(Si acabas de llegar, debes saber que la historia sigue un orden. Empieza por la primera entrada subida y vete avanzando hasta la más reciente, o te perderás la magia de la historia).


jueves, 27 de diciembre de 2012

Juguemos a ser criminales otra noche más.

5/Noviembre

Annalysse Tyler (Myst




La cámara de seguridad registraba todos mis movimientos. Necesitaba salir de su ángulo de visión, al menos hasta que el guardia de la sala de control dejara de ser una complicación.
Fingí buscar una puerta en concreto y, al tropezar con una anciana pareja que volvía al salón principal, les pregunté con una aparente incomodidad que bordé a la perfección dónde se encontraba el baño para los invitados.
La mujer se rio y me señaló una puerta a mi espalda, la que yo ya sabía que daba al lavabo. Hubiera sido sumamente sospechoso que el guardia se diera cuenta de que conocía las habitaciones de la casa cuando yo era simplemente una invitada guapa más, de las que van colgadas del brazo de un rico para que él alardee de su belleza como si fuera un caballo de carreras. Esa era nuestra tapadera, así que tenía que mantenerla de momento.
Habíamos recibido el correo hacía tres días. Tanto Sam como yo nos habíamos sorprendido bastante, para luego pasar a la alegría por completo (bueno, yo expresé todas esas emociones mientras mi compañera sin sentimientos asentía con la cabeza).
Un importante cliente había oído hablar de nuestra reciente entrada en el negocio del crimen y nos ofrecía una misión. Dudaba acerca de nuestra capacidad para llevarla a cabo, por supuesto, ya que éramos tan nuevas en el sector, pero había quedado estupefacto con nuestra puesta en escena con el asesinato de los rusos y quería ver de qué más éramos capaces.
El objetivo era sencillo. Él, cuyo nombre prefería no revelar, deseaba un objeto de gran valor, un jarrón chino de alguna dinastía perdida en el tiempo, y esa valiosa pieza se encontraba en posesión de una rica multimillonaria que se negaba a venderla. Para conseguirla, contrataba nuestros servicios para que lleváramos a cabo un robo con la mayor discreción posible. Era preferible que nadie se enterara y, por descontado, que su nombre no se pudiera relacionar con el crimen.
Aquella era nuestra primera misión de verdad desde que decidimos divergir de la trayectoria de Tánatos y empezar a trabajar más por nuestra cuenta. Probablemente por eso sentía ese cosquilleo de nervios en el estómago, aunque me obligué a centrarme nada más entrar en el baño y cerrar la puerta a mi espalda. Allí no había cámaras que me vigilasen.
Repasé el plan una vez más, dándole tiempo a Sam de que llevara a cabo su parte.
Entrar a la mansión de la propietaria del jarrón había sido más fácil de lo esperado y era allí, en su caja de seguridad, donde ella guardaba el objeto, protegido mediante diversas medidas de seguridad. Sam y yo nos habíamos pasado los últimos tres días inspeccionando minuciosamente los detalles que nos habían proporcionado, buscando planes y rutas alternativas, procedimientos de emergencia por si algo salía mal…
Nos enteramos de que a los pocos días de recibir el mensaje se celebraba una importante fiesta solidaria organizada por nuestra multimillonaria, que había invitado a distintas personalidades famosas con acaudaladas cuentas corrientes y a un par de personajes menos conocidos, pero igualmente ricos. Esa ocasión fue nuestro método de entrada.
Al principio, pensamos fingir ser camareras y colarnos sin dificultad, pero luego tendríamos que pasarnos la noche sirviendo canapés y champán del caro, y quizá el tiro nos saldría por la culata, impidiéndonos librarnos del uniforme y llevar a cabo la verdadera misión que nos había llevado hasta allí, así que decidimos entrar por la puerta grande.
Tras revisar la lista de invitados, encontramos a dos herederos jóvenes, que apenas superaban la veintena, que acudían como representantes de la fortuna de sus padres. Ambos iban a llevar a sendas modelos del brazo para lucirlas junto a su dinero.
Dar con ellos no fue complicado, puesto que iban anunciando su presencia en todas las redes sociales que podían cada vez que salían de casa. Nos tropezamos con ellos en una discoteca dos noches antes del día de la fiesta y, tras una breve pero demoledora charla con ellos, Sam los convenció de sustituir a sus amigas las modelos por nosotras dos como acompañantes. Sinceramente, no perdían demasiado con el cambio. La belleza de Sam era incomparable, superior a la de cualquier modelo, y yo sabía cómo sacarme provecho si la ocasión valía la pena.
Manteniéndolos bajo un férreo control mental, los chicos nos acompañaron en su limusina desde nuestra casa hasta la mansión, y luego entraron con nosotras colgadas del brazo y una sonrisa deslumbrante. Nos presentaron como unas amigas provenientes de Europa que habían ido a pasar una temporada alejadas de casa. Sam fingía ser rusa, puesto que sabía imitar el acento a la perfección. Yo decía haber nacido y crecido en Estados Unidos antes de mudarme al frío país europeo y, por eso, carecía de cualquier acento extranjero.
Cuando la fiesta alcanzó su mayor apogeo, yo me interné en el pasillo que sabía que conducía a la cámara de seguridad. Habíamos hecho los deberes y estudiado los mapas de la casa para saber a dónde teníamos que ir. Al mismo tiempo, Sam se estaba excusando para ir a hacer una llamada por teléfono al exterior, que en realidad se convertiría en una visita a la sala de vigilancia de la casa para desactivar las cámaras y las alarmas.
Mientras, yo permanecía escondida en el baño para que las cámaras no pudieran grabar mis sospechosos movimientos, esperando la señal. Aproveché aquellos minutos para quitarme el vestido largo de noche que ocultaba debajo un ceñido traje negro que me permitiría camuflarme en la oscuridad y no destacar demasiado. Era de cuerpo entero, pero, para que no se viera mientras llevaba el vestido, en la fiesta, lo había doblado hasta que desapareciera de la vista. Ahora, lo estiré, por lo que cubrió la longitud total de mis piernas y los brazos hasta las muñecas. Me recogí el pelo en una trenza al estilo Tomb Raider; me deshice de los incómodos tacones de aguja, y los sustituí por unas zapatillas de deporte que había escondido dentro del bolso. Dejé mi elegante ropa de noche, junto con el bolso casi vacío, escondida detrás del váter, de modo que otro invitado que fuera al baño no pudiera verla.
Justo en el momento en que revisaba mi vestimenta y mis armas, para asegurarme de que la nueve milímetros estaba bien sujeta a la cintura y que la daga seguía atada en la parte interna de mi muñeca, mi móvil vibró contra la piel de la cadera, donde lo tenía sujeto. La señal de Sam.
Respiré profundamente dos veces para calmar el temblor que se había extendido por todo el estómago. Me obligué a despojarme de los nervios y de las dudas, de los “y si” tan negativos que no dejaban de cruzarme la mente. La clave del éxito estaba en confiar en ello.
Lentamente, a la vez que iba relajando el cuerpo, fue eliminando la solidez del mismo. Me deshice hasta convertirme en apenas un humo casi invisible de color blanco y me fusioné con el aire que me rodeaba. Siguiendo las pautas de mi memoria, me desplacé en ese estado hasta que llegué a la sala anterior a la que se guardaba el jarrón.
En ese estado incorpóreo, mi cuerpo se convertía en partículas de gas y, por lo tanto, carecía de vista, de oído, y de cualquier otro sentido que me permitiera observar mi entorno y orientarme. Tenía que basarme en los planos que había memorizado el día anterior acerca de la distribución de la casa. También era cierto que podría haber adoptado un estado semi-corpóreo que me permitiera disfrutar de los sentidos sin ser sólida por completo, pero en ese estado sí era visible, y prefería no arriesgarme a toparme con un invitado curioso o alguno que buscara diversión en las habitaciones de invitados.
Siguiendo mis recuerdos, llegué a la sala. Volví a adoptar mi forma normal y busqué la cámara que sabía que estaría vigilándome. Ah, ahí estaba. En la esquina derecha, pegada al techo. Saludé a Sam y, de inmediato, el móvil vibró de nuevo contra mi cadera. Después de tres timbrazos, fruncí el ceño y acepté la llamada. Eso no era lo que habíamos acordado.
-          ¿Sam? – pregunté, sin poder evitar que se reflejara el temor en la voz.
-          Houston, tenemos un problema – respondió ella, imperturbable. Su tono incluso parecía divertido.
Contuve el suspiro de cansancio que estuve a punto de proferir. Ya me imaginaba que las cosas no iban a ser tan sencillas como deseábamos. Siempre surgía algún obstáculo en el camino que, a menudo, servía para estropear o dificultar la misión.
Al fin y al cabo, si el robo fuera cuestión de coser y cantar, jamás habrían contratado a miembros de Tánatos. Una de nuestras notables características eran los elevados precios, aunque también la alta tasa de éxito en los encargos. Los clientes que deseaban contratar a algún miembro de la organización sabían de antemano que verían cumplido el objetivo y pagaban esa seguridad.
-          ¿Qué pasa?
-          Verás, había un pequeño detallito que no venía en nuestros resúmenes. Algo bastante importante. – Sam hizo una pausa dramática. – Para entrar en la sala del tesoro, hay que pasar por un reconocimiento óptico.
-          Déjame adivinar, mi iris no ha sido elegido como uno de los favoritos.
-          Exacto. Has quedado fuera de la fiesta. – Sam se rio. Oí un ruido de teclado de fondo y supuse que ella estaría aporreando las teclas en la sala de seguridad para buscar una forma de solucionar aquella complicación. Mi compañera de batalla podía ser insensible y cruel, en bastantes ocasiones, pero era efectiva en su trabajo.
-          ¿No puedes desactivar la seguridad desde ahí? – volví a saludar a la cámara que me enfocaba desde el techo.
-          Ojalá – Sam suspiró. – Desde aquí puedo controlar las cámaras sin problemas, las puertas de acceso a la casa, el telefonillo y la alarma general de la mansión. Pero para entrar en la sala de seguridad hay que pasar el reconocimiento óptico y la única que puede abrir la puerta es la organizadora de la fiesta, nuestra querida multimillonaria.
Bufé en voz baja al oír las buenas noticias. El trabajo estaba empeorando por minutos. Tanta preparación para luego fallar en algo tan elemental.
¿Qué podíamos hacer? ¿Secuestrar a la anfitriona? Se daría cuenta todo el mundo y, sobre todo, sus guardaespaldas. Mala opción.
En copiar el modelo de sus iris y generar una lentilla igual a ellos tardaríamos, al menos, una semana o más, y entonces, habríamos perdido la oportunidad que nos había brindado aquella fiesta. Entrar en la mansión no era nada sencillo, ni siquiera siendo invitado. Teníamos que hacerlo esa noche de cualquier modo.
-          Dime que se te ha ocurrido una idea milagrosa – rogué.
-          Espera un segundo – más ruido de teclado. Los dedos de Sam se deslizaban a toda velocidad. - ¡Ajá! Hay un maravilloso sistema de ventilación que comunica la sala del tesoro con el pasillo que está a tu derecha. El hueco es mi grande, pero creo que cabrá por ahí un poco de niebla.
-          Genial – sonreí y empecé a caminar hacia allí.
La rejilla del sistema de ventilación estaba en una esquina, detrás de una mesa que pretendía ocultar su existencia. Era bastante pequeña, quizá podría atravesarla un niño de unos cinco años, pero de ningún modo un adulto. Pero, en mi forma de humo blanco, apenas ocupaba el mismo espacio que un balón de fútbol.
-          Sé que me vas a odiar, pero tengo más malas noticias.
-          Te odio.
-          Culpa al juego, no al jugador. Bien, escucha. Dentro de la sala, hay unas cuantas medidas extras de seguridad. Normalmente, al pasar el reconocimiento óptico se desactivarían, pero como tú vas a entrar… por una ruta alternativa, se mantendrán intactas.
-          ¿De qué medidas estamos hablando exactamente?
-          Veamos… - Una vez más, el ruido de las teclas inundó la llamada mientras Sam verificaba a qué me tendría que enfrentar. – Por toda la sala se encuentran esos láseres tan chulos de las pelis de espías; esos que, si tocan alguna parte del cuerpo, hacen sonar las alarmas de inmediato y que son invisibles a simple vista.
-          Va mejorando la cosa. Y seguro que hay algo más para hacer que esta noche sea perfecta.
-          Bingo. – Sam volvió a reírse. – Los sensores térmicos también activarán las alarmas si un cuerpo con una temperatura superior a 20 º C entra en la sala.
-          Lamento decirte que mi temperatura media, como persona viva que soy, es de 37.
-          Ya lo sé – suspiró, exasperada.
Yo también me sentía igual. Se suponía que iba a ser un trabajo fácil. Entrar, robar y salir. Nadie había hablado de medidas de seguridad en plan película de James Bond. ¿Qué debíamos hacer? ¿Abandonar la misión y decirle al cliente que habíamos fallado? No era nuestro estilo.
Permanecí en silencio unos segundos más, esperando que Sam hallara la solución a los problemas que se nos venían encima. No quería perturbar su concentración.
-          Ah, aquí está. He encontrado algo útil. Al parecer, los sensores solo se accionan si la temperatura en cuestión se encuentra concentrada en una zona menor de un metro cuadrado de ancho y de dos metros de alto. Las dimensiones de un cuerpo humano, vamos. Pero…
-          Si el calor está disperso por toda la sala, no podrá localizarlo.
-          Exacto. Respecto a los láseres, puedo volverlos visibles desde aquí y tú tendrás que encargarte de no tocarlos. Quizá al ser solo corpórea a medias no los actives, pero yo preferiría no arriesgarnos.
-          Completamente de acuerdo. ¿Eso es todo?
-          Sí. No tardes mucho y ten cuidado. Estaré vigilándote. – Pude percibir una levísima preocupación en la voz de Sam. Para ella, eso era un gran logro emocional. Sonreí.
-          Descuida. Pero… Sam – la llamé antes de que colgara. – Si, por cualquier razón, algo sale mal, quiero que te largues de aquí. No vuelvas a por mí.
-          No voy a abandonarte – la determinación impregnó sus palabras.
-          Sam, por favor. No seas idiota. Yo puedo desaparecer sin dejar rastro y esconderme en cualquier rendija. Pero quiero estar segura de que no tengo que preocuparme por ti si tengo que huir. ¿Prometido?
El silencio se alargó unos segundos. Pude imaginarme perfectamente a Sam sentada en la sala de control, observándome a través de la pantalla, considerando sus opciones. El guardia de seguridad estaría atontado en alguna esquina, controlado por sus poderosos ojos de súcubo y por su voz hipnótica.
Yo estaba segura de que, en caso de necesidad, Sam podría escapar sin problemas, siempre que no se detuviera a preocuparse por mí.
Ella también lo sabía.
-          Prometido – susurró al final.
Luego, ambas colgamos al mismo tiempo. No era necesario decir nada más.
Guardé el móvil en el mismo sitio, sujeto en una funda a la cadera. Sonreí por última vez a la cámara y desaparecí lentamente, diluyendo la solidez de mi cuerpo hasta el límite en que aun podía ver y oír, pero en el que fuera capaz de adaptarme al espacio que quisiera, ya fuera reduciéndome o ampliando mi tamaño. Seguía siendo visible, pero era como esos fantasmas de las películas de los que apenas puedes vislumbrar un contorno borroso y unos rasgos desenfocados.
Inspiré hondo y me colé por la rendija del sistema de ventilación.

***

Los sensores térmicos no saltaron. Los láseres, visible gracias a la intervención de Sam, fueron un engorro, ya que me obligaban a adoptar posturas casi imposibles pero, gracias a que mi cuerpo no se ajustaba del todo a las leyes de la materia, puede llegar finalmente a la vitrina que guardaba la valiosa pieza.
Lo observé un par de segundos. Era un jarrón muy antiguo, ligeramente resquebrajado en algunas partes, pero aun completo. Tenía un bello diseño de flores de loto en la parte superior, y la de abajo representaba una imagen de un grupo de mujeres asiáticas realizando tareas cotidianas. Podía entender su valor con solo mirarlo, puesto que era precioso y sofisticado, una obra de arte de hacía muchos siglos.
Finalmente, adopté forma corpórea, asegurándome de no tocar ninguno de los rayos que brillaban en la oscuridad de la habitación, y posé las manos en el cristal de la vitrina. Lo levanté lentamente…
El estruendo de la alarma me hizo dar un brinco. Mi pierna derecha se movió hasta chocar contra uno de los láseres. Miré a mi alrededor, con el corazón latiéndome a mil por hora en el pecho.
El maldito cristal de la vitrina. Debía tener algún tipo de sensor que activaba las alarmas cuando alguien retiraba la vitrina sin haber superado el reconocimiento óptico.
Olvidando cualquier medida de precaución, tiré el cristal que aun sostenía en las manos y agarré el jarrón con fuerza. El ruido de la alarma me ensordecía, al igual que el del cristal al romperse, pero pude percibir los gritos de gente acercándose al otro lado de la puerta, alterados.
Maldije en voz baja y apreté el jarrón contra mi pecho. Tras lanzarle una mirada de advertencia a Sam a través de la cámara de seguridad, que me enfocaba sin pausa, me desvanecí de la habitación a la velocidad de la luz.

3 comentarios:

  1. ¿Y el jarrón no se rompe? ¿Myst se "transforma" cuando tiene en brazos el objeto y éste también lo hace?
    Me encantó que saltaran las alarmas, eso hará más interesante el próximo capítulo *,...,*
    Por lo demás me gustó bastante.Ay, Myst es un personaje tan perfecto...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es capaz de transportar lo que está tocando cuando se desvanece. Por eso, no pierde la ropa, por ejemplo, y también pudo teletransportar a Sam en el capítulo de la discoteca.

      Eliminar
    2. Ah,entonces el el próximo capítulo no será la huida porque ya con la última frase de este capítulo queda claro que se escapa con el jarrón.

      Eliminar