7/Noviembre
Annalysse Tyler (Myst)
Tumbada en la cama, me quedé parada el punto y
final de la historia antes de cerrar el libro y dejarlo a mi lado. Observé el
techo sin mover un solo músculo, respirando lentamente, perdida en las
emociones que siempre me acompañaban cuando terminaba un buen libro.
Los finales eran algo que odiaba y amaba al mismo
tiempo y, cuando llegaba el momento de leerlos, siempre tardaba unos minutos en
reponerme de ellos. Tenía que quedarme quieta, respirar hondo y esperar hasta calmarme,
mientras me embargaba la emoción. Sobre todo, ante los finales felices. Cuando
leía los tristes, no podía evitar que se me escapara una lágrima solitaria, un
silencio tributo a unos últimos párrafos que me ponían el vello de punta.
En esta ocasión, el final había sido feliz, así que
solo me quedé mirando el techo, repasando la historia, sus líneas, sus
personajes. Reviviendo a cámara rápida los cientos de páginas de la obra hasta
llegar a su fin. Sonreí sin poder evitarlo.
Cuando superé ese estado de emociones
contradictorias de felicidad y tristeza, de euforia y nostalgia, me levanté de
la cama. Solo entonces me di cuenta de que el reloj de la mesilla de noche
marcaba las 22:17.
Fruncí el ceño, extrañada. Hacía casi dos horas que
Sam se había marchado. Si había ido a comprar café, tal y como me había dicho,
¿cómo es que no había regresado aún? Sí, la tienda estaba un poco lejos, pero
aun así, eran solo un par de manzanas y era imposible que hubiera tardado más
de media hora.
Quizá hubiera
cola en la tienda. Pensé para mí misma.
Luego, descarté la idea. Incluso estando llena, no
podría haberse retrasado tanto. Dos horas eran demasiada espera y Sam no era
tan paciente.
Tenía que haber ido a otra parte. Pero, ¿a dónde?
¿Y por qué no me había dicho nada? Es decir, ella siempre me contaba las cosas,
lo que hacía. Simplemente, para evitar que me muriera de preocupación por no
saber dónde estaba. Ya había pasado por eso una vez; sufrido la terrible
angustia de la espera infinita, de quedarte sentada mirando las agujas del
reloj en su interminable recorrido deseando oír la puerta abriéndose en el
completo silencio de la noche. Y la persona a la que yo había estado esperando
nunca llegó.
Por eso Sam siempre me decía a donde iba y casi
nunca se retrasaba. Sabía lo horrible que sería para mí que se volvieran a
repetir los sucesos de aquella noche.
¿Dónde está?
¿Le habrá pasado algo malo?
Me levanté, inquieta, y fue al salón. No había ni
rastro de su presencia, por descontado.
Pensé posibles soluciones de manera casi frenética.
Quizá se estaba alimentando. Hacía… Hice un rápido cálculo mental de los días
que habían pasado. Seis. Se había alimentado por última vez hacía seis días.
Así que tenía que estar empezando a sentir hambre.
Quizá por una vez había sido sensata y se había
alimentado antes de llegar al límite de su resistencia física. Habría
encontrado una buena presa y estaba con él en algún portal oscuro y poco
transitado, disfrutando de la cena que todo súcubo necesita de vez en cuando.
El nudo de mi estómago sabía que esa posibilidad
era una mentira. Sam no se estaba alimentando.
Nunca lo hacía por su cuenta, siempre tenía que
arrastrarla conmigo y obligarla. Parecía probarse así misma aguantando hasta el
final. Aunque dudaba que esa fuera la razón por la que lo hacía. Más bien… era
algo relacionado con su pasado. Con su horrible pasado, del cual nunca hablaba.
Y que, cuando le preguntaba sobre él, esquivaba el tema y pasaba a otro asunto
sin ni siquiera molestarse en disimular que lo estaba haciendo.
Pero, si no se estaba alimentando, ¿qué la estaba
retrasando tanto?
Me tuve que sentar en el suelo, con la espalda
apoyada en la pared y la respiración jadeante. Sentí cómo los bordes de mi
conciencia se volvían borrosos a medida que el mareo se acentuaba y la ansiedad
me invadía por dentro.
Le ha pasado
algo malo. Dios mío, le ha pasado algo malo.
El pensamiento se repetía en bucle una y otra vez
en mi cabeza. Apoyé las manos en el frío suelo y me destrocé las uñas
apretándolas contra él. Reposé la cabeza en la pared.
Tras unos segundos de dejarme llevar por el pánico,
me obligué a mí misma a serenarme. Tenía que tranquilizarme. Me aferré a los
escasos retazos de cordura que quedaban más allá del ataque de ansiedad y me
impulsé hacia la superficie. Inhalé y exhalé lentamente, centrando toda mi
atención en el compás de mi respiración.
Si le había pasado realmente algo malo a Sam, no le
ayudaría en una puta mierda quedándome tirada en el suelo, paralizada por el
terror. Tenía que levantarme y ayudarla, fuera lo que fuera lo que estaba
pasando.
Esta vez, tenía que llegar a tiempo para salvarla.
No estaba dispuesta a perder a otra persona
importante de mi vida de nuevo. No cuando ahora tenía la fuerza suficiente para
evitarlo.
Me puse en pie apoyándome en la pared. Me movía
despacio, aun temblorosa tras el ataque de ansiedad. Me senté en el sillón y
encendí el portátil, que seguía en donde yo lo había dejado antes.
El reloj del salvapantallas marcaba ahora las
22:29. Y Sam seguía sin volver.
Tecleé una serie de códigos en el programa. Esperé
un par de segundos. Después, un detallado mapa de la ciudad ocupó toda la
pantalla. En él, se encontraban todos los edificios, parques y demás lugares de
la ciudad en la que vivíamos. También podía alejar un poco el zoom y ampliar el
radio más allá de esos límites, hasta abarcar incluso todo el país.
El punto rojo parpadeante destacaba en el entramado
de calles que se encontraban dibujadas ante mis ojos. Busqué la dirección el
que se encontraba. Se desplazaba por una calle a unos 31 kilómetros de nuestra
casa, a una velocidad que me hizo suponer de inmediato que estaba en un medio
de transporte con ruedas.
Como por ahí no pasaba ningún metro, debía estar en
un coche, una moto o un vehículo similar. Sam no tenía uno, porque no lo
necesitábamos. Yo me podía desplazar de una manera mucho más rápida que sobre
ruedas.
-
Mierda, Sam – susurré, sin quitarle la vista de
encima al punto rojo que se alejaba de mí en el mapa. - ¿En qué lío te has
metido?
***
Jack Dawson (Boom)
Cerré la puerta de un portazo, sin ningún cuidado.
Con un resoplido, dejé el abrigo en el perchero del recibidor y las llaves en
la pequeña mesa.
Tenía unas ganas enormes de comer cualquier cosa,
meterme en la cama y no salir en muchos días. Acababa de tener una de las
malditas reuniones con los jefazos, en las cuales me habían dicho simplemente
cosas que ya sabía.
Tienes que
encargarte de ella... Es peligrosa… Contamos contigo… Buena remuneración…
Bla bla bla. Iba a hacerlo de cualquier modo, así
que poco importaba toda aquella cháchara insustancial. Era mi obligación como
parte de la organización servir a los propósitos comunes… y sin rechistar.
Pero eso no significa que me gustara. Había salido
de la reunión muy tarde, pasadas las once, con hambre y sin ganas de salir de
nuevo. Así que esa noche no podría disponer de mi desahogo sexual rutinario y
mi mañana de recuerdos y sufrimiento.
Llevaba cuatro noches sin hacerlo y me estaba
pasando factura. Los matices de mis recuerdos de Annalysse se emborronaban poco
a poco. Pero seguía echándola de menos con igual intensidad que siempre.
Suspiré y aparté esos pensamientos. Estaba
realmente harto de ahogarme en la auto-compasión, pero no encontraba ningún
modo para salir de ella.
-
¿Clark? – llamé, en voz lo suficientemente alta
para que él me oyera desde su habitación.
No hubo respuesta.
Con un bufido, me dirigí a la cocina, suponiendo
que mi hermano pequeño estaba, como siempre, sumergido en su ordenador, con los
cascos anclados a sus orejas y la música demasiada alta para escuchar una
explosión nuclear en la calle de enfrente.
Tras zamparme un croissant con mantequilla y medio
paquete de galletas saladas, me encendí un cigarrillo. Al menos, todavía podía
contar con la nicotina. Introduje tanto humo como pude en mis pulmones,
disfrutando de ese pequeño placer con los ojos cerrados.
Eso también me la traía a la cabeza, pero de una
forma oscura. Había empezado a fumar tras separarnos, sustituyendo la obsesión
que sentía por ella por otra mucho menos satisfactoria. Ya que no podía
besarla, tocar cada centímetro de su cuerpo, decidí matarme cigarro a cigarro,
calada a calada. Realmente, había salido perdiendo con el cambio, pero era todo
cuanto podía hacer.
Ella ya estaba demasiado lejos de mí. Pero seguía
sin ser capaz de olvidarla y seguir adelante.
Me terminé el cigarro poco tiempo después, aun con
su recuerdo en la mente. Dejé escapar el humo que se había quedado almacenado a
mi alrededor por la ventana, tiré la colilla al cenicero y me fui a molestar a
mi hermano.
Por lo menos, hablar con él me reconfortaría
ligeramente, que era todo lo que podía pedir en ese momento. Clark era lo más
importante que tenía.
El corazón se me detuvo durante una fracción de
segundo en el pecho cuando llegué al vano de la puerta y descubrí que no se
encontraba dentro de la habitación. No estaba sentado frente al ordenador,
aporreando el teclado y moviendo el pie al son de la música.
Tampoco estaba tirado en la cama, jugando a la
consola o leyendo.
Simplemente, no estaba.
Me moví todo lo rápido que pude hasta el baño, que
estaba igual de vacío.
Poco a poco, la desesperación y la angustia me asfixiaron.
Revisé cada lugar de la casa, en busca de una nota o una pista de su paradero.
Pero no me había dejado ningún mensaje. Se había marchado, simplemente, sin
molestarse en decir a dónde.
Y no había vuelto. Aun, me obligué a añadir.
Me senté en el sillón, intentando pensar con calma.
Podía haber salido a pasear sin más. Quizá incluso había conocido a alguien por
internet y quedado con él. Quizá incluso fuera un ella.
Siempre había odiado que mi hermano no tuviera
amigos. Sentía que esa carencia era mi culpa, por no cuidar de él como era
debido. Que por eso vivía tras la pantalla del ordenador, alejado del mundo
real.
Esperé un montón de minutos, que en realidad no llegaron
a ser ni cinco. Luego, incapaz de permanecer por más tiempo sentado, empecé a
recorrer el salón de punta a punta. Me fumé dos cigarros más, uno tras otro,
intentando serenarme sin conseguirlo.
A las once y media, sin Clark habiendo atravesado
la puerta, me desesperé por completo. Cogí el móvil, lo apreté contra mi oído y
llamé a todo el que pudiera ayudarme.
Por desgracia, la lista de persona no era muy
larga. Pero tenía que hacer algo, cualquier cosa, por encontrarlo. No podía
perder también a Clark. Si no, mi vida ya no tendría razón de ser. Si Clark
moría, yo también lo haría. De inmediato.
Ahora es cuando Myst pide ayuda a Jack y Jack se la pide a Myst.Bueno, eso es técnicamente imposible. O aquí es cuando interviene el detective y salva a Sam y Clark y Myst se queda en deuda con él y blablabla y por eso al final se olvidan de borrarle la memoria o lo que sea.
ResponderEliminarQuiero que sepas que estoy muy feliz por haber leído a Myst otra vez.Es tan tan tan adorable >.<
Eh,eh, espera, he dejado pasar una cosa y me odio por ello: ¿contarás el pasado de Sam?
ResponderEliminarClaro que sí. Lo contaré cuando llegue el momento xD. De todos modos, poco a poco se van desvelando cosas del pasado de todos, en cada entrada un poquitín más...
EliminarY no, ninguna de tus teorías es completamente correcta xD
No me puedo cree que ninguna sea correcta. Seguro que acerté todas, pero me mientes xD
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