3/Noviembre.
Jack Dawson (Boom)
Strike se
retrasaba. De nuevo.
Mientras esperaba, sentado en el viejo sillón del
salón, a que apareciera, saqué un cigarrillo de la caja que siempre llevaba en
algunos de los bolsillos de la chaqueta o del pantalón, y encendí mi enésimo
pitillo del día.
Cerré los ojos al dar la primera calada,
recreándome en el tóxico humo que entraba por mi faringe de forma rápida, pero
matándome lentamente. Lo retuve en los pulmones hasta que mi cuerpo comenzó a
quejarse por la falta de oxígeno en el riego sanguíneo y luego, mandé el
dióxido de carbono y el humo hacia el exterior a través de la nariz y de la
boca.
Abrí los ojos despacio. Eran esas sencillas cosas
las que hacían que me siguiera moviendo día tras día. El sabor de la nicotina
en la boca, recordándome el podrido mundo en el que vivía; la sensación de
ahogo en el pecho y el sufrimiento que encontraba en las camas de extrañas; los
recuerdos y, sobre todo, Clark. Era por él, por la obligación de asegurarme de
que él, antes que nadie (y que yo mismo) estuviera a salvo, que aun no había
dejado de matarme calada a calada para pasar a hacerlo mediante una caída libre
sin paracaídas.
La verdad era que había perdido el motor que me
había hecho vivir a demasiadas revoluciones por minuto.
Una vez
había oído decir que, a veces, pasa por tu vida una estrella tan deslumbrante
que te impide ver el resto de puntos brillantes del firmamento, que se
convierte en lo único realmente importante. Y que, cuando la estrella
desaparece de tu parte del mundo, quedas tan deslumbrado por su resplandor que
ya no eres capaz de apreciar la vida antes de que ella apareciera. Yo había
perdido mi estrella. Ahora solo me movía por inercia, por lo que debía hacer, a
falta de deseos propios que motivaran mi camino.
Por eso me hallaba en ese momento en esa
habitación, pequeña y sucia, llena de objetos inútiles que se arrinconaban
entre pared y pared. Porque necesitaba seguir adelante con una vida que odiaba.
Strike apareció
en ese momento por la puerta. Hablaba con alguien por teléfono, pero no le
presté atención mientras terminaba de fumarme el cigarrillo. Cuando la colilla
estuvo a punto de quemarme las yemas de los dedos, la tiré al suelo y la apagué
con la suela de mis zapatillas de deporte.
Strike se
sentó en el sillón frente a mí sin colgar aun el móvil. Lo observé con
aburrimiento. Rondaba los veintimuchos o los treinta y pocos, y algunas arrugas
tempranas le poblaban la comisura de los labios y el contorno de sus ojos.
Tenía el pelo corto, de un color entre dorado y castaño claro. Su cuerpo era
una enorme mole, de un metro noventa y dos de alto por ciento diez kilos de
peso. Precisamente era su gran dimensión la que lo hacía ideal para ese trabajo
que compartíamos, aunque Strike fuera
un capullo que debería preocuparse más por la higiene y menos por las carreras
de caballos.
Cuando al fin terminó su llamada, que, según pude
entender, era entre él y un hombre que le demandaba dinero, me miró con una
sonrisa que no le devolví.
-
¿Qué pasa? – le espeté sin más. – Vine hace solo
tres días. Aun no he terminado mi último trabajo.
Él asintió, conciliador. Se pensó un momento sus
palabras, algo poco habitual en él. Destacaba por su fuerza física, no por su
inteligencia. Antes de hablar, cogió un chicle de un paquete que había sobre la
mesa de salón y me ofreció uno. Negué con la cabeza y le hice un gesto para que
respondiera a mi pregunta.
-
¿Te has enterado de lo de los mafiosos rusos?
Enarqué una ceja y traté de buscarle el sentido a
sus palabras. Al cabo de unos cuantos segundos, desistí del intento de
comprender su lógica.
-
No. ¿Me he perdido algo?
-
Ya lo creo. – Striker se recostó en el sofá, acomodándose para contar su
historia. – Verás, hace tres días, el líder de la mafia rusa de la zona fue
asesinado brutalmente en su propia casa. Quince puñaladas en todo el cuerpo,
todas ellas en puntos vitales que le produjeron una hemorragia interna y una
muerte extremadamente dolorosa.
Silbé en voz baja. Vaya, vaya. Había alguien muy
sanguinario ahí fuera.
-
¿La policía sabe quién fue?
-
Espera, espera. Aún falta lo mejor. No solo lo
asesinaron a él, sino a su mano derecha, un hijo de puta con un historial muy
feo a la espada, y a su contable; ambos también muertos a puñaladas. Una escena
muy gore, ya sabes, sangre por todas partes. Además, el examen forense reveló
que a los tres tipos les habían cortado las cuerdas vocales tras matarlos.
Supongo que, como no le era necesario, eso fue algo así como dejar su marca de
identidad, algún tipo de señal o amenaza. Ah, y, en el sótano, al lado de los
cadáveres, encontraron a una chica, bañada en la sangre de los mafiosos y con
el arma del crimen.
-
¿Fue ella? – la pregunta escapó de mis labios.
Intenté imaginarme la clase de persona capaz de hacer eso. ¿Una mujer? Debía
tener mucha sangre fría y una razón terrible para cometer esa barbarie, o una
falta total de moral. O todo a la vez. Y, en cualquier caso, seguía siendo
demasiado violento incluso para alguien que había visto tanto como yo. El
asesinato que describía Strike era
brutal cuanto mínimo.
-
La policía cree que no, porque la soltaron al
día siguiente. Peeeero – Striker sonrió
– mis fuentes son más fiables que sus prejuicios. Sí, fue ella.
Me eché hacia atrás en mi asiento, sorprendido. Me
coloqué otro cigarrillo entre los labios con rapidez y lo encendí para pensar
con claridad.
Aquel asesinato era una muestra de… ¿qué,
exactamente? Poder o fuerza, quién sabe. O de valía. Si solo hubiera sido una
cuestión de venganza, ella no se habría quedado allí esperando a que apareciera
la policía buscando culpables, hubiera salido por patas nada más terminar.
Pero no, dejó que la encontraran y, encima, se libró
de los cargos en un día. Eso implicaba, a su vez, una gran planificación. ¿Cómo
lo había conseguido?
-
Dime que es de los nuestros, por favor.
Mientras pronunciaba esas palabras, recordé la
llamada de Clark de hacía un par de días. Algo sobre un artículo de un
periódico y alguien que había entrado en nuestro mundillo. Yo le había restado
importancia y cuando, al volver a casa, él se había mostrado distante del
suceso, no me había preocupado. Pero si era el mismo que me acaba de contar Striker, lo que era probable, pues no se
producían a diario semejantes actos de brutalidad, era bastante relevante.
Y, sobre todo, era crucial saber si esa fría
asesina capaz de llevar a cabo una de las crueldades más grandes que había oído
en los últimos tiempos, pertenecía a nuestro bando o al contrario. Porque, si
era lo segundo, iba a suponernos un par de dolores de cabeza.
Por la forma en la que Striker frunció los labios, supe cuál iba a ser su respuesta antes
de que la pronunciara en voz alta.
-
Tánatos la tiene entre sus filas. Una putada, lo
sé – suspiró. – No sé como han logrado tener una joya así y que no nos hayamos
enterado hasta ahora.
-
Esta claro que esta ha sido su prueba de fuego,
su entrada al negocio. – Le di una buena calada al cigarro. Ahora entendía el
motivo por el que me había llamado mi compañero. – ¿Qué han dicho los jefes?
Striker
hizo una mueca de desagrado. Cogió una cerveza que había tirada en el suelo, la
zarandeó y sonrió al oír el eco de la bebida que quedaba en el fondo. Se la
bebió de un trago.
-
De momento, quieren mantener la situación
controlada. Por si acaso. Después de esa puesta en escena, es mejor asegurarnos
que no nos van a joder mucho.
-
¿Qué van a hacer?
-
Probarla de nuevo. Le van a encargar una misión,
fingiendo ser un cliente interesado que, obviamente, no pertenezca a Skótadi.
Un simple rico estúpido. Si no, sospecharían. Quieren ver si de verdad es tan
sanguinaria como los medios nos han hecho creer.
Asentí. A veces, las noticias que llegaban por
chismorreos o incluso por la prensa podían ser falsas o exageradas y siempre
era mejor estar seguros de a qué nos enfrentábamos. Así era la guerra entre
Tánatos y Skótadi, siempre tanteando el terreno y manteniendo el equilibrio de
poder. Eran como dos bandas urbanas peleando por el mismo territorio, solo que
a gran escala y con unos componentes ligeramente más especiales: mejor
entrenados, con menos moral y con unas mejoras genéticas que nos volvían más
peligrosos.
Tras apagar de nuevo la colilla, apoyé los codos
sobre los muslos y me puse serio.
-
¿Y si resulta que sí, que es tan zorra como
parece?
-
Por eso estás aquí.
Lentamente, esbocé una sonrisa cruel.
-
Así que, si las cosas se ponen feas, quieren que
haga explotar la situación.
Striker
se rio ante le juego de palabras que había utilizado de forma maquiavélica.
-
Básicamente, sí. Quieren que vayas, le des una
palmadita en la espalda y la hagas saltar por los aires.
-
Tánatos se pasará un mes recogiendo pedacitos de
su querida nueva asesina.
Entrelacé los dedos de las manos, aun sonriendo.
Sentí la leve vibración que surgió entre ellas, una bomba preparada para
estallar. Las yemas de los dedos subieron de temperatura y la sangre empezó a
hervir en mis venas.
Mi habilidad me había permitido ser temido y
respetado tanto por amigos como por enemigos. No era tan experimentado, ni
tenía un cargo tan alto, como para conseguir el respecto por medio de un
trabajo admirable, pero me había encargado de que todos supieran de que era
capaz de hacer explotar cualquier cosa solo con tocarla con las manos, en las
cuales se concentraba mi poder.
Solo con que mi piel y el otro objeto estuvieran en
contacto, podía hacerlo volar en pedazos y no quedaría nada reconocible de él.
Con semejante capacidad, no había sido difícil
lograr un puesto como un formidable asesino a sueldo, aunque no rechazaba otros
objetivos a pequeña escala. Los clientes estaban dispuestos a pagar
interesantes cantidades porque no quedara de su enemigo más que sangre y restos
de órganos.
-
De acuerdo, entonces. – Me levanté del asiento.
– Si necesitan que me encargue de esa psicópata, saben donde localizarme.
-
Ajá. Nos vemos, Boom.
Le dediqué un asentimiento de cabeza, cogí la
cazadora de cuero, agarré las llaves de la moto y me largué de aquella casa que
olía a mugre y a muerte.