocía de nada, o al menos, no lo recordaba,
pero era evidente que él me buscaba a mí, porque paseó su mirada por el
aparcamiento vacío buscándome. Al no encontrarme, empezó a caminar, revisando
los huecos de los coches.
Cuando llegó casi a donde yo estaba, volví a
desmaterializarme por completo y me coloqué detrás de él.
-
Es de mala educación seguir a las señoritas,
¿sabes? – retorné a mi estado corpóreo habitual.
Sonreí con malicia cuando mi voz desde su espalda
lo asustó y pegó un salto, antes de girarse a la velocidad de la luz. Al
principio, me contempló aterrorizado, pero poco a poco, su expresión se volvió…
curiosa y ¿nostálgica?
-
Así que de verdad eres tú – me dijo de pronto.
Lo contemplé una vez más. Evidentemente, él me
conocía, pero yo no era capaz de ubicarlo en mis recuerdos.
-
Sí, soy yo. ¿Y tú quién eres? – le espeté.
Se removió incómodo. Me repasó otra vez con la
mirada, como si no creyera que yo estuviera allí.
-
Supongo que es normal que no me recuerdes. Dicen
que he crecido bastante en estos cuatro años. – Su voz descendió de volumen, a
la vez que yo me quedaba congelada en el sitio.
Cuatro años. Solo cuatro años que para mí habían
sido una eternidad, la pérdida de mi vida y el inicio de aquel sucedáneo que
mantenía ahora, siempre hostil. Él, aquel chico, pertenecía al antes. Antes de que todo se volviera
oscuro y terrible, antes de que yo tuviera que convertirme en un monstruo.
Pertenecía al pasado en el que todavía era humana, en que todavía tenía una
hermana y estaba enamorada. Solo cuatro años.
-
¿Quién eres? – volví a repetir, pero esta vez
con un gruñido. Odiaba que el pasado volviera, porque los recuerdos solo me
producían dolor. Las cosas, mi vida, todo había cambiado y había caído por un
abismo infinito. No había necesidad de recordar los momentos en los que el
mundo me sonreía.
-
Clark.
Al principio, no encontré ningún rostro que asociar
a ese nombre. Pero claro, solo lo había visto un puñado de veces y,
efectivamente, había crecido mucho en ese tiempo. Yo recordaba a un chico mucho
más pequeño, de expresión tímida y carácter bastante apartado, siempre en el
ordenador de su habitación cuando yo estaba en su casa. La casa que compartía
con su hermano. Jack. La persona a la que amé con toda mi alma.
Apreté la mandíbula para contener la oleada de
sufrimiento que me invadió. Recordar a Jack era como clavarme una docena de
puñales en el corazón y en todos los nervios del cuerpo. Una maldita tortura,
que siempre me dejaba sin aliento y con lágrimas en los ojos. Pero yo ya no era
de la clase de personas que lloraban, ni que sentían. Me obligué a
recomponerme.
-
¿Qué haces aquí? – hablé en voz baja, pero con
un tono gélido. Clavé los ojos en el suelo, para contenerme mejor.
-
Leí el artículo de tu… bueno, ya sabes. Vi la
foto y te reconocí, aunque no estaba del todo seguro de que fueras tú. También
has cambiado – en su voz hubo un matiz de desconcierto. Era lógico, mi cambio
no había sido físico, sino mucho más profundo. – Así que decidí investigar. Y…
te encontré, Annalysse.
La mención de esa palabra, de ese nombre, me hizo
exhalar todo el aire de los pulmones de golpe. Cuatro años sin oírlo. Dios
santo, ¿solo había pasado ese tiempo? Annalysse. La chica menuda que se aferra
a sus miedos, que huía de la oscuridad. Una chica con familia, con amor. Con
Jack rodeándome la cintura. Una vida casi feliz.
Annalysse había muerto el mismo día que murió mi
hermana. Las dos desaparecieron para siempre de la faz de la tierra exactamente
en el mismo instante, cuando el corazón de mi hermana se detuvo.
-
Ya no soy esa persona. – Repliqué. Apreté los
puños hasta que los nudillos se me quedaron blancos.
-
¿Qué?
-
No soy la misma persona. – Levanté la vista y
miré con furia a los ojos aturdidos de Clark. – Ahora soy Myst.
Clark me miró confuso, probablemente planteándose
mi locura como una razón a mi comportamiento. Me importaba una mierda lo que
pensara, mientras dejara de usar ese maldito nombre. Porque, si volvía a oírlo,
tendría que matar a alguien para liberarme de todo el veneno que estaba
segregando mi corazón.
-
De… de acuerdo. – Él se encogió de hombros, pero
la postura fue demasiado tensa como para que yo me creyera su indiferencia.
-
¿Él también lo sabe? – no pude contener las
palabras, aunque lo deseaba con todas mis fuerzas. Clark ya era malo, pero… ver
a Jack me haría perder la razón por completo. Me destrozaría.
El muchacho negó lentamente con la cabeza y
suspiró.
-
No quise decirle nada. Él… él también sufrió con vuestra separación.
– Las palabras descendieron de volumen, pero las escuché de cualquier modo y
eso convirtió mi sangre en fuego. Hervía de rabia.
-
¡No me digas! - mascullé. - ¿Él sufrió? – Emití
una dura carcajada, cargada de resentimiento. – Ojalá se pudra en el infierno. – El silencio se
espesó entre nosotros. Inspiré profundamente para relajarme. – Dile que no
quiero verlo. Porque, como aparezca en mi camino, te juro que lo mataré.
Los ojos de Clark se llenaron de angustia y se
alejó un paso de mí, aterrado.
-
No sabe que estás aquí. – Me reveló de pronto,
como si tampoco hubiera podido contenerse.
-
Pues que permanezca así. – Levanté el brazo para
colocarme el pelo suelto detrás de la oreja, intentando mantenerme bajo
control.
-
No puede ser…
Clark se había quedado helado, mientras observaba
con horror algo a la altura de mi hombro. Seguí la dirección de su mirada. En
mi muñeca, se veía con claridad bajo las luces del aparcamiento el tatuaje de
Tánatos, que me habían hecho cuando entré en la Organización: una media luna en
el medio de un intricado símbolo celta que simbolizaba la muerte.
Los dos nos contemplamos en un rígido silencio
durante unos segundos que se hicieron eternos. Entonces, esbocé mi mejor
sonrisa de crueldad.
-
Así que, por lo visto, ahora somos enemigos, eh.
-
Tú… Yo… - parecía que se estaba ahogando. – Annalysse, yo…
-
¡Myst! – grité, incapaz de mantener a raya la
burbujeante ira que me ahogaba. - ¡Me llamo Myst! – el eco de mi voz se
expandió por el garaje vacío.
Clark retrocedió una vez más, cada vez con un
pánico mayor reflejado en sus pupilas. Yo estaba perdiendo el control y lo
sabía. Respiraba con jadeos cortos, mantenía el cuerpo rígido y los puños
apretados, lista para atacar. El golpe de mi pasado retornando me había hecho
perder el dominio de mí misma, la cuidosa máscara de frialdad que siempre
mantenía.
Unos tacones resonaron contra el suelo,
acercándose. No me giré, podía percibir a Sam sin necesidad de mirarla. Se
detuvo unos pasos por detrás de mí.
-
¿Todo bien? – me preguntó con tranquilidad
(siempre todo lo hacía con esa maldita tranquilidad), aunque era visible que yo
estaba alterada.
-
Sí. Clark ya se iba.
El susodicho me miró desconcertado. Luego, asintió
lentamente. Se despidió con un gesto de la mano y se marchó con paso rápido,
perdiéndose entre la multitud de coches sin musitar una sola palabra más. Quizá
no pudiera hacerlo. Clark siempre había tenido problemas para relacionarse y la
situación era muy tensa en ese momento.
Sentí la mano de Sam en mi hombro.
-
¿Qué ha pasado?
Su voz indiferente me ayudó a tranquilizarme por
completo. Me aferré a su estado de vacío emocional y lo copié en mi cuerpo
alterado.
-
El pasado ha vuelto a joderme, cómo no. –
Suspiré. - ¿Recuerdas a aquel chico del que me enamoré hasta perder la razón?
-
Por supuesto. El capullo que te abandonó.
-
Pues ese era su hermano. Y ambos son parte de
Skótadi.
Sam se colocó a mi lado y miró en la dirección en
la que Clark se había ido, aunque ya no hubiera rastro de él por allí.
-
Pues menuda fiesta, ¿no? – su voz tenía un matiz
de diversión que me hizo cerrar los ojos de cansancio. No podía culparla de que
fuera una caja emocional vacía.
-
¿Qué tal tu cena? – le pregunté, por cambiar de
tema. Realmente, no tenía ningún interés en la respuesta.
-
Deliciosa – ronroneó.
No respondí. Estaba demasiado ocupada con la
cantidad de pensamientos que me estaban produciendo un dolor de cabeza como
para que darle importancia a su alimentación de súcubo satisfecha en ese
momento.
Levanté la mano, con la palma hacia arriba, en el
espacio que había entre las dos, ofreciéndosela a Sam. Cuando sentí que su mano
cálida se aferraba a la mía, cerré los ojos y nos desvanecí a las dos de aquel
lugar, dejando tras nuestra desaparición una nube de denso humo.
Pues qué quieres que diga, se me ha hecho muy corta la entrada :(
ResponderEliminarPero ya entendí el poder de Myst y mola bastante *-*
Necesito saber urgentemente lo que pasó exactamente con Jack y Myst porque, no sé, es todo muy extraño y misterioso.¿No me podrías hacer un pequeño avance?
Ha sido una de las mejores entradas y en cada una Myst es tan guay y Sam tan genial *-* Myst, Myst, me encanta *-*